domingo, 30 de diciembre de 2018

Bandersnatch: La ilusión del control



En El tiempo.com se preguntan si acaso Bandersnatch de Black Mirror sería "el futuro de la televisión" con su propuesta de elije tu propia aventura, dándole al espectador la posibilidad de elegir una serie de opciones binarias que repercutirán en la trama general de la historia. Lo cierto es que la idea propuesta por Black Mirror y dispuesta por Netflix, en este sentido, no tiene nada de nueva, porque la noción de caminos elegidos y de realidades paralelas ya ha sido planteada antes por la literatura, inclusive por los videojuegos mismos que en la peli cobran especial protagonismo. Bandersnatch se encarga de desplegar una serie de citas literarias para desarrollar este concepto del espectador activo, con la ilusión del libre albedrío. Una de ellas tiene relación directa con Orwell, 1984. De hecho, la propia película, basada en el libro imaginario de Jerome F Davis, está ambientada en ese año, reforzando luego el carácter panóptico y distópico que adquiere la realidad del personaje principal. Otra cita obvia la tiene en Rayuela de Cortázar, con el ya clásico tablero de dirección que le permitía al lector seguir un orden de lectura distinto al lineal. Una tercera referencia más indirecta, dice relación con Niebla de Unamuno, la nivola en la cual Augusto Pérez, al igual que Stefan en Bandersnatch, siente a ratos la sensación de estar siendo controlado por alguien más, en el caso de la novela, el autor, y en el caso de la peli, el espectador, el "amigo del futuro" que maneja el destino de los personajes a su antojo por el puro placer del entretenimiento. 

Es también evidente el nexo de Bandersnatch con la psicodelia y las novelas de ciencia ficción. Dentro de la peli, por ejemplo, se menciona el nombre de Timothy Leary en referencia al uso de psicotrópicos y su implicancia en la alteración de los sentidos y la superación del yo para descubrir nuevas facetas de la realidad. El nombre de Philip Dick tampoco podía faltar en la mezcla, cuando se hace mención a aquella novela multiversal, Ubik, en el que se cuestiona incluso la naturaleza misma de la vida, su condición onírica, su velo de ficción o de diegesis. Una última cita, y que corona el título de la obra, se encuentra en la novela de Lewis Carroll, Alicia a través del espejo. Allí el Bandersnatch era una criatura ficticia que nunca cobraba una forma única, y que tenía tantos aspectos como versiones. La película, a su manera, trata de invocar la condición proteica de esta criatura para dotar a la trama de cierta maleabilidad. Por otro lado, la importancia del espejo en la película se condice con la que tiene en Alicia, su carácter de umbral entre dimensiones, no se sabe si entre el sueño o la vigilia, entre diferentes líneas temporales o derechamente entre distintos mundos. 

Si bien Bandersnatch, hasta este punto, se ha valido de la literatura para proponer esta obra interactiva que juega con la sensación (falsa) de control, se extraña tal vez una mención mayor a la historia de los videojuegos en general, a pesar de estar inserta en una ficticia industria de los ochenta, a modo de homenaje, de la mano de algunas creaciones de Colin (Nohzdyve, Metl Hedd). Los que conocen los Rpgs, sabrán que Chrono Trigger, la franquicia de Square, tenía una serie de finales alternativos que podían desbloquearse viajando en el tiempo a través de la máquina Epoch. Los finales eran necesarios para cambiar el curso dramático de las cosas dentro de la aventura oficial. Así, en cierto modo, Chrono Trigger ya había sentado las bases de lo que sería esta digresión en la narrativa clásica por medio del aparato lúdico. Aunque esto puede explicarse señalando que los juegos de Rpgs envuelven en sí mismo la capacidad de proyectar un avatar, asumir diversos roles y, por ende, desarrollar diferentes líneas de desarrollo y de progreso. 

Como sea, Bandersnatch se alza cual hito de la televisión en línea, gracias a los aportes de la literatura fantástica y de ciencia ficción del siglo XX, y gracias al dispositivo temporal que en Chrono Trigger funcionaba como experiencia vicaria de libertad. Si uno quiere hilar fino, la película, más que innovar por la propuesta del espectador activo, lo hace por las implicancias filosóficas que de aquella interacción pueden desprenderse. El propio usuario se dará cuenta que, como decía Colin, Pac Man era la metáfora del hombre controlado y programado, persiguiendo algún deseo en forma de fantasma dentro de un laberinto que no tiene salida ni fin aparente. El gran acierto de Black Mirror recae en ofrecer una lectura oscura de la tecnología, acorde a unos tiempos en donde hace rato merodea el espectro del acabose, la sensación de estar progresando a ritmo vertiginoso, pero, a la vez, la de estar precipitando un callejón sin salida en la historia. Con Bandersnatch, sinceramente, creo que debe ser la primera vez que concibo a los videojuegos con el prisma de la fatalidad. Lo que era en su tiempo mero ludismo e inocencia, encerraba, detrás del vórtice del espejo negro, la total falta de cambios frente a un destino prefijado, el velo de maya, la ilusión de control. Una muerte, un game over ineluctable para una vida que te ofrece el placebo de la posibilidad. La televisión, con Netflix como su nuevo estandarte, se encarga ahora de hacer sentir a sus telespectadores como Pac Man, verdaderos títeres, criaturas hambrientas de fantasmas, jugando partidas interminables, muriendo una y otra vez, intentándolo de nuevo para dar, remotamente, con algún final que proyecte su conveniencia, su disyuntiva vital. 
Se viralizó hace poco una "lista de la suerte" japonesa. No se explicita mucho el origen de la lista ni su trasfondo, aunque es muy probable que eso a la mayoría de la gente, a estas alturas del año, no le importe, con tal de que la lista le ayude a interpretar la suerte que tendrá el año que viene. Para poder leer el tablero de la lista, la gente tiene que ubicar su mes y día de nacimiento en una serie de números. El mes corresponde al segundo y el día al tercero. Según eso, y mientras el número que les toque esté más arriba en la lista, serán más "afortunados". Tampoco la lista se molesta en explicitar en qué sentido la gente será más afortunada, solo se limita a señalarlo. Pasa algo parecido con el horóscopo y su efecto de influencia sobre el devenir y las acciones de sus seguidores, solo que en este hay categorías identificables: amor, salud y dinero. En la lista japonesa, en cambio, la tan mentada suerte se tiene que entender en un sentido más general. Este simple hecho fue suficiente para que la lista tuviera la repercusión que tuvo en las redes sociales. De hecho, y pese a renegarlo en un principio, me vi buscando mi propio número ahí, quizá deseando tener, muy a mi pesar, alguna clase de fortuna, y para sorpresa me encontré en el puesto 36 de la lista, de un total de 366 números. De acuerdo a eso, yo estaría entre el grupo de los cincuenta más afortunados del 2019. Antes de saber el resultado, me había buscado casi en lo más abajo de la lista. Entonces vi mi puesto real, y me reí solo. Supongo que ese vendría siendo el efecto psicológico inmediato de la predicción: servir de placebo proyectando tu sentido de la satisfacción en un futuro imaginario, acaso existente solo bajo un deseo discursivo o, mejor dicho, numérico. Se le confía una suerte que no se tiene en el presente, por defecto, a un número. El mañana, según la lista, es lo deseable. El tiempo presente es aquello que lo arrastra. El mañana es el deseo inconcluso. Por eso la lista pegó tanto, porque se limita a predecir la suerte y no a ofrecer ninguna otra garantía que esa predicción. La gente odia hacerse cargo de su vida. La suerte vendría siendo aquello inconcluso que la saca de sí misma por un momento, y la transporta hacia el mañana.

jueves, 27 de diciembre de 2018

Especial PSU en LUN. Parte con una noticia sobre el "Pollo" Castillo, el estudiante de Ingeniería civil industrial que se hizo youtuber y que detesta la oficina. El especial sigue luego con otra serie de casos. Una chica que se quedó dormida dando la prueba y que hoy trabaja en un sello discográfico; una abogada que odia los tribunales y que encontró su vocación viendo tele; un periodista que le inyecta quesos a las hamburguesas; una cientista política que hace terapias alternativas; una ex estudiante de ingeniería química dedicada a ser bar tender. A un costado de la primera noticia, una breve nota comienza con el título "PSU ¿Fin del mundo?". Todo les demuestra a los perdedores de la prueba que su derrota no debiera llevar al desaliento apocalíptico, sino que todo lo contrario, hacia un temprano optimismo, impulsado con el adrenalínico espíritu del emprendimiento. El reseñista de la nota se encarga de enfatizar que la Universidad no es ni por mucho la única alternativa, que en un mundo altamente competitivo la profesionalización es tan solo una de las tantas aristas con las cuales el sistema de cosas promueve la realización formal de los individuos. La desconfianza hacia la excesiva demanda de estudios superiores se hace patente, y lo curioso es que aboga indirectamente por la posibilidad del emprendimiento individual como forma de "salir adelante", de “ser alguien". Entre la garantía universitaria del diploma de limitación y la posibilidad de emprender una actividad rentablemente exitosa, media entonces la zona cero de la expectativa. Decía Pessoa: “no soy nada, aparte de esto, guardo en mí todos los sueños del mundo”. El esfuerzo, el riesgo son vistos aquí como el motor y a la vez como el corolario de un proyecto de vida, condicionado siempre por las variables socioeconómicas, y acaso por trabas de otro orden mucho más sutiles. Así, motivado por una brecha educativa cada vez mayor, al perdedor de la PSU siempre le quedará aquel consuelo de la meritocracia, el ansiolítico perfecto del sistema, la fórmula mágica con la cual el desdichado podrá revertir su destino y enrostrarle a los dioses del materialismo su heroica hazaña, aunque cabe preguntarse, en este punto ¿cuántos de esos entusiastas serán capaces de superar el arrojo inicial? ¿cuántos de esos podrán realmente imponer su marca y sobresalir o, por el contrario, cuántos se inclinarán por el camino del “preferiría no hacerlo”, impulsados por la severidad de sus circunstancias o, inclusive, por decisión propia? ¿cuántos serán llamados a sobrellevar el purgatorio, a trascenderlo mediante su brillante despliegue de virtuosismo o, por el contrario, mediante su inmejorable suma de inercias o desaciertos? Puede que la PSU no sea el comienzo ni el fin de nada, sin embargo, cobra –para muchos- la cualidad de la esfinge, volviéndose una encrucijada que puede conducir al aspirante a la cumbre o al despeñadero, a la sublime ilusión de su éxito o bien al encuentro desvelado, enceguecido, con la realidad.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Hace como una hora caché que había patrullas y bomberos a un par de cuadras del depa, a la altura de Las Heras. No supe hasta ahora que se trataba de un incendio que arrasó con el Motel Noche Azul de calle Monjas. Una verdadera lástima. Cuántas noches calientes, cuántas historias húmedas consumidas por el fuego.

martes, 25 de diciembre de 2018

25 diciembre: Batalla de Tucapel. Nacimiento de Isaac Newton. Nacimiento de Jesucristo. Juzgue usted el grado de veracidad o de ficción de cada efeméride. Brinde según sea el caso.

lunes, 24 de diciembre de 2018

Ayer tocó embalar algunos regalos atrasados. Uno de ellos era un tanto aparatoso, y costó envolverlo, sin contar además con que el puestito estaba instalado en plena avenida, donde el flujo de gente era estrepitoso. El compadre que atendía dijo: -Para lo que va a durar envuelto-, al tiempo que la mujer cortaba unos pliegos para que el envoltorio calzara. -Todo sea por los niños-, dijo ella, cuando ya terminaba de pegar el último pliego. No todos reparan en ese aspecto. El hecho de que el envoltorio dure únicamente lo que dure, supeditado al carácter sorpresa del regalo. Y el hecho de que toda esa magia sea sostenida a la larga por un comercio popular, rayano en lo clandestino. El mercado, amparado por la fecha simbólica, hace posible que hasta el acto más rudimentario cobre un significado especial. El comerciante de navidad trabaja a expensas de su propio escepticismo, y las familias se reúnen luego convencidas de que tienen una excusa nueva para soportarse. A fin de cuentas, el encanto de la navidad recae en su envoltorio de bondad, empatía y reconciliación, en su ilusión esotérica amparada por agentes materiales y acaso disfrutada con un ánimo que recuerda nuestro primeros años, en los cuales bastaba únicamente con creer que todo conspiraba para que fuésemos mejores personas.
¿Y el bono término de existencia, cuándo?

