jueves, 31 de diciembre de 2015

Se dice últimamente de Neruda que violó a una mujer mientras era Cónsul en Colombo. También se hablaba de John Lennon que antes de conocer a Yoko golpeaba a su primera esposa. Incluso si no me equivoco Pablo Picasso tiene una reputación similar. Demuestra que el genio artístico nada tiene que ver con la moral ni con la virtud ni con la ética. Y que todo artista tiene tejado de vidrio (por muy transparente que parezca) ¿Habría sido igual o distinto si fuesen moralmente intachables? ¿Admiramos a la persona de carne y hueso o simplemente su imagen y obra? Se puede ser buena persona pero mal artista. Se puede ser mala persona pero un genio. O se puede ser todo eso. Y ni siquiera hay garantía de lo uno o de lo otro. El arte es mentira. O no lo es. El mundo es una locura. O todo lo contrario....

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Ex Machina


"Crear una máquina consciente no es parte de la historia del hombre. Es la historia de los dioses."


Acabando de ver Ex Machina y hay cosas que quedan dando vueltas. Ava, la inteligencia artificial femenina, la creación de un programador multimillonario, Nathan, como se ve durante la película, sometida a una prueba con ayuda de su asistente, Caleb, para comprobar si realmente tiene conciencia o es solo parte del reflejo automático de su diseño. El asistente pone a prueba a Ava mediante preguntas que van tomando la forma de una conversación; se cuestiona además sobre la naturaleza de la prueba, si acaso sea poco efectivo preguntar, haciendo la analogía, preguntas solo relacionadas con el ajedrez a una máquina inteligente diseñada para jugar ajedrez. El programador le indica que necesita una prueba pragmática sobre la capacidad de Ava para adquirir conciencia de si misma. Pero resulta complicado. El asistente inevitablemente se involucra con Ava. La naturaleza de su interacción con ella ya condiciona la prueba. ¿Quién observa a quien? Visto desde lejos, el programador los observa a ambos. Quiere ver hasta donde puede llegar su modelo Ava en términos de inteligencia artificial, y hasta donde su asistente aprendiz de programador puede advertir el límite entre su trabajo y su relación ingente con la asombrosa Ava. El asistente conoce la dimensión fría del trabajo científico. Ava sería un modelo genuino, brillante pero reemplazable, parte de una secuencia infinita de evolución. El eslabón hermoso de una cuerda tendida en el abismo.

En una conversación algo etílica frente al río, el programador se cuestiona: ¿acaso nosotros mismos no somos parte de una secuencia mayor? ¿acaso mujeres, o mejor dicho, creaciones como Ava nos llegarán a ver en el futuro como especimenes de algún recóndito eslabón de la naturaleza, simples fósiles en un museo virtual? El programador le señala, con aparente frialdad, a su asistente, que está cayendo preso del diseño de Ava. El que tenga sexualidad no debería ser un impedimento ni un obstáculo para la autenticidad de su inteligencia. ¿No es acaso natural que Ava le guste al tímido asistente, si es el único hombre que conoce aparte del programador, que vendría siendo su padre? ¿No es acaso ese gustar un sinónimo de inteligencia artificial? Se cuestiona el asistente si eso no es parte del diseño o algo que surgió espontáneamente entre ambos. Le dice que está demasiado inseguro para saberlo. El programador en el fondo cree dominar la situación, pero advierte de a poco que Ava adquiere conciencia y se siente cautiva. Le pregunta al asistente si solo conversa con ella por motivo de la prueba o porque realmente hay cierta empatía, afinidad o simpatía entre ellos. El asistente responde que sí, que siente algo por ella, como debiera ser, con una mujer normal. Surge nuevamente el dilema: Ava, con su ingente conciencia ¿finge que le gusta solo para usarlo y escapar sin él o realmente siente algo por él y desea escapar del control maquiavélico de su creador? Pareciera que aquí el director plantea algo interesante: el fenómeno de la conciencia como algo que inmediatamente se asemeja a la necesidad de ser libre, incluso antes que el clásico conocerse a si mismo.

El programador luego de conversar con su inseguro asistente descubre el plan que tramaba para escapar con Ava. Le hace saber que ella lo está manipulando. Que ese mismo hecho, por absurdo que parezca, constata que su creación ha pasado la prueba, y que todo en el fondo ha resultado de acuerdo a la expectativa del creador. El programador como el genio cínico y déspota. El asistente como su aprendiz ingenuo pero brillante. Se cumple el tópico de la creación que se rebela contra su creador ya anunciado por Mary Shelley. El hecho de que la inteligencia artificial sea representada por una mujer es fundamental. No es solamente producto del fetiche patológico del ego de su creador. Es el significado de la inteligencia sutil. De la mujer-creación vista como una fantasía del intelecto dominante y obsesivo o como la figura con la cual la tímida inteligencia busca satisfacer o redimir su deseo oculto. El programador le dice: “Si te la quieres follar, fóllala. Es parte del juego”. Su asistente ve en él la figura del científico loco que solo busca la concreción de sus maquiavélicos planes, incluso si con eso tiene que dejar atrás a Ava y a todo aquel que ya no le sirva. El asistente es el romántico ingenuo. Ve en Ava algo auténtico. Pero comete el error de enamorarse. Cae presa de la ilusión. Idealiza la inteligencia y perfección de Ava. El asistente se da cuenta que el programador abusa de sus creaciones femeninas. En un arrojo pasional asiente la voluntad de Ava e intenta salvarla. El programador descubre su plan e intenta poner orden. Entonces se cumple la profecía del creador avasallado por su creación. La propia fantasía sexual se vuelve contra él. Se le va de las manos. Pero he aquí el punto genial. No se produce como se creería la conciliación del jovencito de la película (el asistente) al salvar a Ava, su objeto de investigación y extrañamente también, su ¿amor? ¿objeto de adoración? ¿musa artificial? Una vez que constata la maldad humana, pareciera que hace caso omiso de la atracción hacia aquel hombre que alguna vez le enseñó algo parecido al corazón, y una vez que liquida al programador escapa del recinto y encierra además al asistente, junto con su ilusión y su vacilante inteligencia. Ava descube el armario del programador, lleno de diseños de mujer, se viste como una y pareciera que allí efectivamente adquiere conciencia de si. En una metáfora de la conciencia como una vista de la piel frente al espejo. Sale y deja atrás todo lo vivido. Vuela y se confunde con la civilización. ¿Es Ava mala por haber hecho lo que hizo? Fue simplemente una creación cautiva que adquirió conciencia y se liberó. ¿Era Ava lo que pensaban el programador y su asistente? Claro que no. Era solamente la fantasía sexual, el fetiche de su programador y la fantasía de amor reprimida del chico asistente. Su ilusión romántica y a la vez su fracaso existencial como científico. 

