sábado, 25 de febrero de 2023

De conejos y pirómanos

“Hay una teoría de los conejos que yo no tenía idea, lo aprendí ahora. Cuando parte un incendio se queman y parten arrancando para las zonas donde no hay fuego y ellos llevan el fuego para el otro sector”. Ministro Montes.
Comentario de amanecida: los organizadores del festival hace años que vienen apuntando a un público objetivo "centennial" y de cierto estrato social, enfocado en las tendencias de la música urbana de moda (tan despreciable al oído entrenado). Este año, sin embargo, la cuestión llegó a su paroxismo, lo que deja entrever la escasez de diversidad y de criterio artístico de calidad. Lo de Ripamonti y Metallica también me lo creí en su momento. También creí que traería a las leyendas del thrash californiano, pero fue otra mentira de político, muy bien disimulada. Para la próxima o la subsiguiente, antes que acabe el gobierno, la alcaldesa podría hacer el esfuerzo para gestionar más artistas anglo y más artistas chilenos. Antes recuerdo que los favoritos se repetían hasta dos noches, como pasó con Los prisioneros o con Faith no More. En fin, parece que no queda otra, para los retromaniacos, que armarse un festival paralelo a base de playlist.

The last of us: sátira y drama político del mundo poscovidiano

"We're flying high
We're watching the world pass us by
Never want to come down
Never want to put my feet back down on the ground".
Depeche Mode, Never let me down again.

Una humanidad atacada por un hongo Cordyceps que se apodera de su organismo, un escenario posapocalíptico en la pura línea de Walking dead, solo que sin los zombis. La adaptación a serie del conocido videojuego ofrece un universo no muy distinto al ya representado por otras franquicias y por otras producciones, y sus personajes se mueven en un terreno más o menos conocido para los amantes del survival horror o del género distópico. Pero se sabe que detrás de cada escenario hipotético creado por la ficción, sobre todo en lo relativo al acabóse mundial, se esconde una reflexión velada sobre el presente.

I Una amenaza global: Nexos entre el “hongo”, el “bicho” y el “cambio climático”.

Veamos entonces ¿de qué reflexión estamos hablando, en el caso de The last of us? No es muy difícil adivinar. Basta con plantear el más que evidente parangón entre una amenaza mutante, como la de la serie, y un patógeno de oscura procedencia, como el que seguimos viviendo durante más de tres años. Siempre que se desarrolla una trama en un contexto catastrófico, es preciso analizar la crisis estructural de la sociedad, cómo su tejido y su mecánica interna se van deshaciendo, en la medida que la amenaza crece.

En la serie, por ejemplo, se anticipa la amenaza del hongo mediante un flashback de un programa de televisión del año 1968. Allí, un grupo de expertos debaten en torno a una futura calamidad. Uno de ellos indica el surgimiento de un virus respiratorio similar a la gripe (¿covid 19?). Otro, más osado, asegura que la mayor amenaza puede provenir de los hongos, que serían capaces de colonizar el organismo de otros seres vivos. “Los virus nos pueden enfermar, pero los hongos pueden alterar nuestra mente”, exponía uno de los científicos. “¿Y si eso cambiara? ¿Qué pasaría si el planeta se calentara un poco?”, se preguntaba otro de los expertos, en directa alusión a la narrativa actual sobre el inminente cambio climático, conocido anteriormente como “calentamiento global”.

Resulta que, tras ese debate, la serie devuelve la historia a un futuro en donde, efectivamente, el hongo logró adaptarse al calentamiento global y, por ende, logró conquistar y colonizar los cuerpos de los humanos, volviéndolos sus huéspedes. Hasta aquí, ya se sabe para dónde va entonces el relato tras la ficción: reforzar la idea de una humanidad víctima y cómplice de su propia inconsciencia ante el fenómeno que venían advirtiendo las elites, tal como ocurría en No mires hacia arriba y en la campaña política de la ONU, esa, en donde un dinosaurio advierte a todos la inminencia de un meteorito.

