sábado, 29 de septiembre de 2018

"Vendrán días mejores", se dejaba leer en la carta de Rimbaud a su madre, en una de las cartas de África. Tres semanas después sufrió la amputación de su pierna enferma llegando a Marsella. Pese a eso, la infección recorrió todo su cuerpo y murió meses después. Días mejores, tiempos mejores. Palabras de un poeta precoz que se hacía llamar vidente.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Lo único que leí entero de Diamela Eltit recuerdo que fue El padre mío, para Teoría y Crítica. La grabación del testimonio hablado de un esquizoide de Conchalí. Sin duda un ejercicio vanguardista, en ocasión en que todo era puramente un narrador creando un relato y una diégesis. Un narrador a ratos unívoco, omnipresente. El punto del libro era desde dónde situar aquel testimonio, si desde la psiquiatría o la literatura, porque ¿Qué diferencia había entre publicarlo como material para loqueros o hacerlo pasar por obra literaria? Sí la había, ya que en ese meollo la palabra cobraba la forma de la desarticulación, la desarticulación del lenguaje, la desarticulación de la ideología. El padre mío solo, en el terreno baldío, discurseaba al país entero bajo su habla diáfana y su estructura rota. Transcribirlo era una forma de interpretar la lengua torcida de la realidad chilena, desde la vereda de la locura. El habla del Padre Mío era Chile mismo, entero y a pedazos.
"Este libro es la crónica de una infamia y de una persecución sin cuartel, de una turba enfurecida que se lanza a una cacería despiadada de un ser humano demonizado, al cual se le puede hacer y decir cualquier cosa". Mauricio Rojas, el efímero ex ministro de cultura, en relación a su próximo best seller, "94 horas, crónica de una infamia".
Conversación con mi tata: 
-¿Has ido al circo alguna vez?
-Nunca.
-Tienes que ir...
(Silencio momentáneo)
-Al circo de la vida. La vida es un circo.
-Lleno de payasos.
-Payasos chinos.
-...

jueves, 27 de septiembre de 2018

Me llaman por unas clases de facilitador y relator para cursos SENCE en Quintero. El proceso de inscripción al sistema había tardado más de lo esperado, tanto así que incluso ya lo había dado por perdido. Pero resulta que cuando postulé a principios de Agosto aún no ocurría el Chérnobil chileno ni mucho menos la alerta amarilla por intoxicación en Puchuncaví y alrededores. La secretaria se limitó a decirme que fuera mañana urgente a la oficina en Viña para coordinar el comienzo de los cursos. Ni asomo de la contaminación ni el zafarrancho medioambiental, cuestiones que tal vez fueron obviadas por la premura del contacto y que seguramente saldrán a colación cuando toque pegarse el pique por esos lados. La situación plantea un dilema y un desafío. ¿De qué forma serían esas clases hipotéticas bajo la zona de sacrificio? ¿Qué especie de mutante saldría de esa relación tóxica entre el trabajo, la pedagogía y la indolencia industrial?
Bertoni sobre el Nacional: "Los premios para mí significan una pura huevada, son plata no más. Si un gallo es bueno lo vas a leer igual. Pero me habría encantado ganarlo. Es por la maldita plata. Yo estaría feliz y tranquilo con esas 900 lucas al mes".
Maullido de gatos en celo en el techo de la casa del frente. Es el único ruido que se siente en todo el perímetro, a estas horas de la noche. "Allá sí que está todo pasando", pensé por un momento, "allá sí que existe la acción".

miércoles, 26 de septiembre de 2018

"El poeta en la miseria".


Los medios declaran aún un incierto futuro judicial para los chilenos en Malasia acusados de asesinar a un travesti. La fiscal nueva había propuesto conmutarles la horca por treinta años de cárcel, a lo cual la abogada defensora se opuso insistiendo en la inocencia de los implicados. Lo que aún provoca complicaciones son las circunstancias en las que ocurrió la muerte. Investigar si acaso hubo intencionalidad o no de parte de los chilenos en la muerte del sujeto. El argumento de la defensa propia es la principal excusa hasta el momento, esgrimida a favor de los inculpados, explicando que el travesti les habría increpado con violencia (sin especificar las causas), a lo cual los chilenos tuvieron que "reaccionar", reduciéndolo en el piso. Pero, por otra parte, la contradefensa explica que hubo saña de parte de ellos hacia la víctima, en circunstancias de que no era necesario que se produjese dicho confuso forcejeo y mucho menos el deceso. Fuese como fuese, un resquicio queda dando vueltas, y es el determinar desde cuándo la llamada "carencia de intenciones" supone un atenuante para el hecho consumado. La justicia no puede ser del todo imparcial mientras no se conozca la verdad completa. Tal vez este mismo enunciado, en términos legales, suponga que debe existir una conclusión necesaria para el proceso, pero eso no puede garantizar ni la imparcialidad de la justicia ni el carácter íntegro de la verdad. El aparato burocrático de las leyes siempre intentará calibrar estos dos aspectos, dejando mientras tanto un abismo interpretativo sobre el cual todos reconstruyen a su manera la madeja del crimen.