viernes, 21 de diciembre de 2018

En el contexto de una entrevista en el Mega, Piñera se refirió a la posible ley que sancionaría el negacionismo de la violación de los derechos humanos. Decía ser crítico con lo que pasó durante la dictadura, pero no por eso iba a estar de acuerdo con penalizar a quienes se declaren negacionistas, puesto que "cada uno es dueño de pensar lo que quiera" y en un Estado democrático lo que se castiga serían las conductas y no determinado pensamiento, sea del color que sea. Para ejemplificar este punto, por supuesto, asoció a Orwell con el tan mentado crimental, acotando que penar con cárcel el pensamiento sería algo que ni siquiera en el oscuro sueño de Orwell, ‘1884’ (sic), estaría permitido. En un nuevo lapsus irrisorio, Piñera adelantó casi con un siglo de diferencia la distopía sobre la policía del pensamiento bajo un régimen totalitario. Así, para el presidente, aquel crimental recaería exclusivamente sobre el sector negacionista, al cual ampara bajo el manto de la libertad de expresión. El negacionismo sería para él otra de las tantas facetas de una diversidad ideológica, auspiciada por la democracia del siglo XXI. En cambio, lo totalitario sería precisamente aquella ley que pena la apología o la negación de los crímenes de lesa humanidad. Todo lo sostenido por el sector oficialista respecto a esto, podría resumirse en aquella célebre frase falsamente atribuida a Voltaire: ‘Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo’. Como puede verse, el problema, -a años de Orwell-, sigue siendo el límite, el estrecho límite entre la tolerancia y la censura. Te tolero, te refuto o te pongo la mordaza y te acallo.
"Hasta el momento el espectáculo sigue", sentenció hace poco el empresario encargado del show pirotécnico en Valpo, Jorge Cayumán. Sostuvo que, pese a las amenazas de los portuarios, ya estaban trabajando en el montaje de la utilería, haciendo valer un contrato preparado hace más de 200 días. En caso de suspensión, Cayumán afirmó que debe existir alguna clase de acuerdo contractual. Además, señaló que el gasto por eventual indemnización debía correr a nombre de la mismísima municipalidad. Cayumán llama a realizar de todas maneras el show de todos los fines de año, porque así lo estipula la tradición. Luego, termina lamentando la situación de los trabajadores eventuales y deseando que el conflicto portuario se solucione pronto. No lo quiere confesar, pero su mayor preocupación siguen siendo los fuegos artificiales que tanto simbolizan el erario porteño, su marca de exportación generando dividendos jugosos al alero del desconcierto colectivo. Después de todo, se trata del comercio, el ente que mueve el interés de las masas, el rito que solo exhibe la pirotecnia de su propio desentendimiento. Vamos -dice Cayumán- luchen por lo suyo bajo barricadas y lacrimógenas, yo los estaré apoyando desde el otro lado; mientras tanto, nosotros, hombres de negocios, brindaremos con champaña, un abrazo protocolar y una vista exclusiva en el puerto, porque así lo indica el contrato; seguiremos convocando visitantes de todas partes del globo, estupefactos, mirando hacia la noche llena de colores destellantes, porque así lo indica el contrato. El espectáculo debe seguir a como dé lugar, esa es la premisa, y ninguna demanda ni lucha podrá aplacarlo, por más imperiosa que parezca. Valparaíso, sociedad anónima del espectáculo. Valparaíso, espectáculo boca arriba que continúa pese a todo, celebrando la idea de su propia postal incendiaria frente al acabóse.
Con un amigo analizábamos el tema del puerto. Aparte de lo estrictamente laboral, la automatización cada vez más creciente constituía otro motivo. Sin ir más lejos, los de Ultraport habrían comprado unas grúas modernas con las cuales podrían prescindir cada vez más del elemento humano. Súmale a eso cláusulas de trabajo eventual con el beneplácito de cada gobierno, y tenemos la fórmula exacta del conflicto. El amigo mencionaba que en su propio terreno de trabajo (energía y electricidad) había empresas de ese tipo: con renovaciones aleatorias, sin vacaciones, sin antigüedad, y contando con una lógica de servicios no muy distinta a la de las pulperías del siglo XIX. A todo esto se adhiere el nuevo fenómeno de la automatización que puede reemplazar la fuerza de trabajo humana por aparatos mecánicos o tecnológicos en puntos estratégicos, lo que redundaría finalmente en esta precarización, sin otra razón de ser que la propia necesidad de la empresa en aras de la productividad. La precarización de las condiciones de trabajo resulta una circunstancia histórica, pero la automatización constituye por sí sola otro proceso contingente que puede, a la larga, volverse en contra del propio humano que había realizado antes, y de manera rutinaria, el trabajo que ahora le correspondería a la máquina casi por mandato económico. Así que si usted trabaja en algún área extractiva, en algún área de manufactura, en alguna tarea administrativa, de recopilación de datos, de finanzas, si lo suyo aúna un cierto grado de rutina o de repetición, no se extrañe si en un futuro un robot, algún aparato o un programa venga a tocar a su puerta para exigir con todo el derecho del sistema esa tan preciada vacante.

jueves, 20 de diciembre de 2018

Me acaban de llamar de la pega para que vaya a buscar un bono extra. Increíble cómo, apenas recibo la noticia, el gesto en mi rostro cambia cual perrito de pavlov salivando por un hueso. Dejo de hacer lo que estaba haciendo (tirar curriculum) y voy de inmediato a buscar el bonito con un villancico mental sonando en la cabeza. Allá el compadre que estaba me entregó el sobre envuelto en papel de regalo y luego hizo un gesto con la mano como de beber copete. A eso es lo que algunos le llaman espíritu navideño.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Piñericosa: En el marco de la inauguración del Espigón C del Aeropuerto Arturo Merino Benítez, el presidente hizo una alusión al mito de Ícaro y Dédalo, indicando que hace 4.000 años ellos habían soñado con volar pero "no cumplieron con los consejos y tuvieron un mal desenlace". La interpretación de Piñera a todas luces podrá ser errónea, puesto que según el mito Ícaro y Dédalo no soñaron con volar, sino que lo hicieron para escapar del laberinto del Rey Minos. Sin embargo, si uno profundiza en la lectura, aunque sea falsa, resulta absolutamente congruente con su mentalidad. Es decir: Ícaro y Dédalo como ejemplos mitológicos del esfuerzo de la humanidad por emprender vuelo. La meritocracia hecha mitología. El vuelo mismo de Ícaro como un emprendimiento venido a menos, como prueba de que todo emprendimiento necesita del fracaso para llevar a cabo su cometido, finalmente como referente histórico para la gran obra que ahora se inaugura en el Aeropuerto con nombre de vate. Aeropuerto Ícaro y Dédalo, en honor a estos dos mártires de la aviación.
Actualización: Según nueva encuesta CEP, los chilenos creen más en el mal del pico en el ojo que en el Diablo.
Un sondeo del CEP enfocado en religión reveló que más chilenos creen en el “mal de ojo” que en la Virgen. La encuesta también se inclinó hacia otras creencias espirituales. Así, más de la mitad de los encuestados afirmó creer en “la energía espiritual localizada en montañas, lagos, árboles o cristales”; otros tantos dijeron creer en "los poderes sobrenaturales de nuestros antepasados muertos”. Del mismo modo que aquellas creencias aumentaron, bajó la creencia en los milagros religiosos. Mi bisabuela recuerdo que tenía bien arraigada la costumbre de revisarle el mal de ojo a la gente, tanto así que se encargaba de vez en cuando de hacernos un chequeo para ver cuán "ojeados" estábamos. Nos llevaba pa la cama, nos daba la vuelta y nos tiraba el pellejo en partes estrátegicas del cuerpo para curarnos aquel misterioso mal que muchas veces, involuntariamente, la gente con malas energías nos procuraba en la calle. Mientras el pellejo sonara más fuerte, quería decir que nos habían ojeado con mayor intensidad. Luego, al rito de "desojeamiento" le seguía un sahumerio o bien una infusión de hierba o, por qué no, una persignación. Cuando chico creía firmemente en el poder sugestivo de esta práctica, tanto así que después de haber pasado por todo ese proceso me sentía mejor, me sentía "desojeado", libre de miradas insidiosas y de energías negativas, listo para volver a enfrentar la mirada del abismo y devolvérsela con una todavía más penetrante. No es casualidad que esta costumbre haya tenido tanto impacto entre las señoras del barrio, entre los más pequeños y haya podido coincidir, incluso mezclarse, perfectamente con el credo cristiano. La superstición no era sino una forma popular de aplicar aquella enrevesada metafísica cristiana que profesaba que había personas buenas y personas malas, estas últimas, dispuestas a influir en el prójimo con la transmisión ocular de sus maldiciones. La de mi querida bisabuela era la metafísica del ojo, el cielo y el infierno contenido en la mirada del otro, del otro extraño, la misma creencia que al parecer goza todavía de buena salud. Más males de ojo, menos

martes, 18 de diciembre de 2018

Una amiga me acaba de enviar por wasap un audio sobre un auto que arremetió contra manifestantes en la Sotomayor. Tres personas heridas y una grave, según consta en el registro. El testigo pedía por favor correr la voz y difundir la noticia. El último mensaje de la amiga, antes de desconectarse, decía "Terrorismo de estado".
El domingo retiraron la impopular y malograda pasarela de Bellavista. Se encontraba cerrada hacía años y, según cuentan, ya se estaba transformando en un verdadero antro público justo sobre el sector de Errázuriz. Además, me acuerdo que, por motivo de su cierre, no faltaban los carajos que se subían a la mala durante la noche para dar jugo y hacer otra clase de chanchullos (droga de por medio), cuestiones que La estrella denominó claramente como "incivilidades". Por otro lado, debido a la gran altura de las escaleras y a la distancia de la pasarela con respecto a la calzada, no tenía mucho sentido transitar por ahí. Era, de hecho, más rápido cruzar por debajo, simplemente esperando el cambio de semáforo. Pero esta falta de funcionalidad en la pasarela no se debía solo a un error técnico, sino que a una procrastinación en la logística general de un proyecto que acabó por ser clausurado, puesto que la idea original consistía en conectar esa pasarela con el sector de los recintos portuarios, cosa que, finalmente, nunca llegó a buen puerto. La clausura la había hecho ya el guatón Pinto por allá en el año 2003, pero no fue hasta hace poco que se optó por retirar de una vez por todas la infame e icónica estructura. O sea, en un lapso de casi 15 años, la pasarela pasó de ser un paseo frustrado a volverse la representación viva de una iniciativa hecha a medias, a partir de la cual, merced a su abandono y a la mediocridad de sus autores intelectuales, se generó un caldo de cultivo para el despropósito que tanto simboliza el imaginario de nuestro decadente patrimonio. No faltará el porteño que, sin embargo, comenzará a romantizar el fiasco arquitectónico tan propio de la idiosincrasia de ese "Valpo way" en que las cosas siempre operan de una forma errática o de un modo inexplicablemente excéntrico, forzando el sentido común de tal manera que eso empieza a naturalizarse y a conformar el paisaje habitual del plan, la cuota de encanto de una ciudad en la que ya se sabe que predomina un constante "chipe libre", que con los años y con los pasos no hace más que agudizarse. Pese a todo, hay algo en aquella pasarela fuera de lugar que nos retrotrae a aquellas salidas de madre en que todo se descontrolaba, la imagen cruda de la falta de dirección pero también del exceso de libertad. Basta pensar en aquellas entrañables fiestas de año nuevo, donde no faltaban los figurones que se subían a la pasarela como si se tratase de subir a algún trono prohibido para coronar el sentimiento de desenfreno, arrojando botellas al vacío o bautizando en lo oscurito la obra en nombre del amor, incluyendo a la sazón unas cuantas líneas y jales. La impronta dadaísta de aquella pasarela, hostil en su carencia, ilógica hasta decir basta, aunaba en sí misma la mentalidad indolente de las autoridades de turno y la personalidad desinhibida pero, por eso mismo, caótica, acaso desencantada, de los personajillos que aún abundan y que hacen de Valpo el pandemonio civil que es y que sigue siendo, la mescolanza de colores vivos, de líderes neutros y de sombras bohemias que se dejan conducir todavía a través de unos espacios sin otro atractivo que el peligro y sin otra leyenda que su propia levedad.


