martes, 31 de octubre de 2017

95 tesis

Un día como hoy, hace 500 años, se dice que Martín Lutero fue a las puertas de la Iglesia de Todos los Santos, de Wittenberg, y clavó allí sus 95 tesis contra la indulgencia católica que iniciaron la reforma protestante. Había establecido que la única forma de lograr la salvación era la fe, -su interpretación personal- y que el comercio de “bonos” que asegurasen el ingreso al cielo ponía a la Iglesia al mismo nivel de un burdel. 500 años después de la reforma luterana, los burdeles siguen siendo lugares decentes.
Decían en La Ritoque que algunos creyentes iban a velar a sus muertos en la víspera del día de todos los santos (traducido en inglés como "All Hallows Eve"), el 31 de Octubre en la noche, precisamente el momento que se asocia, desde el culto celta, con el renacimiento de los espíritus tanto buenos como malos. Rito católico contra tradición pagana. O tal vez, ese contra sea solo superficial, y los muertos no sean sino una proyección paranormal de los propios miedos de los mortales. La vida no sería para ellos sino una oportunidad para conspirar en medio del desconcierto general. Decían además en la radio que ciertos laicos no entendían el misticismo de la cuestión pero, en cambio, no discutían la existencia de la celebración masiva, adoptando el feriado con total conformidad y sumándose a la orgía consumista de la noche de brujas. Cosmovisión religiosa y perspectiva secular. Ambos juegan, en resumidas cuentas, con la misma piñata, porque cada quien agarrará del suelo su propia ración de sentido, aunque no fuese para otra cosa que para las mismas tonterías y travesuras. Unos velarán a sus muertos en un acto de genuflexia sublime y aparatosa. Otros simplemente enarbolarán su propio hedonismo una noche en que para ellos la existencia de los santos y los muertos justificará para siempre su aburrimiento resucitado.

lunes, 30 de octubre de 2017

Hay cosas sobre la polémica declaración de independencia de Cataluña que me quedan dando vuelta: 
1.- El carácter legal o ilegal del proceso eleccionario de los independentistas. (Considerando que toda revolución deba encontrarse por definición "fuera de la ley").

2.- El espíritu reaccionario de los "unionistas".

3.- La frase original de Josep Pla escrita en su Cuaderno Gris: "lo que más se parece a un hombre de izquierdas en este país es un hombre de derechas", intervenida y editada luego, a raíz de la contingencia, como "no hay nada más parecido a un español de derechas que uno de izquierdas".

sábado, 28 de octubre de 2017

El mismo viejito del otro día, sentado más al fondo del paseo de los sueños, casi en la subida Ferrari, estaba escuchando Love Bites de Def Leppard a toda pala desde su parlante cilíndrico. En un asiento contiguo a la plaza, y justo enfrente, una madre regañaba a sus dos hijos, escuchando el tema de rebote, acaso sin entender nada, o tal vez usando secretamente la música de arrullo emocional. Mientras tanto, bajaba una pareja por calle Ferrari, y a medida que el sol comenzaba a asomarse, y los helados que estaban comiendo se derretían, el riff se hacía más intenso, a cada minuto, a cada mordida, como una metáfora del amor mismo, a la vez que el viejito seguía inamovible con su aparato musical, aislado, sereno, mirando fijo hacia el vacío de la calle.

jueves, 26 de octubre de 2017

Una señora en la mañana en la Plaza Victoria, solitaria, sentada a un costado de un cojín y un trapo, mantenía una conversación secreta a solas. El cojín y el trapo estaban dispuestos de tal forma que formaban la silueta de una persona. ¿Estaría alucinando que conversaba con alguien imaginario, o estaría proyectando una conversación que sucedía en su propia mente? Nada de eso se podía saber. El hecho era que seguía conversando sin un interlocutor, digamos, real. Alcancé a notarla y paré un rato, antes de seguir el camino a la pega. En ese preciso instante, la señora lo advirtió y dejó de conversar, mirando hacia ese transeúnte insolente que había detenido su paso impertérrito solo para verla. Seguí mi camino, intrigado por la mirada de la señora. A lo lejos se veía que continuaba hablando de lo lindo, sin siquiera inmutarse. Trataba de reproducir lo que podría haber dicho, pero no había caso. Su monologo permanecía dialogando infinitamente, sin necesidad de nadie. Lenguaje desolado, inenarrable, en estado puro.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Sale en La Tercera la noticia sobre el visto bueno para el Mall Paseo Ross, la mole comercial que se alza a un costado del Congreso en Av Argentina. El debate ciudadano se divide entre los que sacan el argumento piñerista de más trabajo para los porteños y los que critican la falta de sentido estético de la construcción con el entorno y la idiosincracia del puerto en el plan. Imposible estar de acuerdo con un punto de vista sin estar inmediatamente en desacuerdo con el otro. Justo a unas cuadras, detrás del Congreso, mientras tanto, las obras para la elaboración de estacionamientos subterráneos en la Plaza O Higgins siguen paralizadas y, a sus alrededores, el nicho de los comerciantes ambulantes persiste a pesar de la decadencia, entre perros, cachureos y libros viejos.

martes, 24 de octubre de 2017

La ballena 52

Anda circulando un meme sobre la llamada ballena 52, el "animal más solitario del mundo", la cual habría sido bautizada así por la frecuencia de su canto (52 herzios), a diferencia del común de las ballenas de su especie, que cantarían a una frecuencia oscilante entre 10 a 29 herzios. Sería el único ejemplar conocido con una frecuencia tan alta de canto. Por lo tanto, su ingente "soledad" se explicaría justamente por ser la única que cantaría a esa frecuencia, y, por ende, ser la única a la cual ninguna de sus congéneres consiguen escuchar. Nadie, ninguna otra ballena contestaría su llamada desesperada.

Hay varias hipótesis sobre el porqué de su canto incomprendido. La más aceptada explica que la ballena 52 sería un híbrido de dos especies, por lo que su mestizaje podría haberse traducido en una anatomía completamente distinta. La inenarrable soledad del cetáceo en cuestión tendría así un correlato genético. Su desolación sería un patrón de diferencia. Pero la pregunta que sigue, respecto de nuestra amiga solitaria, es de verdad la fundamental. ¿Será adecuado atribuirle una soledad que únicamente correspondería a una desviación natural de su conducta? ¿No era que, como decía Octavio Paz, el hombre es el único ser que sabe que está solo, y, por lo tanto, la soledad sería el hecho más profundo de la condición humana?

Resulta poético dotar al animal de cualidades románticas, pero tras el velo de esa bella ilusión se escondería nada más que el proceso de adaptación, la selección natural que mueve a nuestra ermitaña del mar en defensa propia, sobreviviendo con su canto a bajos niveles de frecuencia para combatir el ruido de los motores de barco. Apostaría por el silencio, por la nota baja para defender su vida, pero, paradójicamente, eso no le ha permitido conectarse con ninguno de sus semejantes.

Todo suena a una prosopopeya que dota a la ballena con el carácter solitario que ya le es propio por circunstancia, no tanto por condición. Pero ¿La ballena acaso puede tener conciencia de si como para reconocer que su canto le ha valido quedarse sola? Nadie puede saberlo a ciencia cierta. Puede que la soledad que le atribuyen (a todas luces orgánica) no sea otra cosa que la proyección existencial del propio humano sobre ella. O puede que eso que llaman soledad no sea otra cosa que una ausencia de interlocutor causada por un desfase comunicativo. Sin embargo, resulta más filosóficamente conveniente para todos (criaturas gregarias) llamar a la ballena 52 un animal solitario, porque tal vez ella misma -en cuanto ser- no sea otra cosa que un reflejo de lo que, muy en el fondo, seríamos si llegáramos a perder la frecuencia de nuestro sentido: animales errantes, incomunicados, clamando por un nombre, clamando por un otro.
Un día más, o un día menos, dependiendo del prisma con que se mire.

