Felicidad, ese término que solo le incumbe a la especie humana ¿Para qué querría un animal o un dios ser feliz? Al parecer, tiene más que un alcance existencial, un alcance pedagógico. En una reunión salió a la palestra ¿Somos felices haciendo clases? ¿Son felices los alumnos tanto fuera como dentro de la rueda educativa? ¿Es necesario definir que se es feliz? Uno de los profes dijo que no importa, al fin y al cabo, si se es feliz, al menos si se quiere definir uno así, por lo que un test o prueba de felicidad no tendría que ser calificada buena ni mala. La felicidad carece de categorías, como todo lo que no se puede definir, como todo lo absolutamente esencial y contingente a la vez. El director del colegio habló de Coca Cola como la nueva institución moderna de la felicidad. Quizá el problema pase por eso: en que hemos vendido un concepto de felicidad, en que nos hemos comprado un concepto de lo que debe ser la felicidad. Si no se puede ser feliz mediante el conocimiento, cuestión que plantea la vieja disputa del sabio infeliz y el ignorante feliz, al menos que lo hagan unas cuantas dosis refrescantes y baratas de calorías. Científicos hablan incluso de las endorfinas para justificar toda esa enredadera de cuestiones subjetivas. Entonces ¿qué diablos es la felicidad? ¿Una simple descarga positiva de las hormonas o una construcción vital, subjetiva, humana demasiado humana? Si, en definitiva, el pedagogo ya no pudo ser feliz, puede que ayude a conducir al otro a que sí lo sea. Ese conducir, indeterminado, inclasificable, libre de recetas, de fórmulas, de calorías, de paraísos, únicamente personal, infinitamente irreductible, quizá sea la única felicidad posible, la única legible.