sábado, 15 de diciembre de 2018

La expresión "todavía cree en el viejo pascuero" que aflora por estos días próximos a Navidad. Ya se la he escuchado a dos amigos. Uno con respecto a la posibilidad de tener una relación sentimental realmente duradera en el tiempo; otro con respecto a las personas que aún creen en los dichos del oficialismo y la oposición. En ambos casos, la expresión engloba un escepticismo, un juicio severo contra la ingenuidad del aludido. O, al menos, una interpretación de esa ingenuidad, dotando al escéptico de un halo de adultez, como si fuese el papá que ya crecido su hijo le explica la verdad del viejo pascuero y le mata la ilusión. Aquí el viejo pascuero constituye el mito o la idea reconfortante que a cada cual le conviene creer, digamos, su zona de confort, o su proyección ilusa. El que enuncia la expresión se pone inmediatamente "más allá de la navidad", se podría decir que ha despertado a la razón y con la más amarga de las verdades arroja su lucidez cual grinch que intenta, más que recuperar el sentido, conspirar para que el resto se despabile. No se ha pensado, sin embargo, en la posibilidad de que incluso el que enuncia la expresión sabiéndose más allá de la creencia, guarde aún dentro de sí su propia mitología, su propio cúmulo de prejuicios, de ideas hechas, de falsas ilusiones, sus propios viejos pascueros, su propia navidad interna todavía infranqueable.
Al llegar a la casa, la aplicación del podómetro para android me indica que acabo de romper un nuevo récord de pasos diarios: más de 12000 frente a los 7000 iniciales, que había ejercido durante un lapso continuo de un mes. El nuevo récord en cuestión viene acompañado de una corona de rey. Rara igual esa sensación de estar quemando etapas o de estar conquistando algo por el simple hecho de caminar y contabilizar las calorías quemadas. ¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si Robert Walser, el autor de "El paseo" hubiese contado con un podómetro como este? ¿Cuál hubiese sido su gesto al ver una corona de rey por cada nuevo récord en su caminata? Robert Walser, el mismo que decía medir sus pasos con tranquilidad al caminar con semblante sereno y digno, y luego acabó muerto, tumbado sobre la nieve, inmortalizado en una fotografía que evidencia sus huellas sobre el pálido camino que lo secundaba. La manía de volver funcional el acto de caminar, en función de la quema de calorías, en función de la actividad, muy distinto a aquel paseo sin otro propósito que su vivencia empírica. Caminar como escribir, como leer, llenarse de materia la cabeza, llenarse los pies de materia. Vuelvo a la barra de menú en la aplicación que señala la cantidad de tiempo invertido en caminar, y pienso que, después de todo, el hecho de llevar un podómetro no tiene por qué descartar aquel goce gratuito, aquel goce del paseo, su propia intensidad vagabunda, a la vez que su única e irremediable dirección, porque el podómetro cumple un objetivo condicionante, llevándote a caminar mucho más mediante un refuerzo positivo, sin embargo, solo quien camina puede saber si ese esfuerzo le puede llevar a alguna parte en especial o quizá constatar el irreductible camino que todos olvidan pero que de todas maneras recorren, el mismo camino que condujo a Walser hacia el otro lado, el mismo que te puede conducir de regreso a casa o bien de vuelta hacia afuera, sin garantía de retorno. El mismo camino del que prefería "ser nadie", del que prefería únicamente eso, caminar.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Felicitaciones para los ganadores de los fondos. Sin ustedes no me habría ni enterado. Y para los perdedores, bienvenidos. Recuerden la máxima de Beckett: Fracasa mejor. Un tonel de chelas los estará esperando, para celebrar la derrota hasta "tocar fondo".
El 29 de noviembre, ingresaron diez sujetos vestidos con overoles blancos al Banco Estado de Linares para realizar un simulacro de robo, con máscaras y pinta al más puro estilo La casa de papel, amenazando a todo el personal presente. "¿Creí que es broma, conchetumadre?", le habría dicho uno de los sujetos a una secretaria. Los hechos se prolongaron durante más de una hora, y según consta, fue requerido por los propios pacos. Incluso se cerró el perímetro central de Linares, ante lo cual muchos pensaron que era un robo real. ¿El problema? Que nadie les avisó a los trabajadores que se trataba solo de un simulacro. Todo se habría debido a una mala comunicación entre el comandante de la prefectura y los representantes de la entidad bancaria, pero carabineros se lavan las manos, indicando que se había informado a las autoridades correspondientes, y que el Banco en cuestión no había llevado a cabo correctamente el procedimiento. Algunas de las trabajadoras afectadas por este simulacro demasiado real, se querellaron contra el banco por secuelas de estrés post traumático. "Muy distinto simular una situación de peligro a encañonar a tus trabajadores" explicó uno de los prevencionistas de riesgo implicados en el asunto. "Se trata quizá de algo inédito en Chile", comentó al paso un psicólogo clínico, experto en víctimas de asedio. No sé por qué me acordé de Pigilia. El límite difuso entre la puesta en escena y la práctica de la violencia, que es el mismo límite entre lo ficticio y lo real entendidos como un continuo, forzosamente cercados por un perímetro. El conocimiento sobre ese límite como poder vertical. Baudrillard entendía que el simulacro podía llegar a ser más determinante, no en el sentido de su falsedad, sino que de su implicancia en la construcción de lo real. Para los trabajadores, así fue, efectivamente. Lo sintieron en carne propia, desconociendo el trasfondo del asunto, y experimentando el simulacro como algo real. Su ignorancia respecto a las causas del simulacro se tradujo en la comprobación empírica del horror y la adrenalina. En cambio, para los altos mandos, los autores intelectuales, el montaje tenía que ser lo más fiel posible a una representación de un asalto, superando su falsedad maquiavélica. En palabras de Baudrillard, entonces, podría decirse que "la simulación es infinitamente más poderosa, ya que permite siempre suponer, más allá de su objeto, que el orden y la ley mismos podrían muy bien no ser otra cosa que simulación". Lo que se pensó como un simulacro tuvo efectos hiperreales, consecuencias irreversibles, inapelables. La ejecución de esta farsa cinematográfica traspasó el radio de la caverna bancaria, y llegó hasta los medios en forma de realidad problemática. Si vamos un poquito más allá, esta es la lógica en la que opera el sistema mismo: forzar lo irreal hasta el punto de volverlo hiperreal, procurar que el orden y la ley, pandemonio simbólico, adquiera los colores prístinos de la revelación.
En el Anfiteatro ayer se nos acercó a la mesa un compadre con chaleco reflector. Iba ofreciendo unas piedras a la gente. Las sacaba de una bolsa que tenía. A esa altura ya íbamos con el copiloto como por el tercer shop. De repente, al acercarse nos decía con todo respeto si queríamos ver algunas de las piedras que estaba ofreciendo. Según recuerdo vagamente, estas tenían alguna clase de cualidad especial. El compadre, al cachar que estábamos pegados sobre la mesa, manipulándolas, no lo pensó dos veces y las regaló, sin compromiso. Luego, al ver nuestro rostro de extrañamiento, y para disipar todo tipo de duda, se presentó como el célebre "escalador porteño", Álex "Gato" Ramos. "Y si no me cree, búsquelo en Google", me acuerdo que repetía, mientras hacía el ademán de atender su solicitud, con la zurda en la piedra, y el shop a un lado de la mesa. En el motor de búsqueda efectivamente aparecía una breve reseña del TVN sobre este compadre. La reseña se titulaba: "Álex "Gato" Ramos, el escalador solitario de la Región de Valparaíso". El Gato, al instante, sagaz, se dio cuenta que había visto su perfil en la red. "¿Vio? para que no vea que miento. A eso me dedico, a ayudar a otros", señalaba, en el momento que agarró la bolsa para prepararse y seguir andando, de puesto en puesto, ofreciendo de lo suyo al resto de los comensales, escandalosos y distraídos por la jarana. En nuestras manos, y bajo el temprano efecto de los shop, permanecía ese par de piedras. Se supone que tuviesen alguna cualidad curativa, o siquiera alguna clase de simbolismo. No parecíamos entender nada, medio ebrios, al olvidar preguntarle al Gato cuál era la gracia de sus piedras. Pero seguramente al escalador solitario eso no le interesaba. Digamos que la explicación a la utilidad de su gesto estaba demás. Intuyendo más o menos su pensamiento, quizá le bastaba con ese ofrecimiento gratuito entre medio de la rutina etílica. Su apodo de Gato le valía la leyenda de su agilidad, pero también la condición misteriosa de su soledad. Se escabullía como el gato que era, con esa bolsa de piedras, ante la mirada desentendida de los presentes, y se conformaba con dejarnos ese regalo, merced a su "pasión por los roqueríos". Escribo esto junto al velador en donde dejé aquella roca cuasi transparente. Intento darle un significado pero únicamente la guardo como objeto inusual. Vuelvo sobre la palabra dolor reseñada por TVN. El dolor que motivó al Gato a ayudar a otros. Vuelvo sobre la palabra dolor, y tiene forma de piedra.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Los Zombies ingresan al Salón de la Fama del Rock and Roll. Qué hermoso suena esto.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Cursos SENCE

Tocó ir a Quintero para unos cursos de capacitación laboral dirigidos por el SENCE y ejecutados por una OTEC. La primera reunión tenía en realidad un carácter logístico. Era para coordinar el desarrollo de los cursos con los alumnos y el colega del módulo técnico industrial. "Estamos lejos de la zona de sacrificio", mencionaba el encargado de la sede. A propósito de esto, explicó que algunos de los alumnos vienen desde las propias faenas costeras. Luego me preguntó de dónde venía. Le decía que del puerto. "Ah, parece que por allá también está la crema", volvía a mencionar el hombre, aludiendo el tema portuario, tema que seguramente serviría para contextualizar el fondo de todo el proceso. Ante la demora del colega y los alumnos, me hizo pasar a la sede a un costado del pasaje, pero resultó que estaba ocupada por otro profesor que dictaba clases para el FOSIS, unos programas de ayuda para el emprendimiento. En eso llegaba el gerente comercial de la OTEC con la secretaria. La hora de la reunión se acercaba pero aún no había rastro de ninguno de los citados. Se les esperó entonces afuera de la sede, confiando en que irían llegando conforme fuera avanzando el tiempo. No faltó mucho para que llegara el colega técnico. Al rato fueron llegando unos cuantos alumnos de localidades próximas. Y, de un momento a otro, se dio pie a una reunión improvisada en pleno pasaje, merced a la descoordinación con el FOSIS y a la premura por comenzar los cursos, que ya se habían atrasado más de un mes por culpa de plazos y trámites demasiado enrevesados para ser explicados aquí. 