lunes, 24 de septiembre de 2018

El mojón de cobre

Para el año 1991, el escultor Mario Irarrázabal postuló a un concurso de esculturas en torno al congreso nacional. La propuesta se enmarcaba en el proyecto para “reurbanizar” el sector colindante al congreso embelleciéndolo con obras de arte. La obra que salió premiada finalmente para el sector de Av Argentina fue "Solidaridad", compuesta de cuatro cables de cobre aportado por la cuprifería estatal que se van entrelazando, conformando una gran mole que duplica la longitud de cada pieza por separado. La gran mole representaría, según Irrarázabal, el sentido de la solidaridad que mediante la cohesión va multiplicando sus dimensiones. Esa era la intención artística institucional. Años más tarde, es sabido por todos que la Solidaridad sería llamada “el Mojón de cobre” por voto popular, dada su peculiar forma y dado además el tono propio del cobre que se asemeja mucho al del excremento. Así, la obra que en un principio fue concebida para hermosear los alrededores del congreso con un significado políticamente correcto, pasaría luego a resignificarse en un verdadero monumento a la mierda con el cobre como su materia prima, que a su vez constituye el sustento de la economía de Chile. El simbolismo no puede ser más claro. Lo que era una abstracta representación de la solidaridad mutó en una sátira cuprífera al poder. El mojón sobrevivió a su intención artística. La mierda se ganó un espacio en el corazón de los porteños.


Preu: se acaba de ir el único alumno que estaba presente, quedando todavía otro bloque de clases. Sala vacía. Borro la pizarra. Voy por un café a hacer la hora y a matar el tiempo.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Kodokushi

Kodokushi, muerte solitaria, es el término japonés para referirse a toda una generación que durante las últimas décadas vive y muere en completa soledad. Leyendo sobre el término recordé de inmediato el documental de Gandini, La teoría sueca del amor, en el que se hablaba sobre los efectos colaterales del llamado "estado de bienestar", merced al cual toda persona es considerada como un individuo autosuficiente, al extremo de librarla de la necesidad de todo lazo parental y conyugal. Las consecuencias de esta nueva reprogramación liberal parecen prometedoras pero, a la larga, según se deja entrever en el documental, propician una nueva comunidad inconexa, atomizada, de solitarios posmodernos. Bajo el alero del átomo emancipado, se pasa de la tiranía del colectivo hacia la tiranía del yo, atrapado en el laberinto de su autorealización. El fenómeno del Kodokushi japonés guardaría cierta relación con lo denunciado en La teoría sueca del amor, ya que sería impulsada por la bullante cultura corporativa de la idiosincracia nipona, la cual va minando lo más profundo del tejido social con estilos de vida cada vez más demandantes, y vínculos emocionales cada vez más empobrecidos, con ancianos destinados al olvido, hijos desamparados antes de cumplir la edad de la razón, y trabajadores que prefieren hacer de los cyber cafés su hogar de cabecera debido a la premura del tiempo contractual. Pero la diferencia orgánica de este fenómeno con el sueco recae, como era de esperarse, en la concepción oriental de la soledad con respecto a la muerte del sujeto. Sin ir más lejos, en el Reino Unido también está ocurriendo algo muy similar. Tanto es así que la primera ministra, Theresa May, había creado hace poco el llamado "Ministerio de la Soledad", el primero en toda la historia en ocuparse de la soledad como problema de Estado. En Japón, si bien el tema de la muerte solitaria alcanza ribetes trágicos, no ha adoptado aún ese carácter ministerial. Toma el cariz propio de Occidente pero aún sin su sesgo institucionalizado. Se ha inaugurado, en cambio, un Día del respeto a los ancianos, una campaña simbólica en la que se llama a concientizar a la población respecto a la condición de los más viejos, los cuales, a juzgar por sus circunstancias miserables, y la saturación de los asilos, han estado optando incluso por ir a la cárcel para no tener que lidiar con el flagelo del olvido como epidemia. Es el precio, dirán algunos, de haber marchado en pos de una visión de sociedad materialista y centrada de manera efusiva en el sujeto como agente de consumo y de desecho. Sin embargo, algo hay en el alma nipona que la particulariza frente a la calamidad en comparación con el alma sueca y el alma británica: el simple hecho de encapsular en una metáfora la soledad y la muerte de la nación en conjunto con la degradación de la vida. Podrá parecer un mero ejercicio idiomático sin trascendencia, y únicamente descriptivo, pero hay algo en ese acto nominal que dota al fenómeno, por crudo que sea, de una poética, de una sublimación, de un cierto sentido del honor. Los japoneses, los únicos que podrían inventar una palabra exclusiva que encerrase léxica y semánticamente su propia miseria (y, por extensión, la de medio Occidente, moribundo, desolado en su propia y terca autonomía).

viernes, 21 de septiembre de 2018

De anarcoindividualismo o de cómo justificar tu egoísmo solipsista con rollo ideológico.

"Caministas" al desvío

De paseo por el parque Quebrada verde, tanto T como A estaban maravillados. Les hice saber que no había venido al parque desde hace muchísimos años. T me preguntó si algo había cambiado en el sitio desde aquel entonces. Sin ninguna otra cosa que responderle, y durante una breve pausa, acabé diciéndole que solo yo era el que había cambiado. Su extrañeza fue inmediata. Ya dentro del parque, lo primero era encontrar el mirador que daba hacia la espectacular vista de la laguna. En el sitio había una especie de quincho improvisado en donde el humo de las parrillas y el griterío de los niños conformaban el humor dominical. A través de ese ambiente de familia nosotros éramos los patiperros sin otra pretensión que la caminata. Al llegar al mirador, la estructura de una proa hundida en la tierra, y atrás una popa de forma rectangular que se alzaba también de entre el suelo dando la forma de una encalladura surrealista, allende los cerros y mirando frente a frente al océano. T decía que la popa no podía tener esa forma, que la forma que le correspondía por defecto era la de curvatura. Si acaso esa popa disímil era un error de arquitectura o estaba dispuesta allí intencionalmente para dar la impresión de un enclave fuera de lo común. Primera discusión de la caminata. Entre tanto cada quien apreciaba la panorámica del sector. El mirador tenía dos niveles. En el superior estaban T y K, juntas divisando el horizonte sobre el que se cernía la costa de Valparaíso. Mientras abajo, A, luego de un registro audiovisual de la panorámica, pretendía crear una performance, un choque de visionados en el que cada cámara apuntase hacia el otro. Así T y K nos apuntaban desde el mirador superior, a la vez que nosotros las enfocábamos a ellas en un juego de contraluces. Parecía una simple volada fotográfica del momento, pero era el paisaje y su eminencia la que propiciaba la improvisación, figurando invocada en cada plano y secuencia como punto de fuga. 