Motel Noche Azul

Después de acabar te quedaste viendo La habitación del pánico de David Fincher. Quedaba todavía una hora para virar de ahí. No dijiste nada más, exhausta, algo chata, tumbada mientras veías cómo Jodie Foster arrancaba de los malos. Al rato te fuiste a bañar mientras tocaban el citófono avisando que se había acabado el tiempo. Chucha, pensé que era demasiado pronto, pero se había acabado la plata, y al parecer a ti se te habían acabado las ganas. Te tomaste el último concho de la copa sobre el velador, y pediste que te fuera a dejar al uber. Te vestiste a la rápida, con ese conjunto de ropa interior negra y esa chaqueta ajustada, para luego seguirte como a una sombra hacia la salida. La viejuja de la recepción apenas se despedía, parca, mientras entraba a la pieza a ordenar la cagá. Tu rostro al salir se confundía con la noche. Un beso seco en la mejilla cerraba el trato. No querías que el aroma a encierro se te impregnara demasiado. Y yo no quería que el frío cortara la inspiración. Ya en la esquina para volver no dijiste nada más. Al parecer eso había sido todo.

lunes, 23 de octubre de 2017

Papatón

"Soy una contradicción. Como Dios, uno y trino, trino y uno; como María, virgen y madre; como el ser humano, bueno y malo" Pío XIII (Jude Law) en The Young Pope.

Lo que más genera ruido en torno a la próxima visita del Papa ya no creo que sea el mero hecho de la fastuosidad del líder católico y cómo eso va en contra de los principios de la propia religión -resulta una cuestión archisabida, es cosa de recordar que desde la época de Lutero pasaba lo mismo, criticando la hipocresía eclesiástica-, sino que lo más raro de todo vendría siendo cómo un país que se supone ya declaró constitucionalmente la separación Estado-Iglesia se siga prestando para financiar con fondos estatales algo que solo debería ser financiado por los propios feligreses, siguiendo la lógica consecuente de su económica devoción. Una verdadera Papatón que seguramente se realizará sin chistar, a pesar del desembolso millonario en términos de presupuesto y retribuciones. Y para ir acorde al nuevo progresismo light, todavía sus representantes -entre ellos el coordinador nacional de la comisión- se daban el lujo de aclarar que se trataría de una "visita sustentable" al reducir el costo de los papamóviles para la peregrinación. A estas alturas, la risa nerviosa resulta incontenible. Una medida que debería causar algo de estupor por lo absurda, pero que, por supuesto, será de todas formas llevada a cabo pese al descontento colectivo. El punto es que el propio Papa habría, tomando las palabras de Pio XI, criticado el "imperialismo internacional del dinero" en un Encuentro Mundial de Movimientos Populares el año pasado en Roma, pero vemos ahora que justamente es ese "dios dinero" el que permitirá que su paso por Chile sea una realidad. La noticia en el fondo debería indignar y provocar un rechazo unánime, pero, viéndolo con perspectiva, después de todo supone un regocijo, puesto que se asistirá al espectáculo en vivo de una contradicción abierta, y más encima, con la venia del propio Estado laico. Lo que ha sido coronado como Papa ya no es solo un hombre, sino que la imagen, la representación misma del absurdo milenario de la Iglesia. Como habría repetido el propio Voltaire: "Cuando se trata de dinero todos somos de la misma religión".

domingo, 22 de octubre de 2017

Motemei


Cuando vagaba tarde en esos fines de semana eternos, en los cuales no quedaba mucho por hacer, recordaba al andar por subida ecuador hacia arriba la anécdota del Motemei, el clásico motero porteño, declarado hace no mucho patrimonio de la ciudad, que hace casi tres años tuvo que dejar el poncho, la canasta y el farolito para virar a Santiago y dedicarse a ser guardia de seguridad. 

Reconocido por una cuestión meramente turística y sustraído de su personaje, decía el propio Carlos Martínez que, desde el barrio El Golf de Las Condes, su nuevo lugar de trabajo, hacía un recorrido similar al del viejo motero, pero le embargaba, en cambio, una nostalgia feroz al no recibir el llamado de nadie en aquellos caminos no empinados que caracterizan a la capital. Ese sube y baja del vendedor de mote por los cerros, que había estado trabajando por casi medio siglo, inmortalizado a la sombra de su perfil, cedía finalmente a la abulia de una rutina sin arraigo. 

La soledad y, por sobre todo, la falta de sentido comenzaba a invadirle en esas esquinas sin eco y en esos rincones sin la resonancia del hambre por el mote. El alcalde de Valparaíso y el experto en cultura del propio puerto lo habían vuelto una caricatura, bien disimulada bajo la nominación de patrimonio intangible.

Santiago, por su parte, nicho de la necesidad, lo remataba y le había vuelto prácticamente un espíritu intangible. Iniciaba de esta manera el Motemei existencialista, el Motemei más humano, pese a su enajenación, pese al mote negado y desparramado en medio de la algarabía consumista y cosmopolita. 

La rutina del ex motero como guardia en la Eurochile santiaguina, volvían además a Martínez un personaje digno de Kafka. En esos pasillos, de acuerdo a las palabras del propio Martínez, tiene que “bajar la cortina” a diario, repitiendo lo mismo una y otra vez, para ganarse el sustento que otrora el mote legendario le brindaba. En ese vaivén monótono circulan entonces sus últimos momentos. 

No se sabe nada más de la sombra del motero porteño. Por eso al caminar sin rumbo por las subidas de Valpo, en aquellas veredas donde destila el alcohol, la risa y el trato mundanal, aflora de repente esa remota sensación de la pérdida, del trote absurdo, sin objetivo definido, como quien perdió, por así decirlo, el mote de la vida.

Nos pasábamos ese rollo con un loco y, al final, ese mismo deambular errante en busca de algún panorama fortuito, que surgiera de la nada casi sin ninguna clase de expectativa, fue bautizado como el paseo del motemei. Hacer la del motemei sería así, en honor al último Carlos Martínez, hacer el paseo de la vagancia a través del jolgorio general, una especie de flaneur porteño pero con un calcado espíritu romántico de fracaso. 

Jugar a torcerle el brazo al destino, a irrumpir en el rumbo de la fiesta, solo apelando a la casualidad. En esa jugada temeraria, estaría, de un modo un tanto sarcástico, reflejado el espíritu del auténtico motero. Nunca habría dado resultado, pero seguiría penando por ahí, mendigando al universo entero, esperando a que alguien llegara a comprar ese mote interior, con bajón o cagao de hambre, o que alguien apareciera de repente y se dignara, por alguna coincidencia milagrosa, a sumarse a la causa de la noche.

sábado, 21 de octubre de 2017

Kast

Corría la clase de comunicación no verbal. Mientras tanto, en plena lectura, pasaba por calle Freire, un vehículo con altavoz a toda pala, anunciando la candidatura de Kast. La clase se interrumpía hasta que pasara el bullicio callejero:
-A eso me refería-, dije en medio del ruido de parlantes y bocinas. Nadie parecía escuchar nada.
-¡Payaso! ¡Payaso!-, gritaba luego un chico al fondo de la sala. La única vez que replicó algo en toda la clase.
Una vez que pasaba la caravana Kast, todo volvía a su serenidad inicial. Los cabros volvían a sus hojas, impasibles. 
-¿Y entonces, por quién votarán en las elecciones?-, se les preguntó, para continuar con el hilo de la situación. Silencio total. Un solo cabro, el del fondo, sacaba un pañuelo para sonarse, desatendiendo completamente la pregunta. O quizá respondiéndola a su manera.

viernes, 20 de octubre de 2017

Informan que el poeta de Krasnodar, Maxim Drozdov, se habría vuelto el primer ruso en la historia en ser acusado por ofender a los ateos. Habría escrito lo siguiente en la red social VKontakte: “No hay peor gente que esos sucios ateos, ¡deberíamos restablecer la inquisición!”. Arriesgaría por su simple mensaje de odio anti ateo hasta cinco años de prisión. Tópico del adynata: un futuro en el que ya nadie pueda insultar a nadie sin antes ser perseguido como criminal.
David Lynch, The art life, en Insomnia. Lleno total. En uno de los pasajes, el director explicaba que "la oscuridad era la comprensión del mundo". Lo entendí justo cuando el público numeroso se borraba inmediatamente entre el negro de la sala y solo se alcanzaba a ver en la pantalla el gigantesco pero humilde estudio de pintura del director. En ese momento no éramos otra cosa que parte de su imaginación, simples pinceladas sin forma en su tela hecha de caos, el reflejo de su rostro contemplándose en la total oscuridad, viéndose cara a cara a sí mismo.

