miércoles, 5 de mayo de 2021

Neuroderechos para un Chile transhumanista

Se aprobó en el Senado una ley de protección de “neuroderechos”, impulsada por Guido Girardi. Sí, tal como suena. La iniciativa está contemplada dentro de un programa más amplio de protección de la integridad mental de las personas, surgida en la comisión Desafíos del Futuro. ¿Cuáles son los puntos de esta ley de protección? Pues son en total cinco los “neuroderechos” que serían garantizados, por supuesto, en nuestra futurista Nueva Constitución, ante el avance inminente del transhumanismo a nivel mundial.

El Dr Rafael Yuste, profesor de ciencias biológicas, líder en la materia, propuso cinco puntos: la protección a la identidad personal (prohibir que la tecnología altere el concepto del sí mismo), la privacidad mental (mantener la privacidad de los datos obtenidos a través de la actividad neuronal), el libre albedrío (conservar el control absoluto de la voluntad), contra los sesgos (utilizar medidas para combatir sesgos algorítmicos) y al acceso equitativo (establecer pautas que regulen el desarrollo y las aplicaciones de neurotecnologías que permitan potenciar las capacidades mentales).

Yuste fue categórico al afirmar que estos neuroderechos tienen que ser establecidos como tales bajo cada legislación y serán fundamentales para mantener la integridad humana, ya que, tarde o temprano, estas nuevas tecnologías de la mente (o, mejor dicho, de “mejoramiento” de la mente) se volverían política pública en un futuro no muy remoto. Y hay suficiente evidencia para sostener que no solo se limitan a la pura y dura ciencia ficción. Por ejemplo, durante el 2013, Obama promovió el proyecto de Yuste para dibujar el mapa del cerebro y, de hecho, hasta presentó en la Casa Blanca su apuesta para investigar las causas del Alzheimer, la epilepsia y el Párkinson, en un plan llamado iniciativa BRAIN.

Por otro lado, Elon Musk ha avanzado con su proyecto Neuralink, consistente en integrar el cerebro humano a un dispositivo informático, con el fin de lograr no solo avances en la curación de daños cerebrales sino que, directamente, en la posibilidad de “potenciar” las propias capacidades mentales hacia límites insospechados, incluso superando a las IA. Musk, con el carisma que le caracteriza, ya había bromeado diciendo que este Neuralink será algo así como los experimentos usados en Black Mirror pero sin el toque distópico.

Su proyecto recién esbozado, en efecto, podría analogarse con lo mostrado en los episodios “Toda tu historia”, “Blanca Navidad” o “Playtest”. En el primero, se problematizaba el tema de la memoria individual en la era hiperconectada. En qué medida nuestros recuerdos pueden ser de acceso público y cómo eso generaría todo un problema “ético mnemónico”, por así decirlo. En el segundo, se hacía patente la manipulación mental mediante la proyección digital de un “yo” extraído de la conciencia, con fines no muy transparentes. Y en el tercero, se presentaba un videojuego de realidad virtual en el que el jugador interactuaba con su propia mente, tal como sucedió con el experimento llamado MindPong.

A simple vista, podrá parecer una maravilla para los tecnócratas de nuestro país y para los amantes del desarrollo de la tecnología de corte transhumanista. Sin embargo, el problema sigue siendo el ser humano, su integridad, su definición. Piénselo ¿Realmente será suficiente con una legislación en materia de neuroderechos? ¿Hay acaso garantías reales respecto a su cumplimiento en el plano de la vida social? Considerando que ni siquiera se respetan los derechos básicos de libertad de desplazamiento y de igualdad ante la ley, por solo nombrar algunos. De hecho, ni siquiera se respeta del todo la privacidad de los datos personales en la red (con las ya conocidas “letras chicas” de las redes sociales, que nadie lee), y existen pruebas suficientes para sostener que ciertas corporaciones a lo largo del globo cuentan con el monopolio de la información (las Big tech), utilizando esos datos entregados de forma tan generosa por los usuarios para cuestiones ajenas a su limitada influencia.

Si quisiéramos ser agoreros, nada, absolutamente nada garantiza cien por ciento que la situación no se salga de control, que no vengan por ti y hackeen tu mente. Aprobar una propuesta vanguardista de esta naturaleza, sin el consenso necesario de toda la comunidad científica, implicaría, aparte de ingresar en una “carrera por el futuro”, abrir la puerta para que los grandes titanes globalistas puedan llegar a decidir de forma despótica sobre cuestiones trascendentales, arrogándose una potestad mediada únicamente por una cierta competencia y una cierta moral superior.

El límite para este verdadero Caballo de Troya, disfrazado de buenismo, ciencia y filantropía, debe ser siempre, a mi juicio, la libertad de pensamiento, la libertad de conciencia, la libertad de acción. En medio de un caos generalizado y un panorama crítico, bajo el cual las instituciones occidentales se caen a pedazos y pierden poco a poco su legitimidad, toca defender por los propios medios aquellos principios que creíamos inviolables y que, el día de mañana, parecerán arcaicos, frutos de una era ya superada.