Caminando de vuelta por la noche porteña en patota después de un lanzamiento, se discutía sobre los locales que van cerrando, que van quedándose en el olvido, como el Keops; aquel tiempo en que todo era más barato, y la resaca más duradera, recordando la Torre, por ejemplo; o cuando el Huevo todavía era la sensación taquillera. Será que el tiempo se muestra implacable o los locales que frecuentábamos solo cambiaron de forma y estamos ya demasiado viejos para concebirlo. O quizá sea como en el poemario de una amiga, donde dice que ya no hay nombres, que todo fue inventado para atrapar lo que de nosotros se va yendo.