miércoles, 25 de mayo de 2022

Él la etiquetó en una historia en las redes sociales. Ninguno de los dos se conocía. Ella, extrañada por esta misteriosa historia, había decidido ignorarla, confiando en que se trataría de otro pretendiente desesperado y perdedor. Pero le comió la curiosidad. Entonces, tomó el riesgo y se animó a abrir la historia para poder ver lo que contenía. Horror. La imagen mostraba dos armas AR-15. Ella no supo qué pensar. ¿Por qué alguien anónimo le haría llegar esta imagen? Sin ánimo de hacer nada, creyendo que se trataba de una broma macabra, permaneció pálida, en shock, apenas tratando de elaborar en su mente lo que le había pasado. Por si no fuera suficiente, al rato, le llegó un mensaje. “¿Vas a repostear las fotos de armas que subí?”, preguntó el usuario anónimo. Impactada por este emplazamiento repentino, sintió miedo. Sin embargo, tomó fuerzas para replicarle. “¿Qué tienen que ver tus armas conmigo?”, contestó ella, resuelta, aburrida de esta locura. “Solo quería etiquetarte. Deberías estar agradecida”, sentenció, después, el usuario anónimo. Todo indicaba que este usuario quería involucrarla en un perverso juego apenas comprensible.

Pasó el fin de semana. No volvieron a hablar. Ella hizo su vida relativamente tranquila, tratando de olvidar aquel desagradable episodio cibernético. No quiso denunciar a nadie porque creía que se trataba únicamente de un troll enfermo al cual no había que alimentar. Al llegar el día lunes, sin embargo, el usuario anónimo la contactó nuevamente. “Estoy a punto de…”, escribió. “¿A punto de qué?”, le contestó ella. Pasó un rato inactivo, hasta que el usuario volvió a la carga. "Te diré antes" fue su última comunicación, ese día.

No respondió más, al menos hasta ese momento. Ella comenzaba a entender que ya no era el simple juego de un acosador. Todo apuntaba a que formaría parte de algo realmente jodido. Tenía que tomar acción, si su propósito era detener en el acto a ese usuario anónimo, e impedir que la cosa avanzara hasta límites irreversibles.

El martes a las siete de la mañana, se levantó temprano, esperando a que volviera a comunicarse con ella el usuario, con el fin de atraparlo. Antes de que siquiera se animara a prepararse para ir a trabajar, sonó aquel timbre de notificación de la mensajería instantánea. Leyó entonces el mensaje del misterioso usuario. “Te voy a escribir en una hora, pero tienes que responder. Es un secretito y te lo voy a contar. Ahora voy a salir a tomar aire”, escribió el usuario anónimo, implicándola directamente.  ¿Cuál sería ese secreto? se preguntó, para sus adentros. Él tenía un secreto que solo le estaba reservado a ella. Y ese secreto -pensó, de pronto- olía a pólvora.

Quedó totalmente paralizada, intentando procesar su próxima acción. ¿Llamar a la policía? ¿Contarles a sus padres? ¿A sus amigos? ¿Una funa por redes sociales? ¿Sobre la base de qué? Se volvió loca. Quiso creer que todo se trataba de una muy elaborada broma de humor negro. Se negó a la peor posibilidad, hasta que, pasadas dos horas, revisó sus redes sociales. La noticia del momento informaba sobre un chico de dieciocho años que había iniciado un tiroteo en un recinto escolar. Según la fuente que consultó, el gobernador de la ciudad confirmaba, en una conferencia de prensa, que se trataba de un joven alumno de una escuela secundaria. Había ingresado al establecimiento para acribillar a sangre fría a más de veintiún personas, entre ellas, diecinueve alumnos y dos profesores.

Al leer esta sangrienta noticia, ella comenzó a llorar desconsolada. Recordó, por un instante, lo último que le dijo el tirador: “Te voy a escribir en una hora, pero tienes que responder. Es un secretito y te lo voy a contar". Nunca hubo necesidad de contárselo, porque, desde ese momento, ella supo que los viscerales hechos pesaban más que las palabras y las promesas.

Relato de ficción inspirado y basado en la reciente Masacre escolar de Texas. Que en paz descansen las víctimas:  Masacre de Texas: los últimos chats del tirador antes de matar a 19 niños y dos adultos - LA NACION
“Miramos el mundo una única vez, en la infancia. El resto es memoria”, decía Louise Gluck. Tal vez se pueda decir, también, que miramos el mundo una única vez: al morir, y la vida misma es solo un gran racconto.
¿Y qué pasaría si te dijera, querida, que toda aparente disidencia al sistema no es más que otra cabeza de la gran Hidra que nos somete? ¿Otra maniobra cuidadosamente calculada para hacernos caer una y otra vez en las infaustas redes de la Bestia, enrevesadas e incomprensibles para el ojo de la ideología?