miércoles, 10 de noviembre de 2021

El Quijote: ¿idealista climático o parodia ecológica?

“Algunas de las cuestiones claves para entender el Quijote es la que hace referencia a la parodia. La parodia es uno de los asuntos esenciales de la principal novela de Cervantes, y ha sido objeto de interpretaciones muy diversas. Pero conviene dejar algo en claro cuando se habla de la parodia. En el Quijote no va dirigida a los libros de caballerías. Esa es una de las falacias del autor y uno de los pretextos del narrador para hacer que su novela discurra al margen de las disquisiciones y de las presuntas sospechas que puedan acarrear otros asuntos. Una forma de decir que el Quijote es una parodia de los libros de caballería es una forma de disimular el objetivo fundamental de la crítica de esta novela. La parodia de esta novela no está dirigida contra los libros de caballería, sino que contra los idealistas. De hecho, el Quijote es una novela que ya no es, hoy por hoy, contemporánea ni de los libros de caballería ni de sus lectores. El prototipo de sujeto parodiado en la novela no son los caballeros andantes, son los idealistas, porque Cervantes considera que ellos son los sujetos que conducen al fracaso a una sociedad. Son los que llevan a una sociedad política a fracasar. Por lo tanto, el Quijote sigue siendo una parodia de muchas cosas, pero sobre todo de una esencial. Es una parodia del idealismo. Es un libro escrito contra los idealistas. Y, de hecho, su protagonista fracasa en todos sus intentos idealistas por mejorar las condiciones del mundo, precisamente porque el idealismo es una forma de ser e incluso una filosofía incompatible con la realidad. Es una filosofía contraria a la realidad”. Jesús G Maestro.

The New Yorker lanzó hace poco su nueva portada en el marco de la cumbre del cambio climático en Glasgow. Se trata de una ilustración del autor Eric Drooker llamada El sueño imposible, en la cual se aprecia al Quijote frente a los molinos bajo un contexto de emergencia climática. Según el autor, el espíritu de la ilustración buscaba expresar que “si Don Quijote viviera en el siglo XXI, se levantaría en una lucha contra el cambio climático”. Ahora bien, luego de leer la interpretación que hizo Jesús G Maestro sobre el sentido original del Quijote, no nos cabe duda que leyeron todo mal desde la clásica lectura idealista, en circunstancias de que el Quijote representa, ante todo, una parodia del idealista. En estricto rigor, la ilustración de Drooker, leída desde G Maestro, sería una parodia en torno al activismo idealista contra el cambio climático. Incluso, de manera subrepticia, constituye una crítica paródica a las pretensiones de los movimientos ecológicos manejados por las mismas elites que buscan instalar políticas verdes a costa de la economía de los países subdesarrollados. Entonces, tenemos que la nueva ilustración de The New Yorker tiene esa doble lectura: se lee, en principio, como un panfleto en pro del activismo del medioambiente, pero, en realidad, se trata de una crítica a la manipulación política de la “calentología”.



Durante la clase sobre la unidad de Poder y ambición, expliqué cómo estas temáticas se podían apreciar en la literatura a través de la tragedia, hasta que un cabro pidió la palabra y me dijo si podía preguntar algo. “¿Usted quién cree que está más capacitado para ser presidente?” Una muy buena pregunta, le dije de inmediato. El cabro comentó que tal vez la pregunta no estaba tan fuera de contexto, después de todo. Una compañera suya, animada por la participación, me preguntó a su vez: “¿Usted es de izquierda o de derecha?”. Silencio por algunos segundos. Luego, el cabro de la pregunta dijo, decidido, que habláramos de política. Los del fondo se sumaron a la moción, con sumo entusiasmo. Curiosamente, el tema político surgió a raíz del tema de Poder y ambición, y fue genial porque no hubo necesidad de engancharlos, el ánimo de la clase estuvo de por sí conectado con la temática.