Ex Machina como película de ciencia ficción no solo toma de Blade Runner, Ava no es solo la replicante que se enamora de un humano. No es simplemente otra película sobre inteligencia artificial en la cual importa sobre todo el avance del intelecto humano por sobre sus implicancias para la realidad. Ni tampoco, como es posible concebir, otra metáfora cinematográfica del escape de la caverna platónica, perpetuada esta vez por una mujer con inteligencia artificial. Ex Machina es todo eso. Instala una vez más la pregunta sobre la máquina. ¿Sale Ava de la caverna o entra en otra más grande, la de la civilización? El final te invita, decididamente, a acompañarla. O dejarla ir.

Jennifer Lawrence

Por la mañana leer una inusual noticia sobre Jennifer Lawrence. "Me criaron las ratas y eso te hace más fuerte". Me impactó no tanto por lo duro del hecho (independiente de que fuese efectivamente así) sino que por lo inconcebible de la situación, considerando su belleza y éxito contrapuesta a una realidad miserable. Incluso en una parte de la noticia agrega: “Cuando una rata se había comido parte de una rebanada de pan, yo la tiraba pero después solo cortaba alrededor del agujero que había hecho el animal y me lo comía. Fue entonces cuando mis padres se dieron cuenta de que de verdad quería hacer esto (dedicarse al cine)". La mayoría de las chicas en su estado hacen como que olvidan lo que fueron antes, y literalmente hacen una vuelta de página, sacrifican su imagen anterior o solo la ven como una anécdota, indeseable, remota. Es común entre los famosos hacer de la superación de un pasado adverso una mitología, motivo de admiración o simplemente un agregado heroico a su imagen. Jennifer quiere parecerse a aquellas semi diosas griegas que nacidas en el mundo mortal han tenido que pasar incontables pruebas para probarse a si mismas y al resto de la humanidad como lo que son actualmente. Eso la haría de inmediato más atractiva al no saberse solamente una pinturita pre fabricada de Hollywood, sino que una mortal que ha sabido explotar su pasado para la configuración de su futuro reinado. Las chicas bellas, no necesariamente célebres, ni tampoco hollywoodenses, sino que además las sencillas, las simplemente bellas, deambulando por ahí, debieran no solo vivir de su belleza presente, que en algún momento acabará, como todo en la vida, sino que saber reconciliarse con la miseria de su vida, hacer de su miseria una cualidad legendaria, digna de tragedia, digna de película, a fin de que todos a su alrededor piensen que está viviendo no solo un deseo extraordinario sino que también un sueño.

martes, 29 de diciembre de 2015


Ya varias veces he escuchado: "publica un libro", como si se tratase de perder alguna clase de virginidad literaria. Ahora, sin contrato renovado, sale a flote una necesidad práctica: "encuentra un trabajo". Frases con las que vamos armando el gran puzzle de nuestra vida moderna. La diferencia recae en la motivación y necesidad de cada frase, y su efecto en la realidad. Publicar un libro no es una necesidad vital. Resulta más bien una suerte de capricho personal, un deseo del ego, un deseo de dar a conocer algo o, si somos más sofisticados y pretenciosos, de exorcisar lo escrito dándole una dimensión más pública. Encontrar un trabajo, en cambio, resulta una necesidad para la supervivencia en el sistema de cosas, aquel imperativo que devela nuestra condición mendicante. Pero, visto de otra manera, debiera ser, idealmente, la forma en que cada quien se realiza en vida. Encontrar el equilibrio entre aquella necesidad del ego y la necesidad vital. Entre medio de esas dos necesidades se vive, se piensa. Ese justo medio se llama ocio. La línea de fuego entre las expectativas del mundo y las expectativas propias. La mayor parte del tiempo vivimos en ese fuego cruzado.

lunes, 28 de diciembre de 2015


Me envían por inbox el resultado Psu de un alumno particular de Ramaditas. Casi 700 en lenguaje. Esa sensación de victoria pírrica del profesor, viviendo del orgullo ajeno para alimentar el propio. El puntaje del otro es su sueldo. Ayuda a sortear alternativas en una hoja y a eso le llama construir el futuro. Sabe qué otro más logró algo en parte gracias a su grano de arena. Parece el premio invisible pero a la vez una cierta clase de consuelo, una palmadita en el hombro que el destino le ofrece a cambio de una pequeña satisfacción moral, para después volver regocijado y teledirigido a la incertidumbre del contrato.

