sábado, 24 de agosto de 2019

A la clase del miércoles llegó un alumno diagnosticado con epilepsia. La secre me había informado días antes, diciéndome que no me asustara, que si en plena clase le daba alguna convulsión, sencillamente despejara la sala para que la crisis no empeorara. El día que entró el chico epiléptico se sentó solo en una esquina. Iba con una copucha la cual cubría enteramente su rostro. Se iba pareciendo más a aquellos alumnos fantasma por presencia ausente que a uno con tratamiento. Entre el tercer y cuarto día que entró vino con un compañero. Hablaron normalmente durante toda la clase, únicamente pelando a otro cabro tratándolo de "maricón". Durante el resto de los días, ninguna señal que indicara que el chico en cuestión fuera a sufrir un ataque en plena clase. De hecho suele irse antes, todas las veces que se aproxima la hora de salida. Sin embargo, su sola presencia ha generado un estado de alerta entre el alumnado que de a poco fue corriendo la voz y advirtiendo la condición epiléptica del chico nuevo. Como se pescan tan poco entre sí, eso los lleva de manera involuntaria a aislarse, temiendo alguna escena inesperada. Pero a él parece no importarle en lo absoluto. Es más, de repente ha intentado pedir que lo anotara en la lista o intentado conversar con alguna chiquilla del curso para romper el hielo. Incluso se pasea con cada vez más confianza por la sala, a sus anchas, como enrostrándole al resto su injustificada paranoia. No sé por qué pensé de pronto: tengo a un Ian Curtis chico en la sala de clases. Una tranquila y deslumbrante bomba de tiempo.