La próxima ruta era rumbo al segundo mirador. Tomamos el camino de regreso a través de la zona del quincho familiar, para luego derivar hacia los humedales en donde estaba el punto de derivación señalizado con unos letreros viejos. Como indicaba una leyenda, pasamos a través de un camino de tierra que nos decía que el mirador del barco pirata quedaba en sentido contrario al gimnasio al aire libre. K empezó a insinuar, junto con T, que el único camino posible era ese “camino de tierra”, connotando el doble sentido de la expresión, a lo cual no pudimos evitar una carcajada nerviosa, sabiendo que, broma aparte, no era tan descabellado pensar que ese camino era el único deseable y transitable. A medida que andábamos, aludía a la ya clásica frase de Machado reinterpretada por Serrat, tarareando un sonoro y agitado “caminante no hay camino”. T y K repetían, “se hace camino al andar”, ante lo cual K, entusiasta, sugirió que como grupo de excursión había que llamarnos “caministas”. Pioneros del llamado caminismo, merced a la aventura y la ilusión. En tanto pasábamos los humedales, llenos de una superficie opaca, muy parecida a las aguas servidas, con esa misma idea caminista en mente tomamos un desvío contrario al del letrero viejo, hasta que el sendero nos llevaba a una inaudita vuelta en U. El sendero abrigaba una cantidad inusitada de matorrales, cada vez más altos, y zarzas espinosas que nos daban la bienvenida invitándonos a pasar entre medio de ellas mediando un dolor energizante. Caminábamos raudamente a través de los matorrales, pese a que todo indicaba el desliz al cual habíamos accedido de manera voluntaria. K reía de tanto en tanto por el absurdo de nuestra respiración y sentido de la orientación. En tanto más perdidos, nuestro humor se hacía más negro. T y K recordaron los escenarios de La bruja de Blair. A discutía si acaso, pese a su paupérrima calidad, podría ser concebida desde su categoría de docureality o seudo documental. Yo estaba seguro que La bruja de Blair cabía dentro de otra categoría de la que no recordaba a ciencia cierta el nombre. Ya que no cabían tampoco categorías para el momento y para la experiencia a través de los matorrales, seguimos andando porfiadamente en esa miríada vegetal. A medida que lo verde se hacía más denso y abundante, intuíamos que del otro lado encontraríamos el destino del mirador, el supuesto segundo mirador pirata. A mitad de camino, iban apareciendo una suerte de pequeños canaletes. Le comentaba a T que el parque se iba convirtiendo poco a poco en aquella Zona de Stalker, pero sin vigía ni guardián, dentro de la cual nunca existía un camino exactamente idéntico tanto de ida como de vuelta. Y efectivamente así era, cuando errábamos siquiera guiados por una cuestión eminentemente geográfica, mejor dicho, accidentalmente. Cuando con los comensales comenzamos a internarnos a través de los canaletes, entreviendo que en ellos podía estar la clave a nuestras señales, ¡eureka! Se aparece entre las malezas una especie de mirador natural, no señalizado por la administración del parque. Una vista espectacular de la bahía pero desviada y a la sombra del primer mirador transitado. A había concluido, luego de registrar el momento, que en realidad el camino que habíamos tomado, el camino del desvío, nos había llevado a un derrotero más emocionante y contingente que el establecido por la administración, pero nunca comprendido del todo por estos patiperros de provincia. “El camino de la perdición. Ese es nuestro camino”, le había dicho a A, más en broma que otra cosa, cuando íbamos caminando a tientas a un costado de los humedales, pero ahora esta declaración cobraba un significado inusual, uno que nos permitiría seguir una tónica parecida para continuar con el recorrido sin temor a perdernos. 

