jueves, 15 de junio de 2023

La película "El vacío" de Gustavo Graef Marino, con Pancho Reyes y Javiera Díaz de Valdés como amantes, me vuelve a "reencantar" con el amor, pese a la diferencia de edad de los protagonistas. Sugiere que tu próxima pareja puede que ni siquiera haya nacido todavía, por lo que no habría que comer ansias y vivir no más, construir "tu vida", "tu imperio", mientras tanto.
Vuelven las crónicas escolares. Esta vez, se trata de una crónica sobre un debate hecho como actividad formativa. A probar el pulso de la pluma, nuevamente:

El día martes se realizó un debate de Cuarto Medio en el patio del colegio. Nada mejor que un debate para capear el frío. Fui elegido para ser parte del jurado. Los alumnos tenían que debatir sobre el tema de la Inteligencia artificial. Un grupo estaba a favor de su uso; el otro, en contra. Algunos de los chicos se veían nerviosos. Los más, ya no se sabía si estaban entumidos por el frío o por el miedo escénico. Antes de comenzar el debate, se formó un gran grupo de alumnos espectadores, algunos de ellos con guateros y mantas, haciéndole barra a sus debatientes favoritos. Los profesores del jurado estábamos adelante, con mirada atenta y con las pautas de evaluación en guardia.
Para entrar en calor, el profesor jefe introdujo a cada uno de los debatientes y explicó las reglas del juego, no sin antes sorber un poco de café. Luego, dio comienzo el debate con una primera exposición de cada uno de los argumentos respecto a la IA. Aquellos cabros que defendían su uso en el ámbito de la educación trataban de hilar las frases sin titubear, y buscaban articular las ideas de manera tal que no se detuviese su discurso. De alguna manera, había que sacar las palabras que parecían entrampadas por el clima y por la constante vacilación.
Cuando terminaron, era el turno del grupo opositor a la IA. Ellos hablaron fundamentalmente sobre el capital humano irremplazable en el área de lo social y lo relacional. Lo hacían de tal manera que las palabras salieran prístinas y vencieran la arremetida de la helada, la que se volvía cada vez más intensa, conforme los cabros le daban forma a sus argumentos. Era cierto que las ideas no podían congelarse, pero las palabras sí corrían el riesgo, al momento de ser verbalizadas. O podían sucumbir ante la inseguridad o el exceso de confianza. Así, una vez terminadas las exposiciones, el profesor jefe dio un receso para poder preparar la segunda parte, que consistía en el debate mismo, en la puesta en conflicto de cada una de las ideas. El ánimo de los alumnos hinchas crecía, ante la expectativa, y los cabros debatientes parecían serenos, aunque resintiendo un tiempo que se les venía en contra.
Tras el receso, los cabros volvieron a sus puestos. El debate había comenzado. Todos tenían que participar en algún momento, ya que ese era el requisito. A medida que algunos exponían, los otros esperaban su turno para la réplica. Algunos de los cabros que defendían la IA, concluían que esta no pretendía reemplazar al ser humano, sino que simplemente buscaba desarrollar tareas operativas y computacionales con una eficiencia mayor, en determinadas áreas del conocimiento. Los que criticaban el uso de la IA, señalaban que existían ciertas dimensiones irreductibles a la mecanización, y donde solo podía desenvolverse una mente orgánica. A la larga, algunos de los argumentos contrarios también daban en el punto, porque los opositores a la IA no pretendían que su uso fuera hegemónico en todos los niveles, y los defensores buscaban priorizar el capital humano en cuestiones estratégicas, de modo que la inteligencia artificial pudiera ser utilizada como herramienta para desarrollar luego tareas mucho más complejas, donde se requiera pensamiento abstracto y capacidad de adaptación a un medio cambiante.
Al llegar el debate a su punto más intenso, algunos de los chicos defensores de la IA se quedaron atrás, limitándose a escuchar. La dicción de uno de ellos ya se había visto entorpecida por el frío. El tiempo y el cuerpo lo habían traicionado, en el acto. En cambio, los defensores del capital humano se mostraron sólidos. Uno de ellos se sobrepuso a las interpelaciones. Pese a su inicial timidez, arremetió sin vacilar. La otra, la que parecía ser la líder del grupo, se expresó de una forma impecable. Realmente, se había apropiado del discurso. Se había blindado contra un tiempo adverso, o precisamente fue ese tiempo el que le dio el impulso para seguir, estoica, con sus argumentos, hasta el final.
Un segundo receso se realizó, para poder votar por el grupo ganador del debate. Casi todo el jurado estaba de acuerdo en que el grupo del capital humano había salido victorioso. Si bien el otro grupo tenía mucho respaldo y evidencia, este grupo había realizado un mejor trabajo en cuanto a la articulación de las ideas y las había manifestado con mayor destreza persuasiva. Al conocerse los resultados, algunos entusiastas alumnos que apoyaban al grupo gritaron de emoción y lanzaron las mantas al aire. Los del otro grupo, permanecían callados, aunque, de todos modos, saludaron al equipo vencedor, en un gesto de cortesía. Los alumnos que hacían barra al grupo perdedor se levantaron en silencio de sus puestos, algunos de ellos con manta en mano, y regresaron las sillas a su sala con un trote corto.
El capital humano, pese a la zozobra, celebraba su propia condición en el medio del patio, su propia capacidad para hacer de una interpelación, un desafío, y de una razón, un regocijo. Al mal tiempo, buenas razones.