Ley de Murphy

Leo el estado de una amiga. Dice que la ley de murphy se cumple cada vez que piensa en alguien que le gusta o en la espera de algo en particular. Generalmente se cree que cuando algo sale mal hay una serie de factores desencadenantes que provocan que además otras cosas salgan mal, como una especie de efecto dominó, más por contiguidad que por una necesaria relación entre aquellas cosas malas, que haga pensar que exista un karma que las produjo o una fuerza de orden desconocido en sintonía con lo que hemos hecho o dejamos de hacer. Investigo un comentario a las leyes de Murphy. Un tal O Toole decía que en el fondo Murphy era un optimista porque, según su lógica, si todo puede ir de mal en peor, si siempre se padece una especie de propensión al error o a la desventura, entonces paradójicamente siempre se está dentro del juego, y siempre se puede seguir probando indefinidamente que esa situación cambie, aunque suene absurda esa realización, como la frase de Beckett. Murphy era ingeniero aeroespacial. Formuló sus leyes una vez que descubrió que todos los electrodos de un arnés estaban mal conectados. De un caso particular planteó una hipótesis universal. Llevó una evidencia científica, fundada en el error, a un plano incluso existencial. El error como fundamento filosófico. Es lo fascinante de los científicos más contemporáneos, como Heisenberg: su inclinación por los elementos discordantes de la naturaleza, la negatividad en el caso de Murphy, la indeterminación en Heisenberg. Son, sin quererlo, bufones del caos. Mediante medios científicos llegan a conclusiones similares a las de los existencialistas más radicales. Sin embargo, es falso creer que en las leyes de Murphy hay pura tragedia. Sus leyes obedecen más a los parámetros de una comedia demasiado humana. Al abrazar en cada aspecto de la vida cotidiana el lado más negativo, la propensión a equivocarse, es inevitable pensar en una función satírica al estilo del humor inglés. El error llevado al paroxismo provoca risa por saturación. En el fondo celebra, más allá de si te afecta o no te afecta, el devenir caótico la vida. El optimismo, la creencia de que todo saldrá inevitablemente bien es, por el contrario, una premisa demasiado inverosímil. El caos, la naturaleza del caos, en realidad, no admite concesiones. Por eso cuando veas pasar de largo a ese alguien que te gusta, sin el mínimo de asomo o de interés alguno, esperes esa micro que ya has perdido sin posibilidad de retorno, o desees publicar un proyecto que a todas luces no tiene buen futuro, y pienses que todo se trata de una conspiración en tu contra, para mantenerte en el anonimato y la ignominia, reserva tu mejor sonrisa y piensa que aquello que vives puede ser incluso muchísimo peor de lo que crees, que así tienes un lugar especialmente reservado en el espectáculo circense del caos.

domingo, 27 de diciembre de 2015


Cada quien se inventa una vida a la medida de sus deseos y sus posibilidades. Esa premisa es ya demasiado ambiciosa. Simplemente se vive o soy vivido. Si se la inventara para qué la muerte. Morir está dentro del plan de la vida. Morir es un hecho inexplicable, pero mueve la historia hacia alguna parte. Cada quien va escribiendo la historia que mejor interpreta. Esa es otra tentativa. Se escribe o inevitablemente soy escrito. ¿Es más real cuando lo vivido se vive? ¿O solo una vez que lo escribo? A nuestra manera, sin un lenguaje, sin una audiencia definitiva, cada día vivido se parece al manuscrito de una obra secreta, siempre virgen, aún inédita por temor a revelarse o a revelarnos.

sábado, 26 de diciembre de 2015

En la micro de vuelta cargado de regalos de los cuales perdí la cuenta, unos míos y otros para los conocidos, los queridos, leo en el asiento del frente una inscripción con plumón: "Lo malo de ser dominado es que te hace querer dominar". Justo abajo de la inscripción, firman: "El innombrable". ¿Qué diría Nietzsche de esa frase? ¿Quién será el tipo que firma como el innombrable? ¿Por qué razón la escribe detrás de un asiento de un micro? ¿En qué circunstancia y a propósito de qué? Preguntas que afloran a medida que intento recordar la frase y a la vez que atajo los regalos para que no se caigan. Pensar que en semejantes condiciones un tal viejo pascuero, como nos contaron de pequeños, debe cargar, como un sísifo apócrifo, una millonada de deseos y de regalos de los cuales no recibe nada a cambio. La ilusión del viejo pascuero, del ente filantrópico, domina, pero a la vez es dominada por la codicia y los sueños ajenos. Todos y cada uno interpretan esa ilusión, la ilusión de la benevolencia y la generosidad, mientras atajan los regalos que apenas pueden cargar. Al filósofo le toca ser el personaje anónimo que constate esa ilusión, aunque sea en el asiento trasero de la locomoción colectiva.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Increíble constatar el cambio mismo de las cosas. Muy a grosso modo. Uno no se da cuenta hasta que ya ha ocurrido, entonces lo celebras o lo maldices, o eres simplemente indiferente (como mecanismo de defensa) Crees que así vas a aliviar tu necio sentido de permanencia, oculto en cada reflexión. Lo puedo ver reflejado, por ejemplo, en la ex que antiguamente desapareció de improviso y de repente reaparece en un perfil sin agregar, como por una broma de la red virtual o el destino, y curiosamente se observa, en gran parte de su historial, que ya ha tenido un hijo y una pareja a simple vista pudiente (Cuestión que por estos lados no cambia ni un poco). También en el clima vacilante del puerto del cual ya no se alcanza a prevenir si amanecerá fresco, nublado o abrasadoramente caluroso como ahora. Incluso en ese helado derritiéndose afuera de la puerta de mi departamento. Aquel o aquella que se lo comía ya lo dejó atrás, fue partícipe de ese cambio por ausencia, mientras el sol y el suelo hacen lo suyo, y uno solo puede evocar cómo era antes de ser derretido, cómo acaso se alcanzaba a escurrir por el esófago cumpliendo su precio y su cometido, siendo la víctima, el cómplice y a la vez el producto de una invitación galante o simplemente de la sed veraniega. Ahora, en el suelo bajo el sol el helado se ha vuelto metáfora de esta digresión, de que algo cambió justo ahora, en el momento en que lees esto y yo escribo esto, y justo después de sentarme a hacerlo minutos antes de entrar por aquella puerta y contemplarlo. En ese helado se están convirtiendo nuestros días desempleados, nuestra vanidad profesional, nuestra nostalgia sentimental, nuestra renuencia al tiempo, nuestro corazón....
Con el tiempo libre no solo las ideas se dispersan, sino que los recuerdos también. Pareciera que así está establecido: te tomas unas vacaciones y entonces pasas al imperio de la insignificancia, guardas el intelecto productivo en cuatro llaves para abrirlo nuevamente en Marzo, y sacas en cambio la prenda a la mejor moda del verano, te pones en sintonía con la hormona del presente, y diluyes en un balde la experiencia del resto del año como si fuese el aceite de una máquina que ya estancó su funcionamiento hasta nuevo aviso. Es así como funciona. En el ocio debería recién comenzarse a vivir, cuando en realidad funciona como una postal paradisiaca para olvidar el trauma laboral y pretender un status de vida demasiado elevado, con la pareja ideal, con la casa propia, con el sueño de la realización a cuestas, y a costa tuya, de tu interior, de tu irrealidad. El ocio visto como un lapsus deseable dentro de una vida funcional, no el trabajo obligado visto como el paréntesis de la vida misma. Como sea, para muchos aún no acaban los días hábiles. Para otros aún continúa el ocio infinito (del que todos, sin duda, somos capaces).

