viernes, 15 de diciembre de 2023

Detrás de tus ojos de provincia, confundidos, veo la noche, un poder global al acecho, una sombra que te usurpa el alma.
Ejemplo concreto de cómo influye el contexto en la semántica.

No es lo mismo decir Apruebo o Rechazo el 2022, en pleno proceso constituyente, que decir Apruebo o Rechazo el 2023, al término del segundo proceso. El resultado pragmático de dichas afirmaciones, ya sea aquiescencia o cancelación, es totalmente intercambiable de un tiempo a otro.

Segunda Nueva Constitución: el quiebre de la derecha y la nueva vanguardia “encontrista”

Si hay algo que ha caracterizado a este segundo nuevo proceso constituyente es su enrevesado panorama político. ¿Cómo es eso de que ahora Republicanos, liderado por Kast, llame a votar A Favor de cambiar la Carta Magna, en conjunto con partidos de carácter concertacionista como Amarillos y, anteriormente, de postura contraria al duopolio izquierda-derecha, como lo era el Partido de la Gente? Esto solo se explica mediante una hipótesis que se ha repetido demasiado: solo la consolidación de este segundo proceso podría cerrar definitivamente la discusión constituyente que ha traído tantos costos al país, con tal de frenar aquel “espíritu octubrista”. Sin embargo, se sabe que esta hipótesis es totalmente falseable. Se trata de una vil estrategia de corto plazo y un supuesto “voto castigo” al oficialismo que se reduce solo a eso: a un golpe de revancha. El A Favor, en ese caso, cayó en la misma maniobra de castigar al adversario Constitución mediante, sin tener en cuenta el escenario país ni mucho menos su proyección a futuro.

Un personaje que ha sido clave para poder comprender el porqué de este “proceso constituyente” de corte revolucionario es Alexis López Tapia. Situado a la derecha del espectro político, aunque distante de la casta, López Tapia ha sido enfático en señalar que los bríos de la izquierda no retrocederán con una simple operación de corte institucional, porque lo que ha hecho la izquierda –según él-, de un tiempo a esta parte, es precisamente subvertir el orden establecido y empujar los cambios “desde afuera” del sistema para luego precipitar un panorama que empuje hacia la dirección que ellos quieren, de modo que cualquier intento por detener vía política este “espíritu de refundación” sería contraproducente, e incluso le echaría más neumáticos a su barricada simbólica.

En definitiva, un A favor de esta Nueva Constitución, no solo no detendría el proceso, sino que crearía el escenario propicio para una contra revuelta. La lógica de los agentes incitadores de la revuelta social siempre fue la lógica al margen de la política establecida, y así seguirá, pese a los intentos de encausar institucionalmente el asunto. Aunque haya Nueva Constitución, “la calle” seguirá inconforme, y el octubrismo y el pinochetismo y los fantasmas de ayer y hoy seguirán campantes, volviendo a contaminar el presente de las nuevas generaciones.

Ahora bien, hay un sector importante de la derecha que ha renunciado a sus representantes, sobre todo en lo que respecta a Republicanos. Un verdadero cisma en la derecha que la ha dividido en dos polos irreconciliables: A favor de la Nueva Constitución, polo liderado por los Republicanos y los partidos tradicionales, y En contra, polo heterogéneo, compuesto tanto de liberales como de libertarios y nacionalistas anti sistémicos. Un proceso paralelo sui generis está ocurriendo. Por primera vez, después de mucho tiempo, se puede decir que han coincidido en el voto sectores tan rabiosamente distintos como el de los libertarios que descreen de la izquierda y de la derecha y que llaman a reducir el Estado; el de los derechistas redundantes de carácter pinochetista que reivindican la Constitución del 80 y el “milagro económico”; y el de los izquierdistas, en su mayoría, extra parlamentarios, que reniegan del actual proceso y abogan por una verdadera Asamblea Constituyente hecha por y para el pueblo chileno.

