martes, 15 de julio de 2014

Estuve leyendo un artículo en un blog de un escritor español llamado Neorrabioso sobre la denuncia que recibió de parte de Roger Wolfe por copiar su material impunemente en la red (con miras a difundirlo por supuesto). Wolfe le envió una amenaza explícita acusándolo de pirata. El escritor argumenta que lo que hace no es ningún delito, porque mientras no gane dinero con lo que hace , al contrario, le hace un flaco favor al autor en difundir una obra en línea gratuitamente. Es prácticamente el mismo dilema que con la música. Neorrabioso señala sin embargo que en el caso de la música la mayoría va a preferir escuchar un tema en mp3, en cambio, con la escritura, todavía el papel, el objeto libro, tiene peso (en sentido literal y figurado) frente al formato virtual -digital. Según Neorrabioso, Wolfe cae en el patetismo de reclamar derechos intelectuales contra un pobre navegante de blog que vive con los bolsillos vacíos y con suerte tiene para comprar un par de libros al mes. Él solo desea transmitir un poco de lo que sabe y ha leído. Es el vicio en el que caen muchos autores: solo por la vanidad de ver su nombre impreso se creen con el derecho de reclamar exclusividad y propiedad como burgueses del lenguaje, cuando en la práctica, y sobretodo en Chile, se sabe que el público objetivo es algo absolutamente difuso y el déficit en el hábito y comprensión lectora una realidad.