La reunión consistía, de acuerdo al gerente de la OTEC, básicamente en presentarse, explicar a grandes rasgos los módulos, dudas consultas, y, acto seguido, entregar los datos restantes de inscripción. Un cabro de por ahí cerca decía estar interesado en el tema del diseño y el manejo industrial porque trabajó un tiempo en construcción, y necesitaba más experiencia, además de unos cuantos materiales, implementos necesarios para no “tener que zafarse”. Otra cabra con guagua, que venía llegando del cerro, aclaró que también estaba interesada particularmente en la oportunidad laboral del curso, porque, una vez que aprobaran, se supone que cada uno tendría una ficha del proyecto, con la cual podrían optar inmediatamente a una pega afín al área que están estudiando. De ese modo, la dinámica en la calle se dio de tal manera que gran parte de los cabros demostraron interés en la cuestión pragmática del asunto. Un par que venía de soslayo, conocidos del encargado de la sede, se declararon lo suficientemente honestos para decir que venían por el subsidio de locomoción y por la pega post proyecto, a lo que sus compañeros respondieron con completa hilaridad. Uno de ellos sabía que el tema de trabajo por esos lados, tan alejados de la zona centro, era escaso, y riesgoso, considerando el tema contaminación. Otra cabra que estaba por ahí conversando, aclaró, además, que el sector mismo era peligroso, en el sentido de la delincuencia; que, de hecho, hace poco la habían asaltado, a pleno día, a la salida de su turno de bombero. Según ella, se trataba de un pobre weón angustiado. Ante esto, el cabro del principio refirió que se trataba de weones que odian la pega. Así de simple. Que para ellos trabajar era “pa los weones”, y que el mundo del hampa era “pa los vivos”. Los cabros con esto daban a entender que el ingreso a los cursos SENCE suponía descuadrarse de esa lógica delictual, no solo buscar pega por tenerla y parar la olla y ser alguien en la vida, sino que buscar, por así decirlo, “ingresar al sistema”, apelando a sus propias experticias y habilidades de superación, y, de esa forma, no sucumbir ante el monstruo de la inclemencia. La alternativa políticamente correcta, burocráticamente funcional del SENCE, simbolizaba nada menos que un terreno eficiente, no menos peligroso, no menos cómplice de su miseria, pero, por lo menos, más seguro, dentro de unos parámetros establecidos como tales. La zona de sacrificio estaba en sus mentes y en sus alrededores. La zona de sacrificio era el camino que no estaban dispuestos a seguir. Su decisión era, ante todo, enteramente personal. Nosotros únicamente éramos los burócratas, los oportunos burócratas que les facilitarían el paso. 

Una vez que salieron los del FOSIS, la reunión de la calle pasó a rematarse en la sede. Allí los cabros tuvieron la oportunidad de conocer el lugar en donde estarían cinco meses tratando de sortear a su modo el radio contaminante de los “vivos”, el umbral a través del cual podrían tener al menos una imagen remota de lo que significaban conceptos tan arraigados en el ethos social como el apresto o el emprendimiento, conceptos que uno mismo, en virtud de una reflexión persistente y febril, nunca logra asimilar del todo sin sentirse un tanto engañado. El tema de la seguridad que ofrecía el SENCE seguía siendo el tema de punta de la reunión. Ahí fue cuando las preguntas de los cabros se hicieron cada vez más agujas: ¿Tendré garantía de trabajar a futuro? ¿Ganaré el puesto que me merezco? ¿Responderán ustedes por nosotros?, etc. Cada una de estas preguntas se veía venir, ante las cuales el gerente, en conjunto con la secretaria y el colega técnico, tuvieron que ponerse firmes. Aunque, de todos modos, se trataba de inquietudes previsibles, incluso hasta deseables. Ya finalizada la reunión, y acabando los cabros de irse, al gerente le invadió un gran cuestionamiento. Y ese tenía que ver con la mitad del curso faltante. No había seguridad de que este universo fantasma apareciese para estudiar, pero tampoco había seguridad con respecto a los propios chicos que asistieron, pese a su compromiso inicial. Con ese cuestionamiento nos fuimos todos en patota, rumbo al puerto. 

El colega, y siguiendo el tema de la seguridad, se cuestionó luego respecto al propio carácter de los cabros. Contaba que ya había pasado por algo así, que muchos de ellos, en cursos anteriores, estaban afiliados a un sindicato de alguna empresa x, y que, por ello, se daban la facultad para reclamar sobre cosas que a ellos les afectaban directamente y que se relacionaban con el SENCE como ente estatal. Estaban en todo su derecho, según explicaba el colega, pero el punto era que no había que hacer ni decir nada que provocara alguna suerte de conflicto más allá del objetivo de los módulos impartidos. “Hay que tratar de ser lo más diplomático posible y lo más neutro políticamente hablando” concluyó el colega, a modo de sentencia. “¿Cómo era eso posible?”, dije entre mí. “Ser condescendiente pero a la vez mantenerse imparcial”. Apelar a la diplomacia, pero a la vez abstenerse de hablar de política. El quid del asunto, repetía el gerente al volante, era velar nuevamente por la seguridad del módulo, y, en definitiva, por la seguridad de la propia dinámica de clases. Todo aquello que excediese eso, y generase algún conflicto, debía, en lo posible, derivarse hacia los responsables, los agentes orgánicos del SENCE, cuestión que parecía razonable y hasta lógica, pero que no podía obviarse en un contexto y en una contingencia tan álgida. Dicho esto, el gerente seguía hablando con la secretaria, su copiloto, mientras conducía, y el colega seguía discutiendo conmigo, aún preocupado por el punto anterior. De repente la interrogante sobre la seguridad se amplió hacia el propio medio. Más allá del tema Quintero, el colega técnico se cuestionaba en el camino, por ejemplo, respecto al peligro que supone construir edificios casi al borde de la costa, con la posibilidad de que la fuerza del mar hiciese pedazos cualquier atisbo de construcción. También se cuestionaba respecto a la escasa mantención de las carreteras al darse cuenta que el vehículo saltaba mucho y no precisamente por los lomos de toro sino que por los denominados “eventos”. “Eventos de toro” decía la secre, tratando de agregarle gracia a la reflexión cansina. Así el tema de la seguridad invadió de pronto las estrechas curvas del camino de regreso, hasta volver al entorno vulnerable explicado por una de las chicas del curso SENCE. El colega puntualizaba aquellos sectores que, de acuerdo al factor de riesgo, podían ser más hostiles para los cabros, hasta que la secretaria le señaló, como contrapunto, que prácticamente ningún sitio en la actualidad era cien por ciento seguro, fuera del lado que fuera. Sin ir más lejos, explicaba su propia situación como playanchina, próxima a Montedónico. Yo le salía al paso, agregando que al plan de Valpo, sobre todo por estas fechas, también podía llamársele zona de sacrificio, porque era el lugar habitual en donde los lanzas sacrificaban a los extranjeros, y en donde los del Congreso sacrificaban a Chile entero. El colega y la secre parecían estar de acuerdo con la aseveración, a juzgar por su prolongado silencio. Pero no fue hasta la siguiente declaración que el tema tomó otro ribete inesperado, cuando el colega señaló que ni en la propia casa uno podía estar seguro. Y tenía la razón. La secretaria entonces, aprovechando la deriva que estaba tomando la conversación, se apuntó para agregar que ni siquiera en la tumba misma nadie estaba seguro. Fue así que el tema pasó de ser estrictamente técnico y laboral a cobrar un cariz filosófico, inclusive metafísico. Los diferentes puntos, en todo caso, ya estaban planteados hace rato, y se deducían de todo lo anterior: para los cabros el SENCE representaba una especie de umbral de acceso al sistema, un escape más o menos viable a su infierno personal; el SENCE era un ente que garantizaba cierta inserción laboral pero que apelaba a una supuesta imparcialidad; y, por último, la seguridad constituía en sí misma un motivo irresoluto, un motivo abismal sobre el cual se cimentan todas las buenas intenciones, que no sirven para otra cosa que para echar a andar la máquina, y seguir ahí, capacitándose para un presente apremiante, para un futuro incierto.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Las clases que tomarán los dueños de Penta, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, por delitos tributarios, se enfocarán en un curso que repasará las tres corrientes clásicas de la ética: virtudes, utilitarismo y deontología. Todo será durante el período 2019 en la escuela de posgrado de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) y, según consta, tendrá que ser financiado por los propios acusados. Igual loco imaginar una clase de "castigo moral" que implique precisamente el estudio de la ética como forma de reparar cierto perjuicio público, pero a través del mismo mecanismo burocrático de la política. Qué tendrán que decir, a la larga, Délano y Lavín, sobre Aristóteles, sobre Kant. Qué otro concepto de virtud, qué otro imperativo que no sea el de su propia moral amparada bajo la lógica del interés.

domingo, 9 de diciembre de 2018

A 38 años de la muerte de John Lennon: El edificio del cual salía al momento de ser asesinado por Chapman, era el mismo en el que se rodó El bebé de Rosemary, y el mismo en el que habitaron figuras como Crowley y Boris Karloff. El siniestro edificio Dakota.

Chaquetas amarillas

Cerca del bandejón de Av Argentina que da hacia la Ruta 68, unos cuantos "chaquetas amarillas" estacionando vehículos por el atochamiento de Lo Vásquez, entre ellos, el loquito que está de punta en Av Colón frente al depa. Otro del grupo andaba motorizado rumbo a Barón. Parecía ser un repartidor de pizza. Los chaquetas amarillas de Chile andan en todos los rincones, asediando el perímetro de los vehículos que se estacionan y que luego tienen que partir para volver a su destino original. Por otro lado, los chaquetas amarillas de Francia, los "gilet jaunes", no dejan de recorrer el límite entre lo rural y lo urbano, en plena carretera, y, ahora, en el centro de la vida pública, generando el descontento y emplazando a los peces gordos, de hecho, al mismísimo presidente Macron, a raíz de una nueva manifestación disidente que fue in crescendo, merced a una situación política insostenible. El color de la chaqueta fluorescente usada por los conductores franceses, pasó de ser el emblema contra el alza del diesel y la gasolina, a ser lo equivalente a la capucha revolucionaria de por acá; un aditamento que, sin embargo, descubre el rostro, en un proceso inverso al enmascaramiento. No deja de ser curioso el paralelo entre los chaquetas de Chile y los chaquetas de Francia. A simple vista podrá parecer una relación dicotómica, pero eso sería reducir el alcance y la implicación ideológica del uniforme. Mientras que los chaquetas de Francia se preparan para proclamar la libertad, la igualdad y la fraternidad en un brío que se confunde con el del tráfico consuetudinario, nuestros chaquetas locales continúan en su labor kafkiana, estoica, anónima e ilegal, moviendo la masa total de las máquinas que persiguen, con la esperanza de juntar el molido suficiente para salvaguardar su jornada de pega clandestina. El uniforme amarillo reflectante, resignificado por la contingencia, se ha vuelto, de este modo, un uniforme beligerante, al filo de la ley, pero desde diferentes flancos, según sea la forma de la bandera y la idiosincrasia de su portador. Los colores de Francia y los de Chile, si uno se fija, son exactamente los mismos. Quizá no falte mucho para que los colores de las chaquetas tiñan y contaminen por completo la mentalidad adherida a su simbología.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Noam Chomsky, 90 años (post repetido): A Chomsky se le criticaba, durante las pruebas de gramática, que, por un lado, se declaraba anarco sindicalista y anti sistema y, por otro, establecía jerarquías gramaticales con sus modelos lingüísticos. En la desesperación académica subyacía el animal salvaje que toda escritura reclama, pero en el mismo proceso se sacrifica la lógica de ese su sistema. El universo de esa lógica, tan poco anárquica en la realidad pero coherente en la abstracción, expresaba dos facetas de un mismo rostro. Rechazábamos el orden abstracto porque solo veíamos el impulso revolucionario, siempre tan agramatical, pero potencialmente infinito. Lo recuerdo ahora que leo algo sobre un discípulo de Chomsky, y presenta también un lado b: lingüista, pero poeta. En uno de sus libros señala que "el lenguaje sirve también para no hacer sentido". Se llama "Cualquier hombre es una isla". Un libro de lingüística, pero también de poesía. En el fondo, a pesar de reprobar el ramo, la anarquía también tenía su propia gramática, su estructura profunda.
Afuera el sonido de los pajaritos por la mañana se confunde con el de los vehículos marchando a la pega. Por dentro, lo único que suena son las ganas de seguir durmiendo.

jueves, 6 de diciembre de 2018

50 años de Beggars Banquet

"Sólo hay una manera de ser un intelectual revolucionario, y es renunciar a ser un intelectual", era la frase que postulaba Jean Luc Godard cuando filmó su registro audiovisual sobre el proceso de creación del album. Lo que Godard buscaba era retratar algunos pincelazos del contexto de la revolución del 68 en consonancia con la repercusión musical del rock and roll, y, en especial, con el tema que abre el Beggars Banquet: Sympathy for the devil, que podría leerse como un manifiesto contracultural o como un mantra ritual que invoca de forma un tanto sarcástica algunos males de la historia. Para escribir la canción, Jagger se habría inspirado en Baudelaire o tal vez en la poesía francesa del romanticismo, cuestión que resulta particularmente significativa en relación a la mirada del propio Godard sobre la banda y sobre el impacto de su época. Bajo este prisma, Sympathy for the devil no hablaría literalmente del "diablo", sino que de su personificación en la propia naturaleza del hombre. Sympathy for the devil representa así un himno descarnado sobre la condición humana: encantado de conocerte/espero que sepas mi nombre/pero lo que te desconcierta/es la naturaleza de mi juego.