La vía de regreso, nuevamente enrielados conforme a lo que establecían las señaléticas, nos transportaba más allá de los humedales, hacia la llamada “granja educativa. Pero antes de derivar hacia ese otro norte, seguíamos insistiendo en buscar por nuestra cuenta aquel ya mítico segundo mirador. La recurrencia del sitio al que estábamos accediendo había llevado a T a asociarlo con alguna suerte de deja vu cinematográfico. K llegó a aseverar que estábamos comenzando a visualizar la “matrix” en esos vericuetos circulares. Pero no se sabía en qué momento había ocurrido esa psicodélica iniciación. Si acaso al momento del desvío del camino señalizado, si al tocar la zona similar a la de la peli de Tarkovski o al encontrar aquel diminuto pero magnífico mirador natural. Por mi parte, expresaba que de hecho nuestra percepción podía estar equivocada y que podía existir la posibilidad de que hubiésemos viajado en el tiempo bosque adentro, y que ese sitio y, por extensión, la realidad completa (en sentido opuesto a como había expresado al entrar al parque) era la que había cambiado por completo, y no nosotros. T, agitada por la caminata y confundida por tan rebuscada idea, comenzó a decir que le daba miedo, agregándole dramatismo a un asunto de por sí tan irrespirable. No había una causa espacial para nuestra sensación, excepto la de nuestro delirio nómade, la de nuestra geografía mental palpitando paso a paso, codo a codo con lo desconocido abriéndose de tajo. A sugería, al llegar a una ruta divida en izquierda y derecha, que camináramos hacia la izquierda, sendero que luego nos llevó hacia otro pasadizo de arboledas, hasta llegar a un portal custodiado por dos estatuas de serpientes. T nos preguntaba si recordábamos qué simbolizaban las serpientes en la cultura hebrea. La serpiente era el animal que tentó a Eva a comerse la manzana del árbol del conocimiento. Era el animal cómplice de Satán, culpable del destierro del paraíso. En cierta medida, internarnos en ese barranco custodiado por dos serpientes implicaba adentrarnos en el terreno del destierro, hacia una cierta zona prohibida por su pecaminoso misterio. La ansiedad del camino, la delicia de lo desconocido nos traía sin cuidado. A planteó que si ya habíamos decidido cursar el camino del desvío, no veía inconveniente en seguir cerro abajo a través de ese portal bífido. La cosa era ver qué nos deparaba la naturaleza y sus relieves, como buenos caministas que juramos ser. Solo tuvimos que bajar unos cuantos metros a través del camino de tierra descendente para encontrarnos con un Moai solitario puesto entre medio de unas ramas, piedras y columnas pintadas que simulaban las reminiscencias de alguna clase de ritual. Advertía a los demás sobre la particular disposición de las ramas en el suelo que simulaban unas trampas. La paranoia detonaba nuestra imaginación a raudales, recordando que todo iba asociado a los instrumentos de cacería de ciertos pueblos nativos, enemigos del huinca. Cuando rodeábamos unos árboles pintados con manchas azules, temía que salieran algunos aborígenes de la nada arrojando cerbatanas y tumbándonos a nuestra suerte. T y K reían, impulsadas por el humor adrenalínico pero no sin cierta expectación por el camino que se abría a nuestras anchas. A se preguntaba sobre la razón de ser de aquel Moai solitario. No hubo otra explicación, ficción aparte, que la dispuesta por la logística de la administración, su enrevesada logística cultural. Miramos sendero abajo y el campo se encontraba llano hacia el horizonte marino. Sin embargo, ese no era nuestro mirador. Lo atestiguaba una oscura y amenazante arboleda al fondo, que servía de gran muro natural hacia nuestra, a esas alturas, terca ilusión. No tuvimos otra que devolvernos, y salir de aquel portal custodiado por serpientes. Salíamos del territorio del destierro, de aquel imaginario biblíco aprendido a la rápida merced a la agitación del instante, y volvíamos por la ruta dilemática, todavía en pos del segundo mirador, pero ya asumiendo que ninguno de nuestros pasos, cuál de todos más errático, nos dirigía hacia el destino que nos habíamos propuesto y que vacilaba ante nuestros ojos embargados de ensoñación y de persistencia en el andar. Tomamos así el camino más cercano hacia la ya nombrada granja educativa. Un nuevo destino más amigable que nos impelía a descansar de la ya laberíntica inventiva de nuestra itinerancia. A esperaba que en aquella senda sí que no sacáramos la vuelta como habíamos estado haciendo hasta ese momento de manera tan vehemente. Estábamos todos de acuerdo en que ya no era hora de seguir sacando la vuelta. 