Volví sobre las preguntas que me habían hecho los cabros, y traté de responder la primera, pero, al instante, la cabra de la segunda pregunta insistía en que respondiera la suya. Entonces, la respondí frente al curso, confesando que yo había sido de izquierda, pero que, últimamente, después de una profunda reflexión, me había inclinado por el centro ¿Por qué? Porque había visto los recientes acontecimientos políticos y había comenzado a desilusionarme de las propuestas de izquierda, las cuales no creía que hubieran logrado ni lograran realmente un cambio sustantivo en la sociedad. La clase política sigue siendo la misma. Siguen existiendo los problemas de siempre. En suma, no creía que esas ideas garantizaran un cambio real, todo lo cual me llevó a una postura, si se quiere, centrista, aunque tampoco inclinado hacia la derecha, porque eso sería apoyar abiertamente el sistema de cosas. La cabra de la segunda pregunta asintió, al parecer, satisfecha por mi respuesta rápida, superficial, y luego retomó la primera pregunta de su compañero: ¿por cuál candidato votaría? Le respondí que ya había analizado a todos los candidatos y francamente ninguno me convencía al cien por ciento.

El cabro de la primera pregunta se levantó, más animoso que nunca, para preguntarme qué opinaba sobre “el jardín”. Todos los cabros, al escuchar hablar sobre este, se mantuvieron intrigados. ¿Qué quería decir con eso? El cabro continuó explicando lo que quería decir, señalando que el jardín se refería a que Kast se peleaba con Boric y a que un abuelo (señalando a Artés) estaba de candidato. Los compañeros se rieron al escuchar la referencia al abuelo. Después, el cabro siguió hablando algo sobre un hijito de papá. Le hice saber que Boric era ese hijito de papá. “Sí -confirmó el cabro-, el que su papá vendió unos terrenos por más de mil millones”. Volvieron a reír los cabros. En el lapso de unos quince minutos, la clase pasó de hablar sobre el poder y la ambición en la tragedia literaria a burlarse en tono medio en serio, medio en broma, de los candidatos a la presidencia de Chile.

La cabra de la segunda pregunta, para seguir con la discusión, dijo que su madre de izquierda iba a votar por Boric. Le dije que mi madre también era de izquierda y votaría por él. Luego, la chica siguió comentando que su madre estaba decepcionada, al ver cómo el candidato se equivocaba una y otra vez, y que incluso ahora quería que saliera Kast. Al mencionar al candidato de derecha, los cabros del fondo empezaron a hablar al unísono, confundiéndose sus voces. Voces de dudas y cuestionamientos. Más allá de esto, la cabra retomó lo que decía, señalando que si ganara alguno de los dos, Boric o Kast, sería por un margen estrecho. Esa era su teoría. Una contienda reñida. A esa altura de la clase, la política ya se había tomado el corazón de los contenidos, de modo que hice un alto y le hice saber al curso que lo que estábamos discutiendo tenía especial vínculo con el gran tema de la última unidad del trimestre. Hice hincapié en que el análisis de los cabros se acercaba mucho a la realidad, ya que el escenario político en Chile, hoy por hoy, está polarizado. Ante esta aclaración, la cabra de la segunda pregunta volvió a hablar y dijo que Kast, a su juicio, ha destacado porque es más “puntudo”, “no tiene miedo” y “dice las cosas así y así”. En cambio, Boric, según ella, nunca sabe nada, siempre está como improvisando. Dicho esto, al fondo de la sala, unos cabros gritaron “El cifras”. Volvieron a reír.

La discusión política dirigió el destino de la clase. Un espíritu de asambleísmo se asomó de pronto en la clase de Media, pero tenía que, como profe, volver a reconducirla hacia su objetivo curricular. De este modo, traté de concluir lo que los cabros habían expuesto hace unos momentos, señalando que todo tenía que ver con lo que estábamos viendo, con la unidad del Poder y la ambición en la literatura, aunque, en el fondo, supiéramos que esta nutrida y entretenida digresión excedía por mucho las posibilidades temáticas del ramo. El interés por el devenir político del país y por la confrontación ideológica había conquistado, de manera genuina, la voluntad de conocimiento de los alumnos. Estaban dispuestos a seguir hablando, chacoteando, incluso proponiendo ellos mismos una actividad de debate, cosa que, de todas maneras, estaba contemplada como evaluación sumativa.

