sábado, 24 de julio de 2021

APÉNDICE: BREVE APUNTE BIOGRÁFICO DE STIRNER.

No es exagerado decir que el conocimiento que tenemos de este filósofo se debe a John Henry Mackay, poeta anarquista alemán, que en 1888 encontró, en “Historia de Materialismo” de Lange, una breve mención de Stirner y de su obra “El Único y su propiedad”. Dicha mención le produjo tal impacto que se dedicó, desde ese momento, a entrevistar a las pocas personas que conocieron al filósofo y buceó en viejos epistolarios y periódicos, publicando sus investigaciones en Berlín, en 1898, bajo el título de Max Stirner: sein Leben und sein Werke, (Max Stirner: su vida y su obra) Stirner, cuyo verdadero nombre era Johann Caspar Schmidt, nació el 25 de octubre de 1806 en la pequeña ciudad de Bayreuth, que en esa época contaba con apenas seiscientas edificaciones, y murió el 25 de junio de 1856 en la miseria. Vástago de una modesta familia de artesanos de clase media, al poco tiempo de nacer perdió a su padre, fabricante de flautas. Creció al cuidado de su padrino, un tejedor de medias, quien llegaría a costear sus estudios de bachillerato en el famoso gimnasio de su ciudad natal. A los veinte años se trasladó a Berlín e ingresó en la universidad; aprendió filosofía con Hegel y teología con Schleiermacher.

Luego de aprobar el examen pro facultate docendi, ocupó el puesto de profesor de literatura en un liceo femenino privado, cargo que abandonó en 1844, el mismo año en que se publicó “El Único”. Su biógrafo más completo, Mackay, atribuye a “motivos desconocidos” el alejamiento del que era su único medio de vida, aunque es presumible que, un escritor que arremetía con tanta furia contra las dos instituciones más importantes de su medio y época (el Estado prusiano y la religión protestante), una vez conocido su libro no habría podido retener el puesto de educador de niñas de la burguesía por mucho más tiempo.

Durante un corto tiempo, sus ingresos provinieron de artículos aparecidos en Rheinische Zeitung, el periódico más liberal de la época, y de la traducción de Tratado sobre la economía práctica y política de Jean Baptiste Say y del Análisis de la esencia y causa de la riqueza nacional de Adam Smith; con estos ingresos atendía las necesidades mínimas de una vida por demás sencilla y frugal.

Queriendo aumentarlos, adquirió un tambo y organizó la venta domiciliaria de leche con pequeños carros tirados por perros, como era costumbre. Con esta experiencia, además de provocar el desconcierto y las burlas de la intelectualidad de Berlín, liquidó sus pequeñas reservas y produjo su ruina definitiva, dando comienzo a la dolorosa cadena de penurias y frustraciones en que se transformó su vida. En 1847, su esposa, que no lo comprendía, lo abandonó, cansada de la penosa vida provocada por su manifiesta incapacidad para mantener el hogar. Esto lo hundió en una mayor soledad y en un amargo desaliento.

En 1852, comenzó a escribir Historia de la Reacción, libro en el que se proponía recopilar algunos ensayos sobre los acontecimientos subsiguientes a la revolución de 1848, pero lo dejó inconcluso por no encontrar editor que se atreviera a publicarlo.

El resto de su vida transcurrió en míseras buhardillas cuyo alquiler no podía pagar, lo que lo arrastró a la ignominia de la cárcel por deudas. Su organismo, debilitado por el hambre, no pudo resistir la infección producida por una mosca carbunclosa, lo que le provocó la muerte a los cuarenta y nueve años de edad, en el más completo olvido de sus contemporáneos. La enciclopedia de Brockhaus de 1854 lo menciona lacónicamente: “Posiblemente el verdadero nombre del autor de El Único y su Propiedad fue Johann Caspar Schmidt”.

No tuvo más actividad revolucionaria que sus reuniones tabernarias con el grupo de Los Libres, en Berlín, junto con Bruno Bauer, Arnold Ruge y probablemente Feuerbach, Moses Hess, Marx y Engels, y la publicación de un libro que el Ministerio del Interior alemán consideró “demasiado absurdo para ser peligroso”. Sin embargo, en una época en que el colectivismo socialista y el anti individualismo hegeliano dominaban política y filosóficamente, Stirner enarboló la divisa del individualismo a ultranza. Anarquista antes de hora, se preocupó por la educación y el derecho a la personalidad mucho antes de que se divisaran las luces de la revolución pedagógica. De su pluma es el trabajo “El falso principio de nuestra educación”.

Su propuesta para un hombre libre sigue conservando una polémica y extraña viveza. Profetizó lúcidamente el peligro que representaría una sociedad comunista regida por el Estado, en la que la apropiación colectiva de los medios de producción le conferirían a éste poderes mucho más exorbitantes que en la sociedad capitalista tradicional.

En El falso principio de nuestra educación, Stirner critica duramente a las escuelas tradicionales que, en lugar de liberar a los individuos de los prejuicios que los encadenan, se limitan a reemplazar el servilismo ante la autoridad familiar por el servilismo ante el Estado. Y en El Único pone en evidencia que, en realidad, aquello que acostumbramos a llamar “derecho” en el Estado es idéntico a aquello que llamamos “crimen” en los individuos209

Y aunque en una carta de Engels a Marx, el primero afirma:“...De Los Libres, Stirner seguramente es el que tiene más talento, independencia y soltura, pero con todo cae de una abstracción idealista a una abstracción materialista y no llega a más”. Y agrega: “cuándo los otros gritaban ‘¡Abajo los reyes!’ añadía Stirner ‘¡Abajo también las leyes”, lo cierto es que esta crítica, que luego va a desarrollar Marx en el cuarto capítulo de la Ideología Alemana, pierde un poco el sentido si consideramos a Stirner algo así como un nietszcheano o un existencialista avant la lettre, y no pretendemos encasillarlo en las rígidas categorías del post-hegelianismo del Siglo xix.

En fin, Stirner es un autor mucho más complejo de lo que nos puede parecer en una primera lectura, pues, al mismo tiempo que retoma argumentos individualistas de corte liberal, no se detiene, como los liberales, en la propiedad privada y alienta a los trabajadores a levantarse contra el estado. Al mismo tiempo que critica el comunismo estatalista (un tema común, por otra parte, tanto en Proudhon como en Bakunin), reivindica la autogestión del trabajo tal como la propone el comunismo. Stirner, en suma, parece tener argumentos para todos aunque no pretenda tenerlos para nadie sino para sí mismo.

Y si bien a primera vista nos puede dejar esta impresión de superficialidad que menciona Engels, lo cierto es que se trata de un desarrollo radical y coherente de la libertad, pero no entendida en abstracto –como un derecho-, sino de la libertad como auto-apropiación del yo, como un ejercicio efectivo de la voluntad; una demostración de las contradicciones tanto del liberalismo como del socialismo de estado, pero, fundamentalmente, una prueba de fuego para la conciencia de los que queremos seguir el camino de la anarquía.

Vicente Eloy Cano