Descansábamos bajo la sombra, al alero de un viejo árbol, antes de adentrarnos en la granja. Los animales allí miraban a sus visitas humanas con un gesto perdido, con una naturalidad sospechosa, signo de cautiverio absoluto. La ternura que rebosaba el ternero se reflejaba en el lente de la cámara. La belleza de un cervatillo blanco se lucía como queriendo acaparar la atención de los humanos. Cuando dimos con una hembra de Llama, esta se acercó sigilosamente, hasta que salió de atrás el macho en un ademán un tanto intimidante, como buscando rayarnos la cancha. A decía que el macho nos había “echado la choriada”, y, fuera de hueveo, era algo que realmente el animal estaba sintiendo en ese instante. K imitaba la voz de la Llama, ante la mirada impávida de la hembra. “Malditos humanos”, repetía, “malditos humanos”. Mientras K y A seguían fotografiando a los animales, y recorriendo la granja cual paparazis de la fauna, con T nos internamos hacia donde estaba un macho cabrío. Misterioso, imponente, apenas se dejaba ver encima de un promontorio, demasiado acostumbrado quizá a las visitas impertinentes de los humanos. Recordé la figura del macho cabrío en la película La bruja, asociada por el culto cristiano a la figura de Satanás. T se acordó luego de un estado que había posteado Sergio Fritz Roa respecto al semidios Pan. En este se hablaba de Pan como un semidios asociado al pastoreo y a los rebaños, que además guardaba una estrecha relación con el culto a la fertilidad y a la virilidad, manifestada en las dionisíacas, personaje que luego, durante la Edad Media, fue relegado a su papel satánico, dotándolo de una oscuridad que no le pertenecía, a excepción de su potencia avasalladora solo comparable al carácter salvaje propio de la naturaleza. T hablaba de que el macho cabrío era antiguamente el animal del sátiro, del fauno del bosque. Lo decía en ese tono conciliador en tanto el macho asomaba su mirada distante por entre las rejas, contemplando con agudeza nuestra conversación a expensas suyas. De ese modo, dejábamos a Pan en su soledad cautiva, su porción de todo enigmática mientras seguíamos nuestro camino para volver con K y A, aun fascinados con el secuestro de la fauna a través del ojo artificial. Con A nos internamos luego hacia otras jaulas. Las chiquillas iban por su lado, terminando de merodear a los animales que faltaban. Dimos con una jaula repleta de pájaros. El bullicio de las aves encerradas denotaba un evidente estrés y nerviosismo. Su canto era tan disonante e inarmónico que por el ruido generado nos impulsaba a querer abrir, de una vez por todas, esa jaula. Pero no. La jaula estaba ahí por algo. Era a todas luces injusto, y anti estético, pero los pájaros, sin razón aparente, tenían que permanecer ahí, cautivos, pero perfectamente reducidos, por orden de la administración, para recreo de los visitantes que buscan otra oportunidad para perderse en el parque y, de suyo, perderse a si mismos. A se acordó de la clásica película de Hitchcock. Imaginaba que los pájaros pudiesen salir volando y atacar en una represalia a los humanos, o tal vez simplemente emigrar hacia otros cielos, en busca de otras mentes que surcar. Esas aves encerradas eran la proyección de sus propios visitantes, pero esa aproximación cinéfila solo servía para amortiguar el suspenso de la incongruencia. Así, con A volvíamos a buscar al resto de las caministas con tal de regresar hacia el punto de entrada de la travesía. El segundo mirador aún anidaba en nosotros como destino latente, pero dada las circunstancias, lo mejor era darse un momento de quiebre y abortar misión hasta poder retomar energías y recuperar nuevos aires. Hasta K se alcanzó a rajar con una chicha enchampañada que tenía reservada precisamente para brindar por la ocasión. No había ya misterio que nos detuviese, puesto que el guardador había acabado de entregarnos un mapa que nos llevaría a la dirección exacta de nuestra meta inicial. T había caído en la cuenta que todo en el Parque se hallaba tan milimétricamente dispuesto que cualquier inminente pérdida estaba incluso prevista dentro del diseño general. Era inevitable volver y dar esa vuelta en 360 grados hacia el mirador, la granja y después hacia la entrada al Parque. Sin embargo, nada de lo que habíamos experimentado en el proceso cabía en la mente de ninguno de los administradores. La experiencia del desvío, del portal y del falso mirador se había vuelto carne, nervio y ya era parte de nuestra palpitación tanto como nuestros pasos en falso. La única forma de andar era errando. Lo supimos tarde. Quebrada verde era, a su manera, una Zona diferente, única, especial, tras cada seña de extravío.
A unos metros de Carrera, se acercaba detrás mío un tipo a paso firme. Iba acompañado de un perro. No temí nada. Seguí tranquilo por la acera, hasta que al hacerme a un costado, el tipo se adelantó, pero luego se acercó entreviendo un ademán reposado. Todo indicaba que quería pedir alguna cosa. Entonces, cuando retomó el paso, no la pensó dos veces y preguntó: ¿amigo, tendría una gamba pa la micro?. Un tanto escéptico, y todavía apresurado, le dije que no tenía nada, en ocasión que realmente sí tenía, pero ante la duda mas valía abstenerse. El tipo, ducho, captó la movida, y siguió rumbo a la avenida, en un tono totalmente complaciente, incluso disculpándose por el inconveniente. Antes de alejarse, eso sí, había aclarado que era de Talcahuano, como justificando su aparente extravío por estos lares. Pero cuando estuvo a punto de alejarse lo suficiente para cruzar a mitad de cuadra, dio vuelta el rostro queriendo comentar algo a lo lejos. "Así es la vida del honesto", decía, en el momento en que el perro lo seguía como su sombra animal, ícono de la transparencia. No esperaba ninguna clase de réplica, solo comentaba al aire como queriendo desahogarse, y de paso, arrojar esas palabras desaforadas a modo de indirecta con su único interlocutor, tal vez, en el fondo, igual de perdido por la vida, contra el silencio de la calle a estas horas de la noche. No podía saber si el tipo realmente necesitaba esa mísera gamba, o si la necesitaba con quizá qué clase de motivación, y él tampoco sabía si yo realmente no quería darle esa gamba porque no tenía, porque sospechaba de él o porque no me daba la real gana. No cabía ya la verdad en ese encuentro inconexo y azaroso, pero sí cabía, en cambio, el velo del diálogo abrupto entre desconocidos, la política de la casualidad como la única ley de la noche, sin derrotero ni tampoco sin explicaciones.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

19 de Septiembre. El plan pelado y quitado de bulla. Todos andan pasando la caña, viajando de vuelta, preparándose pal jueves o viendo la parada militar. El silencio y el vacío que resulta de todo eso es una verdadera delicia. Por mientras, ganas tiempo para dilatar lo más posible el regreso al trabajo y te bebes los conchos restantes, honrando con ello la idiosincrasia colectiva, consecuente hasta el último concho. Se brinda con entusiasmo por la ausencia, como soldado que arranca de una guerra inventada, y la patria es lo que cada cual hace con su soledad luego de codearse con medio mundo.
El ser y la caña: tratado filosófico sobre el alma nacional.