Al saber que los cabros estaban dispuestos a seguir los temas estudiados, traté de unir la discusión política con lo relativo a conceptos del género dramático, en particular, los relacionados con la tragedia griega: la peripecia y la anagnórisis. Difícil, pese a que la explicación fluía y se entendía, tomando como ejemplo los casos de los Pandora Papers sobre políticos descubiertos en casos de corrupción y evasión de impuestos. En ese sentido, había que entender la anagnórisis como la revelación de verdades incómodas.

Mientras explicaba, los cabros continuaron conversando, a propósito de la política chilena. El cabro de la primera pregunta me preguntó si acaso creía que el voto debía ser obligatorio. Le respondí que, en un principio, no, pero que, dada la alta tasa de abstención durante las últimas elecciones, se haría necesario para poder continuar con la democracia representativa. La cabra de la segunda pregunta dijo que los de derecha tendían a ser más unidos, justamente porque iban en bloque a votar y, en cambio, los de izquierda “se la pasaban peleando”. El resto de la clase, ambos cabros, los más participativos, siguieron discutiendo sobre el voto electrónico, el rol de los empresarios en la economía, el rol del Estado, el cuarto retiro, incluso sobre la igualdad de género. A medida que las intervenciones se hacían más intensas, los cabros al fondo, que ya parecían la barra brava de un debate televisado, comenzaron a aplaudir cada argumento, en señal irónica de aprobación.

Lo que, en otra época, podría parecer simple desorden, se transformó, sin más, en una clase dinámica, más allá de los rígidos lineamientos curriculares; una clase viva, haciéndose a sí misma a partir del eje político y su libertad de expresión. Qué diferencia podía apreciarse con respecto a los tóxicos pseudo debates en redes sociales, donde pulula la funa y la cancelación al que piensa distinto y, sobre todo, con respecto al adoctrinamiento en aquellas viejas asambleas universitarias que no terminaban nunca y en el que siempre ganaba el que gritaba más fuerte. El aula escolar se había vuelto, por fin, una mini convención democrática, sin otro fin que el desarrollo de las ideas y el entendimiento y comprensión mutuos, carente de la bulla de las militancias y la ceguera de las banderas.

El androide aproximativo

Hace más de quince años (2005) escribí un poema llamado El androide aproximativo, en una especie de relectura del poema El hombre aproximativo de Tristan Tzara, mezclado con elementos alusivos a la ciencia ficción y la distopía tecnológica. En unos versos del poema, mencioné repetidamente a Bill Gates como personaje siniestro que, de alguna manera, preside esta especie de revolución del “androide aproximado”, el nacimiento del hombre-máquina. Hoy por hoy, en pleno contexto covid, luego de investigar el interés creciente de Bill Gates en el transhumanismo, me sorprendió la vigencia de estos versos, escritos, en un comienzo, como mero ejercicio poético.

Mientras deducen su velocidad,

él socava las vísceras del tiempo.

Mientras absorben su luz,

él entierra la médula del espacio.

El ejército del androide aproximativo,

la clave ancestral desbloqueada,

la abismal consecuencia de Bill Gates,

domador de programas y dictador tecnológico.

Desde el pasado, se describirá y revivirá

al desalmado substituto,

al único y cibernético substituto,

y este volará por lo remoto,

para desafiar a la gravedad:

poseída libido de la raza humana.

Y para que no quepa duda respecto a esta alusión, solo puedo señalar que Bill Gates recomienda de manera ferviente uno de los libros más famosos sobre el tema: Homo Deus: Breve historia del mañana de Yuval Noah Harari. En este libro, Harari señala que “los humanos no lucharán contra las máquinas, se fusionarán con ellas. Nos dirigimos hacia el matrimonio más que a la guerra”. ¿Qué puede ser peor que un futuro a lo Terminator? Uno en que el hombre sea inseparable de la máquina, y apenas distinguible de ella.