sábado, 17 de septiembre de 2016

Qué será de aquellos proyectos a medio camino que se nos ocurrían en voladas de esparcimiento, aquellas ideas locas que terminaban en pasillo pero que nunca se concretaban, aquellos planes de cambiar el mundo que nos asaltaban entre trago y trago una noche cualquiera. He pensado que quizá las mejores ideas casi siempre vienen de improviso, y para colmo, también se terminan esfumando de improviso. Son como esas personas que conoces un día de celebración y con las que se habla con tanta confianza que parece que te hubiesen conocido de toda la vida, pero que al día siguiente recuerdas con recelo y con cierta extrañeza y certeza de no volver a verlas jamás. Por eso mismo le guardo cariño a todos esos proyectos, ideas, planes irrealizables. Porque guardan la pureza de aquello fugaz. Porque no pretenden ser otra cosa que lo que son. Porque quizá sean lo más cercano a un hijo que se pueda tener, pero solamente que un hijo abortado a tiempo, antes de ver la luz, antes de hacerse realidad y someterse al arbitrio y degradación del mundo. Así que un saludo por nuestras ideas imposibles. Un salud por nuestros hijos nonatos. Un salud por todos nuestros fracasos. Y un salud también por esa idea imposible, por ese aborto, por ese fracaso llamado Chile.