viernes, 29 de abril de 2016

Taller de PSU

La alumna había llegado después del taller de PSU de la mañana. Era aquella chica de frenillos sonriente, algo desordenada, con incapacidad de prestar atención, a cambio de una forma siempre jovial en el fondo de la sala. Pensé que llegaría con otra de sus excusas dignas de comedia. Pero esta vez fue distinto. Advertía el rumor de la angustia. Me contó que no pudo asistir porque estaba en evaluación médica. Debía ir periódicamente puesto que se le había diagnosticado un tumor en el cerebro. No sabía aún si era de tipo benigno o maligno. Luego de su delicada confesión, dijo que ella, francamente, prefería no someterse a la operación, para no dilatar el dolor y la preocupación de sus padres. y además, para volcarse a lo que "dios tiene para ella reservado", ya sea la vida o la muerte. Literalmente, estaba renunciando. Fuera tumor benigno o maligno, prefería no operarse. Las dos grandes muestras de indiferencia de la literatura: la de Mersault frente a la muerte de su madre. La de Bartleby el escribiente. Sin embargo, lo de esa chica no era pura indiferencia. Era resignación. Un concepto todavía incomprensible. E inaudito, en alguien tan joven y bello. Una sensible mezcla de apatía y tristeza, escondidas detrás de una expresión exultante. Ya habiéndose expresado, yo, tratando de empatizar, le digo que a veces en la vida es necesario correr riesgos para seguir adelante. Sabía que mis palabras eran solo un protocolo pedagógico, a pesar de su sinceridad. Las escucharía, pero ella en el fondo ya tenía clara su película interior. Hablara con quien hablara, inclusive sus padres, parecía decidida en su estado de ánimo. Logré contener la conmoción con la sonrisa que ella soltó al escuchar la palabra vida y riesgo juntas en una sola frase. Una vez que fue a su asiento, me solicitó, como si nada, la guía de PSU del día. La veo de lejos; la desarrolla con calma. Una calma extraña, luego de conocer previamente su historia y su motivo. Realizaba la guía con una responsabilidad inquietante, como la de una inculpada que firma un certificado, dejando en claro que se somete a su destino, sin la intervención del mundo. Años que no escuchaba un testimonio similar. En la mayoría de los casos ese proceso se vive como un camino de auto superación, demasiado público, políticamente correcto. En ese instante, años de estudio y de curriculum, se doblegan ante una subjetividad que tranquilamente los sobrepasa. El gesto de la chica, bipolar, único y total, en el fondo, bromeando con sus compañeras, mientras insistía en la seriedad de su tarea, con la vida y la muerte como sus compañeras hablándole y soplándole de cerca. Mientras, el único gesto solidario que podía realizar, bajo el uniforme del maestro, era recibir su trabajo con la promesa de su revisión. Y, como testigo de su proceso, escribir algo que prometa al menos dilatar su sonrisa.