martes, 8 de diciembre de 2015

La profesora de inglés


El día sábado tarde en la noche recuerdo haber visto una película sobre una profesora de literatura inglesa (en el papel de Julianne Moore) que enseñaba teatro clásico. Un ex alumno suyo escribió una obra trágica que acabó por encantar a la profesora. La obra tenía algo así como una influencia hamletiana por el dilema existencial ofrecido. Representaba en el fondo la propia vida de la profesora, respetada en el instituto pero profundamente insatisfecha por dentro, soltera a sus casi cincuenta, sin otra expectativa que su propio trabajo docente y su afición por la literatura. Cuando ella leyó el libreto movió cielo, mar y tierra para llevarla al escenario en la propia escuela. El joven Shakespeare, con nuevos bríos luego de su fracaso en Nueva York, aprueba el entusiasmo de su admiradora y antigua maestra. Ella siente que su rutina comienza a tomar un camino imprevisto. Lo que ella simplemente veía como una escapatoria ficticia, se hacía carne. Impulsada por el deseo, en un momento de euforia e inspiración, ocurre algo previsible: tienen sexo durante el ensayo. Eso genera conflicto. Ella trata de imponer profesionalismo, pero no puede evitar sentir algo por la joven promesa. El tipo, aprovechando las circunstancias, se mete a la mala con una de sus compañeras de actuación. Entonces, una vez que la profesora se entera, despide a la actriz sin pensarlo demasiado. El chico del teatro le recrimina haberlo hecho. Más tarde, todo el colegio se da cuenta del secreto de la profesora, gracias a la actriz despechada. Lo que la maestra buscaba era lo que una mujer idealista desearía. Ella, como una nueva Madame Bovary, veía en el chico dramaturgo una puerta entre su ambición reprimida y su realidad solitaria. Pese al malentendido entre la profesora y su ex alumno por una debilidad del corazón, buscaría no dejar inconclusa la representación de la tragedia escolar. Sin quererlo ellos crean otro drama paralelo. Porque incluso sin proponérselo cada quien representa un papel incógnito en la teleserie de su vida. Toca descubrirlo sin importas las consecuencias. Aunque en el camino se rasguen telones y se quiebren máscaras. El joven Shakespeare entonces escribe a solas en su facebook una cita de Jack Kerouac: "No tengo nada que ofrecer excepto mi propia confusión". Porque pareciera que todas las emociones ya están ahí, antiguas, más gastadas que el oro, pero cada quien las ensaya a su manera, dejando ver la confusión de la que son parte.