martes, 16 de enero de 2018

Anécdotas papales: Durante los años 30, el Papa Pío XI adquirió un Mercedes-Benz modelo Nürburg 460 serie W08, del cual dijo que era "una obra maestra de la ingeniería moderna". Años más tarde, aparecería recién el concepto del Papamóvil, cortesía de la línea Ford, y el primer Papa en "bautizar" este vehículo sería el Papa Juan Pablo II. Cuando sufrió el atentado del turco Alí Agca, el Papa iba a bordo de un FIAT Campagnola en la Plaza San Pedro. Fue desde ese momento que todos los papamoviles en adelante serían blindados. El imperio automotriz, siempre a la vanguardia, sería el llamado a encargarse de los contratiempos de la fe.
Soñé que dentro de lo que era el Trafón de Avenida Francia se estrenaba una obra de teatro llamada Duelo. Lo raro es que nunca ocurría, o tal vez nunca alcanzaba a divisarla para su estreno. A su vez, en esa especie de trance oscuro, se iban sucediendo imágenes, imágenes que eran un poco una alegoría de su invisibilidad, o una justificación de su inexistencia. Una tenía que ver con un compadre de un grupo llamado La Purga. Era un loco poeta y performista que conocía hace tiempo. Estaba con él en las afueras de alguna plaza desconocida. Bebíamos como diablos, hasta que en una el loco sacó un papelillo, uno que luego se hacía grande y se confundía con una hoja, y luego con un suplemento. Su contenido también era ilegible. Solo él lo alcanzaba a leer. Hasta que terminaba, lo enrollaba y luego lo fumaba. Una luz súbita amenazaba en una esquina de la plaza. El sentimiento de paranoia nos invadía, difuminando de paso la escena completa. Después la imagen acontecía en una sala de clases vacía. Una sala universitaria. Estaba la misma silueta de aquel compadre de La Purga, solo que cabizbajo escribiendo en un cuaderno unos garabatos incorregibles. A medida que iba escribiendo se abría una entrada al fondo del pizarrón. Con solo mirar allí la sensación era la de una zambullida en un agujero negro. Una entrada intradimensional, o quizá solo una manifestación paranormal producto de alguna maquinación. El interior del pizarrón tenía un contorno y una inspiración lovecraftiana, porque a través de ella solo se podía percibir un miedo primigenio. Ya mirando en ese abismo, la cuestión se transportaba y sucedía luego en una casa. Estaba decorada de tal forma que todo parecía un velorio. Se veían globos negros que daban la impresión de algún luto o de algún aniversario paradójico. Cruelmente paradójico. Corrían para todos lados unos niños inquietos. Bajaban de manera parsimoniosa unos invitados a los cuales no se les distinguía la faz. Salían a su vez a un pasillo para ir hacia el antejardín de la casa. Allí mismo se reunían todos en una pura masa, sin dejar ver a quien rodeaban. Entre medio del gentío, al rato después, se podía ver a una chica extraña, sentada en una silla, que identificaba en ese transcurso con una ex compañera del colegio que había sufrido una serie de crisis depresivas. A pesar de su evidente tristeza, aún conservaba la belleza de aquellos años. Cuando ella comenzaba a levantarse de la silla, un silencio profundo de repente lo invadía todo. Hasta que mira de súbito al cielo, y se escucha de fondo un estribillo de The Cranberries. La voz no era la de Dolores, sino que la de una mujer. Todos miran hacia el interior de la casa. A un costado de la entrada estaba la mujer intérprete, de riguroso negro y a su lado, el compadre del grupo La Purga, tocando la guitarra. Cuando el tema de los Cranberries llegaba a su clímax, el cielo se veía nublado, de estricto color gris. Nadie aplaudía. Todos sin embargo seguían a la chica extraña en sus ademanes. En ese momento, la obra ya estaba a punto de acabar. Al igual que el sueño. Una vez despierto, lo único que conseguía asociar fueron algunas líneas de Dolores O Riordan. Las líneas iniciales de su tema Dreams. La cortina de la ventana de la pieza, ensombrecida con el cielo opaco, asemejaba la caída del telón de fondo.