martes, 18 de septiembre de 2018

18 zombie

Acabo de escuchar a unos vecinos bromear sobre quién se fileteaba a quién, y hueveando sobre a quién de los comensales echaban a la parrilla cuando se acabara la "carne de perro". Tal cual. Así se vive el 18 csm. Como una fiesta caníbal.
Bendita lluvia aguafiestas. Dicen que en la alejo quedó la cagá por corte de luz y tuvieron que evacuar el lugar, a lo cual los jugosos de turno se resistieron, arrojando botellas contra el personal de seguridad. Corre sangre y chicha junto con la lluvia. La patria es un diluvio, hoy y siempre.

sábado, 15 de septiembre de 2018

El Sabino. El Sabino apoyado contra un poste y mirando fijamente hacia la pileta de la plaza de la victoria. Estuvo fácil más de cinco minutos en esa misma posición, ensimismado con su visión imperturbable. En los años que lo llevo conociendo, recorriendo las calles de valpo y hablando amistosamente con cuanto transeúnte se cruce en el camino, nunca lo había visto en esa parada tan contemplativa, tan introspectiva.
"¿Y cuándo se va a pegar su zapateo?", le decía una señora a un viejujo sentado solo en la picá, comiéndose una cazuela. "Lo único que me zapatea es el corazón", respondió. "¿Cómo así? ¿Anda enamorado?", volvió a preguntar la señora. "No, no es amor, es un soplo", le replicó el viejujo, cuando acababa de sorber lo último del caldillo con ahínco. Se palmoteaba el pecho en señal de indicarle a la señora cómo estaba afectado del cucharón.... "de ser amor ya hubiese partido hace rato", terminó agregando. La señora con su compañera sonrieron. Dejaron al viejo tranquilo terminarse la cazuela, y siguieron cuchicheando como si nada.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Toda la población lectora se ríe de lo que parece lógico pero resulta absurdo: Que la autora del ensayo “Cómo asesinar a tu marido”, Nancy Crampton Brophy, haya sido acusada de matar al suyo. Merced al mundo de los libros, fundió literatura y vida de un solo disparo. Y después se andan quejando de la falta de comprensión lectora.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Al depa llegó un loco idéntico, pero idéntico a Joey Belladonna. Ocupa la otrora pieza de la chica misteriosa. Siempre que me ve por la casa saluda efusivamente y con terrible buena vibra, diciendo "buena campeón". Me contagia un tanto de su entusiasmo, y le respondo de vuelta, tratando de seguirle el hilo. Sale de vez en cuando de la pieza para cocinar algún menjunje. Le pregunté si acaso tocaba en alguna banda, dejándome llevar por su parecido con el vocalista de Anthrax. Decía que antiguamente, pero que a estas alturas estaba retirado de las pistas. De tanto en tanto repite la muletilla "compañero". En realidad, al loco se le veía medio hippie, pero con toda la facha de metalero vieja escuela. Decía haber vivido en el cerro La Cruz. Yo le decía que ese era mi barrio de infancia. Comentaba que estaba trabajando en una PYME. Algo relacionado con la mecánica automotriz. Repetía que empezó "de abajo", vendiendo ciertos repuestos exclusivos en una módica suma, con la cual iba generando interesados que luego le ayudarían en la conformación de un pequeño taller en Viña. Entendido en asuntos de mecánica, y en la compraventa de accesorios, me tenía atento mientras hervía algo de agua para echar unos tallarines. Preguntó luego a qué me dedicaba. Le decía que hacía clases. Recordaba haber tenido un amigo suyo, un loco de la banda, que era profe. "¿Por qué no armas una PYME? me refiero a clases particulares", sugería Joey con toda seguridad. La propuesta de la pyme educativa era una idea que ya me tenía dando vueltas, y que ya venía dada de cerca por otros consejeros un tanto más indeseables. Al loco le respondí que era una excelente idea, que de hecho era una forma de demostrar alguna remota capacidad de emprendimiento, no siempre sujetando el ejercicio de la pedagogía a la mera relación contractual. "Sí pues, compañero, así se va olvidando poco a poco de rendirle cuentas a un jefe, y arma su propio camino. Eso sí, cuesta caleta". El entusiasmo del compadre era a ratos contagioso, desconcertante por enérgico. "Hágalo. Pero vaya partiendo con algo en la mano". Al decir eso, empuñó un tanto la mano izquierda, a la vez que abría la olla hervida de fideos. Le pregunté que a qué se refería con ese algo en la mano. Si acaso al capital o a alguna clase de inversión cuantiosa. "Sí, a todo eso, pero no es lo esencial. Me refiero a otra cosa. A esto, a la garra", respondía. Volvía a repetir la muletilla un par de veces más, con total naturalidad, para reafirmar su espontánea convicción. Cuando echó los tallarines recién cocinados al plato, se retiró lentamente hacia la pieza y, antes de que cruzara el living, mencionó que "no lo olvidara". Desde la cocina, aunque ya sabiendo de lo que hablaba, le volvía a preguntar una vez más qué era lo que no tenía que olvidar. A lo lejos el loco no emitió ninguna otra réplica, y con la mano izquierda desocupada, se limitó a levantar el puño en alto, en un verdadero símil del gesto proleta. La garra ya no se sabía si tenía que ver con la pura actitud del metal o con el espíritu de lucha del "compañero".
Al despertar, una ínfima telaraña tejida en el interior de la pantalla de la lámpara del velador. Una termita alada, moribunda, figuraba cautiva en esa tela luminosa. Había dejado la luz prendida. Más bien, me había quedado dormido con la luz prendida. Antes que se me apagara la tele, dicha telaraña no existía. Al parecer, el arácnido dejó atrás la oscuridad de los libros del estante, para arrimarse hacia un objetivo más visible, irónicamente, menos evidente. Lo cierto es que no hay rastro del arácnido. Debe haberse escondido detrás del mueble o tal vez debe haber regresado a la acogedora sombra de los libros apilados al fondo. En cuanto rompí la telaraña metiendo la mano alrededor de la ampolleta, me di cuenta que habían por lo menos tres cadáveres de termitas. Más secos que un palo. Los tiré ventana abajo, y sin ánimo de buscar al fantasmal arácnido, desistí y lo dejé en paz, sea donde sea que esté. Después de todo, no era ninguno el daño que estaba haciendo con su presencia escurridiza, excepto pretender rellenar con su tela insolente los espacios vacíos de la pieza, como queriendo decir: agradece que hay algo acá dentro aparte de ti mismo.
Un año después de que David Foster Wallace publicara La broma infinita, 1997, se metió a estudiar contabilidad a la Illinois State University, en un intento de aprender a manejar el vocabulario técnico y como una forma de invocar a través de la escritura ese extraño mundo de la burocracia y la repetición en serie. A medio camino entre la fascinación y el tedio, Foster Wallace buscaba explotar el oculto potencial del lenguaje técnico, recreando personajes de oficina que en sus tiempos muertos dedican el tiempo a tomar apuntes y a ejercer el secreto arte del cálculo y la deducción de impuestos. A estos, el escritor les llamaba "vaqueros de la información", tratando de revestir tan anodina tarea de un halo de virtuosismo. David Foster Wallace entendió perfectamente el leitmotiv del hombre posmoderno de fines de siglo XX. El auge de la sociedad de la información vs la creciente soledad individualista del sujeto rebasado por la maquinaria. "El nuevo kafka", el operador anónimo que está llamado a codearse con la tecnología cada vez más avasalladora de un mundo hiperconectado, ya no sería solo el agente productivo e intrascendente de una larga cadena fabril, sino que, reinterpretado desde la óptica narrativa, aparece en los comentarios de Foster Wallace como el auténtico "vaquero del aburrimiento". La super producción informativa llevaría al sujeto no solo a dominar el enclave de un lenguaje cada vez más hermético y especializado, sino que, además, lo llevaría a dominar el terrible aburrimiento que envuelve su tarea, paradojalmente aséptica ante una red que la mueve a raudales, aun a pesar suyo. El mismo año en que Foster Wallace se sumergía en el esotérico mundo de la contabilidad, a intentar volverse un cowboy de la información y del aburrimiento, Radiohead sacaba Ok computer, tal vez la más grande metáfora musical sobre este fenómeno. Fitter happier, la funcionalidad vuelta santo y seña de los pequeños burócratas y sísifos encerrados en su metro cuadrado, tratando de encajar y de cumplir los trámites que echan adelante su existencia vicaria. Ok computer podría ser perfectamente la banda sonora de una novela con esta temática, tan característica de Foster Wallace. A diez años de su suicidio, sabemos que la broma infinita fue en parte su propia obra inacabada, y nuestro propio sentido estupefacto, lidiando día a día con la información y el aburrimiento como alicientes, para debatirse constantemente entre la acción y la resignación