II Sátira política: De libertarios y románticos contra el mundo

Según el guion hasta aquí explicado, todo indicaría que la serie muestra otro de esos universos de ficción que buscan instalar una agenda determinada: la de la emergencia climática, que proyecta sobre su audiencia la responsabilidad del futuro de la humanidad completa. Aun así, ceñir la riqueza de la serie a esa pura narrativa sería limitar su alcance. Hay que advertir también que los escenarios, después de suscitada la catástrofe van mutando, conforme el terreno para lo apocalíptico se va haciendo más palpable. La reingeniería de lo humano en lo social tiene que ser improvisada al alero de una sociedad amenazada por su propia entropía. Es así que la serie, de manera muy cuidada, expone diferentes situaciones y contextos que nos hacen pensar en una sátira política, una pugna entre bandos ideológicos, velada a través del mecanismo de la trama y transformada en relato digerible.

Así, en el capítulo tres, cuenta la historia de Bill, un hombre huraño, hasta cierto punto, misántropo, que sobrevive encerrado en su propia casa, en un vecindario repleto de trampas y barricadas, con las que planea alejarse tanto de los infectados por el hongo como de los posibles humanos que vengan a amenazar su fortaleza, su espacio sagrado. Bill encarna al sujeto aislado de todos, un hombre solitario, repleto de resguardos, que ya no confía en nadie.

Hay un detalle que es sumamente relevante, en este punto: dentro de la casa, se muestra, durante breves segundos, la bandera de Gadsden con la serpiente en posición defensiva, que simboliza, a grandes rasgos, el liberalismo clásico y el libertarismo. La asociación de esta bandera con Bill no es casual, porque el Bill de la serie (al menos el del comienzo del episodio) encarna conductas y valores asociados a cierta “derecha política” que enarbola la bandera libertaria de Gadsden: un celoso resguardo de su propiedad privada, un sentido agudo de autodefensa, una creencia acérrima en el advenimiento del Nuevo Orden Mundial y un sentimiento de autosuficiencia e individualismo, ante un mundo que se cae a pedazos, todo lo cual puede resumirse en la clásica sentencia: “dont tread on me” (no me pises).

Lo realmente significativo en este episodio tres sucede cuando Bill conoce a Frank, un hombre que estaba atrapado en un agujero afuera del patio de su casa. Después de tranzar algunas palabras, la química entre ellos fluye de inmediato y acaban siendo pareja. Entonces, el antiguo Bill deja de ser, y pasa a convertirse en una persona nueva, abierta, menos hosca, segura, enamorada. Acto seguido, deja atrás su bandera y, con ella, sus ideales libertarios. Este puro acto deja entrever un potente sentido. Dejar atrás esa bandera implica, en cierta manera, dejar atrás todo el mundo político que la circunda, asociado, de una u otra forma, con los simpatizantes de Trump y todo el bando republicano del eje occidental. Por ende, el amor que Bill ahora profesa por Frank provoca una transmutación en su persona, o bien, una revelación de algo que estaba reprimido por su antigua personalidad.

La intensa relación sentimental entre ambos personajes se siente como si hubieran sublimado su vida anterior, precisamente, una vida marcada por un mundo acabado y sometido a viejos ideales. Esa es, a mi juicio, una interpretación posible: el Bill libertario e individualista murió, o evolucionó, para dar paso al Bill que ama y abraza su homosexualidad abiertamente, sin tapujos, mediante una fantasía romántica o un romance idílico, demasiado desconectado de la realidad hostil que la circunda. ¿Por qué? Porque cabe señalar que, en el videojuego, originalmente, la relación entre Bill y Frank estaba lejos de ser la maravilla que pintaban. Es más: en una parte, Bill se entera que Frank muere y le deja una carta en donde expresa toda su decepción producto de sus diferencias de carácter.

Por lo tanto, la lectura que le da la serie a este episodio en particular tiene un tinte forzado, uno en donde querían meter, a toda costa, una utopía de arcoíris en medio del apocalipsis, obviando el tema de la carta, trascendental para la construcción de estos personajes, y la sátira, en este punto, no puede ser otra que la de un libertario abandonando sus valores y su “metro cuadrado” en pos de una felicidad empalagosa pero irreal, y que francamente no aporta nada sustancial al grueso de la trama, si somos puristas y la asociamos directamente con los lineamientos originales del videojuego. En resumidas cuentas: abrazar el amor eterno, dentro de este episodio, significa, a todas luces, abrazar la agenda LGTB. Parecen decir: bota tu bandera libertaria, Bill; toma la bandera arcoíris y solo así conocerás el amor. “Déjate pisar”.

