miércoles, 11 de febrero de 2015

Revelación



Era ella. Últimamente todo el tiempo se debatía en torno a sus espasmos interiores. Me inquieta el hecho de proyectar la idea atrapada en su vientre, porque eso era en un principio: el milagro provocado por el placer, y luego florece la idea en nuestra mente sobre la creatura y todo el molde de una nueva realidad que ella traería consigo. Un Golem existencial. El dilema del origen y del fin, y no se detiene ese hender que todavía no resuelve herencia.



Todo era ella. Su reflexión acuñaba imágenes idílicas seguidas de escenarios familiares , sueño raso por el cual debíamos organizar nuestro aniversario juntos. Toda una novela que añora consentidas patologías y sensaciones, no del todo escritas pero tampoco no del todo olvidadas.



Durante la velada, ella miraba al cuadro de su madre, mientras conversábamos entre copas sobre lo que seríamos. Ella, hermosa como nunca, dionisiaca en ese instante etílico y a la vez preocupada por el rol que adoptaríamos, jovial en su decisión. Nuestra familia, distante como un mito, pero estábamos felices de forjar una como si se tratase de una espada prohibida. Ella razonando la estructura del mundo que construiríamos, mientras que yo, divagando como siempre sobre el misterio que viviríamos, se veía más que nunca dispuesta a todo, aunque en el fondo ansiosa, a no ser por su rostro, tan pálido como nuestro último encuentro íntimo, y como nuestro primer peldaño familiar, del cual soy un agente vicario.



Ella... No me explico cómo... cómo no pude preocuparme antes de que empezara a demostrar los síntomas de la concepción, cuando ella misma había declarado que no estaba interesada nada más que en su concepto de arquitectura, en sus viajes en búsqueda de planificar nuevas coyunturas urbanas, nuevos espacios para nuevos encuentros que, paradójicamente, no habíamos podido construir del todo sino hasta ese milagro imprevisto, la ciudad que se empieza a vislumbrar en su interior, ella que todo lo vuelve realidad, que todo lo vuelve sangre, vida, como la dureza del concreto, como la armonía sutil de unos planos, como el sabor de la miel, antes de agonizar la reina de las abejas.

No faltaba mucho tiempo para sobrellevar esa gran falacia, que enmascara (según ellos, nuestros familiares) la causa de nuestro temprano y perfectible amor (nunca universal).



Me dispuse a despolvar cada plato colocado en el comedor. Tormentas de bucólica ternura asolaban mis memorias. Era ella. Como siempre, charlamos de lo anodino mientras me tapó los labios con la mirada. Allí dedicamos tiempo a saldar cuentas que creímos haber abonado en eróticos momentos.

... Un recuento matinal... No quedó tiempo para la recomposición del olvido. Seguimos adelante, gemelos hacia esa causa, como atados por un ombligo de favores amenos.



Hora= 3: 13.


Como última de nuestras crisis, ella se despedía a reanudar su parte. Yo, por última y primera vez, me encontraba conmigo mismo, después de algunos años de reconciliación con el mundo. Aunque no fuera incólume nuestro ombligo común, debía cumplir con la promesa. Aquello que, durante años, resultó ser el karma para amarla a ella: el fantasma de mi padre, ése que hizo de mí un agente itinerante y meditabundo, sin otro rumbo que la vida pero con algunas cuantas ideas y emociones en el pecho. Justo fue el momento en que acudía ese hijo del capital, al Congreso de Intelectuales Anónimos… Como si fuese posible concebir semejante cofradía en un Chile ficticio pero no tan distante de la contigencia.



Lo sigue como a un zorro, pero con la paciencia de un monje rabioso. Reservé en un hotel no muy cercano. Cubierto en traje de agente escéptico, caminé hacia el apartamento del susodicho progenitor En cada paso que daba él, descuidando sombras parásitas que va dejando atrás como al mundo, me sentía en posición de abrazar el reencuentro, y resguarde así el escondrijo en la azotea. Desde allí, apresuré el momento en que el sujeto, el “intelectual”, estuviere en obras de exhalar densos alientos machacando a la luna preñada con esa imaginería digna de un padre ilegítimo. Cauteloso, zorro, esperé.