jueves, 19 de octubre de 2017

Bitcoin

En la nueva Mr Robot un episodio presentaba una escena entre el jefe de Evil Corp y un representante del llamado Ejército Oscuro, un diplomático chino. Hablaban sobre una posible revolución monetaria que desembocaría en la crisis mundial del dólar si el diplomático no aceptaba firmar un estratégico tratado comercial con el Congo. El diplomático negaba de forma sistemática sus proposiciones, y decía estar dispuesto a arriesgarlo todo en su decisión. “La próxima fase ha comenzado”. Se refería a la circulación de la famosa criptomoneda: Bitcoin. Para el jefe de Evil Corp, la moneda que estaba comenzando a aparecer, como contraparte, era la Ecoin, equivalente al dólar en la diégesis de la serie. “Su auge traería el equilibrio a la economía” según las palabras del jefe. Pero la puesta en marcha de la moneda virtual, según las palabras del diplomático, era inevitable, y ya estaba comenzando a operar de forma subrepticia entre los vacíos del sistema financiero. Una indirectamente declarada guerra monetaria se comenzaba a gestar.

A raíz de aquel episodio, me viene a la cabeza aquella vez en que fui invitado por una amiga, Valerie Sihirelf, a un seminario Bitcoin en Valparaíso. Ella insistía en que la evolución de la criptomoneda en el mundo era una realidad. No solo un milagro económico, sino que de hecho una evidencia comprobable. Su entusiasmo me recordaba, a propósito de la serie, a los primeros intentos de la fsociety por derrocar la hegemonía de Evil Corp, con una mirada a ratos romántica, pero con un plan factible, aunque totalmente arriesgado, por las diversas implicaciones, digamos, de entrar directo en la “boca del lobo” para atacar desde adentro. 

En la primera reunión, unos accionistas locales de Bitcoin reafirmaban con su propio ejemplo los dichos enérgicos de la amiga. Hablaban a grandes rasgos de su propio caso como usuarios de la criptomoneda, enfatizando en su carácter epifánico. La moneda virtual, según lo que contaban, ya estaría circulando en Chile y Latinoamérica, y de una forma rauda, milagrosa, descentralizando todo a su paso, abriéndose camino a través de los baches de una economía monopólica, que va tambaleando por su propia entropía, minando todo a su alrededor con la decadencia progresiva de su valor. A todas luces, Bitcoin, digamos, la primera criptomoneda, vendría a ser algo así como la vanguardia financiera del siglo XXI, aquella que sacara a flote, casi como renacida, la enrevesada economía mundial a través de su ligereza de recursos (únicamente digitales), su valor siempre en constante alza, dada su cantidad limitada, y, por supuesto, su inclinación hacia una nueva forma de concebir el dinero en cuanto medio de intercambio, abogando por un paradigma cada vez más cooperativo, y menos individualista. Sin embargo, surgían, como era previsible, una serie de dudas. Primero, respecto a la persona o a los responsables detrás de tan novedoso deus ex machina. Para los accionistas, el creador sería un tal Satoshi Nakamoto, el cual en el fondo era solo un nombre, un señuelo para esconder la verdadera identidad de los implicados en el asunto. Hasta ahí, el punto con las criptomonedas se vuelve muy Mr Robot. Casualmente había revisado información al respecto, y la identidad del responsable habría sido revelada hace poco. Se trataría de Craig Steven Wright, un empresario australiano, quien habría confesado ser el creador de bitcoin. Pero tampoco esa versión sería convincente. Podría tratarse de otro enmascaramiento sutil, velo tras velo, para seguir ocultando a los auténticos gestores de toda esta revolución, puesto que el que se asumiera como responsable directo y total acabaría siendo sometido por un delito federal en Estados Unidos, por atentar contra la estabilidad del dólar. Nuevamente, el deja vu del episodio de la tercera temporada. Algo así como el Dark Army de la serie, pero en clave económica. El misterio en torno al origen de la criptomoneda, argumentaban los accionistas, lejos de intimidar a los primerizos y a los escépticos, debería impulsar a sus futuros usuarios, a cambiar su manera de concebir su relación con el dinero, y a su vez, de concebir la relación del dinero con la totalidad del sistema. Resumiendo, la Bitcoin equivalía a la buena nueva de la economía posmoderna, sus accionistas a los agentes evangelizadores, y los próximos usuarios a sus posibles feligreses que, en el fondo de su corazón, desearían inconscientemente sumarse a la causa pese a su miedo y reticencia inicial.

Otra interrogante surgía entre los invitados. Tenía que ver con que si era posible hackear Bitcoin, y la posible malversación de las criptomonedas para operaciones criminales. Ante un posible futuro distópico en el que colapsara la economía completa, argumentaba uno de los accionistas, la Bitcoin podría salvaguardar la seguridad de sus usuarios, al operar sin el intermediario bancario. Por otro lado, -decía-, el anonimato y la dificultad en el cálculo en las transacciones serían, -para el accionista- cuestiones que preocuparían a los bancos centrales, pero serían justamente una forma de maniobrar a la sombra del poder, una barricada virtual, que podría traer consigo el surgimiento de otros poderes desconocidos y maquiavélicos, pero ese sería el riesgo que habría que correr, en este sentido, para ellos, los presentes. El riesgo de combatir algo tan arraigado como el viejo concepto unilateral del dinero, en una red de relaciones cada vez más heterogénea e indeterminada. De ese modo, no habría jerarquías, solo la red completa de transacciones, visibles y clandestinas, circulando y acrecentando el valor de la nueva moneda. Visto de esa forma, para los usuarios reunidos, el Bitcoin habría nacido así con una necesidad y un propósito más o menos traducible, y ese no sería otro que el viejo y archisabido propósito de la supervivencia a toda costa, ahora digital, traducido, para el entendimiento de los mortales, bajo el lema del cambio, del cambio radical en la sociedad y en la realidad misma. Conclusión que se saca de todo esto: el sistema no muere, muta. No se trataría, como habría dicho Elliot, de eliminar Ecorp, sino que de hacerlo mejor. En definitiva, el dinero no tiene que morir. Tiene que ser mejor. 

Al final de aquella reunión, el último invitado, el de la pregunta sobre el hackeo, el que se veía en un principio más dubitativo, preguntando sobre la marcha, criticando, analizando todo, decía “ya estar adentro”. La palabra ya se había dictado. La sociedad Bitcoin era un hecho. Una chica a mi lado, seguía, pese a todo, con una desconfianza latente. Decía que había que informarse mejor, antes de invertir en algo que no se sabe a ciencia cierta cómo opera y de dónde procede. Una de las accionistas le replicaba, con premura, que no se trataba de pensar sino que de hacer. Mientras menos se pensase, y con mayor rapidez se entrase en el sistema para negociar, mejor, ya que la criptomoneda crecería de manera exponencial de aquí a los próximos años. Casi más rápido que el pensamiento. Materia sobre idea. Acción sobre reflexión. Pese a esto, la chica parecía irse luego, no del todo convencida, intrigada por algo que todavía no lograba comprender ni dimensionar del todo, como uno mismo. El resto, a simple vista, ya estaba adentro. La amiga, por su parte, con energía inconfundible, pese al misterioso perfil de alguno de los accionistas, con toda fe se volvía entonces hacia sus invitados, y zanjaba finalmente aquella reunión, aquel invisible rito de iniciación, con un saludo y una sonrisa contagiosa.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Guilliermanía

1

Guilliermanía en Plaza Victoria. Cualquiera de afuera creería que se trata del concierto de alguna banda de pop comercial, pero no, se trata solo de pirotecnia eleccionaria.


