domingo, 11 de febrero de 2024

Cine en su casa: "Hay algo allá afuera" (1990) de Pepe Maldonado

Por fin, después de años buscándola, encontré esta película de culto: "Hay algo allá afuera" (1990) de Pepe Maldonado. Recuerdo que la vi solo una vez en el cine Insomnia, el año 2010, cuando estuvieron un tiempo en el Teatro Mauri, en una sala amplia, heladísima y con sillas improvisadas. Era en el contexto de la Semana Fantástica. La cosa es que por fin di con esta película, que en su tiempo fue pionera del género "Thriller psicológico" en el cine chileno.

Sinopsis:

Bruno (Luis Gnecco), un solitario y desempleado hombre de mediana edad, llega una noche a su departamento en el centro de la ciudad, y hace un descubrimiento que cambiará su monótona vida para siempre. En la misma ciudad, pero en otro sector, un errático taxista, Daniel (Francisco Reyes), recorre las solitarias calles de la ciudad de Santiago de los años ochenta. Cada noche y a modo ya de rutina, la misteriosa y bella Theresa (Luz Croxatto), sube al taxi de Daniel y lo guía hasta un apartado Motel en las afueras de la ciudad. Lo que allí sucede es un misterio para el taxista, hasta que una noche, su curiosidad puede más y sigue a Theresa hasta la habitación dónde ella se hospeda. Lo que allí se revela, demostrará que las vidas de estos tres seres solitarios tenían algo más en común que la noche y sus misterios, lo cual hará que sus destinos den un vuelco definitivo y final.


La “tractorada”: agricultores y granjeros unidos contra la Agenda 2030

Un par de años atrás, un convoy de camioneros surcó el territorio de Canadá en protesta contra las medidas de la pandemia. Hoy por hoy, las huelgas y revueltas las encabezan agricultores y ganadores de gran parte de Europa. Están saliendo a protestar, con una increíble sincronía y capacidad organizativa, abiertamente, en contra de las leyes que ellos consideran coercitivas para el sector primario. Y se apunta, en muchos de sus reclamos, directamente, a la Agenda 2030. “STOP competencia desleal. Agenda 2030”, se deja ver en una de las pancartas colocadas sobre los tractores mecánicos.

Hasta el momento, la gran “tractorada” ha comenzado su avance a través de Polonia, Alemania, Rumania, Francia, Grecia, Lituania, Bélgica, Italia, Países Bajos, Suiza, Bulgaria, Hungría y España. Algunos de los motivos del gran levantamiento tienen que ver, entre otras cosas, con normativas ambientalistas, automatización del trabajo en contra de la agricultura tradicional, eliminación de exenciones fiscales, prohibición de mercancía rusa, entrada de alimentos sintéticos y aumento de los costes del gasóleo agrícola.

¿Pero en qué medida la Agenda 2030 ha perjudicado a los trabajadores agrícolas y ganadores de la Unión Europea? Todo comenzó con la implementación del Pacto Verde Europeo en el año 2020. Al aprobarse este pacto, se promovieron técnicas agrícolas que respetaran el medioambiente bajo el eslogan “De la granja a la mesa”. Esto quiere decir que los agricultores y granjeros tendrán que pagar más impuestos para costear estas técnicas, además de priorizar las grandes explotaciones por parte de empresas suscritas a la Agenda, en desmedro del cultivo local que genera trabajo, arraigo y comunidad, términos irrelevantes para las políticas globalistas. Aparte, el recorte al diésel agrícola ha afectado de manera notable a los pequeños y medianos agricultores, quienes cuentan con este combustible subvencionado para echar a andar su maquinaria a través de las tierras cultivables.

La “tractorada” continúa su avance por gran parte de la Unión Europea. Y lo han hecho de manera determinada, a tal punto que han cortado carreteras y han detenido los suministros, con tal de generar presión en cada una de las legislaciones. Es sabido que dos de los objetivos de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible hablan precisamente de la Producción y Consumo Responsable y la Acción por el clima. La “bajada política” de dichos objetivos suscritos de manera unilateral por los países en conflicto es lo que se está cuestionando fuertemente, sobre todo cuando lo que está en juego es el futuro del consumo alimentario y el ecosistema europeo, creando, además, un precedente para el resto del mundo.

El agricultor y activista social español Josep Pamies, conocido por promover la autonomía alimentaria y medicinal, ha estado atento a la “tractorada” que recorre toda Europa. Sin embargo, se ha mostrado escéptico, incluso hasta pesimista, sobre la eficacia de esta lucha. “Yo he participado mucho de esta historia, y me he dado cuenta que mientras más te manifestabas, más fuerza les dabas. Ellos no son importantes para nosotros, ¿para qué darles más importancia? Ellos no pueden solucionar tus problemas, ellos son los que los ocasionan”, ha dicho, fuerte y claro, el agricultor Pamies al respecto. En suma, es un gesto potente el de la “tractorada” pero mucho más beneficioso, a la larga, el desarrollo de la autosuficiencia de cada individuo y de cada comunidad para poder sobrevivir, poco a poco, sin depender de la gran industria ni de los mercados transnacionales.