Entonces, crítico en reflejos, entré y sorprendí al creador de mi creación. Estaba salpicado en lágrimas, y orgulloso de mis aportes a la Sociedad de la cual es máximo usufructuador, pero mi crisis era más fuerte: era la que venía desde algún recóndito sentido de voluntad que discerní entre muchos otros valores personales. ¡Le revelé el secreto! Lleno de un espanto afectuoso, al verse interpelado por quien creía abandonado, su única descendencia, anónimo como su propio pensamiento ambicioso, exhaló su último aliento. Sin otro remedio que el recuerdo y ahora el vacío de nuestras presencias reencontradas.



Hora= 6: 16. 2º día.


Ella era la más pequeña de 3 hermanas. Era como una dama de hielo. En esa ocasión, epitalamios advertían unas bodas de familia. Ella sabía que aguardaba su secreto mejor que nadie. La convivencia maternal, fraternal, le fue grata, a la hora de recrearse posibles escenarios románticos dignos del espíritu más sensible y de la novela más rosa, pero sin dejar de pensar en que esas ficciones necesitarían de un hombro fuerte, de una cabeza fría como base para ese mundo en ciernes, a partir del cual colgarían sus sueños como un centenar de cunas. Pero éste secreto no. La causa era tan sólida que se reflejaba hasta en su ombligo. 6 horas de noche. El resto del día fue ocio premeditado y estáticamente feliz. Ella sabía que su secreto no debía quedar en la intemperie del carnaval de la vida, pero de alguna forma conocía lo histérico de su salvaguarda. La pálida madre salió pues seguida de sus 3 hijas hacia aquella reunión. La salida fue extraordinaria para ellas, en un lugar pretenciosamente sagrado. Su escenario ahora era más delicado.



Lo que aprisionaba en su estómago deseaba oler el aroma de un carnaval tierno. Fue entonces que en una ceremonia donde vestían de blanco a todas las vírgenes, como una prueba de que la pureza de la creación era solo de Dios y de alguna especie de cosmos innombrable pero necesario para este tipo de ritos a la usanza, ella consiguió por fin arrojar contra su realidad este vivo secreto. Cuando procedió al evento, la enmascararon. Así ella, finalmente, dijo lo que tenía que decir. Entonces, gran parte de los invitados en el interior del recinto quedaron paralizados al creer de sobre manera en este gran secreto. Impresionados más por el coraje de ella que por la subversión del rito. La madre no podía creer que una de sus hijas se dignara a romper el rito familiar, el sagrado vínculo, por un simple capricho de la voluntad. Ella ahora se dignaría a revelar el edificio de su nuevo mundo, sin necesidad de intermediarios ni de confesiones.



El sexo roto, la causa develada, la flor tiñéndose en sangre, vida…



Hora= 9: 26. 3º día.


Doy vuelta el cuarto. Miro el reloj. Ella llega. Envuelta de una sensualidad sencilla, como mi itinerario personal. Aunque ella venga, siento que mi poder se ausenta más que nunca. Él murió por segunda vez. O tal vez yo crecí sabiendo que algún día lo vería morir solo por llegar a conocerme. Ella, por su parte, reprimía su traición, aunque liberadora, demasiado tajante para su fragilidad. Era el sacrificio necesario para zanjar este secreto compromiso. Esta herejía bendita.



Privado de mi creador, me dispongo a proteger el legado de su ausencia. Quizá esa fue siempre mi vocación, y nunca la puse en práctica, sino hasta ahora… que la cojo fuerte entre mis brazos, como privándola de sus antiguos placeres, su sagrada colmena, su viejo mundo. Ella se levanta, va por un vaso de agua. Vuelve a un costado de la cama, mirando nuestra foto como por inercia. Se sonroja. Nadie dice nada en toda la noche.