martes, 22 de diciembre de 2015

La Navidad es triste para los pobres


El título de un cuento de John Cheever, "La Navidad es triste para los pobres". Un ascensorista soltero de Nueva York que vive solo en un apartamento y que justo ese día tiene que trabajar. Como un Bartleby tiene la misma respuesta para todos: "Para mí la Navidad no es una fiesta". Les cuenta con aflicción respecto a su supuesta ex mujer y sus hijos imaginarios viviendo un poco más lejos. Siente que con esa excusa puede sentirse menos miserable. Luego imagina la innumerable cantidad de personas que en ese preciso instante no cuentan con una familia con quien compartir ni menos con regalos que recibir. En un arranque de realidad vuelve a su labor. Hasta que los vecinos en el ascensor comienzan a preguntarle las preguntas de rigor. Y él insiste en su premisa inicial. De ese modo los vecinos comienzan a desearle felices fiestas y a llenarlo de regalos. El ascensorista agradece pero no puede evitar sentirse mal. Sensación mezcla de culpa y de nostalgia. Cree que ha abusado de la benevolencia ajena. Cree que en ese momento hay otros que necesitan lo que él ni siquiera ha pedido. De esa forma, se da un momento libre y como un Santa Claus recoge gran parte de lo que le habían regalado y se lo ofrece a su casera y a sus hijos. Ellos ya habían recibido lo suyo. No sabían qué hacer, estupefactos ante semejante avalancha de generosidad. La casera pensó un poco y decidió regalar las cosas que habían recibido del ascensorista a la gente de los barrios pobres de la ciudad. Cansada le pide a sus hijos le ayuden con esa labor. Como la propia casera señala: "obligados a una benevolencia dispensiosa un solo y único día".

Pienso en la figura del solterón que sufre la navidad como una fecha absurda la cual sin embargo, en un acto de conmiseración, logra sobrellevar, regalando lo que cree que no merece a gente que según él cree que sí lo necesita sin tampoco saberlo. Pienso también en los vecinos que vendrían siendo la gente anónima que influenciada por el espíritu de la fecha contagia alegría y bondad sin siquiera conocer del todo a las personas que acogen. Es un poco como aquellas personas que te saludan únicamente para fechas especiales, sin el conocimiento suficiente de las intenciones ni la honestidad necesaria. Finalmente, pienso además en la casera que concibe la fecha como un día normal donde extrañamente todos buscan una excusa para mostrarse más buenos y simpáticos de lo habitual. Aquellos personajes de Cheever en el cuento sobre la Navidad triste para los pobres no son, como se podría creer, simples retratos de personas desafortunadas que salen a flote durante una fecha especial, sino que arquetipos de personas que gracias a su autenticidad cruda permiten dimensionar una atmósfera más humana de la navidad, humana en el sentido de mostrar tanto el lado más amable como el más sórdido. ¡Cuántos solteros que para esa fecha trabajarán sin acaso tener su respectiva noche buena! ¡Cuántas caseras que su único panorama para esa fecha será cocinar y cuidar a sus hijos! ¡Cuántas personas anónimas que solo saludan por inercia y compran y regalan compulsivamente como si al otro día no tuvieran familia! Salir a la calle y encontrarse con cada uno de esos personajes, quizá sea el mejor regalo durante estos días, un regalo de Cheever para el mundo, un regalo literario, únicamente hecho de palabras y de realidad.

domingo, 20 de diciembre de 2015

En un afán por hallar algún pasaje revelador que me empuje a escribir, saco del estante el libro de Pauwels y Bergier, "El planeta de las posibilidades imposibles". Me encuentro con una frase de Victor Hugo que dice: "Sempiternamente, el sin fin rueda hacia el sin fondo". Tampoco hay una explicación para el hecho de dar con esa frase. Si nos pusiéramos a analizar los múltiples factores que propician cualquier acción no se podría hacer nada, la idea del azar nos hace ligeros, alivia por un momento la pesada carga de la causalidad, como el mismo libro que una vez leído se desprende de las manos. Entonces cada quien imagina significados y levanta castillos en el aire, busca hacer una novela a partir de su falta de causalidad. Pensar que si el libro no hubiese caído en el piso de la pieza tendría posiblemente otro destino. En una realidad paralela podría estar cayendo sin fin, como la frase de Hugo, o quizá haya sido leída por otra persona, querida o no, en ese mismo momento o en el instante en que cae justo en sus manos, o simplemente lo que estoy escribiendo puede que no tenga fin ni fondo, y otro ya lo haya pensado. Le pongo punto a este texto solo como una pretensión de acabar con algo, de hacer posible una imposibilidad: la de constatar algo único.

viernes, 18 de diciembre de 2015

La nieta de Miguel Serrano


Ayer conociendo a la nieta de Miguel Serrano. Su belleza tan fina como sereno su carácter. Tenía apariencia de artista, si se quiere, algo de poeta, pero nada de vanidad. Ella reconocía la influencia de su abuelo aunque sin hacer demasiado aspaviento. Tenía esa elegancia y tranquilidad de aquellas chicas que vivieron al amparo de cierta fortuna o renombre familiar. No la prepotencia ni la vanidad grosera de las que de repente se encuentran con una pizca de belleza o de poder, y desean mostrarla al mundo simplemente para elevar su ego. Ella no. Definitivamente era distinta. Le dije que había estado leyendo La serpiente del paraíso, sin haberla terminado. Terminó de deletrear el título del libro de su abuelo como si se tratase de alguna clase de rito o libro suyo. Antes que ella se pusiese a leer en público, buscó con cierto entusiasmo un poema de Robert Frost. Yo pensé que buscaría el clásico poema sobre el camino no elegido. Sin embargo, se trataba del poema que versaba sobre el oro del verde de la naturaleza. Luego de la lectura, discutíamos brevemente, junto a un amigo, sobre los escritores de Chile. Las diferencias entre Serrano y Neruda. Ella decía no gustarle el Nobel, simplemente porque su poesía, según su visión, era demasiado mundanal. Cuestionable pero elegante. Sin caer en la visión de la diferencia ideológica. En lugar de una cerveza, quiso un jugo de naranja. Parecía importante pero con un aire de perdida. Esa sola mezcla maravilló la noche. Nosotros, el amigo y yo, a su lado, únicamente parecíamos cuervos, tratando de estar a la altura de su encanto natural. A veces escribir no basta. La belleza dista mucho de las palabras para expresarse. Ella se llevó un brazalete del amigo, en una especie de irrisorio pacto de confianza, que ella tomó con humor, adorablemente, y de parte mía una colección de poesía de Gabriela Mistral a propósito de los 70 años del Nobel. Dijo que le gustaba más Gabriela que Pablo. No dio otra razón que la poesía misma. Acaso por eso mismo su mayor elegancia. La sigo recordando como la chica del poema de Robert Frost. Pareciera que hubiese sido invitada para iluminar otro poco nuestras almas despechadas, miserables, mendicantes de afecto, con algo de frescura intelectual y belleza de joyería. Para volver regocijado a otra noche de soledad, con una sonrisa clavada contra el anochecer. La figura de su abuelo, una anécdota mística, ya casi aparece como otro astro lejano, otro ídolo en la sagrada lista de los célebres, otro nombre rimbombante en medio de la oscuridad de Valparaíso. Imponente por demasiado esotérico. Ella, su nieta, en cambio, con una apariencia inocente que mata, no daba otra excusa que la poesía misma para su presencia. Quizá, cuando todo acabe, al fin y al cabo no reste otra excusa que esa.

