miércoles, 13 de enero de 2016

"El camino del latinoamericano es el camino del huérfano en busca de un padre que no existe". Pedro Páramo, a treinta años de la partida de Juan Rulfo.




A mi juicio, si tuviese que ser definitivamente injusto, si tuviese que elegir, en una situación hipotéticamente desesperada, solo una novela latinoamericana que se salvase de la hoguera, elegiría Pedro Páramo de Juan Rulfo. No se trata solamente de una lección de arrogancia ni de una opción oportunista, a propósito de que hace poco se cumplieron treinta años de la muerte del autor, sino que de una lectura que había venido cultivando hace mucho con esmero. 

De verdad me creía el cuento de la novela debut que catapultó a Rulfo a categoría de leyenda. El ejercicio de hacer una sola novela, pero que fuera LA novela, una sola posibilidad entre millones. Además, una proeza y, si se quiere, también una provocación, ante la abundancia y exhaustividad que otros autores contemporáneos pretendían. Siempre vi en Rulfo algo distinto a García Márquez. Este último me parecía un fenómeno de masas, pese a su brillantez, con eso del realismo mágico, de las ideas de Carpentier que buscaban destronar el surrealismo importado desde Francia. 

Había algo en esa novela inclasificable. Un éxito, pero siempre subterráneo, por su naturaleza opaca, hermética. Pedro Páramo encarna una visión y a la vez una realidad. Es el viaje clásico del héroe que regresa en busca del origen, en este caso, del padre por encargo de la madre de Juan Preciado, solo que aquel viaje épico aquí se encuentra distorsionado, subvertido o definitivamente condenado. Nuestro héroe ya no viaja al infierno a aprender. Viene a ser uno con el infierno. La idea fantasmagórica de encontrar a su padre es una especie de paradoja freudiana, en un mundo que solo le ofrece incertidumbre, rumores, habladurías, la crudeza de lo indecible. Él mismo se convierte en un rumor, en una habladuría. 

Juan Preciado vive la historia suya a través del infierno de los otros que es el infierno suyo propio: Comala, metáfora del fantasma que habita en todos y cada uno, y que todos y cada uno habitan, sin excepción. Comala viene a ser más que una simple radiografía del México del siglo XX, un estado del espíritu, la condición misma del espíritu latinoamericano. De hecho, la propia empresa idealista que busca las raices de la identidad latinoamericana se parece mucho al viaje de Juan Preciado en busca de su Pedro Páramo en Comala: ambos ya están muertos antes siquiera de ir hacia su encuentro. 

Desde una visión romántica, las sociedades latinoamericanas, como Juan Preciado, idealizan a su padre, el foco de sus orígenes, hasta que chocan con la cruda realidad de su naturaleza heterogénea, esa falta de “unidad familiar” ya mencionada. Chocan consigo mismas, y su frustración las lleva a proyectarse de manera espacial y temporal tal como si fuera “Comala” misma: una profunda distopía de si misma, un lugar sin espacio ni tiempo histórico definidos, sólo un gran cúmulo de ecos, voces y sombras caóticamente diseminadas. Esta inexistencia de ese “padre”, esos valiosos cimientos que permiten organizar su presente y edificar su propio futuro, fundamenta apriorísticamente el fracaso de la empresa en la búsqueda de las raíces. 

El camino del latinoamericano es el camino del huérfano en busca de un padre que no existe. Ese camino es siempre dantesco. Se escuchan voces, muertos que parecen vivir, una antología de sangre y de violencia. Su nombre parece escrito en las paredes por el cancerbero de la conciencia. Sin embargo, ese fracaso, ese recorrido lleno de ardides, ese laberinto que refleja su propio mundo interior, por supuesto, no es su derrota, solo su forma, su razón de ser, su camino. 

Rulfo lo supo. Es todavía ese motivo dantesco, ese desafío del canon, esa aparente falta de trama y de consistencia, ese caos de saber que todos ya estamos muertos lo que hace a la novela invencible, indefinible. "Cualquier cosa que tenga forma puede ser definida, y todo lo que sea definido puede ser vencido", decía Sun Tzu en El arte de la guerra. Faltan obras que tengan como premisa la expresión sincera del infierno interior y circundante, sin miedo a perder el pellejo y el espíritu en el intento: sin miedo a perder.