jueves, 9 de enero de 2014

Ferias del libro

Hoy en chilito resulta más artístico, turístico, montar cuantiosas ferias del libro con todo su gheto de amiguismos y de inversiones, que la existencia de escrituras que simplemente se dispongan a recrear lo humano en su intemperie. El circo estéril de la crítica ha promovido el hermetismo de los criterios por sobre la intuición del gusto que aflore del órgano de lo cotidiano. Si por ejemplo figuras como Teillier lograron instalarse en círculos literarios, fue precisamente porque sentía ese habitar poético siempre a pesar de la crítica, operando esta casi siempre como un acecho dialéctico de aquellas voces circundantes a la tradición, para digerir esas manchas tarde o temprano en su paradigma.

Lihn hablaba de escribir correctamente poesía, más en relación al oficio que a una lógica de producción, oficio posible a raíz, y muy en el fondo, a pesar del impulso vital: "el mismo Rimbaud/que probó que la odiaba (la literatura) fue un ratón de biblioteca,/y esa náusea gloriosa le vino de roerla". Sin embargo, se fue al África. Lihn destinó su escribir al inxilio. El Chico Molina, conocido como bartleby chileno, no escribió nada. Son lecciones que vienen de la voluntad para canalizar el caos propio, más que ejemplos morales.

Se tiende a caer en un academicismo que se fagocita a sí mismo, parasitando a sus huéspedes con el fin de prosperar, cuando hay que escribir fuera de la ley; o también se cae en vanguardismos que afloran al ritmo de la bebida energizante de la imagen, quedándose solo en lo espectacular, en su pista de baile, no en su transmutación, cuando hay que escribir siempre a raíz del silencio, y organizar el ruido interno.

Qué patética la vanguardia que "quiere ir" delante del resto, pero detrás de un sueño americano: plata, libros, mundo ¡nada de eso es el bien peligroso de las palabras! Hay que concebir una escritura que excave en el África interna -su punto de subdesarrollo, su tercer mundo- y que haga de su tinta combustible en la zona baldía de los maestros. Duchamp fue vanguardia no por contingencia histórica, sino porque su gesto es el del asco frente al orden establecido. Su asco fue el estilo del siglo.

Hoy, sin embargo, vemos la prostitución del ritmo interno arrasando en las ferias y en los museos, avalados por la teta del Estado, cuando el sentido de la poesía, a decir de Holderlin, era el de ser "la más inocente de las ocupaciones", inocencia como fuerza y recreación. Prevalece la poesía que propicia el espectáculo, la pantalla donde los egos se masturban, "en línea" con los intereses de narcos editoriales. En palabras de Duchamp: urinarios del pensamiento al servicio de la cloaca de la contemporaneidad. Frente a ese caos solo queda reinaugurar los vomitos joviales; la higiene desaforada que nos reconcilie con nuestra respiración, nuestro anonimato y nuestra oscuridad.