Carta de Dios

Una nueva subasta millonaria se ha hecho en Christies. Se trata de la "Carta de Dios" de Einstein que fue enviada al filósofo judío alemán Eric Gutkind, un año antes de morir. La carta en cuestión había sido una respuesta a un libro escrito por Gutkind, "Escoger la vida: la llamada bíblica a la rebelión", el cual Einstein criticó de forma rotunda. En uno de los extractos de la carta se deja leer lo siguiente: "La palabra "Dios" para mí no es mas que la expresión y el resultado de la debilidad humana. La Biblia es una colección de leyendas venerables pero primitivas". La carta habría adquirido carácter de culto por su definición de la postura del científico frente a la religión formal. No se sabía nada respecto a la posesión de la carta hasta antes de la subasta, excepto que al parecer estaba en manos de los herederos de Gutkind. Desde la metafísica religiosa, pasando por el escepticismo científico, hasta llegar a la hegemonía financiera. Al ser vendida, la "Carta de Dios" pasó inmediatamente a formar parte del Mercado, el único ente que, hoy por hoy, sí juega a los dados con el universo.
Con un amigo hablábamos sobre este hilarante caso. Decía que el loco había hecho de su secta Tallis una verdadera majamama entre masonería, ufología, Castaneda y sexo, y hasta folklore. El Temucano, en la pura línea del Maharishi de los sesenta, el "Sexy sadie chileno", al cual le vendrían perfectamente las letras de los Beatles: You made a fool of everyone.
José Maza y sus dichos contra el horóscopo: “¡El horóscopo es otra estupidez como la tierra plana! Imagínate, yo soy Capricornio y bueno, ¡hay un millón y medio de Capricornios!”, expresó, añadiendo que “yo soy lo que soy porque mi madre y mi padre tenían toda una estructura y en mi casa me criaron de cierta manera, no porque yo haya nacido en enero”. Ante los dichos de Maza, Pedrito Engel salió a defenderse, únicamente diciendo en su twitter que "cada uno cree en lo que quiere", restándole importancia a la tesis del astrónomo. Efectivamente, y como se desprende de este pseudo debate, cada uno cree en lo que quiere creer. Y es que para Pedrito Engel, la creencia es más influyente que la evidencia científica. En cambio, para Maza, el hecho de que seamos "polvo de estrellas" no significa que por eso debamos estar buscando símbolos arcanos ni constelaciones enrevesadas en la noche para poder justificar nuestra existencia. La *polémica aquí instalada es la clásica entre la astronomía como ciencia que estudia las leyes que rigen los astros y la astrología como un conjunto de tradiciones que sostienen que es posible reconocer una influencia de los eventos celestes sobre los sucesos terrenales. Merced al show mediático, el conocimiento de ambas partes se vuelve profano. Maza peca de positivista y cientificista en su materialismo y Engel de charlatán en su uso light de una serie de saberes esotéricos. Sin embargo, ninguno de los puntos de vista aquí puestos en disputa debería descartase de plano, solo por una maniquea rencilla televisiva, porque al aprendiz de astrónomo, por ejemplo, no le bastará con leer minuciosamente su ascendente en el diario si eso no le alienta a querer comprender cómo diablos se comportan los astros en la galaxia; y a la señora dueña de casa, al trabajador de sol a sol, al vendedor de la calle, al enamorado de turno, no les bastará con un estudio impersonal de los hechos y fenómenos del espacio, si todo eso no tiene alguna mínima implicancia sobre su vida y sobre su destino, si eso no habla de alguna forma a su corazón, a su deseo arraigado, a su ética más íntima.

*Si dejamos de lado el tema mercantil, el gran desgaste siempre ha sido justificar lo que uno cree frente al patíbulo de la opinión pública, sobre todo hoy en día donde la tribuna de patio se trasladó a las redes sociales.
Aplicando Ockham y sus monos con navajas, efectivamente el astrólogo tiene cierta ventaja punitiva en una polémica que pesa menos que el gas de la risa.

* Y si miramos la polémica desde otro ángulo, no sería otra cosa que un bluff, un voladero de luces para acaparar la atención y desvirtuar el foco sobre dichos como estos: http://culto.latercera.com/2018/12/04/jose-maza-entrevista2/

miércoles, 5 de diciembre de 2018

La cena (relato onírico)

Me encontraba sentado a una mesa en la cual se realizaba una cena, tal vez, una cena familiar, bajo una luz apenas perceptible. En aquella mesa, no conseguía distinguir completamente los rostros de los comensales. Al momento de mirarlos, mi visión se volvía difusa. Una joven se levantó de su puesto, sin pedir permiso, y se retiró. Mientras tanto, los comensales conversaban, aunque no conseguía entender bien de qué. Me levanté para ir a la cocina a buscar un cuchillo, ya que en mi puesto no había ninguno. Allí en la cocina la luz era todavía más tenue que en el comedor. Aproveché de buscar un poco de champaña, para brindar por no recuerdo ya qué cosa, en ocasión de la misteriosa junta. Al volver al comedor, la joven de la mesa estaba de espaldas, en el umbral de la cocina, tratando de que nadie viese su cara. Antes de intentar hablar con ella, y pedirle que se diese la vuelta, agarré el cuchillo que estaba buscando. Era el primero que encontré sobre el fregadero. En ese momento, con el cuchillo en mano, intenté acercarme a la joven. Volví hacia el umbral, pero, al momento de doblar la mirada, ella ya no se encontraba ahí. Había desaparecido sin más. Casi en el instante que advertía su desaparición, se asomaron otras de las personas que estaban en la mesa, recorriendo la cocina y el resto del lugar con premura, en señal de querer dar con el paradero de aquella joven. De pronto, el cuchillo que sostenía comenzó a brillar con intensidad. Emanaba de él una luz extraña. Me sentí agobiado. No entendía nada. Corrí hacia la salida de la casa. La luz del cuchillo me sirvió de guía. Avancé por el pasillo, ante la sorpresa de varios de los comensales allí presentes, hasta dar con la puerta de salida, y así poder escapar de aquel mitín. 

Afuera se podía ver que la casa estaba situada en lo más alto de un cerro. Era de noche, y solo la luz del cuchillo permitía iluminar el espacio. Abajo se veía repleto de árboles. Alrededor solo alcanzaba a distinguirse mucho césped y malezas. Al bajar por unas escaleras, decidí acercarme a un barranco, muy cuidadosamente, para poder tener una vista panorámica del lugar. Miré en dirección opuesta a la casa, hacia el fondo donde estaba la cresta de una loma, y me di cuenta que había un árbol gigantesco que sobresalía no solo por su tamaño sino que por la amenazadora luz que emanaba directamente su copa. El cuchillo resplandecía por el contacto con la luz del árbol, tanto así que quemaba, por lo que decidí soltarlo y arrojarlo al vacío. Cuando esto ocurrió, la gente de la casa comenzó a salir intempestivamente, con cuchillos luminosos, mirando hacia el árbol que seguía imponente por su luminosidad en la boca de la noche. Al intentar acercarme a algunos de estos sujetos para pedirles explicaciones sobre lo ocurrido, se mostraban esquivos y se alejaban caminando en dirección hacia el árbol, barranco abajo. Volví entonces a la casa, para ver si allí se encontraba todavía alguno de los comensales. Tan pronto crucé el umbral de la puerta, mi consciencia se fue a negro, de manera intempestiva. 

Al volver en mí, me encontraba dentro de la casa, sentado a la mesa, frente a frente a la cena. El cuchillo de los comensales ya no se iluminaba, solo estaba dispuesto para rebanar el pedazo de carne que nos habían servido. Ninguno de ellos quería comenzar el banquete, porque parecían estar esperando a alguien. En el momento que uno de los comensales se levantaba para ir a buscar al invitado restante, la luz de la casa se cortó definitivamente. De inmediato, a través de la oscuridad, comenzaron a encenderse una serie de luces de colores que iban conformando lo que parecía ser un árbol de navidad. Pero no. No había ningún árbol dentro de la casa, en el momento en que se desarrolló la cena y tampoco en el momento en que todos salieron. Las luces de colores seguían ahí, revoloteando, cada vez más intensas. Los comensales se levantaron, algunos asustados, otros inquietos. Muchos de ellos comenzaron desesperadamente a cuestionarse y a buscar alguna respuesta a tan inexplicable fenómeno. Algunos salían de la casa, nerviosos. Otros, intentaban hablarse y calmarse en medio de la conmoción. En el instante que todos dejaron a un lado la mesa, y las luces iban bajando su destello, alcancé a divisar una sombra apareciendo desde el umbral de la puerta principal. 

Al disiparse las luces, uno de los comensales corrió hacia la puerta y se topó con la joven desaparecida que venía entrando lentamente, a paso ligero, con el rostro taciturno. Vestía un vestido blanco largo hasta la rodilla, sin mangas. Traía en sus manos una caja envuelta en papel de regalo. La desplazó hasta el living ante la mirada atónita del resto. Cuando la abrió, una luz similar a la de aquel árbol gigante emanó desde el interior. Algunos de los comensales ya se habían marchado. Los pocos que se quedaron a presenciar la luz de la caja se acercaron a ella, hasta percatarse que los cuchillos volvían a tener ese brillo. No faltó mucho para que, luego, la propia gente comenzara a emanar aquel brillo extraño desde su cuerpo, cada vez más fuerte a medida que sus emociones se aceleraban. También dentro de mí se sentía un calor, hasta cierto punto, asfixiante, producto de aquella luz enigmática. Al ver que todos comenzaban a convertirse en verdaderas luminarias humanas, debatiéndose unos con otros, cuestionándose o bien escapando de la casa, la joven también empezó a iluminarse de igual forma. Entonces, ella fue hasta la cocina, de nuevo, con un andar calmo, aunque algo nervioso, y trajo un poco de la champaña que quedaba aún en el refrigerador, la puso sobre la mesa e invitó a sentarse al resto de los comensales que, todavía cuestionados, lograron mantener el control y poco a poco acostumbrarse a esa luz interna. 