¿Para qué usar tractores tan magníficos si no puedes alimentar ni a tus seres queridos? Esa es la pregunta que se plantea Pamies y que también le llega, de soslayo, a quienes, entusiastas, apuestan por la vía de la insurrección. Se trata de replegarse, de crear otro “ecosistema” y no intentar destruir el que te quieren imponer. Aprender a cultivar tus propios alimentos y medicinas y autoabastecerte con recursos de la propia naturaleza. Ese parece ser el mensaje que entrega Pamies y que, de algún modo, complementa el ideario de los trabajadores de la tierra.

En definitiva, para combatir la Agenda 2030, se requiere hacerlo desde diferentes frentes. “La tractorada” ya ha comenzado desde su propio sector: la agricultura, la agronomía y la ganadería. Pero se requiere de una estrategia que contemple dos vertientes, tanto la reivindicativa que busca “cambiar el sistema” por sus propios medios, como la de la autonomía y la autosuficiencia, que invita a explorar y aplicar métodos de autocultivo, en una lección de verdadero anarquismo agrario. Al final del día, continuarán rugiendo los tractores de toda Europa contra la agonía del campo. 

"El mal latente en todos". Reseña de "Cuando acecha la maldad" (2023) de Demian Rugna

De la nueva película de terror argentina, "Cuando acecha la maldad" (2023) de Demian Rugna, puede hacerse una lectura espeluznante. Más allá de la crítica política, demasiado contingente y maniquea, hay un trasfondo mucho más sórdido: la capacidad de contagio del mal. Aquí la posesión demoniaca puede incubarse en cualquiera, sin contemplaciones. La violencia se transmite y le permite al mal abrirse paso entre los habitantes del campo. Así como el demonio busca una oportunidad para expandir sus influencias y sembrar el caos y la confusión, también el sentimiento del odio polariza, enajena a sus individuos y divide a una comunidad completa.
Los "embichados", que es como se llama en el campo a los animales que tienen gusanos en su herida, representan a aquellos que pudieran ser los "encarnados" por el demonio. La sola idea de ser poseído lleva a los habitantes a la paranoia total. Se sospecha de cada personaje, y se hace patente la fragilidad de un espacio humano sin el amparo del Estado, convertido en sí mismo en una entidad burocrática, parasitaria. La enajenación de los individuos conlleva la ruptura del tejido social. El terror es el efecto de la desarticulación. Los hermanos Pedro y Jimi temen ser "embichados" por los demás personajes, tal cual en los tiempos de pandemia proliferaba la sospecha de contagio por coronavirus.
Nadie se salva. Desde "El Ruiz", dueño del campo, hasta los niños de un poblado, pasando por los hijos de Pedro. Cada quien es susceptible de sucumbir al mal invisible, al mal reptante que parasita de sus huéspedes humanos y se manifiesta, luego, en forma de agresión, rencor y corrupción. La idea de una encarnación maligna con forma orgánica me recordó mucho a la clásica Possession (1981) de Zulawski, en la que el protagonista se enfrenta a un doppelganger oscuro, fruto de todo el odio acumulado por las tensiones con su ex esposa. En Cuando acecha la maldad, también podría decirse que los "encarnados" se alimentan del odio y la violencia de sus propios huéspedes humanos. Por lo que el demonio no vive por sí solo: sobrevive precisamente gracias a ese nutriente de perversidad.
Con un guiño a La gallina degollada de Horacio Quiroga, también ese mal, esa cólera orgánica, esa disfunción del espíritu se hace manifiesta en la propia familia de Pedro, en su incomunicación e incomprensión. Cuidado con lo que piensas y dices, parece rumiar la consciencia del protagonista, porque te puede llamar tu propia ex difunta y proyectar en ti tus propios pensamientos. Cuidado con lo que haces y con tus acciones, porque cada acto errático o malicioso puede contagiarse a tu alrededor e invocar un infierno. "El infierno son los otros", decía Sartre. En Cuando acecha la maldad, no queda espacio para la reivindicación ni la sublimación. Es la catarsis trágica de algo inevitable: la encarnación misma del mal con el rostro de un niño pequeño. Ese niño crecerá y se volverá hombre. En suma, el mal no es un ente extraño, es el resultado explícito de la deshumanización.
La lectura política contra el gobierno argentino sería reduccionista, toda vez que el mal representado en la película no se abandera por partidos ni posiciones ideológicas. El mal ataca por igual a hombres, mujeres y niños. Asimismo, la carencia de virtud y la manifestación del odio y la violencia no son patrimonio de ningún sector, es algo latente en cualquiera que le abra las puertas. Puede desplegarse en forma de anarquía o con una dictadura bajo la excusa de la ley y el orden. Acá el mal no discrimina. Cuando acecha la maldad habla precisamente de eso. El mal está latente en todos.