jueves, 20 de agosto de 2020

“Cría cuervos y te sacarán los ojos” ha sido la frase idónea para graficar la situación vivida por la familia Calderón Argandoña. El hijo menor se rebeló contra el padre acuchillándolo, en circunstancias extrañísimas. Ahora el propio padre, quien fuera su principal defensor, pretende denunciarlo y llevar la causa al ámbito penal. La madre, Raquel Argandoña se ha puesto de parte de su hijo agresor, y la hermana, Kel Calderón, de parte de su padre, el ofendido, en un drama que pasó de tener caracteres farandulescos a adquirir ribetes de tragedia griega. De hecho, puede tener un posible parangón en el complejo de Edipo con el complejo de Electra. Resulta del todo conmovedora la ocasión en que Raquel Argandoña rompió el silencio para hablar con Amaro Gómez Pablos sobre los involucrados en el crimen: la víctima, su ex pareja, y el imputado, su hijo. En una parte se remite a una frase que tiene su equivalente en la historia de Marco Aurelio con el Emperador Cómodo: “Nosotros fallamos como papás”. Durante ese lapso, una acongojada Raquel hace su respectivo mea culpa en la entrevista y habla también por Hernán Calderón –Tus defectos como hijo son mi fracaso como padre-. Quizá, por primera vez en la historia mediática de la familia, pudimos apreciar en vivo el lado más sensible de Raquel, ciertamente, porque semejante dolor abre una llaga, una herida abierta expuesta al ojo público, y era su responsabilidad como figura dar la cara. Son los costos de transformarse en una celebridad; mantener una apariencia, un modelo de vida a costa de lo más sagrado: la intimidad. ¿Será acaso bajo este escándalo mayúsculo que podemos apreciar a la verdadera familia Argandoña, su cualidad humana, bajo la autenticidad de su dolor, los fatales efectos de unos lazos fracturados y el riesgo de una vida completamente capturada por la mediatización de su propia imagen? Cría una reputación insostenible en el tiempo y no te quitarán jamás los ojos de encima, ni siquiera en tu miseria, sobre todo en tu miseria. El estereotipo ha sido roto, en aras de una cruda verdad. Atrás quedó la inocua familia envidiable. Ahora toca recobrar la honra perdida, producto de la disfuncionalidad, y enfrentar a la justicia como el resto de los mortales, más allá de la ilusión de la pantalla. Aunque, precisamente por este hecho, pienso que la familia Calderón Argandoña se ha liberado del peso de la superflua ilusión y han conseguido romper su careta televisiva mediante la catarsis de su fatalidad. Gracias a estos hechos sumamente dolorosos, vividos también por tantas otras familias disfuncionales, invisibilizadas por falta de medios y recursos, se puede empatizar realmente, se les puede reconocer ya no como modelos aspiracionales de un sistema enajenante, sino que como otros, con pleno sentido de humanidad, porque la tragedia iguala, porque la tragedia humaniza, nos vuelve susceptibles, desnudos frente al destino.