domingo, 29 de mayo de 2016

Espíritus chocarreros de la responsabilidad

Este fin de semana soñé dos sueños extrañísimos, consecutivamente, el sábado en la madrugada y anoche domingo en la madrugada. El sueño del sábado tenía una conclusión de pesadilla. El espacio físico era el de una casa de la cual no había salida aparente, ni tampoco razón de estar allí de antemano. Al parecer la casa rememoraba la de hace algunos años, cuando todavía debía pedir permiso para salir. En esa casa, mediante escenas algo difusas, como sacadas de alguna película paranormal barata, poco a poco se iban sucediendo fenómenos fuera de lo común. A lo poltergeist, las cosas se caían o se movían solas. Intuía que se trataba de una casa, como en lo de Cortázar, tomada pero por algo que la poseía: un encantamiento o algún mal espíritu. Recordé a la bisabuela fallecida con ese pensamiento mágico. Hablaba de casas tomadas por alguna mala vibración o una energía hostil, energía proveniente no necesariamente de entidades extrañas sino que de hechos o personas que alguna vez allí habitaron, bajo circunstancias no del todo favorables. El hecho es que en el sueño el lugar se iba "encantando" cada vez más. Hasta que en una parte aparecía una niña de la nada, entrando a la pieza de improviso, sin una mano. El encantamiento crecía producto de la incertidumbre. Esa niña representaba el clímax del encantamiento. Desperté agitado. Pensé si acaso se había tratado de la película de miedo de cuarta categoría que quedó sintonizada con la televisión prendida toda la noche. 

El sueño del domingo en cambio remitía a otro escenario: una mezcla de una institución educativa y un teatro. El conflicto del sueño era el de rehusarse a hacer el papel de director de la orquesta. Había una función o una clase y alguien debía conducirla. El miedo venía dado por una negativa que nunca acababa. A medida que rechazaba ese rol, el imperativo se hacía más fuerte. Seguía insistente en la decisión de no tomar partido. El motivo del sueño era desistir de la dirección de la orquesta. La orquesta podía ser el mundo, o la propia vida. 

Lo más extraño de ambos sueños pesadillescos, sin embargo, no era precisamente lo que ocurría dentro de ellos. Era el hecho de que sucedieron después de haber salido de juerga las dos noches consecutivas. Una especie de sensación kafkiana después de burlar la realidad de la semana. Una especie de espíritu chocarrero de la responsabilidad. La resaca del día siguiente fue, en ese sentido, casi un masaje mental. Los sueños al parecer fueron solo la sombra de aquella sensación.