2

En el insomnia, teatro condell, estaban dando Los idiotas de Lars Von Trier. Justo a un costado, mientras se proyectaba la película, el show por la candidatura de Guillier. "No acallarán la democracia", comentaba un compadre, a modo de talla, dentro del cine.

Colegio Esperanza

Fui a dejar curriculum en el Colegio Esperanza, Quilpué. Pensaba en un principio que había extraviado la dirección. Una falta de fe latente, sumada a un estupor primaveral. El Colegio se hallaba finalmente cerca de lo que parecía una institución adventista. En la entrada al colegio no había nadie, excepto una pila de cabros saliendo extáticos, enfervorecidos ante el sol que pegaba fuerte luego del encierro. Cerca de la reja de entrada había un timbre. Justo al presionarlo, salía el portero rápidamente, extrañado ante lo que a todas luces era una visita tardía. Preguntaba qué era lo que buscaba. "Trabajo", me dije a mí mismo. Sin embargo, solo se le pasó el curriculum. Explicó que no estaban las secretarias, que él luego se las entregaría, una vez terminaran su dilatada hora de colación. "Bien, eso sería todo", le dije, pero el portero, antes de volver a su estrecha sala de vigilancia, había notado seguramente la aridez del encuentro, en el mero traspaso de un papel sin otra garantía que su escritura. Entonces soltó antes de irse: "No le prometo nada. Estamos copados, pero tiene que tener fe. En una de esas alguien sale": Su réplica era doblemente vinculante. Por un lado, no prometía nada pero por otra procuraba que el postulante no comiera ansias. Su cara de chiste lo delataba. No pude tampoco evitarla. El portero lo notó, y agregó al instante: "Y si no pasa nada, habrá que aserruchar el piso". Reía solo mientras un par de apoderados se le acercaban preguntándole algo. A lo lejos del colegio, una despedida protocolar, pero a la vez socarrona. La entrega del curriculum, en su realidad burocrática, apostaba a ese doble vínculo: la falta de expectativa y, a su vez, la irónica necesidad de la creencia. No había que perder la Esperanza, pero también había que estar dispuesto a aserruchar el cielo.

lunes, 16 de octubre de 2017

Opinaba Cioran el profesor: "Lo único que se debería enseñar a los jóvenes, es que no hay nada, digamos casi nada, que esperar de la vida. Sería ideal colgar en las escuelas un Cuadro de Decepciones, donde figuraran todos los desengaños reservados a cada quien". Un ramo llamado Desencanto hubiese sido, para el rumano, tan fundamental como Lenguaje y Matemáticas. Solo aquellos que aprobasen Desesperación podrían saberse aptos para la carrera de la vida y de la muerte.
“...Y hasta pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones imposibles en que se puede dar anticipadamente por cierto la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar…” decía Sigmund Freud en su Análisis terminable e interminable. Por supuesto que al plantear la imposibilidad del educar equiparable al propio ejercicio tortuoso del gobierno y del psicoanálisis, no estaba postulando a priori su falta de validez, sino que, dentro de ese imposible, entendía que se trataba de cuestiones de nunca acabar. Pareciera que cuanto más imposibles son, cuanto más chocan quienes las ejercen con los límites que imponen a sus fuerzas. Cuanto más se les resisten, más se vuelven sobre ellas. Lo imposible no equivale necesariamente, en este caso, a lo impotente, sino que a un iluso sentido de la creencia en el cambio. Lo imposible debiera llevar, por lógica, a la desilusión, a la persecución de una quimera con nombre de futuro, en la cual se proyectan heridas y trancas irresolutas. Sin embargo, en ese proceso, cuanto más imposible resulta, más real deviene aquello que se practica. El ejercicio de la pedagogía debiese, en este sentido, conjurar la desilusión y la imposibilidad, y, acto seguido, allanar la cancha hacia el encuentro con lo real. Hacia el nunca bien ponderado conocimiento de lo real.

domingo, 15 de octubre de 2017

"El mismo Rodrigo se dio cuenta de inmediato. Tuvo una intuición: quizás realmente debería haber dejado la cagá. Haber desatado el caos. Se lo dijo a Merino horas después de la performance: "Quizás debería haber cortado los teléfonos, haber cerrado las puertas con candados y cortarme unas venas en la frente para que mi rostro se cubriera de sangre. Debería haber hecho una huevá así".

El sueño de sábado por la noche. Iba caminando a través de un paraje costero, frente a frente a una fila enorme, que parecía detenerse a medida que avanzaba, en un movimiento contradictorio, irreversible. No recuerdo si en medio de ese gentío trataba de encontrar a una mujer perdida, si ya iba a mi lado también esperando por algo tras la fila o si solo era la proyección de un pensamiento persistente dentro del propio sueño. Mientras intentaba que el asunto se decantara, el mar de gente se hacía una sola masa únicamente distinguible por su algarabía. El movimiento era lo real, mas no su dirección. No entendía a dónde carajo se dirigían a través de ese paraje, ni tampoco de dónde veníamos nosotros, la chica ficcional y yo. Cada vez que la evocaba, en lugar de su voz o de su presencia carnal aparecía una imagen suya, etérea, mezcla de fugitiva y de mercenaria ochentera, una especie de Lolita de algún futuro retro. Apenas se hacía visible su silueta en forma de señuelo. Algo intentaba decir a través de ese estupor visual o solo se trataba de una distracción, de un placer incomprensible por la incertidumbre ajena. Mientras cavilaba sobre ese punto, el contorno del sueño se hacía más y más difuso. La imagen femenina quizá hacía de faro o de neón en medio de la oscuridad. En ese devaneo, la fila de gente se confundía con el borde de una playa sombría que poco a poco inundaba la totalidad del entorno. Justo antes de seguir caminando, casi automáticamente hacia esa playa, y cuando el mar irrumpía con fuerza sobre la masa inerte, me di cuenta que llevaba cargando todo el tiempo lo que parecía ser el brazo de una mujer. ¿El brazo de ella? Hasta cierto punto el brazo lucía más artificial que auténtico. En el momento que di con el misterioso brazo, y su aparición absurda, surge la última imagen de aquella fugitiva de los sueños, irrumpiendo sobre la playa esta vez inundada como un solo bloque de mar. El gentío se dirigía hacia él en una maniobra inexplicablemente suicida. Miento. Desaparecía de un momento a otro, así sin más. En ese punto era cuando la ensoñación comenzaba a decaer. Ni idea del brazo o de la aparición acuática de nuestra musa. Solo alcancé a concebir, en retrospectiva, un fotograma de la Blade Runner 2049. El de la acompañante virtual de K. Justo en ese momento, un fastidioso dolor en la sien izquierda, de amanecida, completó el desasosiego.

sábado, 14 de octubre de 2017

El Autor ha muerto. No es una sentencia pretenciosa en clave nietzscheana. Tampoco una paráfrasis a los dichos de Barthes. En realidad, el escritor anónimo que firmaba sus libros como "El Autor" ha muerto. Negrete Ruiz, su verdadero nombre, decía que prefería mantener su identidad en secreto, según dijo a El Mercurio porque "no me interesa que mi nombre aparezca en Google. Cuando tenga unas cuatro a seis novelas publicadas, quizá sea el momento. Para mí es importante que se asiente en el mercado la marca 'El Autor'. Aparte, si publicara con mi nombre no vendería nada, porque los lectores me conocen como 'El Autor'".

Divino Anticristo.