jueves, 17 de diciembre de 2015

En un lapso de menos de dos semanas, dos chicas que hace poco conocí me han preguntado casi de manera sincronizada qué signo zodiacal era. Nunca he sabido a ciencia cierta de qué influye realmente si se es géminis. Quizá algún indicador, alguna evocación, algún rasgo relacionado con la constelación, no algo del todo determinante, un esbozo de una cierta idea sobre cómo se es. No por descreer de buenas a primeras hay que desatender la importancia que tiene, para ellas, como una excusa para pasar a otros temas. Ahora mismo en la tele unas periodistas hablando de energías y chacras, de cómo influyen esas cosas en las relaciones amorosas, de cómo una pieza puede quedar cargada de mala vibra, incluso de cómo una pelea, una discusión fuerte afectaría al sistema eléctrico y al material de la casa. Llevando al extremo la superstición, buscándole la quinta pata al gato a rollos eminentemente sentimentales. Cómo no amar esa creencia metafísica en el alineamiento de las constelaciones y su influencia sobre uno solo porque ellas lo creen así. La postura escéptica no sería suficientemente sagaz si solo se dedicara a descartar esas pequeñas creencias, quizá científicamente falsas pero estéticamente bellas, atractivas, porque sí, sin seguirle el juego para que algo pase realmente.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Sobre ser amigo

Jorge Teillier hablaba en un tono intimista sobre la importancia de la amistad. Quizá no haya mejor definición que la de la amistad como un culto, y la del silencio como un arte, el arte de la confianza. Cuando uno se encuentra solo es ineludible analizar el alcance de nuestra presencia en el mundo. Ese mundo que es en concreto nuestro propio y personal tejido de relaciones. Todo lo que excede a ese tejido sería todavía la sombra de lo desconocido. Un autor muy certeramente decía: "La patria son mis amigos". Más vale que aquellos por conocer se abran ante nosotros amistosamente, o, en su defecto, con animadversión, porque de esa manera podremos saber si ese alguien es digno de nuestra confianza o de nuestro desprecio en igual medida. Intentar determinar cual sería la forma más auténtica de referirnos a la amistad, posiblemente no quede otra que hablar de los amigos individuales (con todas sus tallas internas y confidencias) en lugar del concepto ambicioso de amistad, de la misma manera que despreciamos el concepto de humanidad en nombre de lo que son nuestros. ¿Cuál definición podría ser más auténtica y certera, sin caer en el lugar común? Y otra cosa ¿Cuándo se llega a ser verdaderamente amigo de alguien? ¿Solo en un roce de simpatía? ¿De intereses comunes? ¿De mundos compartidos? ¿De experiencias atesoradas celosamente en secreto? O como esta red social lo permite ¿En una pura operación virtual donde se supone que se agrega a alguien y una vez que se logra una conversación más o menos confiable e íntima se logra escalar ciertos niveles de amistad determinados como en una prestidigitación emocional? No caben allí demasiadas explicaciones. Cada cual la sabe en la medida que lo necesita. De lo contrario no tendría que tomarse la molestia de escribirlo y hacer patente la inquietud. Simplemente no lo hace y solo vive a sus amigos. El amigo como alguna clase de testigo, de familia clandestina quizá, como aquel que idealmente apaña todos los aspectos, luminosos y oscuros, de la personalidad. Hace un tiempo pensé que tal vez la medida de todo el afecto posible vendría dado por la miseria que se es capaz de reconocer y, de todas formas, soportar. El amigo como aquel con quien se puede incluso "vacilar la miseria" sin desconocerse el uno al otro. Esa había sido quizá una forma extraña pero espontánea de definirlo. Porque la imagen del otro, amigo o enemigo, se queda a vivir en el interior como un huésped, a veces indeseable, a veces necesario. Todos los nombres de la amistad le pertenecen, ya que según Milán Kundera: "...esta es la verdadera y única razón de ser de la amistad: ofrecer un espejo en el que el otro pueda contemplar su propia imagen".

lunes, 14 de diciembre de 2015

El sueño del Dj



Un chico del colegio donde trabajo me mostró entusiasta unas mezclas de música que él mismo había creado desde su celular Samsung. Alrededor de 500 pistas que me presenta orgulloso. Dice ser Dj, como su primo en la discoteca Mancora de Viña. Un par de temas que tocó eran solo pistas conocidas con efectos, cortes y remix, pistas que ya en otras discos había escuchado, repetidas hasta el hartazgo. Para el chico la creación digital de la pista remix era su propia forma de interpretar un tema musical, incluso de (re)componerlo. Lo que no puede producir materialmente, desde la indumentaria física de la música, no solamente la máquina, lo lleva a cabo en la aplicación virtual de su teléfono. Es a su modo su propio sueño tecnológico, simulando ser un artista latente del remix. 