martes, 11 de septiembre de 2018

Mi madre dice que tanto el golpe como el atentado a las torres gemelas cayeron un día Martes. Y se sabe que Marte, para la mitología romana, era el equivalente de Ares, el dios de la guerra. ¿curiosa sincronía histórica o mero delirio de asociación?
Hace 27 años, salió a la luz el Smells like teen spirit. Hay una frase que iba a ser incluida en la canción y que fue luego eliminada: "The finest day I ever had was when tomorrow never came". "El mejor día de mi vida fue cuando el mañana no llegaba nunca".
Leí la columna de Mayol arremetiendo contra Boric. Más allá del cahuín interno, no pude evitar reírme. ¿ácido bórico conservante? ¿Banalidad del bien? ¿el arcángel Gabriel millenial? Metáforas arbitrarias, por lo demás, artificiosas, sin ánimo de cohesión, relectura antojadiza del concepto de Hannah Arendt, sátira empalagosa sin otro cauce que una pretensión de intelectualidad y superioridad moral. ¿A qué venía tanta cháchara e imagen al uso puesta a la fuerza bajo un lenguaje cáustico? La realidad es un texto. La columna de Mayol quizá refleje lo que la propia política hoy por hoy proyecta: un iluso gallito de intereses, parcialidad conveniente disfrazada de dialéctica, una forma ácida para revestir un fondo vacío.

sábado, 8 de septiembre de 2018

Olor a fritanga y a pito en el centro de valpo city. Huele a yerba quemada, huele a carne quemada, huele a patria (quemada).
El gobierno había anunciado un "plan de retorno" para los inmigrantes haitianos. Muchos manifiestan no estar en el paraíso que le pintaron, ya que no cuentan siquiera con el dinero para subsistir y menos para volver. La crítica en las redes sociales no se hizo esperar, y un gran número apunta los dardos al gobierno de Bachelet que propició tan grande inmigración en paupérrimas condiciones solo para ganarse, según ellos, el puestito en la ONU. La mayoría abomina con odio declarado y subliminal contra los haitianos. Chile no era la copia feliz del Edén multicultural, después de todo, ni tampoco el chivo expiatorio de la solidaridad institucionalizada. 