Una chica de colores vivos se sienta en el suelo del metro, justo a un costado de la puerta. Estación La Concepción. Se pone los audífonos y permanece en un tranquilo estado de evasión. No parecía perturbarle ni la gente pasajera ni el ajetreo de los ambulantes. En el lapso de unos veinte minutos, justo frente suyo, un loco vendedor de alfajores pasa de manera reiterada. Saluda de la mano a un compadre de guitarra que toca, en el mismo perímetro de la chica. Conversan cuestiones personales, echando la talla. Bromean sobre quien lograba "venderla" mejor. La chica, por algún desconocido motivo, los mira y comienza a sonreír. El loco de los alfajores, que le había echado el ojo, se da cuenta y sigue la corriente. Su breve e improvisada maniobra con su amigo el guitarrista había comenzado -seguramente- a raíz del gesto de la chica. Al advertir una segunda sonrisa, se retira a vender en el otro vagón. Vuelve luego y, esta vez, insiste en venderle un alfajor. No lo logra, a pesar de su simpatía. De esa forma, se despide del guitarrista que ya empezaba a colocar el amplificador, no sin antes regalarle un alfajor a la chica, justo al salir por la puerta hacia Estación Chorrillos. Efímero cruce de miradas. La muchacha guarda el alfajor en la mochila, se ajusta los audífonos y vuelve a su estado sereno, musical. El guitarrista, frente a frente, empieza tocando un tema de Gondwana, Sentimiento original. A medida que avanza, la gente impertérrita, casi impasible. Sin previo aviso, la muchacha que lucía en un principio completamente indiferente a cualquier otro estímulo que no fuese el de su playlist incógnito y personal, tararea de manera tenue y casi imperceptible, el estribillo del tema. Pasa, en una suerte de remix, a Armonía de Amor, y continúa el azaroso e involuntario dúo. En sus labios se deja leer claramente: "un sentimiento es un corazón". El guitarrista disimula pero no puede contenerse. Sigue así su rasgueo y su canto hasta que el metro avisa sobre el hecho de que había que cooperar por un mejor viaje para todos. La voz mecánica hace de contrapunto. El ruido habitual vuelve luego de solicitar la correspondiente limosna. El dúo se desarma entonces, producto del devenir de la máquina de hierro. La velocidad había invocado la música, pero ahora reinauguraba el silencio. De manera fugaz el guitarrista guarda su guitarra y su equipo, retirándose en el momento de solicitar la última cooperación voluntaria. La chica, seria, aún sentada en el suelo, vuelve así a su solitaria sesión, bajándose solo dos estaciones después.

viernes, 13 de octubre de 2017

El Instituto Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford publicó hace poco un estudio en el que prevé hitos de la Inteligencia Artificial de aquí a cincuenta años más. Uno de los hitos señala que para el año 2049 app la IA ya podrá escribir una novela que llegue a la lista de best sellers de NY Times. En la nota a la noticia, Rómulo Fuentes, investigador del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica, acotó que la inteligencia artificial nos permitirá automatizar tareas engorrosas que hoy demandan mucho tiempo, por lo que "estos pronósticos hay que verlos como una liberación". Unos lo ven con pesimismo, puesto que muchos quedarán sin pega. Otros, en cambio, con un entusiasmo inusual, puesto que significará el momento en que la IA por fin pueda abarcar todo el espectro de la cultura, no solo la dimensión técnica-mecánica. No sé ustedes, pero la posibilidad de una novela escrita enteramente por una Inteligencia Artificial resulta del todo intrigante. A qué autores recordaría, entendiendo que toda novela, que todo texto se inscribe dentro de un discurso y de un continuo. Y, por sobre todo, qué clase de bizarras historias contaría, suponiendo que una IA fuese capaz de inscribir un relato en el universo. Señoras y señores, como dijo el Indio Solari, el futuro ya llegó. Estamos ad portas del siglo de la automatización.

El cráneo

Unos cabros del primero revisaban noticias. Salió a raíz de la noticia por un cráneo encontrado en la costa de Valpo una pregunta algo indiscreta. "Profesor, si por ejemplo alguien entrase a su casa y amenazase a su familia, ¿usted sería capaz de matarlo?". Reconozco que la pregunta, aunque predecible, me dejó anonadado por lo directa. Le iba a responder que sí, que solo por defensa propia, sin reflexionar ni cavilar demasiado la réplica, casi respondiendo sobre la marcha, estando demasiado pendiente de lo que ocurría además en el resto de la clase, pero tampoco despegando del eje de atención en torno a la posibilidad remota del asesinato como alternativa hipotética. En eso su compañero de al lado lo escuchaba, y contestaba directamente que no. Que a todas luces no sería capaz de matar a nadie, fueran cuales fueran las circunstancias. Que además eso resultaría, para la justicia, algo ilegal. "Es ilegal matar a alguien en este país, wn. Aquí la víctima si se involucra paga lo mismo que el victimario". El chico del principio, intrigado por la respuesta de su compañero, y contrario a su posición, le rebatía diciendo que sí era legal, siempre cuando fuese en legítima defensa. "Y además siempre cuando seas hijo de algún político". Así hacía las veces de abogado del diablo, sin realmente planearlo, y ambos seguían su propia discusión sobre la moralidad y la (i)legalidad del asesinato en un caso extremo. Mientras se iban metiendo cada vez más en sus argumentos, se abstraían poco a poco de la clase, hasta que sobre su discurso solo se dejaba ver el ánimo bélico de sus posturas antagónicas. "Eso es lo que debería provocar el tema de la muerte en clases", me dije posteriormente. Ante la energía de los cabros la realidad de la clase se volvía una pura tribuna bulliciosa, ya no indiferente, solo indirectamente pasiva. No importaba la prolijidad, ni siquiera la razón de sus dichos, solo la extraña y oscura razón que les impelía a seguir discutiendo hasta el fin sobre un punto tan delicado y polémico.

Nadie ganó. La discusión quedó en nada. Los cabros perdían de repente la concentración y su brillante discusión se evaporaba junto con el desconcierto general de la clase. Solo permanece abierta la gran interrogante sobre el dilema aún no resuelta como una nube invisible amenazando con desatar una tormenta. La interpelación por un hipotético caso extremo en donde no quede otra opción que matar o morir. Parece que solo se puede saber la verdad del caso estando en los zapatos de la víctima o del victimario imaginario. Se mira a huevo pero no se alcanza a sopesar ni dimensionar todavía el dilema en toda su profundidad. Aquel cráneo hallado en una costa de Valparaíso, sin duda, había sentado un precedente. Había instalado la inmortal duda sobre la necesidad de matar. Sobre la necesidad de morir. Los cabros habían olvidado tan rápido su tesis como habían olvidado la idea de la muerte. Ahí radica el verdadero peligro. El cráneo sigue, sin embargo, pululando silenciosamente en sus mentes. Lo sé por qué también sigue pululando en la mía. Sigue sostenido de forma inevitable sobre sus palmas como Hamlet. Su imagen es lo que no debe nunca desaparecer.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Mike Patton a dt de la Roja. El lema de la selección sería: faith no more.

Blade Runner 2049

Cuando fui a ver Blade Runner 2049 estaba la sala casi completamente vacía. La soledad del visionado hizo que el cine se volviese una suerte de recámara virtual. En ella las imágenes de la película tenían su reflejo en la existencia vicaria de los supuestos espectadores que en ese momento deberían haber llenado la función. ¿Acaso no somos otra cosa que esos reflejos de espectadores? ¿Acaso nuestra vida fue pensada ya por otros? ¿Son nuestros recuerdos algo auténtico, orgánico o producto de la intervención de una lente artificial? La Blade Runner de Villenueve desarrolla sin duda ese mismo tono filosófico de la de Scott con un ritmo cansino y una mirada contemplativa a la distopía tecnológica, pero lo pasa bajo el cedazo del simulacro en una sociedad donde el límite entre lo real y lo ficticio aparece como una maquinación más. Nada más que otra vaga proyección, otra sombra conspirando a tientas bajo la atmósfera opaca y densa del cyberpunk.

