lunes, 26 de diciembre de 2022

“Acuerdo por Chile” y un pacto traicionero: el nuevo renacer del Rechazo.

"El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente". Gustave Flaubert.

El proceso constituyente se ha vuelto un eterno retorno de lo mismo. Un loop eterno tocando su propia música, en una disco que está a punto de prender las luces y echar a sus bailarines por aburrimiento. A tres meses del aplastante triunfo del Rechazo a la primera propuesta de Nueva Constitución redactada por la infame Convención Constitucional, la clase política se ha reagrupado para aliarse en contra del mandato soberano y “aprobar” un nuevo pacto sin consultar a la gente. El nombre del pacto tiene por nombre “Acuerdo por Chile” y firmaron prácticamente todos los sectores políticos de manera transversal: la UDI, Renovación Nacional, Evópoli, Partido Demócrata Cristiano, Partido Radical, Partido Liberal, Partido Socialista, Partido Comunista, Partido por la Democracia, Partido Comunes, Partido Federación Regionalista Verde Social, Convergencia Social, Revolución Democrática y Acción Humanista. Además de los movimientos Amarillos por Chile, Demócrata y Unir. Los únicos que se restaron, sin embargo, fueron el Partido Republicano y el Partido de la Gente

¿Cómo fue posible esta impensable alianza entre partidos en apariencia enfrentados? Lo mismo se dijo respecto de aquel Acuerdo por la Paz y Nueva Constitución del 16 de noviembre del 2019 como salida política e institucional a la insurrección octubrista. Este era el mitín en el cual los saltimbanquis de nuestra política harían un gesto republicano, a cambio del futuro de la democracia del país. Claro está que en aquella ocasión el mitín también fue considerado como una “cocina”, sobre todo de parte de representantes del Partido Comunista y sectores de la izquierda más radicalizada, protagonista de la sombra proyectada sobre la revuelta chilena. Por lo tanto, cabe recordar que Acuerdo por la Paz no es lo mismo que Acuerdo por Chile. Aquella vez, el relato decía que nos estábamos jugando la propia institucionalidad; en cambio, ahora el relato indica que los honorables se la están jugando por el país entero, con un impostado sentido patriótico.

¿Entonces por qué el Partido Comunista adhirió al nuevo pacto? ¿Será acaso este nuevo Acuerdo por Chile el resurgimiento del “noviembrismo”? La respuesta está en aquellos bloques disidentes al Acuerdo, este nuevo bloque de fuerzas políticas que quedaron desplazadas, por abc motivo, tras el último plebiscito de salida, y que arremeten de manera crítica contra este enemigo mayor. Su común denominador se puede resumir, ahora sí, a la casta política, con todas sus letras. Si en el anterior proceso todavía se tenían reparos respecto al carácter elitista de sus miembros, en esta ocasión, no cabe ninguna duda. Esta simple operación lógica ha permitido que estas fuerzas, en su tiempo inclusive antagónicas, puedan confluir de manera inaudita en un incipiente renacer del Rechazo.

¿Quiénes componen estas nuevas fuerzas? Podría decirse que se trata, en general, de los espectros más alternativos de cada polo político: por un lado, los viudos de la Constituyente, los desencantados, o bien, los resentidos tras la derrota del Apruebo, que achacan al Acuerdo por Chile todos los males de la vieja política: el pituto, el enquistamiento en el poder, la endogamia de una elite desconectada de la realidad, la tozudez de unos líderes empecinados en sus propias agendas, a costa del erario nacional y del sueño de los eternos “pateadores de piedras”, que observan desde fuera, con una furia renovada, un proceso que se asemeja cada vez más a una fiesta privada a la cual nunca fueron invitados y de la cual solo esperan ruido, frivolidad y arribismo.

Por otro lado, están los que siempre desconfiaron de todo, absolutamente de todo el proceso, desde el 18 de octubre de 2019 en adelante. En este grupo se encuentran los sectores de la derecha libertaria, los llamados nacionalistas o patriotas y también los antiglobalistas. Siempre vieron en la asonada de octubre y en el posterior pacto constitucional un solo gran fraude, distintas partes de una misma maniobra, cuyo objetivo era y sigue siendo disolver la vieja institucionalidad, derribar el antiguo modelo y, en su lugar, instalar otro, acorde a los intereses tanto de la izquierda nostálgica como a los de la red de entidades globalistas que subvierten con sus influencias los límites de la autonomía del país.

Los móviles de cada una de estas fuerzas pueden chocar incluso, porque ellas proyectan en el nuevo Acuerdo por Chile un fantasma distinto: los libertarios proyectan el comunismo y el socialismo, con reminiscencias en el castrochavismo y la Unidad Popular; los nacionalistas o patriotas proyectan a las entidades transnacionales y monopolios capitalistas extranjeros; y los antiglobalistas proyectan a las elites del Foro Económico Mundial y Naciones Unidas, con toda su trama oscura de redes de influencia a modo de conspiración. El Nuevo Acuerdo por Chile, de esta forma, se ha convertido en la sombra insuperable de los propios traumas asociados a cada fuerza política.

Pese a esta radical diferencia de móviles, conviene, por una cuestión estratégica, en pos del bien superior, concentrarse en los fines. Por el momento, las nuevas fuerzas se encuentran disgregadas. Todas bailan a su propio ritmo, y ese ritmo es el del desencanto. Habrá que redireccionar esa energía ya no al reproche de sus movimientos erráticos, sino que a una tentativa de cohesión, hacia un nuevo Rechazo que le haga frente al Acuerdo traicionero. Ese escenario posible, ese futuro aproximado podría sentar un precedente, uno en que las distintas fuerzas, de izquierda y de derecha, se unan en consecuencia para votar contra la partidocracia redundante, indicando, con firmeza, que Chile, de ahí en más, no estaría dispuesto a bailar otra vez más la misma cueca y apostaría por empezar a dirigir su propia música, como en una orquesta de soberanía real.