III Drama político: Las “luciérnagas” contra FEDRA ¿Dónde están las luces? ¿Dónde las tinieblas?

Ya que se habla de un mundo asediado por una pandemia fúngica, no podía faltar la referencia a un gobierno con pretensión totalitaria. Este es el Federal Disaster Response Agency, que en siglas se conoce como FEDRA, el último reducto del gobierno de Estados Unidos a través de su ejército, y que se plantea como un gobierno en la pura línea del Gran Hermano de 1984, de carácter dictatorial y reelegido a perpetuidad, sin posibilidad de cambio ni elecciones libres, mucho menos de rebelión (lo más cercano al fascismo, de acuerdo a uno de los personajes “soplones”). En la ficción, FEDRA surgió después del brote del hongo, en la forma de una organización militar que reunía el monopolio de poder y que disponía de un régimen sanitario muy estricto con tal de mantener el orden y el status quo. ¿Les suena a algo que no haya pasado antes?

La cuestión es que Joe, el protagonista, y Ellie, la niña huérfana que lo acompaña, tuvieron que sufrir los embates de una sociedad (o lo poco que quedaba de ella) sometida a esta organización tiránica. Por lo tanto, su historia juntos comienza cuando se encuentran con la resistencia al verdugo de turno, porque siempre donde habrá poder habrá resistencia, decía un tal Foucault. Se trata de las “Luciérnagas”, un grupo de fuerza compuesto por diversos agentes rebeldes a FEDRA, y están diseminados por todas las áreas de manera clandestina, donde aún no hay infectados y donde pueden maquinar sus próximas revueltas contra el sistema.

Si leemos un poco más allá de la ficción, podremos comprender que la misma lógica gobierno vs resistencia se ha visto reflejada en las diferentes revueltas ocurridas de un tiempo a esta parte, en diferentes países y bajo diferentes contextos. Sin ir más lejos, nuestro propio 18 de octubre puede ser interpretado como una “anticipación”, claro está, sin el contexto pandémico, pero el conflicto se prolongaría mucho después, viéndose coartado, precisamente, por la excusa sanitaria, y determinada por el gobierno al cual había que combatir. Lo mismo ocurriría en Estados Unidos con el movimiento Black Lives Matter durante el 2020; más tarde, en Colombia, contra Duque, el 2021; también en diversas zonas de Europa en una ola de protestas contra la dictadura sanitaria; y, finalmente, en Perú, contra Dina Boluarte, el 2022.

El enfrentamiento entre las “Luciérnagas” y FEDRA refleja el ánimo revolucionario que empujó mucho de aquellos movimientos acaecidos a nivel mundial en pleno período pandémico. La mecánica es la misma: usar la excusa de la “plaga” como dispositivo de control y reforzamiento de un Estado policial. Y la Resistencia opera, en la ficción, con los métodos ya consabidos por los insurgentes históricos: estrategia paramilitar, operación a la sombra, inspiración en una lucha entre bandos antagónicos que podría ser leída como otra versión de la “lucha de clases” marxista. Sin embargo, no se indaga en la posibilidad de corruptelas escondidas en la Resistencia, financiadas por la banca internacional (como sí ocurrió en la Unión Soviética), aunque sí se deja entrever la existencia de infiltrados, que luego fueron ajusticiados, claro está, sin justicia ni debido proceso alguno.

Lo que realmente se destaca de este proceso insurreccional en The last of us, con el concepto de la victoria contra el régimen de FEDRA, ocurre en el episodio 5 de la serie, cuando las “luciérnagas” finalmente derrocan al tirano, con cánticos de “Libertad” al más puro estilo de la Revolución Francesa, madre de todas las revoluciones modernas. Y si hacemos un breve ejercicio de memoria, recordaremos lo violenta que fue esa revolución, la sangre que corría por las calles y la sed de venganza que circulaba por las venas de los insurrectos, más iluminados que nunca, cual luciérnagas encendidas por inspiración del “Siglo de las Luces”, merced al bucle de la historia en pleno siglo distópico. «La revolución no es una cena de gala (…) La revolución es un levantamiento, un acto de violencia en el que una clase invalida a la otra.» rezaba Mao, y ese es el mismo espíritu manifiesto por las luciérnagas insurrectas en la serie. Pura violencia reivindicatoria, con el telón de fondo de un parásito imparcial que amenaza a ambos lados por igual, poder y resistencia.