En la vieja Blade Runner el cuestionamiento profundo apuntaba a la pregunta más elemental: Pero ¿Quién vive?. ¿Será acaso la conciencia sobre la finitud de las cosas el signo inconfundible de lo humano (incluso en los replicantes)? ¿Será acaso esa conciencia de la muerte su reflexión más señera, y a la vez, su completa desindividuación?. El pequeño unicornio en aquella mítica secuencia no era otra cosa que el sueño de esa conciencia. La aspiración de ser que divaga a través de sus propias ilusiones. La tecnología en la antigua película, entonces, era la forma en que esas ilusiones cobraban vida en la forma de la creación. Por su parte, tenemos que en la nueva Blade Runner se profundiza en la interrogante sobre quién vive, si lo vivido es real o es un implante (un sueño a lo Calderón de la Barca), pero, en cambio, se inclina por la problemática de la simulación virtual, en una distopía donde abundan los personajes aislados bajo las ruinas de un mundo hiperconectado, una maquinaria omnipresente pero, al mismo tiempo, desoladora, enajenante. K o Joe, en un paralelo a Her de Spike Jonze, por ejemplo, lleva siempre consigo una compañera afectiva producto del avance de la virtualidad, vacía de cuerpo, de alma, pero casi tan real como los sentimientos que de ella se desprenden. Y Deckard, por otro lado, lejos de la influencia de la nueva Wallace Corporation, intentando sobrevivir bajo la melancolía de la nostalgia, más allá del páramo del futuro, evoca los recuerdos de su pasado, a gusto con sus fantasmas internos y sus hologramas digitales, haciendo de su aislamiento la forma en que resiste la esquizofrenia de un universo que masacra y olvida a paso de máquina la condición humana, inclusive la condición replicante, la mismísima capacidad de sentir, de zozobrar ante la existencia, el destino.

Sin otra cosa más que agregar al ánimo digresivo que de por sí provoca la propia obra de Philip Dick, esta secuela se dejaba ver en sus momentos de mayor dilatación narrativa y de mayor espectacularidad visual como una ópera de ciencia ficción en la cual el telón de fondo era, antes que nada, la remota soledad del mundo del futuro, con sus personajes fracturados, conflictuados, en busca de una conexión perdida, sus desiertos, sus paisajes radiactivos, sus callejones, sus recovecos oscuros en medio de la masa urbana, de hecho más autómata que cualquiera de los replicantes en cuanto seres clandestinos que hallan en su indeterminación ontológica su leitmotiv, su fuerza y su espíritu, dándose de bruces contra el sistema que los reduce y contra la pérdida de la bendita singularidad. ¿El pensarte a ti mismo te vuelve acaso alguien especial o solo parte de la misma enorme cadena reproductiva? ¿Al pensarse uno necesariamente se aísla o por el contrario se integra? En un visionado ideal, los pocos espectadores de la película, en aquella gran sala semi vacía, hubieran pensado también algo parecido. Saldrían de aquel cine, pálidos, estupefactos, pero también irónicos, preguntándose cuánto de humano o cuánto de replicante queda todavía bajo esos números de serie, esas apariencias mercantiles, esa actitud rutinaria, mecánica, de regreso a la calle como de vuelta a ninguna parte.



El arrendador me acaba de informar que ha muerto un inquilino del departamento. Precisó que su muerte había sido el viernes. La cuestión me tomó por sorpresa. No lo podía creer, pero hablaba en serio. La muerte es así, caprichosa, impredecible. Estamos pa la cagá, mencionó el compadre. Una serenidad aparente, pero por dentro un estupor, una resignación, ante la falta de explicaciones. El compadre se iba rápido al trabajo. Justo al entrar de nuevo a la pieza para barrer lo último, pasa la vecina del depa, doy la vuelta y nos mira con una sonrisa corta al paso, tan tranquila como inquietante. El poco de polvo que quedaba en el borde de la puerta, a su vez, se esfuma junto con el sol que pega en la ventana. Resumen del día. Vil metáfora de la vida.

lunes, 9 de octubre de 2017

Para Lester Bangs, 1973 fue el año en que murió el rock and roll. Casualmente en esa época fue también el golpe militar.

Artés, nuestro Capitán Nemo

El Capitán Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino. Un personaje romántico, obsesionado por un misterio encausado en la ciencia, explorando lo desconocido en su submarino Nautilus, también yendo en ayuda de los revolucionarios griegos de la época, y vengándose de todos los invasores ingleses por arrebatarle su antigua vida. A raíz del debate de los presidenciables, caímos en la cuenta con un amigo que el clásico personaje de Verne podría ser algo así como un arquetipo del idealista, similar a lo que fue la figura del Quijote en su tiempo. Artés, el más utópico de los presidenciables, sería, de ese modo, un auténtico "Capitán Nemo eleccionario", montando dentro de su propia ideología como dentro del Nautilus, su proyecto de sociedad temerario, sin lugar en una realidad funcionalista, atravesando un océano de tecnocracia y conformismo sin un programa inmediato, solo con la pura respiración de su espíritu. Se sabe destinado al fracaso, pero lo hace para apostar por un futuro remoto, algo tan literario como incierto. Su lema "Volver al futuro es volver al socialismo", sería el epítome de aquella propuesta. Una paradoja temporal, resuelta en la osadía de su sueño político. Porque al final, solo dejándose sabotear en el fondo del océano, diluyendo su influencia por completo, encuentra algo parecido a una meta. Sabe que su lugar estuvo siempre en las profundidades, jamás en la superficie.

Encuentro de Dos Mundos

En las efemérides del instituto aparecía mencionado el calificativo para estas fechas: Encuentro de dos mundos. ¿Desde cuándo habrán cambiado el clásico “Día de la Raza”? Resulta previsible el motivo del cambio, de acuerdo a la corrección política, en el cual el eufemismo cobra la forma de una nueva identidad semántica. Aún así, el nuevo calificativo continúa sonando vacío, meramente superficial. ¿A qué clase de encuentro se refieren? En el colegio me acordé que celebraban el famoso día y pedían imaginar cómo habría sido el arribo de Colón a suelos americanos. Uno de los compañeros me mostraba un dibujo que había hecho. Era un enfrentamiento caricaturesco entre españoles contra indígenas con metralletas y explosivos. Un dibujo pasado a videojuego. En su batalla ficticia, los indígenas parecían ir ganando por masacre, pero los españoles seguían aguardando mar adentro, planeando una venganza subrepticia. Años más tarde, escribo una tesis sobre la novela Los perros del paraíso de Abel Posse, en la cual el autor precisamente lo que hizo fue reinterpretar, en forma de parodia y versión carnavalesca, el hecho del “descubrimiento”, desde la nueva novela histórica. Así, América sería su propio pandemonio, al constituir el escenario en el cual la búsqueda colombina del paraíso terrenal fracasa, opacada por el contrato comercial y religioso de la Corona. La palabra encuentro entonces ya no es solo vacía, sino que además genera un ruido. El encuentro no fue neutral, ni mucho menos, sincrético. Ante la vacilación por esa palabra, es obvio que tampoco se puede volver a la antigua denominación por sonar demasiado racista para las mentes susceptibles. El problema en la interpretación de aquel evento persistirá, en el fondo, porque cualquier denominación que se proponga no será suficiente. Día de la Raza suena violento. Encuentro de dos mundos no, pero insiste en invisibilizar la naturaleza de aquel encuentro, merced a un progresismo sin el rigor ni la memoria necesaria. Otros países, en cambio, como Nicaragua o Venezuela hablan del Día de la resistencia indígena, tomando partido abiertamente por lo que ellos llaman las “víctimas de la colonización occidental”, inspirados tal vez por un espíritu de insurrección antiquísimo. De esa forma, se sigue en un limbo general de la significación, sin diálogo ni consenso posible. En lugar de revelar otra mirada se sigue escondiendo y encubriendo la verdad sobre aquel viejo y paradigmático 12 de Octubre. Resulta algo delicado, en suma, nominar un hecho como el del “descubrimiento” sin dejar de lado la sombra del concepto. El equilibrio en este punto resultaría igualmente cómplice. Por eso autores como Posse insistían en la ficción, porque la verdad de América simplemente constituye un abismo en la historia universal. Un abismo aún insondable, todavía demasiado hondo para indagar en sus secretos y recovecos. Tenía razón Edmundo O Gorman, en este punto, al señalar que América no fue realmente descubierta, sino que fue más bien inventada. Su invención habría inaugurado el conflicto, pero hay algo en ella que se resiste aún a ser nominado, pese al paso inexorable del tiempo. Esa resistencia no sería otra cosa que el infranqueable rostro del otro.

domingo, 8 de octubre de 2017

Enter Sandman

Imaginé que en una disco flaite, a altas horas de la madrugada, casi al estar cerrando la pista de baile, en lugar de los lentos, sonaba de la nada, y de manera imprevista, Enter Sandman de Metallica. Los asistentes, en vez de huir despavoridos, como era de esperarse, o de patear la perra ante el cambio radical de ritmo, increíblemente comenzaban a vacilar la música, imbuidos de una energía incontrolable, al punto de ser poseídos, sin dominio de sí mismos. Ya agotados de tanto cabeceo y movimiento errático, y al acabar por completo la canción, todo en la disco parecía contraerse de manera progresiva, hasta que la realidad acabó poco a poco desintegrándose en un misterioso vórtice negro. Todos cerraron los ojos intentando borrar la pesadilla. Al abrirlos no quedaba otra cosa que un gran vacío, y no se escuchaba otra cosa que un insufrible silencio.

sábado, 7 de octubre de 2017

Según el fragmento de una entrevista que salía en un cuadernillo PSU, Parra habría demorado mucho tiempo en publicar sus Poemas y antipoemas, temiendo que su obra fuese medida con un solo metro: Neruda. Así como en la Física se habla de un ohm o de un newton, se sabe que por esos años en poesía se hablaba de un Neruda, y se trataba de ver cuántos nerudas había en cada poeta nuevo. De esa forma, recién en 1953 Parra envió su libro al concurso del Sindicato de Escritores con un seudónimo, y en un sobre aparte, el nombre verdadero, como siempre se hace. Pero temiendo que lo pillaran y que la mafia literaria entrara en acción, se puso el seudónimo de Juan Nadie (indirecta alusión a Ulises de La Odisea) y, en el autor correspondiente a ese seudónimo, colocó Rodrigo Flores, el nombre de un amigo del antipoeta, campeón de ajedrez e ingeniero. Un día anunciaron que los tres primeros premios se los había llevado el tal Rodrigo Flores, y entonces empezaron a llamar a su amigo el ajedrecista para felicitarlo, quien por supuesto no entendía nada. Fue así que, luego de esa jugada maestra, Parra se presentó en la Biblioteca Nacional ante el presidente del Sindicato para explicarle las razones del caso. Y el resto es historia conocida. Cabría asociar así la figura del poeta con la figura del impostor, que trasvasija identidades, que muda de voces, incluso de motivos, como quien muda de ropa y de calzoncillos. Sería el poeta, de ese modo, la persona, el personaje, en el sentido pleno del enmascaramiento; y el antipoeta, por ende, su doble irónico, su némesis.
La secretaria del preu de Quillota, la única con la cual guardo confianza, me explicaba adonde había ido estos últimos días, luego de preguntarle por qué se había perdido. En un principio me señaló que a ninguna parte, mostrándose un tanto esquiva con la pregunta. Después se soltó y dijo que había ido de camping con la congregación. Al notar el rostro de extrañeza sobre la mención de su destino, confesó que era evangélica hace más o menos alrededor de una década. Fue en ese entonces que, según ella, "encontró a Dios". "Y vino para quedarse a mi vida" recalcaba, sonriente, con una naturalidad tierna, de una simpatía consustancial a su persona. Ese rasgo suyo le fluía solo, y tal vez por eso logré conectar con ella más allá del contacto protocolar. El enterarme sobre su creencia religiosa, contrario a lo que pensaría, no mermó el interés. Había algo en ella que resultaba atractivo en tanto reflejaba una armonía entre su espontaneidad y el convencionalismo de su credo. Para ser sincero, si no me lo hubiera confesado, nunca hubiese creído que era evangélica. Su carácter con su belleza tenían tal simetría que hacía difícil incluso sospechar que alguien como ella siguiese ideas tan caducas. Pero ni su costumbre ni su cosmovisión eran impedimento para sellar el trato que había florecido solo a raíz de un par de encuentros, miradas y palabras al paso. Cuando me disponía a salir hoy, una vez que me ayudaba con los alumnos ausentes de la clase, volvía empecinada en atender a los apoderados que iban llegando. Como tantas otras veces, daba la vuelta esperando el momento propicio para intercambiar con la secretaria siquiera un par de palabras, antes de marchar de aquel lugar rutinario. Cuando iba llegando a la puerta de salida, se ponía de pie casualmente. El beso de despedida, de rigor. Y luego, la pregunta final: “¿la veré pronto?”. A lo que ella, respondía resuelta: “Si Dios quiere”. No había ninguna expectativa, ni en ese encuentro ni en esa comunicación, porque solo se trataba de algo fugaz de algo demasiado secular, porque en definitiva era solo su Dios el que se asomaba en el horizonte, y afuera de esa puerta sabíamos que no existía otra cosa que su sombra y su desaparición.

viernes, 6 de octubre de 2017

Camaro o Rubicon

"Qué dice, profe ¿Camaro o Rubicon?". El mismo chico del otro día, el de las zapatillas blancas, esta vez me preguntaba respecto a la marca del auto que su padre supuestamente le regalaría para fin de año. Decía no poder decidirse por ninguno de los dos modelitos. Le dije, siguiéndole la corriente, que debía cotizar bien. El Camaro era un auto más deportivo. En cambio, el Rubicon era todoterreno. "¿Le gustan las carreras o prefiere las pistas peligrosas?". Al preguntarle eso intentaba ayudar al chico con su dilemático problema existencial. "Prefiero la ciudad", respondía, decidido finalmente por el Camaro, que ya consideraba suyo. En eso entraba el colega de inglés. Le pregunté lo mismo que el chico me preguntó al principio: "Ahora, profesor, elija ¿Camaro o Rubicon?". El colega, medio perdido con la interrogante, señaló que para quién era el auto. "¿Quiere comprarse uno acaso, profesor? ¿Quiere llegar más rápido a la pega o quiere mandarse a cambiar?". Su salida irónica le ayudó a sortear la duda en tiempo récord. Le respondía entonces de vuelta: "No, nada de eso. Yo con suerte ubico las leyes del tránsito. Es para el chico acá. Hay que ayudarlo con su dilema de vida o muerte". Después de replicarle, dijo que la elección dependería de lo que quiere conseguir el chico con el auto. "Y estimado ¿para qué quiere el auto? ¿para lucirse o para la aventura?". Justo en ese instante, entraba el director y, habiendo escuchado la conversación desde la oficina, le recomendó al chico que debía elegir siguiendo su propio criterio: "Usted debe elegir lo que le dicte su corazón. Luego, con la cabeza, pensar en los beneficios". No sabíamos si su comentario era una tomadura de pelo o si efectivamente era un consejo sincero. El chico tomó así un breve respiro y explicó que quería un auto realmente para andar por la ciudad con toda soltura: "Es como un sueño, profes. Conducir por el centro en un auto pulento". De ese modo, la elección estaba hecha para nuestro simpático alumno. El Camaro era sin duda la elección definitiva, la solución a su dilema. Ninguno de nosotros creía del todo, sin embargo, ni en la historia ni en el sueño del chico. Tal vez porque sonaba inverosímil que a un alumno nuestro le regalasen, con total facilidad, algo tan caro, cosa que a ninguno, al parecer, le habría podido ocurrir. Pero lo que importaba en ese momento era la versión del chico. Su entusiasmo por el automóvil. Su entusiasmo por una idea. El supuesto regalo de su padre lo llevaría a cumplir su deseo, que sería el de ganar una carrera todavía imaginaria, una ruta feliz a través de su propio concepto de velocidad.