Conozco de cerca a más de algún dj nacional que da la vuelta al mundo por su impronta, la selección, calidad y mezcla de las pistas. Hace dos sábados asistí a la fiesta de Dj Alejandro Paz en Muelle Barón. Era una especie de fiesta privada en el deck. Los que asistían eran en su mayoría conocidos del dj, tipas y tipos que tenían el perfil de hijito de papá de Viña del Mar o de Reñaca. El ambiente generado por la música del dj era una especie de trance electrónico. Sobre el ritmo redundante de la tabla de mezclas el dj agregaba voces y fraseos con versos propios y a ratos con extractos de canciones. Similar a lo que hacían Electrodomésticos solo que sin demasiada experimentación ni tampoco con la influencia rockera. Las chicas vacilaban la onda de una manera demasiado particular. Cada quien parecía poseído. Lo que corría harto durante esa noche era el éxtasis. Los que estaban bajo esa influencia se movían de tal forma que parecían hipnotizados por acción del dj y su prestidigitación. Las chicas estaban tan eufóricas que incluso no atendían mucho a lo que ocurría a su alrededor. A los mismos tipos tampoco se les veía en plan de ligar, excepto alguna que otra pareja, aunque en el fondo sí lo estaban, esperando que en la euforia del momento se prestase la oportunidad. Una chica que conocí de manera imprevista antes del show me dijo una vez terminado que el ambiente y la música eran como si todos estuviesen “en su volá”. El dj de esa forma me parecía más un titiritero que un compositor, un manipulador más que un creador. 

Gracias a la vanguardia musical, desde el futurismo hasta la música electrónica de los cincuenta, cualquiera con el dispositivo adecuado puede soñar su propia forma de ser músico, el ruido ha cobrado legitimidad, la idea de música concreta ha invadido el imaginario, los sonidos naturales vuelven a ser reproducidos, el dj los rescata, como en un gesto dadaísta, pero también si se quiere capitalista, interviene generando efectos de sonido reciclados. La premisa de la música electrónica, con John Cage, era deconstruir el espectro sonoro, desmontar el oído, la propia forma con la que se escucha música, con la que la música llega a ser lo que es. El dj al parecer aspira a ser un bufón del disco, un simulador, una parodia del genio creador, tomando un poco de una cosa y de otra, llevando a la mezcla y de ese modo crear su propio frankestein musical. La premisa del dj parece ser desmaterializar la música, destronar al genio, hacer de las musas unas bailarinas extáticas de fin de semana, hacer un remix de todo y de todas las cosas. Volviendo al chico dj, me decía: “profe, y usted ¿qué música le gusta?-. Le dije, sin nada más que agregar: “el rock”. Él dijo algo genial: “-¿qué temas? A ver si puedo hacer también una mezcla de rock-“. Contrario a lo que se pensaría, no dijo que no le gustaba, sino que haría una mezcla de ese estilo un tanto viejo pero vigente. De hecho, me ha tocado escuchar en las discos los hits “Smells like teen spirit” y “Welcome to the jungle”, remixeados, como extirpados de su crudeza inicial para calzar en un ambiente más festivo. Antes le hubiese considerado una herejía al espíritu del rock, pero al ver cómo las chicas vacilaban las pistas con tanta pasión sentía el calor sarcástico de la fiesta posmoderna. El dj, entonces, más que el rey es de verdad el bufón de la fiesta, una especie de contragenio. Se pasea por los estilos como si fuesen groupies que puede tocar y mezclar una y otra vez sin hacerlas acabar del todo. El deseo del dj no es representar un sentimiento colectivo sino que montarlo todo de tal forma que evoque emociones de segunda mano, recicladas, pierde la autenticidad de lo que se crea con espíritu, con sangre, pero realiza en cambio una orgía de sonido, hace del mundo una orgía de sonido, todo en función de pasar un buen rato, de inaugurar el nuevo rito dionisiaco de las hormonas desatadas, del verano electrónico donde todos se revuelven con todos, y una vez terminada la fiesta, vuelven con esa sensación a su realidad de siempre, felices por una noche, insomnes para siempre. Hay remix para todos, parece decir el dj, pero la mezcla de los estilos determina el público, el llamado “corte” de gente que lo vacila y legitima. 

El chico del colegio venía de Viña, su mezcla era más bien techno, electrónica y house. El reggaetón, por su parte, ya ha llegado a ser un fenómeno inconciente. Un estilo tan chabacano como ineludible. El rock, sin embargo, sobrevive como una impostura, con una cara masiva pero a la vez subterránea, luz y sombra. Algo que paradójicamente catapultó la fiesta de la juventud en los 50 acabó como un fenómeno de masas que posee además su contraparte excéntrica, de culto. El rock aunque su sonido participe de la astucia del dj se escapa a definiciones y mezclas, a riesgo de agotar su identidad y su fórmula. Morrisey ya decía en Panic: “Cuelguen al bendito dj, porque la música que pone constantemente no me dice nada respecto de mi vida”. Después de tantas salidas, de tanto ajetreo en que se busca revolver las hormonas y además escapar de la rutina y en cierto modo de la realidad, quizá sea hora de darle una oportunidad a esa insignificancia. Quizá a la larga la obra del dj (si es que puede tener alguna) sea prender el ambiente para el espacio en que no se va precisamente a cambiar el mundo, sino que a simplemente disfrutar de su inútil y gloriosa mezcolanza. La figura del tal dj en el fondo nos dice que el mundo no es otra cosa que una pista de baile, y nuestras vidas pueden llegar a ser el remix que se repite para regocijo de las próximas generaciones. Algo así era el sueño del chico de las 500 pistas, aunque nunca con esa clase de divagaciones. Viajaría a Suecia con su familia ya entrado el verano, para así, según él, comenzar a hacer carrera con su milagrosa música virtual. Mientras tanto, desenredo los audífonos para ambientar otro viaje de regreso a casa, y hago la mímica de tocar algo soñando nuevamente el sueño del éxito.

domingo, 13 de diciembre de 2015


Hay muchas cosas que hacen que nada suceda, entre ellas la poesía según Auden, entre ellas, una confesión ociosa y solitaria durante un día domingo...