Ahora bien, las Luciérnagas instaladas en las diversas zonas de cuarentena también ganaron otros enemigos: los propios civiles en la ciudad de Pittsburgh, quienes se opusieron al nuevo régimen y deseaban ganar autonomía y libertad de acción frente a ellos. Así fue cómo surgieron los “Cazadores”, que resultaron ser mucho más bestiales que sus antiguos camaradas revolucionarios, perdiendo todo ápice de moralidad y desplegando un extremismo perfectamente equiparable al de los terroristas en la vida real. Esa actitud la demuestra Kathleen, la líder de los cazadores en esta parte de la serie, la cual busca ajusticiar, a toda costa, a Henry, un antiguo informante de Fedra, y además a los protagonistas, Joel y Ellie, que son considerados unos mercenarios enviados por otros sobrevivientes enemigos.

Al aliarse Joel y Ellie con Henry y su hermano, buscaron una salida para evitar su captura por parte de los cazadores, pero en la serie se sabe que luego son emboscados, y es ahí donde se manifiesta la fuerza ciega de los “chasqueadores”, que despiertan luego de permanecer bajo tierra. En cierto sentido, los seres infectados por el hongo representan algo equivalente a los zombis en las películas de sobrevivencia: pura pulsión destructiva sin otro propósito que devorar a los demás, en este caso, parasitar a los humanos para hacerlos sus huéspedes y expandir el hongo.

El virus de oscuro origen que todavía sufrimos (en menor medida) funcionó, de alguna manera, también como un agente de caos que nos sometió a todos a un límite de sobrevivencia pocas veces visto en la última década, y no importaron los bandos políticos e ideológicos que se vieron enfrentados en ese contexto, no importaban el orden ni las aspiraciones revolucionarias: todos podían ser susceptibles de contagio y morir, en la escalada de poder.

Lo mismo pasó en la serie: todos tuvieron que luchar por sus vidas, mercenarios y cazadores, ante el ataque furtivo de los infectados. El despliegue de la violencia y el separatismo del espíritu provocan, a la larga, un bucle de autodestrucción, frente a las inclemencias de la naturaleza, que no discriminan a nadie. “La revolución engulle a sus propios hijos” y el orden siempre volverá para establecerse después de una cuota de entropía y de infierno. Esa es la lección política que queda tras el episodio cinco. La conspiración del orden, el caos y la libertad está completa.

IV ¿Hacia un comunismo post apocalíptico?

Durante los comienzos de la pandemia a nivel mundial, marzo del 2020, Zizek escribió, muy entusiasta, que el covid 19 había asestado un golpe a lo Kill Bill al capitalismo y que era la oportunidad para apoyar un “nuevo comunismo” fundado en la ciencia y la solidaridad. “Con la pandemia empecé a creer en la ética de la gente corriente” afirmaba, con gran optimismo, confiado en que la nueva crisis nos haría a todos, como género humano, más solidarios. La resonancia de estas afirmaciones tiene lugar en el episodio seis de la serie, cuando Joel y Ellie llegan a un asentamiento de fugitivos, luego de ser interceptados por un grupo de vigilantes en la frontera. Allí Joel se reencuentra con su hermano Tommy y hacen buenas migas con la gente de esos lares. De pronto, se da una conversación entre Ellie y la mujer de Tommy. Le pregunta si ella es la dueña, y ella dice que no, que en el asentamiento no hay dueños, que ella fue elegida por un consejo democráticamente. Agrega, además, que en el pueblo todos contribuyen, todos hacen algo por la comunidad y se van rotando, en una cooperación mutua. Después, Tommy señala que todo lo que hay en el pueblo es compartido. Joel afirma que eso es comunismo, a lo que Tommy dice que no. Pero su mujer comparte los dichos de Joel: para ella, su pueblo es una comuna, por lo tanto, sí que son “comunistas”, en toda regla. Claro está, un comunismo sin partido único, poder centralizado ni disciplinamiento militar. Quizá, algo más similar a una comuna tolstoiana o a una aldea de carácter anarquista, que a un régimen chino o norcoreano.

