domingo, 17 de abril de 2016

El suicidio más hermoso del mundo



    Hace una hora me encuentro con una anécdota en la página del History Channel sobre "el suicidio más hermoso del mundo". Se trata de la historia de una joven Evelyn McHale de 23 años que se arrojó al vacío desde el piso 86 del emblemático Edificio Empire State, en New York. La anécdota cuenta que una mañana del 1 de mayo de 1947, Evelyn adquirió un boleto para acceder al mirador del rascacielos. Según los testigos ella se mostraba alegre, sin atisbo alguno sobre lo que minutos después ocurriría. La joven, sin más, saltó al vacío desde el mirador, y se estrelló contra el techo de una limosina estacionada frente al edificio. Fue el fotógrafo Robert Wiles el que llegó a la escena del hecho y capturó el cuadro de la joven muerta. La fotografía pasó a la historia como la foto del suicidio más hermoso del mundo, por la sencilla razón de que resultaba estéticamente hermoso a nivel visual. La joven pese al impacto presentaba en la foto un cuerpo completamente intacto y parecía que se hubiese desvanecido plácidamente sobre la limusina destruida. La joven Evelyn estaba a punto de casarse. Su prometido nunca pudo entender el por qué del suicidio. Sin embargo, en el abrigo de la joven, que había quedado sobre la plataforma del mirador, se encontró la siguiente nota: "Él está mucho mejor sin mí… Yo nunca seré una buena esposa para nadie". 

Los motivos del suicidio, a menudo completamente secretos pero que en su lugar se manifiestan de manera espectacular, inclusive estética, como en el caso de Evelyn. Muchas escritoras han muerto de una manera también única. Pienso en Virginia Woolf, por ejemplo, colocándose una piedra pesada entre la ropa para hundirse lentamente en el río. El suicido implica una decisión, una decisión drástica. Hay una libertad que en el momento del suicidio se manifestó como catarsis y estaba reprimida hasta antes del hecho. Me impactó no tanto el hecho de muerte mismo, su implicancia sentimental, asunto en este caso policial, sino que ese salto abrupto entre lo privado y lo público que la joven acometió: desde una motivación íntima, secreta, relacionada quizá con el corazón, a un hecho que impacta abiertamente a la sociedad, hasta quedar inmortalizado con belleza en una fotografía. El momento decisivo del que hablaba Barthes en su estudio de la fotografía, ese momento del punctum en que la foto significa completamente un hecho de la realidad, sea este de vida o de muerte. Nunca se sabrá el por qué la joven quiso hacer de su dolor un asunto tan simultáneamente bello y violento. El porqué de la vida o de la muerte no se puede visualizar ni escribir de forma alguna. Solo se puede tener constancia de la belleza del producto. Del cómo de la vida y del cómo de la muerte (de la joven). En la foto de Wiles el tiempo, el tiempo de la joven suicida, choca contra su realidad, le es arrebatado ese tiempo, a modo de ofrenda, para simbolizar el dolor pero también la serenidad de una mujer enigmática. De ese modo, en la fotografía, parafraseando a Barthes en su "Cámara lúcida": "Ella ha muerto y ella va a morir". Esa parece ser la sentencia no solo de la joven suicida, y de los suicidas en general, sino de todos los que atestiguan con pesar, y también con elegancia, su paso por el mundo