lunes, 14 de abril de 2025

Una emboscada en Montedónico

En Montedónico, el fin de semana pasado, ocurrió una emboscada. Delincuentes balearon a quemarropa a un hombre que iba en vehículo junto a su familia. El hombre fue llevado de urgencia al Cesfam de Quebrada Verde, pero murió por la gravedad de los disparos. Su madre y la pareja de ella, en cambio, sobrevivieron. Según dicen, los criminales serían integrantes de una banda llamada "Los Enanos". Entre las autoras del tiroteo estaba una mujer apodada "La Negra" junto a su hijo de diecinueve, la misma que, hace unas semanas antes, había incendiado una vivienda vecina en la población.

Sobre Montedónico siempre cayó esa maldición de estar pisando un territorio sin dios ni ley, tomado por el narco y el hampa. Se hablaba mucho sobre la "Calaguala" o "Puertas Negras" como sectores míticos por su peligrosidad, aunque Montedónico marcaba un precedente, allí "donde el diablo perdió el poncho". Cuando supe la noticia, algo me decía que había algo distinto. Algo había ahí que repercutiría en mi pasado y mi presente. Resulta que mi madre también supo del crimen y le llegó de cerca, porque ella había trabajado durante años como trabajadora social en ese barrio. Pero lo más lamentable no era eso, sino que conoció al hombre asesinado a sangre fría. De hecho, fue su caso, lo atendió y lo asesoró.

-Era un buen cabro-, me dijo. -Cuando te llevé a Montedónico, él estuvo a tu lado cuidándote. Al salir de la pega, me hizo una señal afirmativa con el dedo-, comentó, en un recuerdo sentido y doloroso. No lo podía creer. Ese hombre muerto, en el pasado, me había conocido y hasta me había acompañado. Solo tenía un par de años más que yo. ¡Qué tragedia! Es más. Mi madre dijo que hasta conoció a la victimaria: a La Negra, quien siempre tuvo un trato distante. Tanto el hombre como La Negra vivían en el mismo barrio. Lo más terrible es que nunca pudo intuir ese desenlace fatal y sangriento. Se los comió el mal endémico de la zona, la humanidad herida y corroída de Montedónico.

Hago un rápido ejercicio de memoria. Es inútil. No logro recordar nada más que destellos de un barrio idealizado, prístino bajo mi ingenua mirada de niño bien. Nunca me hubiera imaginado, años después, que solo sabría de aquel joven guardián por su asesinato abrupto, sirviendo de titular para el diario La Estrella. Le habían dicho que se fuera, pero nunca hizo caso. Se quedó donde se crío, donde las papas queman y las balas matan. Quienes lo conocieron, sabían que quería un camino honesto. Ese camino le costó la vida entera. Otro rostro que se pierde olvidado, y la memoria vuelve, de nuevo, ensangrentada.

Javier Rubio Donzé, España contra su leyenda negra (fragmento)

"En abril de 1992 Mario Vargas Llosa tachó de progresistas acomplejados a los intelectuales que arremetían contra el V Centenario del Descubrimiento de América por ser incapaces de desprenderse de las orejeras del marxismo. Aquellos opinólogos (más moralistas que materialistas) de los que hablaba nuestro premio Nobel, por entonces solo hablaban de la faceta más cruel de la conquista, dando cifras descabelladas de decenas de millones de muertos. Algunos de ellos incluso se atrevían a imputar a los españoles el dudoso honor de haber cometido el mayor genocidio de la historia. Aquel día de 1992 Vargas Llosa prosiguió con este encendido alegato:
«Quienes se indignan tan terriblemente por los crímenes y crueldades de los conquistadores españoles contra los incas jamás se han indignado por los crímenes y crueldades que cometieron los conquistadores incas contra los chancas, por ejemplo -que están bien documentados-, o contra los demás pueblos que colonizaron y sojuzgaron, ni contra las atrocidades que cometieron uno contra el otro Huáscar y Atahualpa, ni han derramado una lágrima por los miles, o acaso cientos de miles (pues ninguna comisión de profesores universitarios se ha puesto a calcular cuántos fueron), de indias e indios sacrificados a sus dioses en bárbaras ceremonias por incas, mayas, aztecas, chibchas o toltecas. Y, sin embargo, estoy seguro de que todos ellos estarían de acuerdo conmigo en reconocer que no se puede ser selectivo con la indignación moral por lo pasado, que la crueldad histórica debe ser condenada en bloque, allí donde aparezca, y que no es justo volear la conmiseración hacia las víctimas de una sola cultura olvidando a las que esta misma provocó.
No estoy en contra de que se recuerde que la llegada de los europeos a América fue una gesta sangrienta, en la que se cometieron inexcusables brutalidades contra los vencidos; pero sí de que no se recuerde a la vez que remontar el río del tiempo en la historia de cualquier pueblo conduce siempre a un espectáculo feroz, a acciones que hoy nos abruman y horrorizan. Y de que se olvide que todo latinoamericano de nuestros días, no importa qué apellido tenga ni cuál sea el color de su piel, es un producto de aquella gesta, para bien y para mal.
Yo creo que sobre todo para bien. Porque aquellos hombres duros y brutales, codiciosos y fanáticos que fueron a América —y cuyos nombres andan dispersos en las genealogías de innumerables latinoamericanos de hoy— llevaron consigo, además del hambre de riquezas y la implacable cruz, una cultura que desde entonces es también la nuestra. Una cultura que, por ejemplo, introdujo en la civilización humana esos códigos de política y de moral que nos permiten condenar hoy a los países fuertes que abusan de los débiles, rechazar el imperialismo y el colonialismo, y defender los derechos humanos no sólo de nuestros contemporáneos, sino también de nuestros más remotos antepasados.
Los incas no hubieran entendido que alguien pudiera cuestionar el derecho de conquista, y criticara a su propia nación y se solidarizara con sus víctimas, como lo hizo Bartolomé de las Casas, en nombre de una moral universal, superior a los intereses de cualquier Gobierno, Estado o patria. Ese es el más grande aporte de la cultura que creó al individuo y lo hizo soberano, dueño de unos derechos que los otros individuos y el Estado debían tener en cuenta y respetar en todas sus empresas. La cultura que daría a la libertad un protagonismo desconocido, en todos los ámbitos de la vida, alcanzando gracias a ello un progreso científico y técnico y una abundancia que haría de ella el sinónimo de la modernidad». Javier Rubio Donzé, España contra su leyenda negra.
No veo muchos posteos lamentando la muerte de Vargas Llosa. ¿Será que pasó al olvido, sin posibilidad de apelación, únicamente por sus preferencias políticas? ¿Será tanta la hostilidad hacia el contrincante político, tanto el encono, que hasta una carrera entera consagrada a la literatura acaba siendo opacada por dicha razón? Según esta forma de pensar ¿Ese es el destino crítico que le espera a cualquier escritor que -de aquí a futuro- no baile al ritmo de sus caprichos ideológicos y de su monserga progresista barata? Buenas noches, y que se vayan a la ciudad con sus perros, a reunirse con las visitadoras y a hacer la guerra del fin del mundo.