jueves, 29 de noviembre de 2018

Daniel Jadue había propuesto hace poco la creación de una Universidad abierta en Recoleta. Las clases se impartirían en todas las sedes educacionales municipales de la comuna. Según su planteamiento, la idea de la U abierta consiste básicamente en “democratizar el saber y llevar el saber que está escondido en las aulas, privatizado y absolutamente encarecido”. Contaría con el respaldo de la Unesco y con la participación de la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago, pero, por lo pronto, no tendría la pretensión de formalizarse, puesto que, en palabras del propio Jadue, el esquema en el cual se puede formalizar la educación en Chile es demasiado nefasto como marco operativo. Por supuesto que con nefasto se refiere, aquí, a la lógica mercantil que traspasa prácticamente de forma transversal el universo educativo. La suya sería una iniciativa fuera de este marco, fuera de la variable de la acreditación y de la privatización. La respuesta del Mineduc no se hizo esperar, y, claro está, fue negativa. La principal crítica apuntó al hecho de que la U abierta de Jadue no se circunscribe a lo dictado por la ley 21.091 de Educación Superior, que define a las universidades como instituciones que, entre otras materias, se abocan a la formación de graduados y profesionales. La U de Jadue, en suma, no busca graduar ni profesionalizar a nadie. El jefe de la División de Educación Superior enfatizó que solo por este simple hecho la U abierta no debe llevar el nombre de Universidad. Ante las críticas, Jadue respondió que no esperaba menos de quienes hace unos años atrás declaraban inconstitucional la creación de farmacias populares. Por lo explicado a raíz de la propuesta, el conflicto entre las partes es evidente. El Mineduc simplemente no puede entender que surja una propuesta educativa que pretenda entregar el conocimiento de forma gratuita, casi por “amor al arte”, sin la implicancia de una transacción comercial de por medio. No puede entender, dentro del marco de lo constitucional, que exista una institución que pretenda un margen de accesibilidad casi absoluto. Y, por lo demás, con tal afán de “universalidad” a la manera romántica, hacia el concepto griego de ocio, entendido como tiempo para el estudio, opuesto al trabajo como reproducción de una mecánica servil. Por otra parte, la comunidad educativa tampoco alcanza a comprender del todo la dimensión de la propuesta, que, de hecho, se basa en las experiencias de algunas universidades populares de Alemania o Francia. La misma denominación de “abierta” implica un obstáculo para los promotores del status quo; y, en cambio, implica, para las nuevas mentes progresistas, un abanico de posibilidades tal que podría derivar en una enseñanza profundamente democrática, o bien, en un curriculum alternativo, en tensión pero desplazado, opacado por el modelo, como tantas otras pedagogías subversivas, entre ellas, la Waldorf, la Winterhill o la de Henri Giroux, las cuales se asumen, de una u otra forma, siempre en una resistencia eterna, acaso sin una respuesta total a sus convicciones. La disputa ideológica por la educación vuelve a salir a la palestra, la hegemonía sigue, la escuela persiste en su indefinición, la universidad continúa, perpetua, en su indefinición. (La escuela como el ocio, la universidad como el todo que contiene lo universal). Lo único que permanece abierto sigue siendo el lugar que se disputa esa lucha.