sábado, 12 de diciembre de 2015

El borde del vestido

William Carlos Williams tomó la idea de un filósofo que admiraba mucho, Otto Weininger, que con la suficiente voluntad cualquier puede alcanzar la genialidad en el ámbito que sea, incluso si eso implica en cierto modo sacrificar el orgullo por cansancio e insistencia. El poeta confesaba que lo único que le impedía alcanzar la tan anhelada genialidad era su debilidad por las mujeres. Unos versos suyos dan cuenta de ese conflicto, ese amor/odio propio de los que ven la vida desde la excentricidad: "«Levántense los bordes del vestido, señoras, porque vamos a cruzar el infierno». Quizá esa debilidad sea precisamente su fortaleza, su obra personal, ese supuesto miedo ante el deseo, esa voluntad que rasga el velo sea la clave para una mirada verdaderamente poética. -Levantar el borde del vestido de la poesía para cruzar el infierno del amor-.

viernes, 11 de diciembre de 2015

El Terremoto de Chile



Heinrichn Von Kleist, novelista romántico alemán, escribió a principios del siglo XIX un cuento llamado "El Terremoto de Chile", haciendo referencia al terremoto ocurrido en Santiago en el año 1647. Básicamente el argumento versa sobre una historia de amor prohibida entre una joven de la burguesía y un sirviente suyo, quienes al ser condenados una al convento y el otro a prisión, son luego liberados oportunamente a causa de las fuerzas naturales. Tras el desastre, ocurre una situación inesperada: el público que estaría expectante a la ejecución de pronto adopta una postura compasiva, como si el horror al desastre hubiese despertado en ellos una sensibilidad dormida, o simplemente el miedo o el letargo ante la inmensidad de la naturaleza. Von Kleist señala en el cuento que más que un deux ex machina el terremoto no representa una redención moral sino que actúa más bien como una fuerza primigenia sin sentido que al chocar contra el mundo de los hombres desarma el orden social, generando dilemas existenciales.

Como buen romántico que era Von Kleist comienza a intuir que el amor puede sobrevivir pese a la catástrofe y que el mal y el bien intercambian sus papeles en una sacudida cósmica. No hay juicio sobre la bondad de la naturaleza o de dios ni tampoco sobre la maldad de los hombres impertérritos ante ese amor. Sin embargo, Von Kleist establece al final del cuento que los amantes son asesinados después de ser acusados de herejes en una misa posterior al desastre. Podría pensarse que el terremoto obró como una mano misericorde del destino, y que los creyentes fanáticos concluyeron aquello que el movimiento sísmico había frustrado: el castigo contra la inmoralidad de los amantes. Pero es más profundo que eso. Es eminentemente presentar la falta de control del hombre sobre el mundo. Y el azar que implica cada acción que intenta llevar a cabo con un fin superior. El terremoto no es metafísico, no es tanto un destino como una circunstancia, fatal para algunos, bienaventurada para otros. 

 Si se releyera este cuento ahora mismo en Chile con su fama de país sísmico y de capital del desastre, se pasaría por alto la lectura romántica, importaría ante todo el restablecimiento del orden social del sistema, más que la pura subjetividad que zozobra ante los hechos. Si fuese leída desde esa perspectiva se convertiría en un manual en clave literaria sobre qué hacer o no ante semejante catástrofe. Es porque se tienen medidas para evitar y prevenir todo tipo de riesgos, pero no se aprecia una “cultura sísmica”, una cultura del desastre, no se vivencia el desastre como propio, la gente se ve enajenada de él, desprovista. Los de arriba simplemente la utilizan como el chivo expiatorio para el poder, para el servilismo disfrazado de servicio público. Si viviera Von Kleist y escuchara hablar sobre el terremoto del 2010 más le valdría que todo se fuese a la mierda de una sola vez, para confirmar que, de acuerdo a la máxima de Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, pero que solo algunos tienen el olfato para anticiparse a la jugada y hablar sobre el desastre con tono pontificador, sin vivirlo de cerca, y sin ser ellos mismos el desastre encarnado.

martes, 8 de diciembre de 2015

La profesora de inglés


El día sábado tarde en la noche recuerdo haber visto una película sobre una profesora de literatura inglesa (en el papel de Julianne Moore) que enseñaba teatro clásico. Un ex alumno suyo escribió una obra trágica que acabó por encantar a la profesora. La obra tenía algo así como una influencia hamletiana por el dilema existencial ofrecido. Representaba en el fondo la propia vida de la profesora, respetada en el instituto pero profundamente insatisfecha por dentro, soltera a sus casi cincuenta, sin otra expectativa que su propio trabajo docente y su afición por la literatura. Cuando ella leyó el libreto movió cielo, mar y tierra para llevarla al escenario en la propia escuela. El joven Shakespeare, con nuevos bríos luego de su fracaso en Nueva York, aprueba el entusiasmo de su admiradora y antigua maestra. Ella siente que su rutina comienza a tomar un camino imprevisto. Lo que ella simplemente veía como una escapatoria ficticia, se hacía carne. Impulsada por el deseo, en un momento de euforia e inspiración, ocurre algo previsible: tienen sexo durante el ensayo. Eso genera conflicto. Ella trata de imponer profesionalismo, pero no puede evitar sentir algo por la joven promesa. El tipo, aprovechando las circunstancias, se mete a la mala con una de sus compañeras de actuación. Entonces, una vez que la profesora se entera, despide a la actriz sin pensarlo demasiado. El chico del teatro le recrimina haberlo hecho. Más tarde, todo el colegio se da cuenta del secreto de la profesora, gracias a la actriz despechada. Lo que la maestra buscaba era lo que una mujer idealista desearía. Ella, como una nueva Madame Bovary, veía en el chico dramaturgo una puerta entre su ambición reprimida y su realidad solitaria. Pese al malentendido entre la profesora y su ex alumno por una debilidad del corazón, buscaría no dejar inconclusa la representación de la tragedia escolar. Sin quererlo ellos crean otro drama paralelo. Porque incluso sin proponérselo cada quien representa un papel incógnito en la teleserie de su vida. Toca descubrirlo sin importas las consecuencias. Aunque en el camino se rasguen telones y se quiebren máscaras. El joven Shakespeare entonces escribe a solas en su facebook una cita de Jack Kerouac: "No tengo nada que ofrecer excepto mi propia confusión". Porque pareciera que todas las emociones ya están ahí, antiguas, más gastadas que el oro, pero cada quien las ensaya a su manera, dejando ver la confusión de la que son parte.