Aquella aseveración dicha por la mujer de Tommy podría ser entendida como otro intento de los realizadores por impulsar una visión política a través de la ficción, pero también podría interpretarse como una sátira a ese comunismo del que hablaba Zizek, un comunismo únicamente posible tras una crisis de proporciones como la vivida en la serie, en analogía con la sufrida tras la pandemia del coronavirus. Si se siguiera esta línea de pensamiento, se diría entonces que el capitalismo del mundo de The last of us colapsó tras la proliferación del agente fúngico y su impacto sobre la sociedad humana, aunque esta visión sería incompleta. Más bien, fue el orden unipolar (en terminología de Dugin) representado en la ficción, el que murió producto de sus propias fisuras y, probablemente, el hongo (como el virus en la vida real), a decir de Byung Chul Han, solo haya sido “la pequeña gota que ha colmado el vaso”.

Tras el encuentro con los fugitivos en el asentamiento, Joel decide partir y dejar a Ellie, pero ella no puede separarse de su lado, por lo que vuelven a caminar juntos, esta vez, rumbo a la misión encomendada en un principio. Se despiden así de los lugareños y del prototipo de sociedad comunista en un contexto post apocalíptico ¿Será esa la muestra de una posible sociedad de transición tras el desastre de un mundo capitalista unipolar? ¿O será que una sociedad de corte comunitaria, rudimentaria, pre industrial pueda ser concebida como modelo a seguir o como modelo alternativo al de la producción monopólica o al de un Estado absoluto, tras una catástrofe global de esas magnitudes? Puede que ese comunismo al que aludía la mujer de Tommy haya que entenderlo simplemente como una idealización o como una sátira social. En cualquier caso, el camino de Joel y Ellie, en la ficción, seguirá siendo nómade, mucho más cercano al exilio que a una vía hacia el socialismo real.

La verdad es que si analizamos mejor el trasfondo del mundo en la ficción, las palabras de Byung Chul Han suenan mucho más acertadas que las de Zizek. El surcoreano afirmaba que “el virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte (…)” y que “no podemos dejar la revolución en manos del virus”. Asimismo, en la serie, el hongo atomizó a la humanidad entera. Solo dejó tras de sí el derrumbe total del orden anterior, y la disgregación del orden social en diversos individuos y comunidades aisladas, pugnando por sobrevivir, disputándose a muerte o negociando de forma pasajera, en tanto esos lazos no amenacen los intereses de los implicados.

Atrás quedaron los grandes relatos, las grandes narrativas. Con el desastre del relato sobre el “fin de la historia” de Fukuyama y el auge de la democracia liberal, traducido en el fenómeno del capitalismo tardío, también se derrumbó el relato teleológico sobre la Revolución y el surgimiento del hombre nuevo, en la forma de un comunismo internacional. Ninguno de esos proyectos totalizantes puede ser viable, siquiera, en un mundo humano en ruinas, fagocitándose a sí mismo bajo el imperio de un parásito incontrolable. 

La premisa es la siguiente: no se puede dejar la revolución en manos de un hongo, mucho menos, la restauración del orden humano o la construcción de un nuevo mundo, tras la debacle del pasado. Es en esta parte que el viaje de Joel y Ellie cobra otra relevancia: un viaje estoico, solitario, expuesto a la intemperie, a la adversidad, sin otra esperanza que una inmunidad inexplicable, hasta cierto punto, milagrosa. Bien lo decía Byung Chul Han, en respuesta a Zizek: “necesitamos una nueva forma de vida, nueva de la que surge un tiempo distinto otro tiempo vital, una forma de vida que nos redima del desenfrenado estancamiento.” 

Por lo pronto, Joel y Ellie no pueden pensar en el futuro: luchan contra el tiempo y contra la destrucción de su mundo. Los idealismos, las cosmovisiones y las arquitecturas sobre el futuro pueden esperar, porque el único camino adelante es el que tienen despejado ante sí mismos y el único sistema que les protegerá será el inmunológico, la confianza acérrima sobre sus propias defensas.

Fuentes: