lunes, 16 de octubre de 2017

Opinaba Cioran el profesor: "Lo único que se debería enseñar a los jóvenes, es que no hay nada, digamos casi nada, que esperar de la vida. Sería ideal colgar en las escuelas un Cuadro de Decepciones, donde figuraran todos los desengaños reservados a cada quien". Un ramo llamado Desencanto hubiese sido, para el rumano, tan fundamental como Lenguaje y Matemáticas. Solo aquellos que aprobasen Desesperación podrían saberse aptos para la carrera de la vida y de la muerte.
“...Y hasta pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones imposibles en que se puede dar anticipadamente por cierto la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar…” decía Sigmund Freud en su Análisis terminable e interminable. Por supuesto que al plantear la imposibilidad del educar equiparable al propio ejercicio tortuoso del gobierno y del psicoanálisis, no estaba postulando a priori su falta de validez, sino que, dentro de ese imposible, entendía que se trataba de cuestiones de nunca acabar. Pareciera que cuanto más imposibles son, cuanto más chocan quienes las ejercen con los límites que imponen a sus fuerzas. Cuanto más se les resisten, más se vuelven sobre ellas. Lo imposible no equivale necesariamente, en este caso, a lo impotente, sino que a un iluso sentido de la creencia en el cambio. Lo imposible debiera llevar, por lógica, a la desilusión, a la persecución de una quimera con nombre de futuro, en la cual se proyectan heridas y trancas irresolutas. Sin embargo, en ese proceso, cuanto más imposible resulta, más real deviene aquello que se practica. El ejercicio de la pedagogía debiese, en este sentido, conjurar la desilusión y la imposibilidad, y, acto seguido, allanar la cancha hacia el encuentro con lo real. Hacia el nunca bien ponderado conocimiento de lo real.