martes, 27 de febrero de 2018

Hoy recibí el finiquito del instituto. El cielo amaneció nublado. Antes de recibir el cheque, la secretaria me pedía ir a la notaría a ratificar los papeles correspondientes. Su cara denotaba una oficiosa preocupación. Simulaba una sonrisa de empatía antes de intuir lo engorroso del trámite. Me solicitó que revisara y leyera bien el finiquito antes de firmar cualquier cosa. Ahí figura que solo me pagarían un mes por año, puesto que al final del primero me hicieron una recontratación estratégica, la cual a partir del segundo año contaría como si hubiese sido contratado de nuevo sin acumular antigüedad. Ya esperaba algo por el estilo, pero ante mi cara de exasperación, la secretaria me sugirió que llamara a la contadora. Llamó y me pasó el teléfono.
Le conté a la contadora el problema respecto al correcto pago del finiquito. Terminó explicándome que el resto de la plata se había cancelado en las liquidaciones a modo de anticipo de indemnización, cuestión que no alcancé a advertir hasta ahora, en el día del batacazo final. Sin ánimo de réplica, y ya sumido en la resignación, solo agradecí y colgué. De ese modo, la secretaria volteaba la cara y con un oportuno rostro afable preguntó si ya estaba todo bien. La miré a la cara diciéndole que todo estaba ok, sabiendo que solo admitía un cínico gesto de aprobación.
Fui a la notaría para validar los papeles. De regreso al instituto, la secretaria volvía del baño, casi corriendo. Me pedía la copia de los finiquitos. Una para ella, otra para mí. Preguntó dónde había quedado la tercera. Le respondí que quedaba para el notario. Acto seguido, me pidió firmar cada una de las copias, incluyendo la copia de la liquidación de febrero. Ella miraba con circunspección el movimiento del bolígrafo sobre el papel, como procurando que cada firma cancelase de una vez y para siempre la relación contractual, eximiendo de responsabilidad a cada una de las partes.
Luego de todo ese proceso silencioso, se alcanzaba a notar en ella un gesto de alivio, un suspiro casi inaudible. Me dio el cheque del finiquito. Me preguntó si acaso ya había encontrado pega en otro lado. Le dije que para serle franco solo contaba con otros dos trabajos sin muchas horas. "Ojala que me las suban, rezaré al cielo, al universo". Una vez dicho eso, la cara de la secretaria cambió drásticamente, de plácida y oficiosa a levemente tensa. "¿Cómo que al Universo? A Dios, a Dios debe rezarle". Oyendo su alusión a Dios, del todo burocrática, seguí dándole detalles respecto a aquellas dos pegas, interrumpiéndola para que la cuestión no derivara en un debate metafísico, teológico.
Después de firmar lo último, se aproximaba el momento de la verdad. Me despedí de la secretaria con un corto y seco encuentro de mejillas. Apenas esbozando un par de palabras de protocolo. En ese momento, entraba otro colega. Apenas lo saludé. Apuré el paso hacia la salida. No alcancé a despedirme del director, del cual nunca más supe nada. Al mirar al cielo, seguía nublado. A lo lejos, se veía cómo un par de sujetos incógnitos, irreconocibles, entraba al mismo sitio por donde yo acababa de salir para siempre, sin retorno previsible.