Antes de dar las doce, la joven intentó que todos los que permanecían ahí se reunieran para hacer un brindis. Justo en ese momento, la luz de cada uno de los presentes llegó a su máximo de intensidad posible, fulminando y devorando todo el escenario a su paso, y volviéndolo todo un espacio tiempo en blanco, dentro del cual solo alcanzaba a distinguirse, de manera nítida, el umbral que daba a la cocina. Cuando, en medio del caos, miré hacia todas partes para divisar a la joven, el escenario completo de la casa se diluía. No tengo noción alguna de cómo ocurrió, pero después de eso, volví al momento en que me levanté de la mesa en medio de la cena y fui a recoger la champaña. Esta vez, la joven estaba de frente en el umbral de la cocina, con una copa ya servida. Se acercó hacia mí lentamente con el cuchillo que yo había tomado en un principio. A medida que iba avanzando, no despegaba su mirada de la mía, apretaba su cuchillo, y no podía evitar sentir perturbación ante su rostro pálido, inexpresivo. Ya a menos de un metro de distancia, la joven dejó de avanzar, sonrió y, de un momento a otro, chocó de improviso su copa con la mía, ante mi expresión estupefacta, y dijo: Feliz Navidad. Entonces, todo se vino a negro, por última vez.

martes, 4 de diciembre de 2018

El sábado pasado, caminando con un amigo por calle Esmeralda, en la otrora zona bancaria, se nos acercó un tipo menesteroso, con una nariz de payaso. Un sujeto desaliñado de los que suelen transitar con naturalidad por el plan. Pasó a la altura de la calle sin apenas turbarse, hasta que cachó la polera del amigo, la polera de la película Help de los Beatles, entonces se puso a cantar como loco, un auténtico mix que comenzó con Help y luego con una mezcla entre Dont let me down y Hey Jude, interpretados de una forma realmente bizarra, hasta diríamos que genial por descabellada. El compadre recordaba a la perfección cada uno de los estribillos y hacía el esfuerzo por cantar afinado, a pesar de que su voz profería desvaríos dignos de un ebrio. Nos quedamos quietos por unos segundos, observando el inaudito espectáculo in situ, al tiempo que el sujeto seguía su camino, entonando los temas con un ímpetu cada vez mayor. El amigo no podía creer lo notable del hecho, él, beatlemaniaco confeso. Había encontrado de la nada un compañero improvisado que compartía su afinidad musical. Seguramente, la polera le había hecho recordar al sujeto un pasado probable. Por un momento habría vuelto a ser cantante, o bien, habría recordado de manera fugaz su condición de audiófilo, porque antes de eso, se le veía andar como despistado, como sin rumbo conocido, acaso invocando lo melodioso a través de la displicencia de la gente. La música de los Beatles fue su moneda de cambio. La música de los Beatles fue su máquina del tiempo, su garantía para no perder el rumbo, o, quizá, para seguir andando y perderlo con estilo. ¿Será esto un reflejo de lo único que reste al final, lo único que podríamos llamar "propio": la pasión?

lunes, 3 de diciembre de 2018

El vecino colombiano ha abandonado el departamento. El arrendador ya había informado del hecho el día de ayer, aseverando que un mes antes le había hecho la advertencia de abandono al vecino si seguía con su bochinche. El colombiano habría entendido perfectamente, sin ninguna clase de reparo, y habría decidido marcharse por su cuenta. Para justificar el abandono, el arrendador dijo que el compadre era muy escandaloso, pero que no lo culpaba, puesto que su cultura era así. "Cosa muy distinta a la nuestra", remataba. Aunque parezca extraño, su apelación a la cultura en contraste me quedó dando vueltas todo el fin de semana. ¿Acaso siempre nos definimos en oposición binaria, pero somos incapaces, por esto mismo, de hablar de nosotros mismos abiertamente? En eso pensé, mientras pasaba por fuera de la ex pieza del colombiano, y veía cómo de entre la puerta entreabierta emanaba un inminente aroma a "vacío", luego de desvalijar prácticamente un día entero. El compadre había dejado oreando (curiosa expresión) aquel espacio en donde establecía su propia y particular interzona, más allá del límite del espacio común que era donde comenzaba la jurisdicción de la casa y, por extensión, la jurisdicción chilena que, merced a las irreconciliables diferencias, acabó por desterrarle sin mayor contrariedad. El vacío, junto con la oscuridad del living, inunda ahora la casa entera, que vuelve sin remedio a su lugar habitual, a ese "algo" que lo diferencia de aquella cultura foránea, pero que todavía no se sabe qué diablos es, ¿Austeridad? ¿Recogimiento? ¿Seriedad?

sábado, 1 de diciembre de 2018

A las afueras del Banco Chile de Condell, a un costado de la entrada repleta de gente, un loquito con una prótesis en la pierna pidiendo monedas. Le dicen "El Macha". Siempre se le ve por el plan de Valpo. Lo que la gente no cacha es que el compadre luego se levanta y camina apenas, arrastrando tras de sí una gran bolsa con cachivaches. Uno que otro desprevenido le arroja unas gambas al paso, al tiempo que se apresta para hacer la fila hacia la caja. El gesto de los transeúntes al arrojarle monedas era mecánico, casi tanto como el gesto de agradecimiento del Macha. Un poco más allá, a un par de cuadras del banco, una señora en silla de ruedas, ya de edad, ofrece unos parche curitas ante la gente que se apremia en recorrer la vereda para llegar y donar la plata acorde al movimiento y sentimiento del día. Una sola niña se detuvo y le compró a la pasada un parche con el molido entregado por su mamá, mientras esta, apurada, abría la cartera rápidamente y revisaba una chequera. El Macha, a la hora en que esto ocurría, seguía ahí donde mismo. Poniéndose al lado de la fila del Banco Chile, sabía que la haría de oro. Hay que saber ser un buen lazarillo, hay que saber aprovechar el espacio generoso de la solidaridad.

viernes, 30 de noviembre de 2018

El secretario al momento de pasarme las lucas dijo lo siguiente: "No se olvide de depositar en la Teletón". Tomé las lucas rápidamente, y cuando me volteé, el compadre se infló las mejillas e hizo un gesto como de ensancharse el estómago. La referencia se explica por sí sola.

The Haunting of Hill House

La cuestión con The Haunting of Hill House es que acá el terror y lo sobrenatural, si bien parte del lugar común de la casa embrujada, releyendo la obra de Shirley Jackson, más adelante adopta un rol vicario en donde los principales horrores son los que acompañan a los hermanos ya de adultos en el transcurso de su vida. Ellos salieron de la casa, pero la casa nunca salió de ellos, en definitiva. Los fantasmas, como diría Steve, el hermano escritor, son miedos pero también pueden ser deseos. Cada uno de los espectros de Hill House compone un linaje secreto que conspira y que amenaza, pero que también conforma el escenario psicológico de sus propios moradores. Y la trama en la serie adquiere, de esta forma, ese carácter fantasmal, porque cada uno de los hermanos figura aún ligado emocionalmente a lo vivido en esos años de infancia. Vuelven una y otra vez sobre aquel tiempo, sobre aquel espacio, retrotrayendo su pasado, invocando sus propios demonios interiores, aún determinantes en su presente. Al tratar de atar esos cabos y de hilvanar el entramado de sus heridas, los hermanos deben enfrentar el meollo de sus conflictos personales, siendo sublimados en un constante juego de sombras y contraluces, mediante la ficción como recurso, en el caso de Steve, o, mediante la aparición post mortem, en el caso de Nell. La línea divisoria entre lo real y lo ficticio, entre el sueño y la vigilia, de hecho, entre la vida y la muerte, se hace tan tenue que le resta al espectador agudizar la mirada y ampliar la perspectiva, siendo en el proceso un cómplice o, incluso, por qué no, otro fantasma, tratando de proyectar su propio deseo. Los que quieran ver en Hill House una especie de refrito de Actividad paranormal, saldrán defraudados, o, como mucho, curados de espanto. Los que quieran ver en él un típico dramón familiar, saldrán sorprendidos, porque en la serie la degradación existencial de los habitantes de la casa es lo que prima, su sueño americano carcomido por dentro, su corrompido deseo fantasmático, su vida que mira hacia la luz del exterior, pero que no escatima en hurgar en la oscuridad de su interior.


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jueves, 29 de noviembre de 2018

Daniel Jadue había propuesto hace poco la creación de una Universidad abierta en Recoleta. Las clases se impartirían en todas las sedes educacionales municipales de la comuna. Según su planteamiento, la idea de la U abierta consiste básicamente en “democratizar el saber y llevar el saber que está escondido en las aulas, privatizado y absolutamente encarecido”. Contaría con el respaldo de la Unesco y con la participación de la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago, pero, por lo pronto, no tendría la pretensión de formalizarse, puesto que, en palabras del propio Jadue, el esquema en el cual se puede formalizar la educación en Chile es demasiado nefasto como marco operativo. Por supuesto que con nefasto se refiere, aquí, a la lógica mercantil que traspasa prácticamente de forma transversal el universo educativo. La suya sería una iniciativa fuera de este marco, fuera de la variable de la acreditación y de la privatización. La respuesta del Mineduc no se hizo esperar, y, claro está, fue negativa. La principal crítica apuntó al hecho de que la U abierta de Jadue no se circunscribe a lo dictado por la ley 21.091 de Educación Superior, que define a las universidades como instituciones que, entre otras materias, se abocan a la formación de graduados y profesionales. La U de Jadue, en suma, no busca graduar ni profesionalizar a nadie. El jefe de la División de Educación Superior enfatizó que solo por este simple hecho la U abierta no debe llevar el nombre de Universidad. Ante las críticas, Jadue respondió que no esperaba menos de quienes hace unos años atrás declaraban inconstitucional la creación de farmacias populares. Por lo explicado a raíz de la propuesta, el conflicto entre las partes es evidente. El Mineduc simplemente no puede entender que surja una propuesta educativa que pretenda entregar el conocimiento de forma gratuita, casi por “amor al arte”, sin la implicancia de una transacción comercial de por medio. No puede entender, dentro del marco de lo constitucional, que exista una institución que pretenda un margen de accesibilidad casi absoluto. Y, por lo demás, con tal afán de “universalidad” a la manera romántica, hacia el concepto griego de ocio, entendido como tiempo para el estudio, opuesto al trabajo como reproducción de una mecánica servil. Por otra parte, la comunidad educativa tampoco alcanza a comprender del todo la dimensión de la propuesta, que, de hecho, se basa en las experiencias de algunas universidades populares de Alemania o Francia. La misma denominación de “abierta” implica un obstáculo para los promotores del status quo; y, en cambio, implica, para las nuevas mentes progresistas, un abanico de posibilidades tal que podría derivar en una enseñanza profundamente democrática, o bien, en un curriculum alternativo, en tensión pero desplazado, opacado por el modelo, como tantas otras pedagogías subversivas, entre ellas, la Waldorf, la Winterhill o la de Henri Giroux, las cuales se asumen, de una u otra forma, siempre en una resistencia eterna, acaso sin una respuesta total a sus convicciones. La disputa ideológica por la educación vuelve a salir a la palestra, la hegemonía sigue, la escuela persiste en su indefinición, la universidad continúa, perpetua, en su indefinición. (La escuela como el ocio, la universidad como el todo que contiene lo universal). Lo único que permanece abierto sigue siendo el lugar que se disputa esa lucha.

martes, 27 de noviembre de 2018

Me cagó una paloma en el hombro izquierdo de la chaqueta. Miré al cielo raso, un sol furibundo. Ni vistazo de la paloma. La textura del cagazo era líquida, incluso transparente. Al rato, ya se había secado y quedaba en forma de mancha. Le mostré a mi mamá el cagazo seco. De inmediato, dijo que no me preocupara, que eso significaba señal de buena suerte. Al darme la noticia, me dio una palmada en el hombro derecho, podría decirse, en un acto reflejo, casi como evitando el otro hombro. Mi hermana, también presente, asentía la afirmación, repitiendo que la buena suerte provocada por la cagada de paloma podría traducirse en plata. Ninguna de ellas había hecho explícito el origen cristiano de la creencia, ni siquiera mi madre, atea conversa. Pero eso ya no venía al caso. Todo lo que decían estaba dicho en forma de sugestión más que de real convicción, de modo que, pensando en la posibilidad de la creencia, pudiera olvidar por un momento el impasse de la chaqueta cagada. Un singular relato escatológico, devenido intervención divina, y, luego, interpretado como buen augurio, o, acaso, como placebo psicológico. Los hechos demostraban que la posibilidad estadística del cagazo era real (y recaía, como singular ejemplo, sobre mi persona). La creencia insistía, por otra parte, en su carácter milagroso. Entonces ¿sentirse incómodo o sentirse bien? Realismo vs optimismo. Ambos reñidos por el mojón en el hombro de una chaqueta. La paloma, su cagazo, a pesar del sentido común, condensaba en sí misma el azar, lo divino y lo absurdo. Ese era, a fin de cuentas, el auténtico milagro.

lunes, 26 de noviembre de 2018

La PSU de Lenguaje 2018 estuvo marcada por la historia de Mr. Jaiva, clásica de Manuel Rojas. Los que dieron la prueba viralizaron el relato, al sentirse identificados con la historia de fracaso del personaje, Raúl Seguel. Se trataba de un artista de teatro sin mucho talento, que decidió luego probar suerte de humorista en un circo. De tanto en tanto, aparecía el payaso estrella, no se sabía si con la intención de ayudarlo o ridiculizarlo. Ante el miedo por verse opacado, Seguel reaccionaba de forma violenta ante las intervenciones del payaso estrella, llegando incluso a atacar a un hombre del público, con un dejo de paranoia. Finalmente, todo acababa con Seguel escabulléndose y deshaciéndose de sus vestimentas, y, de esa forma, echando por la borda sus ansias de sobresalir. El punto de la prueba ya no tuvo que ver con la dificultad asociada al ejercicio de lectura, sino que tuvo relación directa con una identificación genuina, rayana en lo absurdo por lo patético. La sobre lectura del Mr Jaiva fue tal que generó una ola de memes en donde se parodiaba el desalentador futuro de los estudiantes, comparándolos con el personaje en su derrota vital. Algunos de los hashtag eran cosas del tipo "todos somos Mr Jaiva" o "¿Dónde están los futuros Mr Jaiva?". Este año la prueba de lenguaje, por lo visto, alcanzó cuotas increíbles de tragicomedia, cuestión que solo deja entrever el hilarante estado de su saturación. Manuel Rojas nunca podría haber intuido siquiera el alcance que tendría su texto, llegando a volverse (merced al desaliento frente a un examen en donde se decide, para algunos, una oportunidad, para otros, una apuesta sin garantía), una verdadera metáfora del futuro mismo. Chile mismo, condensado en ese artista venido a menos, y en su existencia arruinada. Mr Jaiva como la nueva figura símbolo de la PSU, como la nueva personificación de los sueños rotos, pendiendo de un hilo, debatiéndose constantemente entre el abucheo y la tachadura en el papel.
Acabó la música del otro lado. Pasaron por el living haciéndose callar entre ellos. Se sienten reír desde la calle, mientras caminan hacia no sé dónde. Por fin podré dormir tranquilo.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Reseña de poesía: "Desierto Marino", de Luisa Aedo Ambrosetti.

“¿Qué os asusta? ¡Es la mar la que tiembla ante vosotros!” fueron las palabras pronunciadas por Vasco Da Gama al surcar el Océano Índico. La mar personificada desde tiempos coloniales e incluso prehistóricos, como una fuerza primigenia, lo sublime, lo inconmensurable en su belleza sin timón y en el delirio absoluto. El navegante cree ver en ella la proyección de sus propios horizontes, pero se miente a sí mismo al desconocer la naturaleza de su secreto, entre mareas de sentido. Tal vez, para ser más justos, hemos de otorgarle un cuerpo, al menos, un cuerpo sensorial tan escurridizo como las propias palabras, tratando de hilvanar un lenguaje que se debate a tientas entre el recogimiento y la desembocadura. Es que para pretender asir la mar hemos de volverla símbolo, pero, a riesgo de ser completamente sesgados en el intento, su propia condición vuelve esta simbología un ir y venir de corrientes y contracorrientes, trayendo consigo también la vida y la muerte que pugna por flotar de entre el cardumen completo de los fenómenos. El lugar del pensamiento, entre este flujo líquido, heracliteo, es el mismo lugar del lenguaje. Si lo que buscamos es el decir de la mar, su expresión, ahondamos en la osadía del navegante que trata de modular su promesa con el corazón y la semántica inundada de incertidumbre. 

Pero la mar, con toda su grandeza y peligrosidad, no es lo que se intenta aquí abordar, sino más bien, su evocación poética, a través de la imagen del desierto y del puerto. Se le da entonces un cable a tierra por medio del cual la hablante lírica pueda soñar con el sueño de la tierra prometida, o mejor dicho, con el encuentro o el desencuentro de sus ilusiones expatriadas, confrontadas en su maduración con la más cruda de las realidades. Esto es, la realidad de su propia condición existencial. El tránsito que nunca termina de llegar. Acaso, que nunca partió realmente, excepto en su húmeda desilusión. Y así lo deja entrever la introducción del libro Desierto Marino (2018) con su epígrafe de Elvira Hernández: “Nadie llega a puerto”. Un verdadero mazazo, una afirmación categórica que acaso enuncia de forma metonímica el sentimiento subyacente a lo largo de toda la lectura del poemario. Nadie era el nombre de Odiseo, el viajero que confrontó a las sirenas, que volvió del mismísimo infierno y regresó de vuelta a su patria, solo para constatar, a ojos de la diosa Atenea, que el verdadero sentido de su aventura se encontraba en el viaje mismo. Únicamente en el naufragio, en el querer-llegar-a-puerto, o, si somos un poco más coherentes con el tenor de la hablante, en el no-poder-llegar-a-puerto, es donde se palpa, se saborea, gota a gota, la emoción de esos instantes de pérdida pero también de revelación. 

La dualidad en Desierto Marino entra en constante tensión desde su oposición binaria, temblando en todo momento. Se aprecia así un esfuerzo filosófico por reinterpretar estos conceptos, a ratos estancos, desde la poesía como el lenguaje más afín a la musicalidad tempestuosa de la mar. De este modo, podríamos partir desde el mismo título. Un aparente oxímoron que, desde una mirada más atenta, es posible comprender como una metáfora total. Así, en este ejercicio de desmitificación, la mar también encarna la desolación, también sumerge su abismo para aquellos que viven y se desviven tratando de hallar las palabras para poder expresar su sentir en medio de la tierra. La tensión continúa luego en la propia estructura del poemario, dividido entre el primer desierto marino, que evoca a San Antonio, y el segundo desierto marino, que evoca a Valparaíso. Entre ellos se tiende una relación más bien imprecisa, demasiado íntima, entrañable, pero nunca del todo rigurosa. La hablante lírica deja en claro que el tránsito entre uno y otro desierto, entre uno y otro puerto, se arrima siempre a una dinámica existencialista. Porque para la hablante, San Antonio y Valparaíso no son solo geografías, ciudades ni puertos históricos, son, ante todo, espacios interiores, estados del espíritu, a medio camino entre la utopía y la distopía, recuerdos, olvidos, bañados con la solución salina de sus avatares y con el asfalto y la materia viva de sus alturas y fondos. No hay algo lineal aquí que resolver. Hay un vértigo. Hay una asfixia. Un decir que intenta respirar en medio del caos. Una bocanada de ritmo y de dispersión. Una hipoxia, que representa en muchos de los poemas, y en este, en particular, la condición inclusive sentimental de la hablante. Pero lo que tiene San Antonio, a diferencia de ese otro puerto, en el que acá nos debatimos, era aquel arraigo, aquella raíz copiosa en su pobreza, en su reminiscencia del tiempo. No por nada, ahí figura la Mistral en cuanto referente ineludible. Ella, su voz, puede interpretarse como la inspiración en medio del ojo de la tormenta: “Mi boca aprendió de tu lengua/finas palabras que desconocía”. 

Al ir aproximándose al otro territorio, a medida que el lector concluye el Primer desierto marino, la voz de la hablante pareciera que se va acentuando, de un tono algo melancólico hacia un tono mucho más incisivo, trágico en su lucidez, a veces hasta crítico, compenetrado con la miseria del entorno. Así lo evidencian versos tan contundentes y enigmáticos como “Mi vida es un ir y venir de árboles en la oscuridad”, o “El viaje marino abruptamente se apaga”, y más adelante, con el poema que cierra la primera parte del libro: Este es el desierto… Y eso es lo que en lo personal quisiera destacar de la lectura: el hecho de situar la mirada sobre los puertos no tanto desde la marginalidad como lugar común del abajismo reinante, sino que desde un no lugar, una imposibilidad posible, que solo cobra forma en tanto cuestionamiento de sus pasos y de sus extravíos. 

En relación a esto, recordé aquel ya fugaz encuentro con Ximena Rivera en algún barucho de Valpo. En ese momento, estaba vendiendo su libro Poemas del agua. Solo puedo citar aquí algunas de sus líneas más idóneas: “Cuando salgo de puerto, de inmediato reconozco el hecho insólito de una nueva lengua: me creo en otro país, por lo tanto, estoy en otro país; ningún nombre está sujeto a sus cosas, los nombres están salidos, idos de sus cosas”. Resulta insólito el hecho de encontrar en Ximena un vaso comunicante con el poemario aquí analizado, una concepción poética que entronca con lo expresado por la hablante. Casi se podría afirmar que la voz lírica del puerto siempre se sabe otra y hace gala de su eco, de su indeterminación, en diferentes propuestas que mediante su lectura se hermanan y rompen fronteras. 

Al llegar al Segundo desierto marino, ya llegamos a ese “Valpo”, al paraíso de lo no fundado, al patrimonio de lo infundado que, sin embargo, rebosa de un exotismo y de una ferocidad implacable. Los poemas que abren el capítulo son, en ese sentido, lo suficientemente sugerentes. Destacan títulos como Hay una dolorosa que se escapa de los párpados, en su audaz indirecta al carnaval bajtiniano que únicamente desvela una forma cínica de libertad, y el poema Todo escribir es bajo, que funciona a modo de poética, porque, para la hablante lírica, no solo el exterior, el partir, el llegar, constituyen su motivo, sino que también lo interior, el adentro, lo oculto, lo que la hablante, en su despliegue brillante de expresividad, deja entrever no sin cierto desgarro, el desgarro necesario para escribir desde el único lugar certero: la herida (aquí se cita indirectamente a Pizarnik). Luego, a partir de esta herida, la hablante va desarrollando la idea del deseo, tal vez el deseo erótico, lo romántico velado, a través de la proyección de un cuerpo difuminado, un otro que figura evocado a veces de manera doliente, otras, de manera osada. Este mismo deseo se conjuga con ese otro, con ese cuerpo, y a la vez, con el sentir errante que nunca llega a puerto. La mar adquiere también ese erotismo y ese vacío, y el yo de la hablante alcanza el clímax de su placer y de su desesperación: “en lo recóndito de lo no-visto/, en el claro-obscuro de la mar/, buscando en la utopía/ese espacio del ser,/ del desierto negro, /sur inconsciencia”. Y ya en este punto, se podría decir que desde el estar actual de la hablante, Valparaíso emerge casi como un estado existencial, una manera de situarse provincianamente en el mundo. La hablante y sus versos encarnan esa provincia del espíritu que conforman el paisaje y la zona cero entre San Antonio y Valpo. De esta forma, y al final de la travesía, ella concluye su obra con un poema homónimo, en el que deja fluir el agua de sus inquietudes e interrogantes: “No me siento de ningún lado/, yo vivo sola en mi desierto”. Nuevamente, y tomando lo anteriormente dicho, su forma peregrina de vivir, de habitar. Tal vez, en el fondo, la única posible. Valparaíso y San Antonio se reúnen en ella como verdugos pero, a la vez, como faros de su única, insoluble, disyuntiva interior. Fuera de ella misma, hacia los lectores del futuro, desembocarán, cual ríos imaginario, todas sus posibles significaciones.





