martes, 24 de octubre de 2017

La ballena 52

Anda circulando un meme sobre la llamada ballena 52, el "animal más solitario del mundo", la cual habría sido bautizada así por la frecuencia de su canto (52 herzios), a diferencia del común de las ballenas de su especie, que cantarían a una frecuencia oscilante entre 10 a 29 herzios. Sería el único ejemplar conocido con una frecuencia tan alta de canto. Por lo tanto, su ingente "soledad" se explicaría justamente por ser la única que cantaría a esa frecuencia, y, por ende, ser la única a la cual ninguna de sus congéneres consiguen escuchar. Nadie, ninguna otra ballena contestaría su llamada desesperada.

Hay varias hipótesis sobre el porqué de su canto incomprendido. La más aceptada explica que la ballena 52 sería un híbrido de dos especies, por lo que su mestizaje podría haberse traducido en una anatomía completamente distinta. La inenarrable soledad del cetáceo en cuestión tendría así un correlato genético. Su desolación sería un patrón de diferencia. Pero la pregunta que sigue, respecto de nuestra amiga solitaria, es de verdad la fundamental. ¿Será adecuado atribuirle una soledad que únicamente correspondería a una desviación natural de su conducta? ¿No era que, como decía Octavio Paz, el hombre es el único ser que sabe que está solo, y, por lo tanto, la soledad sería el hecho más profundo de la condición humana?

Resulta poético dotar al animal de cualidades románticas, pero tras el velo de esa bella ilusión se escondería nada más que el proceso de adaptación, la selección natural que mueve a nuestra ermitaña del mar en defensa propia, sobreviviendo con su canto a bajos niveles de frecuencia para combatir el ruido de los motores de barco. Apostaría por el silencio, por la nota baja para defender su vida, pero, paradójicamente, eso no le ha permitido conectarse con ninguno de sus semejantes.

Todo suena a una prosopopeya que dota a la ballena con el carácter solitario que ya le es propio por circunstancia, no tanto por condición. Pero ¿La ballena acaso puede tener conciencia de si como para reconocer que su canto le ha valido quedarse sola? Nadie puede saberlo a ciencia cierta. Puede que la soledad que le atribuyen (a todas luces orgánica) no sea otra cosa que la proyección existencial del propio humano sobre ella. O puede que eso que llaman soledad no sea otra cosa que una ausencia de interlocutor causada por un desfase comunicativo. Sin embargo, resulta más filosóficamente conveniente para todos (criaturas gregarias) llamar a la ballena 52 un animal solitario, porque tal vez ella misma -en cuanto ser- no sea otra cosa que un reflejo de lo que, muy en el fondo, seríamos si llegáramos a perder la frecuencia de nuestro sentido: animales errantes, incomunicados, clamando por un nombre, clamando por un otro.
Un día más, o un día menos, dependiendo del prisma con que se mire.

Motel Noche Azul

Después de acabar te quedaste viendo La habitación del pánico de David Fincher. Quedaba todavía una hora para virar de ahí. No dijiste nada más, exhausta, algo chata, tumbada mientras veías cómo Jodie Foster arrancaba de los malos. Al rato te fuiste a bañar mientras tocaban el citófono avisando que se había acabado el tiempo. Chucha, pensé que era demasiado pronto, pero se había acabado la plata, y al parecer a ti se te habían acabado las ganas. Te tomaste el último concho de la copa sobre el velador, y pediste que te fuera a dejar al uber. Te vestiste a la rápida, con ese conjunto de ropa interior negra y esa chaqueta ajustada, para luego seguirte como a una sombra hacia la salida. La viejuja de la recepción apenas se despedía, parca, mientras entraba a la pieza a ordenar la cagá. Tu rostro al salir se confundía con la noche. Un beso seco en la mejilla cerraba el trato. No querías que el aroma a encierro se te impregnara demasiado. Y yo no quería que el frío cortara la inspiración. Ya en la esquina para volver no dijiste nada más. Al parecer eso había sido todo.