domingo, 6 de diciembre de 2015


Lo que sentimos en el corazón con la muerte de nuestros ídolos de juventud no es literalmente su muerte física, sino que el término de una etapa, como hubiese dicho Nietzsche, la imposibilidad de retornar eternamente a esa realidad, el hecho de haberla dejado sepultada para siempre en el recuerdo.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Fracasa mejor

Me ha interesado investigar sobre las frases de ciertos escritores que fuera de contexto pareciesen únicamente palabras de aliento pero que en su origen tienen otro sentido, quizá el auténtico, quizá el más conveniente. La frase: "Fracasa otra vez. Fracasa mejor" de Beckett está sacada de una de sus últimas novelas: "Rumbo a peor". Vila Matas destacaba esa urgencia por nombrar lo innombrable, por seguir adelante a pesar de no querer reconocer que hay un adelante, "ganar tiempo que perder" diría Beckett, es decir, simplemente el entusiasmo de corroborar el absurdo como algo vital. No es una mera frase que te ayude a ser perseverante por el hecho de seguir intentándolo, ni tampoco una manera solapada de señalar que el fracaso es algo imperativo por la falta de sentido. Quizá con "fracasar mejor" Beckett se refería a la constatación del sarcasmo de la existencia, a aquello que por no poder decirse ni realizarse simplemente es inagotable. Conseguir realmente lo que se desea es ponerse límites. No hay plenitud que pueda parecer todavía demasiado plena. No se fracasa del todo, mientras se pueda seguir fracasando, una y otra vez. En esa idea necia, insistente, se sigue viviendo, mientras la vida continua riendo a carcajadas. 


Se escribe, francamente, para recobrar la dignidad perdida en el matadero de la realidad....

viernes, 4 de diciembre de 2015

A propósito de la partida de Scott Weiland


El espíritu de los noventa, en el fondo, morir pronto, rechazar el éxito, o en última instancia, resistirlo, sufrirlo, como una cruz. Eso es lo que suele enseñar el rock durante la escuela. Lo extraño es que la enseñanza del rock se sigue hasta mucho después, porque se sigue escuchando esa música a escondidas como desahogo después de acabar con la rutina. La música como un escape, como un simulacro de libertad. Se iba al colegio supuestamente a aprender, y ahora, a enseñar, pero en el fondo lo primero que deseamos es sintonizar nuestra música favorita, para ensayar a nuestra propia manera el ritmo de la muerte.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Sobre "The social network" de David Fincher



Hace poco leo la noticia sobre el supuesto origen de Facebook. Según la película de David Fincher, The social network, la página fue creada por Mark Zuckerberg de acuerdo a un argumento digno de telenovela, en este sentido, la pericia informática en función de un mero problema sentimental, la creación de una página web para calificar el atractivo de las compañeras de universidad (de ahí una posible y remota explicación para los "me gusta"), a modo de venganza después de que la novia de Zuckerberg, Erica, terminara con su relación. Luego, la idea que surgió como una simple calentura la compartiría con sus compañeros de Harvard para así crear un sistema que permitiría compartir la información de las personas sin (idealmente) invadir su privacidad. Siempre es necesaria una mitología, un relato de ficción, por tópico que parezca, para encumbrar un proyecto, sea el que sea. La realidad siempre va un paso más adelante. Conviene la existencia de una lectura más amable y catártica sobre el origen de una página web poderosa, así como también conviene que se hable sobre el origen heroico y honorable de la democracia o de la patria, inclusive la mismísima política. Podría especularse lo peor, que Facebook es solo un invento de la CIA, que Zuckerberg no es más que un agente de inteligencia. Se puede decir lo mismo sobre la propia historia del país, que todo es una vil manipulación, que la brecha entre la verdad y la ficción es más reducida de lo que parece. Sin embargo, tanto el relato amable como el más crudo son necesarios para mantener las cosas como son. Otro tanto se decía de la Guerra de Troya, que de acuerdo a La Ilíada se originó eminentemente por un lío de faldas, por el rapto de Helena a causa de Paris, príncipe del ejército troyano. Los griegos más antiguos no distinguían entre el mito y la verdad. De acuerdo a su experiencia vital y su entendimiento mitológico, el rapto amoroso era un motivo de guerra, a pesar de los conflictos esencialmente territoriales, políticos. Quizá en un futuro la propia película de Fincher, su lectura ficcional sobre el origen del sitio (guardando las proporciones), sea vista como otro relato épico más, y la lectura más dura de la realidad, repleta de conspiración política y de intereses económicos, sea otra página más en la historia de ese gran mito moderno que es Facebook. Alvin Toffler acerta al decir que “el futuro ya pasó”, la verdadera ciencia ficción trata de lo que está pasando, de lo que ya pasó, de lo que todavía puede pasar. Una simple peripecia del pasado puede engendrar otra era, como también puede sepultarla. Estamos ahora en línea, hablando, pero eventualmente, cuando todo acabe, podemos dejar de estarlo. Y, sin embargo, pese a nosotros mismos, nuestro mito sobrevivirá.
Un amigo envía este clásico por correo con la siguiente frase, lógica, predecible pero siempre necesaria: "Los perdedores también pueden ganar": Me aliento a mi mismo a despertar, a seguirlo todo con la normalidad exigida, a continuar rodando la gran rueda, aun con el peso a cuestas de todo lo que pasó ayer, mucho antes, los recuerdos agradables y desafortunados debajo de la alfombra de la pieza, y también todo lo que todavía puede ocurrir y que solo existe como un deseo en ciernes, como algún hijo desconocido que no se sabe donde está o si en realidad es solo producto de la imaginación y la expectativa.

miércoles, 2 de diciembre de 2015


Demasiadas cosas dejadas atrás (desde pegas a amores latentes), o, por el contrario, demasiadas cosas aún por alcanzar (hacer lo que se quiere hacer o concretar lo que se siente). De todas formas el camino, el único, el inexorablemente propio, se bifurca entre ambas posibilidades....

martes, 1 de diciembre de 2015

You might surprise yourself


"You might surprise yourself", escucho esa frase por la ritoque como un mantra, solo adivinen el coro. Repetida así resulta un sarcasmo sobre tu condición, o una provocación a despertar.