miércoles, 4 de octubre de 2017

El Martes antes de tomar la micro hacia valpo, una pareja con un niño chico se me acercó rápidamente. Me pidieron si podía ayudarlos con dinero para la locomoción. Decían ser del sur, y estar literalmente perdidos en Viña. El hombre remarcaba que era humillante pedirlo, porque según él no tenían nada de nada. Les pregunté adonde pensaban ir. Él aseveró que "hacia ningún lugar en particular. Adonde fuese". Luego, la mujer agregó que en verdad iban rumbo a Casablanca, pero más tarde, que por lo pronto les servía cualquier aporte. La cara del niño chico era de aburrimiento y pesadumbre. No quise aceptar su historia de buenas a primeras. Podría haber sido el cuento de cualquiera para aprovecharse de la buena fe de ciertos transeúntes (o de su ingenuidad). Pero esa vez, quizá motivado más por el desapego que por la confianza, hice la excepción. Abrí la chauchera y les entregué, sin compromiso, una moneda de quina (lo que valía más o menos el pasaje en micro). El rostro de los padres cambió de inmediato. La cara del chico, sin embargo, seguía siendo la misma. Se dieron la vuelta apenas cambió el color del semáforo. El niño luego, a lo lejos en Ecuador, le tiraba las ropas a su madre, e indicaba con el dedo índice hacia el centro de viña, con destino desconocido.
Casi al llegar a la plaza de los sueños, se escuchaba Comfortably numb de Pink Floyd. Mientras seguía caminando pensé que la música venía del edificio verde frente a la plaza, pero no. Venía del parlante cilíndrico de un señor solitario, sentado frente a la curva de la calle. Sonaba el estribillo de Waters, a punto del solo de Gilmour, mientras el señor miraba fijo, casi entumecido, el atochamiento de vehículos en toda la esquina de Edwards, como en un sueño lúcido.
"Schopenhauer detestaba a Hegel. Decía siempre: “¡Ese zopenco de Hegel!”. Y para desafiarlo, fijó la hora de sus propios cursos en la Universidad de Berlín a la misma hora que los de aquél. El resultado: la sala de Hegel estaba siempre llena y, la suya, siempre vacía…" Gombrowicz, Filosofía del outsider moribundo. Solo cabrían, para Gombrowicz, dos clases de filósofos: los que llenas salas y los que las vacían.

Horacio Potel

“Cortar los envíos, es la muerte, y es esto los que los militantes fundamentalistas del copyright quieren imponer en la Web, quitándole todo potencial para domesticarla como instrumento de venta de baratijas. Pero como alguna vez dijo Derrida: «Heredo algo que también debo transmitir: ya sea algo chocante o no, no hay derecho de propiedad sobre la herencia». Es esta herencia que no le pertenece a nadie y que nos forma a todos, esta herencia que es el don común sobre el que se construye lo nuevo, lo que se está atacando al atacar la difusión y el acceso de todas y todos a la misma. Es lógico, la herencia de la filosofía, del pensamiento crítico es demasiado peligrosa para los hombres del mercado, puede hacer creer que no necesitamos de tutores ni de encargados para atrevernos a saber, tal como en la lejana época en que la burguesía era aún ilustrada, quería el viejo Kant”.

“La survie, la sobre-vida, la ultra-vida de Jacques Derrida, está asegurada en mi imposibilidad de decirlo todo. Pero ¿y de mí? no quisiera decir de mí todo, decir quién soy, decírmelo, ¿no es el escribir una carrera alocada para escribirlo todo antes de que la muerte ponga fin a todo, termine con todo? Pero acá hay otro error. Nada ni nadie termina nada ni nadie. Ni la muerte termina”.


martes, 3 de octubre de 2017

"Mire, ¿quiere ver algo bonito?". Un cabro en la sala de profes me mostró en el celu un par de zapatillas blancas marca Nike, Lifestyle. "Me costaron casi gamba y media. Me gasté prácticamente toda la mesada", repetía, enfatizando que lo suyo había sido un sacrificio enorme. "Tenía que comprarlas. No pude aguantarme. No me importa andar pato, pero ya tengo este par de bellezas", volvía a explicar, ahora con evidente orgullo. "Una cosa por otra", le repliqué, aludiendo a que no tenía opción: tomar o dejar aquellas zapatillas. Es así en todo orden de cosas. Tomar o dejar. Ceder ante el deseo por algo o recular en el último momento, viendo qué otra cosa hipotéticamente más productiva se puede hacer con el vuelto de los bolsillos.
Brígido. Un escritor de armas tomar.


http://www.mqltv.com/viajo-600-kilometros-para-golpear-a-la-unica-persona-que-hizo-una-critica-de-su-libro/
Stephan Paddock, el responsable del mortal tiroteo en Las Vegas. No se le ha vinculado con ningún grupo. El FBI descartó algún vínculo con el ISIS. Sus antecedentes tampoco revelaron ninguna pulsión asesina. Solo se sabe que su padre era un ladrón de bancos. Pero nada, ninguna sombra del pasado, parecía influir directamente en su vida, ni menos gatillar semejante despliegue de violencia. Ante la incertidumbre respecto a los motivos y la desvinculación de sus acciones, los medios optaron por llamar a Paddock de una manera insólita: "un lobo solitario". Habría actuado completamente solo, sin conexión alguna con el mundo criminal y con alguna voluntad "terrorista", solo impulsado por razones oscuras, desconocidas. Lo más inaudito de todo es que esa hipótesis del lobo debería poder disminuir el tenor del conflicto. Sin embargo, esa propia oscuridad, esa propia falta aparente de motivación mayor vuelve el hecho algo todavía más irracional. Hay algo que los medios, en este punto, no pueden dilucidar aún. El lobo solitario (término policial) actúa por su cuenta pero no es tan solo un ente aislado. Podría de hecho formar parte indirecta de una manada invisible, subrepticia, siguiendo incluso el rastro de algún complot ideológico. Hay algo más: el lobo solitario podría ser, en realidad, el señuelo de algún orden clandestino, funcionando fuera del ojo público, de manera secreta. Mas nada de esto resulta, después de todo, algo definitivo. Por lo pronto lo único verdadero, contingente, acaba siendo el horror de la estupefacción, la falta de timón ante los hechos, el caos completo en toda su crudeza.Principio del formulario

El siete es para Dios

"El siete es para Dios". De esa clásica frase antigua dicha por profesores levantados de raja, se pueden desprender conclusiones y disquisiciones todavía más absurdas:
-Que el alumno que se declarara ateo renunciaría, por definición, al siete.
-Que la máxima calificación sería solo una idea inalcanzable sin realidad empírica, y aquellos que pretendieran obtenerla solo pasarían por competidores exigentes y obsesivos, idealistas u optimistas ilusos. 
-Que el siete solo existiría, de ese modo, en una realidad metafísica, las notas inferiores representarían la realidad material y las notas rojas la representación simbólica del infierno (de ahí el color rojo y el carácter penitente de los que obtuvieran esa notas).
-Que el profesor que declarara aquella frase caería en el dilema de estar por debajo de Dios y no poder colocar el siete, o con el ego al mismo nivel de Dios y, en cambio, adjudicarse la nota a sí mismo, en una auto calificación sarcástica, saboteando su propio espíritu evaluativo.

lunes, 2 de octubre de 2017

Artés, dicho por Paulsen, "el único candidato que reconoce que no va a ganar". Un Quijote. Un buen perdedor.

domingo, 1 de octubre de 2017

El tábano y el perro

Se sabe que Sócrates fue llamado en su tiempo, con suma animadversión, el "tábano de Atenas", en relación a aquellas moscas enormes que revolotean alrededor de la mierda y molestan a caballos y a personas por partes iguales. "Dios me puso sobre la ciudad como al tábano sobre el caballo, para que no se duerma y amodorre". Por su parte, Diógenes el cínico fue llamado así, por una vida y una conducta similar a la de los canes, de completa desfachatez y desvergüenza. "Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro", algo que luego el propio Lord Byron habría repetido, imbuido de un salvaje sentimiento romántico. Años más tarde, Gilles Deleuze afirmaría que "una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía". Michel Onfray diría finalmente, respecto a la figura del cínico que "es un insolente para quien la filosofía es un antídoto contra la perpetua arrogancia de los mediocres". 
En términos filosóficos, el fastidio y la provocación tendrían su perfecta alegoría en el tábano y el perro. No se concibe pues ninguna otra virtud más elevada para el pensamiento. La filosofía debería ser así, siguiendo a los maestros, un revoloteo, un ladrido, en el mejor de los casos, una picadura, una mordida constante.