Por otro lado, en Alemania se alzó un nuevo grupo derechista en contra de unos inmigrantes de nacionalidad siria e iraquí, por ser sospechosos de haber asesinado a un ciudadano alemán en circunstancias extrañísimas, durante una supuesta "disputa racial". Ante el alzamiento de los primeros, se organizó luego una contramanifestación de izquierdas, protestando contra la xenofobia que, según ellos, se valió de ese hecho de sangre para justificarse a sí misma con más violencia. Cabe señalar que el alzamiento derechista se concentró al lado de un busto de Karl Marx en la ciudad de Chemnitz. Paradójico es poco. Y todo apunta, según gritan en las redes sociales, casi a una suerte de revival nazista. 

Ya no hay espacio para el otro en un mundo que se divide y se vence a sí mismo. "La vida es un país extranjero" decía Jack Kerouac, y la vida, hoy por hoy, está en otra parte, no aquí.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Dos polos de la política y la poética: 

"Es imposible que un gobierno de derecha convoque al mundo del arte a imaginar. La derecha le tiene terror a los sueños. ¿Dónde están los poetas de derecha? ¿Dónde están los artistas de derecha? No hay (...) En el gran arte la derecha no existe y ellos lo saben”. Raúl Zurita. 

"Los escritores de derecha siempre escriben mejor que los de izquierda. La izquierda es más pedagógica mientras que a la derecha no le importa nada. No es que reivindique sus ideologías fascistas, pero su literatura paradójicamente me parece mucho más revolucionaria que la de izquierda". Fabián Casas.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Mi madre me había pedido buscar tres cuentos para imprimir: La intrusa de Borges, Extraordinaria historia de dos tuertos de Roberto Arlt y La noche de los feos de Benedetti. Eran para lectura escolar de mi hermana chica. A esos tres se sumó luego La gallina degollada de Horacio Quiroga. Mi hermana ya tenía Cuentos de amor, locura y muerte, pero había dicho que a su edición le complicaba sacarle fotocopias dado su formato diminuto. Cuando fuimos a imprimir los cuentos, mi madre se refirió a su contenido crudo. "Fuertes. Las cosas que les hacen leer", decía con algo de estupefacción, no sin cierta ironía, pero no por ella, sino que por el calibre de los textos. Sabía, como buena lectora, que su correcta comprensión podría provocar uno que otro escándalo o, en el peor de los casos, curiosidad: "No sé si te acuerdas de La intrusa. El de un par de hermanos que termina matando a la mujer con la que andaban". "Así es, se retrata toda la crudeza de las costumbres criollas". "O la gallina degollada, en la que unos hermanos enfermos terminan acabando con su propia hermana, abriéndole el cuello". "Sí, es el efecto del horror a lo Poe, envuelto bajo el manto de lo cotidiano". No dijo nada, en cambio, sobre Arlt ni Benedetti, quizá porque todavía no los leía. Mantienen el elemento de la conmiseración esta vez bajo la mirada del otro extraño, esperpéntica, en el caso de Arlt; ética y estética, en el caso de Benedetti, pero ya sin el enclave de horror de los cuentos que había mencionado mi madre como fuertes en su efecto para la lectura de mi hermana. "La idea es que den de qué hablar", agregaba ella al salir de la fotocopiadora con el taco de cuentos perfectamente delineados y corcheteados. "Si te fijas, tanto en Borges como en Quiroga se ilustra una evidente misoginia", acabó señalando. Le mencioné, a propósito, que no había caído en la cuenta sobre esa interpretación de los cuentos, alegando una lectura demasiado formal. Entonces me pasó rápidamente el taco de cuentos para así poder guardar el vuelto de las fotocopias en el bolsillo. "Cuidado, no te vayas a cortar los dedos con las hojas. Son filosas", se le alcanzó a decir, mientras seguía caminando calle arriba. Al hacerlo, apenas dio vuelta el rostro.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Se sabe que cuando Einstein emigró a EEUU, conoció a Thomas Mann, quien le prestó La metamorfosis de Kafka. Einstein la empezó a leer y se la devolvió, no pudo tolerar su lectura. Casualmente, La metamorfosis fue publicada casi durante los mismos años en que Einstein publicó La teoría general de la relatividad. No dijo lo mismo respecto a Los hermanos Karamazov, novela que le fascinó sobremanera. Fue tanto que se atrevió a decir que aprendió más de esa novela que de cualquier pensador científico, incluso más que de Karl Grauss, pionero de la geometría no euclidiana. ¿Qué había de fascinante en Dostoievski que lo volvía irresistible a los ojos del científico? Digamos que un cierto entendimiento del tiempo, el espacio y el universo que puede ser compatible al de la teoría de la relatividad general. Ahora ¿Qué había de intolerable en Kafka que Einstein no pudo siquiera acabar de leerlo? No se puede explicar a ciencia cierta. Esa incertidumbre respecto a la anécdota puede interpretarse como una respuesta en sí misma. La preferencia lectora de Einstein encierra una interrogante. Tal vez se trataba de la reticencia del científico a considerar lo kafkiano como una posibilidad cósmica. O tal vez solo su interpretación de la novela como algo demasiado complejo para el cerebro humano. ¿Seguirá siendo lo kafkiano algo irreconciliable con el pensamiento científico? ¿Existirán científicos que sigan leyendo a Kafka con el mismo recelo de antaño? Cuestionamientos inútiles que me fascinan.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Thomas Pynchon: "La actividad del mundo, oh necio, es el comercio y la muerte, y debes trabar combate con esa situación tan desagradable; ése es el precio que has de pagar por tu, en modo alguno asegurado, momento de pureza".
Cuando despertó, su vida de mierda todavía estaba allí.