jueves, 22 de noviembre de 2018

Murió un joven misionero cristiano a flechazos a manos de la tribu de los sentineleses, oriundos de la isla Sentinel, tribu que cuenta con tan solo 150 habitantes viviendo en una especie de autarquía primitiva, alejados totalmente de la civilización occidental y, de hecho, hostiles a ella y a cualquier extraño que ose pisar sus tierras. La condición de la tribu es radical por mantener durante tanto tiempo su naturaleza originaria, contra viento y marea, haciéndole frente a la ola moderna que busca abarcarlo todo a su paso. Lo curioso es que, pese al carácter salvaje de la tribu, esta sigue vigilada por una ONG, la llamada Survival International, denunciando incluso que está terminantemente prohibido acercarse a la isla, por lo que la tragedia del joven misionero era a todas luces un hecho de sangre innecesario que pudo haberse evitado, si hubiesen respetado ese límite impuesto institucionalmente entre la civilización y la barbarie. Es interesante ese juego, merced a la violencia y la coacción; el cómo los límites morales se ponen en tensión al intentar encapsular la noción del otro desde la propia cultura, a modo de mordaza ideológica. El caso de los sentineleses pone en evidencia que la dicotomía civilización/barbarie sigue más viva que nunca, y redunda siempre en una cuestión de perspectiva. Más acá de la isla, y a flechazos, el otro, el extraño, corre el riesgo de ser aniquilado sin consenso alguno, y más allá de ella, un ingenuo representante del monoteísmo pretende, cual idealista que choca con lo implacable de la naturaleza, entregar una enseñanza que no es más que el resultado de siglos y siglos de crisis y conflictos. El intento de conciliación entre los sentineleses y el resto del mundo acaba por ser un diálogo de sordos. Cada quien oye lo que cree oír. La palabra, la materia del mundo público, político, no surte allí su efecto articulador, únicamente choca como dardo simbólico contra el velo impenetrable de la selva, el gran abismo verde que no es otra cosa que la dimensión de su dominio. Entonces, ¿simplemente obviar la existencia de la tribu de los sentineleses y dejarlos vivir a su merced, sin intromisión alguna de Occidente, o insistir ilusamente, una y otra vez, en propiciar alguna remota clase de comunicación, aun a fuerza de tensar las fronteras de la razón? La respuesta se intuye si revisáramos la propia historia americana, una historia bastarda de exterminio de la alteridad y de una hibridación pandemónica, que nos cuela en la sangre, hasta el día de hoy. Sentinel, visto de esa forma, sería una protoamérica en miniatura. Un microcosmos cercado, en lugar del logos, por la voz de la selva. (No conviene entrar allí con la palabra o la palabra amanecerá llena de orificios).

martes, 20 de noviembre de 2018

Zelda, Ocarina del tiempo: 20 años de una leyenda.

20 años exactos de The legend of Zelda: Ocarina of time. El videojuego fue el primero de su franquicia en ser llevado a formato tres dimensiones, y ha sido reconocido durante mucho tiempo por la crítica como “el mejor de la historia”. Y con justa razón. Primero que nada, los aspectos visuales para la época (1998, plena eclosión de la tecnología 3d) eran insuperables y marcaron una pauta de lo que vendría a ser en el futuro la tónica de los videojuegos de plataforma y de RPG. Cómo olvidar, por ejemplo, los espectaculares escenarios a través de los cuales Link debía quemar etapas para encontrar las diferentes piedras espirituales y así contrarrestar las fuerzas malignas de Ganondorf, salvando el reino de Hyrule. En el videojuego, las definiciones gráficas a 256 megabits eran tan buenas que dotaban de una naturaleza perfectamente distinguible a cada espacio diseñado, y de una riqueza unida a una estética lo más pulcra posible. Las definiciones gráficas eran simplemente revolucionarias y -merced a la diegesis de la ficción-, me atrevería a decir, hasta mágicas.

Otro punto en el cual Ocarina of time pudo sobresalir con creces era la jugabilidad. Los comandos para Link eran tan versátiles que permitían una serie de movimientos de batalla que entraban en consonancia con la naturaleza de la aventura, y además poseía una gama de botones con los cuales Link hacía uso de un arsenal no menor de armas e ítemes que le permitían abrirse paso a través de los diversos combates y acertijos. El manejo con el arte de la espada, mediante el preciso uso del “Z targeting”, le daba un plus tal a las batallas en 3d que las hacía intensas y dinámicas, y eso, sumado a la experiencia de enfrentar jefes cada vez más difíciles en el camino hacia el viaje en el tiempo, volvía la búsqueda del espadachín verde un auténtico reto de proporciones épicas.

Un tercer punto que colocó a nuestro cartucho en el Olimpo de los videojuegos era la complejidad en la consecución de los objetivos que se le imponían al héroe. Era tal el nivel de dificultad que aseguraba al jugador horas y horas de máxima concentración con lo vivido y experimentado en el universo lúdico. Estaba el escenario completo del reino de Hyrule con sus variopintos personajes, cada uno de los cuales poseía una historia y un contexto totalmente único, cuestión que posibilitaba una multitud de pequeñas misiones alternativas a la búsqueda oficial, o bien necesarias para su cometido. También estaba, y con especial importancia dentro del juego, el viaje en el tiempo como leitmotiv central. Allí no solo el espacio cobraba un sentido, sino que lo hacía el tiempo. Para salvar a Hyrule, Link debía literalmente viajar a través de él, al liberar el sello del templo del tiempo con la espada maestra. Con esa hazaña, pasaban siete años de golpe, y Link pasaba automáticamente de niño a adulto. Las consecuencias que traería este viaje serían funestas, no solo para su entorno, sino que para los suyos. Por ello, a medida que avanzabas, intentando superar la trampa interpuesta por Ganon, se hacía imprescindible volver al pasado para continuar con la latente aventura. El viaje en el tiempo, entonces, constituía un motivo angular. Todo esto permitía que la historia, digamos, el proceso mismo de la aventura de Link, estuviese ligado de manera intrínseca a la habilidad y a la pasión del jugador, gracias a la cual la trama general podía llegar a su conclusión definida. Y cómo pasar por alto lo más atractivo del videojuego en sí mismo: los templos. Verdaderas dimensiones de pesadilla que implicaban un paso obligado para el héroe, y que suponían una serie de ardides repletas de batallas, pruebas de astucia, puzzles y hasta momentos emocionantes, conjunto que podía garantizar al real jugador la sensación de estar viviendo él mismo la obsesión por pasar cada etapa a toda costa. Y en este punto quiero ser muy enfático: solo los verdaderos fanáticos de los videojuegos y, en particular, amantes de este cartucho legendario, pueden entender el nivel de compenetración emocional que significaba el jugar el Ocarina of time y dedicar casi gran parte de la infancia y la temprana adolescencia únicamente a “darse vuelta” este juego casi como en un imperativo categórico.

Un cuarto punto a destacar era el de la música y la banda sonora de la mano de un más que inspirado Koji Kondo. Eran simplemente fuera de serie. Tanta era la predominancia de la música que se hacía necesario el uso de la ocarina y del poder de sus melodías para poder seguir avanzando. Gracias a Sheik, guardián de la princesa, (que como todos los gamers saben, resultó ser ella misma) entendíamos que cada melodía aprendida escondía, aparte de una fuerza, un secreto y una historia particular. El lulabi de Zelda era un arrullo bellísimo, y era indispensable para poder comunicarse con la Familia Real en ciertos puntos de la búsqueda. Destacaban con especial interés, también, el tema central de Hyrule, el tema del desierto, el misterioso bolero del fuego, la prístina atmósfera de la caverna de hielo, sumada a la armonía que inundaba la cueva de los Zora. Con el poder de la ocarina, Link era capaz de manejar el día y la noche a voluntad, llamar a los espíritus de la Familia Real, incluso invocar la lluvia y la tormenta. Algo curioso que se deja entrever para los apasionados de la música de Kondo, y en especial, para los entusiastas de las franquicias de Miyamoto, era que Kondo dejaba su sello artístico en cada pieza musical y en cada nivel compositivo. Así, por ejemplo, escuchar los pasajes de Star fox guardaba una que otra reminiscencia directa con los pasajes que figuraban en el Ocarina of time. Además, el mismísimo tema principal resultó ser una versión extendida y mejorada de una pista del Mario 3. En suma, la música en el juego tenía un elemento orgánico, no uno simplemente subsidiario o accesorio. Podría decirse que hasta protagónico. Y era por esas pistas orquestales e instrumentales de un enigma y una belleza inusitada que la experiencia del videojuego no solo impelía a la acción, sino que tocaba fibras sensibles que hasta el día de hoy recordamos con suma melomanía y con la nostalgia de una época de oro.

Quinto y último punto que cierra esta apología. La historia personal de Link, del huérfano devenido leyenda, sumada a la trama de la aventura. El periplo de Hyrule, un reino invadido, una Trifuerza que regía el destino del mundo. Para los más exigentes podrá parecer un reciclaje más del camino del héroe ya analizado por Joseph Campbell. Pero los que ven en esto un defecto no han entendido nada, pues en esto consiste el valor de una buena historia: servir de inspiración y de identificación para las generaciones siguientes. No hay nada nuevo en aquella intrincada lógica del bien contra el mal, pero no podemos negar que su recreación siempre nos interpela y emociona porque conecta con arquetipos universales. El personaje de rol es un avatar. Una proyección del yo posible gracias a un simple algoritmo digital. Y en él se encarnan, merced a una historia épica, todas las cualidades del héroe mítico. Prácticamente toda la experiencia narrativa del Ocarina of time, estaba llena de instancias dramáticas, como era el caso del verdadero origen hyruliano de Link, el linaje de Ganon y su ambición a toda prueba o los secretos que escondía la princesa Zelda antes de la llegada del mal al reino. A esas pequeñas cuotas shakesperianas se unían múltiples subtramas, en consonancia con la búsqueda del héroe a través de las diversas misiones. Como resultado, prácticamente todos los personajes a lo largo de la aventura, a pesar de estar supeditados al devenir del protagonista, tenían una vida propia y hasta, digamos, un destino propio, independiente de los grandes propósitos que harían debatirse entre el orden y al caos al universo completo de Hyrule.

Un sexto punto que quizá algunos no hayan notado, es el de las referencias literarias. Son muchas. Partiendo por el propio nombre de la princesa de Hyrule, Zelda, en honor a Zelda Fitzgerald, la esposa de F. Scott Fitzgerald. A propósito de esta referencia, Miyamoto comentaba que ese nombre le parecía de alguna forma atractivo, encerrando el misterio y la fascinación necesarias para la construcción del personaje de la princesa. Se desconoce, eso sí, cómo fue que Miyamoto dio con ese nombre. La historia detrás de este hecho tal vez podría sumarle una anécdota aún más significativa a la referencia. Un segundo nombre guarda también una relación especial con un escritor decimonónico. Ese nombre es el de los fantasmas del pueblo de Kakariko, los Poe, que, como es obvio, tomaron la referencia del apellido de Edgar Allan Poe. No hay nada confirmado, pero podría ser que Miyamoto, al trata de darle una personalidad a sus fantasmas, pensó en el genio de los relatos de terror y suspenso para así bautizar a estos seres de la oscuridad. Una última referencia dice relación no con el nombre, sino que con la inspiración para la figura de Link. Y resulta evidente, porque está basada nada menos que en Peter Pan, del escocés James Matthew Barrie. De esa manera, se explica que Link en todo momento vaya guiado de un hada, en este caso, la entrañable Navy, y se explica, en parte que los personajes de la raza Kokiri, a la cual se creía que pertenecía nuestro héroe, no crezcan nunca y permanezcan como niños, por siempre.

A veinte años del estreno del Ocarina of time, sin duda el sello del tiempo ha sido quebrado. Y algunos todavía pensamos en términos de espadas y calabozos. Estamos más viejos, y nos vamos pareciendo más a ese Link adulto, desengañado, enfrentado con el apocalipsis de su viejo mundo, que a ese Kokiri del bosque, que a ese Peter Pan lleno de ilusiones y exento de recuerdos. La memoria nos sujeta a sus laberintos y mazmorras. No obstante esta fatal falta de magia y de inocencia, la sensación de haberse dado vuelta el videojuego permanece imborrable. No hay retorno posible a aquel reino, pero el sello del tiempo continúa sujeto a nuestra capacidad de asombro y también de desencanto con la realidad. Ocarina of time representa fielmente esa encrucijada.