sábado, 29 de agosto de 2015

Mudanza


La sensación placentera luego de haber transcrito un montón de pensamientos al papel, tal como el respiro luego de haber ayudado durante la mudanza de la familia. Escribir se vuelve eso: mudar de lugar algunas cosas.

Sobre Los Altísimos.





Recordé una escena clave del libro Los Altísimos de Hugo Correa, cuando X, el protagonista, habla con L su acompañante sobre las cualidades del mundo de Cronn. Todos los bienes materiales están asegurados de por vida. Todos y cada uno obra en función del bien común. Pero también cada aspecto de Cronn satisface el ocio y la satisfacción de cada uno. Se dice literalmente en el libro: -No hallarás egoísmo en Cronn. No existiendo el matrimonio ni la familia, el cronnio es libre de hacer lo que le plazca, siempre y cuando eso no perjudique los intereses colectivos-. Y posteriormente, viene lo más extraño e interesante: -Todos los bienes materiales sobra. (...) Sobran la comida y el vestuario. Y además siempre encontrarás una mujer dispuesta a compartir estas comodidades. Sobran las As y las Is-. L habla luego con el protagonista, en un tono solemne, sobre la progresiva inexistencia de los sentimientos personalistas en Cronn para lograr el tan anhelado progreso colectivo e indefinido. El amor y la amistad morbosa -dice L- son reemplazados por la pura convivencia. El asunto de la procreación y la crianza es preservado por las nodrizas. No hay lazos afectivos porque de acuerdo a esa lógica entorpece el desarrollo de la sociedad cronniana en su conjunto. La llamada Central se encargaría de proveer a esta sociedad de individuos genéticamente perfectos. Y por supuesto, funcionales al sistema. En un pasaje se concluye: -La Colectividad ha burlado a la Naturaleza. Ha conseguido la libertad absoluta del cronnio para que pueda dedicar todas sus energías a engrandecer Cronn-. Correa quiso ilustrar una gran sátira sobre las utopías sociales que estuvieron en boga durante los años de la Guerra Fría. Cómo se concibe un mundo donde ya no exista el deseo egoísta, donde toda acción apunte única y exclusivamente hacia un bien mayor, y, todavía, cómo se concibe una sociedad que haya alcanzado un grado tecnológico tal que todo error de la naturaleza sea previsto y corregido de tal manera que influya decididamente en la conducta moral e inclusive en el código genético. Correa fue lo suficientemente creativo para advertir un problema científico actual. La obsesión por evitar la entropía del cosmos a toda costa. En la sociedad descrita por nuestro autor, no existe el bien y el mal, porque no es necesaria la moralidad. La vida útil del cronnio está en función del crecimiento de Cronn. No hay pobreza ni dilemas existenciales. Inclusive no existiría la literatura ni el arte como tales ¿Para qué? Si ya no harían falta, en una sociedad cuasi perfecta. Por otra parte, el amor, según lo leído en la utopía de la novela, sería el gran agente de disociación. Y por eso mismo, quizá uno de los pocos sentimientos que dotan de cierto heroísmo tragicómico a la especie. Cómo sería posible concebir un mundo de tales características, sin antes experimentar un miedo inexplicable a perder precisamente lo que constituye al humano: la tendencia a desviarse de la norma, a propiciar el error en pos de emociones primitivas pero universales, en suma, el derecho a equivocarse, sello inconfundible de la civilización. Correa lo sabía. Muy en el fondo, más que una premisa científica, el error sería el espíritu de todo este gran castillo de arena que hemos construido, a pesar de cualquier otro plan universal.