¿Cómo es posible, bajo qué parámetro cuántico estos grupos tan diametralmente contrarios van a votar el día domingo 17 por la misma opción? No es muy difícil de entender, si se analiza en profundidad, y se comprenden los argumentos de fondo. Partamos por lo siguiente. El origen espurio del nuevo proceso. “Todo fin noble requiere medios honestos” citó el abogado Rodrigo Logan, ex constituyente del anterior proceso. Y los medios usados han sido poco vinculantes, por no decir, sucios. Esta vez, el abogado se situó En Contra y explicó que “no se pueda saltar la actual Constitución, para poder escribir otra”. ¿Cómo así? Es cosa remitirse al artículo 142 que decía expresamente que “si la cuestión planteada al electorado en el plebiscito ratificatorio fuere rechazada, continuará vigente la presente Constitución”.

Demás está decir que no se respetó la soberanía al no realizarse un plebiscito de entrada para ratificar la legitimidad de este segundo proceso, por lo que la casta, la clase política, de lado y lado, pasó nuevamente por encima de la ciudadanía, solo que ahora la vedette se vistió de derecha y de plumas liberales, para engaño de los incautos en la falsa oposición. Si nos basamos únicamente en este argumento, ya tenemos la venia de cada uno de los sectores “encontristas” citados más atrás. ¿En qué se diferencian entonces? ¿Cuáles son sus puntos de distancia, pese a ir a votar a la misma mesa? Su diferencia y su distancia radican, justamente, en su aparato ideológico y en su propósito, mejor dicho, en su visión panorámica del problema.

Conviene aclarar la esencia de cada uno de los “encontristas”. Desde el sector libertario de corte anarcocapitalista, para llamarlo de alguna forma, de plano la Nueva Constitución vuelve a ser tan estatista como la anterior. Si bien incurre en detalles más sofisticados y en incursiones menos rocambolescas y más acordes a la institucionalidad, no deja de ser –para ellos- un documento que engrandece el Estado todavía más y, con ello, a los políticos que formarían parte de su erario. Estos libertarios, aunque se declaren en contra de cualquier clase de colectivismo, incluyendo el “pinochetista”, siendo críticos del legado de la dictadura, apuestan por mantener la vigente Constitución del 2005 por ser la única que, de acuerdo al Estado subsidiario, ha propiciado el desarrollo económico a nivel macro. No es la ideal, para estos libertarios, pero la propuesta constitucional, a su juicio, aumenta todavía más el tamaño del aparato estatal y, junto con ello, el aprovechamiento de la “casta política”.

Desde el sector izquierdista extraparlamentario, no el oficialista, el que apuesta todo por el horizonte revolucionario, se trata de combatir, por lo pronto, una “Kastitución”, en circunstancias de que fue escrita por un Comité de expertos con mayoría de izquierda y de que el propio representante del Partido Comunista en dicha Comisión aseguró que la Nueva Constitución sería “habilitante” e implicaría un “pacto social”. En ese sentido, también dentro de la izquierda hubo una ruptura con posiciones divididas. Están los que abogan siempre por el propósito de la Asamblea Constituyente, consultada y realizada por el “pueblo llano”, y están los que afirman que ya “no hay espacio para seguir discutiendo acerca de la Constitución”, porque iniciar un tercer proceso implicaría una reforma con quórum de 4/7, por lo que sería necesario, sí o sí, el voto de la derecha, y este bando no estaría dispuesto a tranzar, una vez más, con sus opositores acérrimos. A todas luces, para esta izquierda, el A favor solo echaría sombras sobre el futuro, y acrecentaría aún más el tamaño del Leviatán estatal, considerado como el nicho por excelencia de “nuestra clase burguesa”.

Es en esta coyuntura política que se desafían incluso los principios aristotélicos de la no contradicción, al haber dos posibilidades de votos y de realidades país que coexisten. Por un lado, los apologetas del A favor hablan de acabar con la incertidumbre política y socio económica aprobando la nueva propuesta; y, por otro, los partidarios del En contra sostienen que aprobar esta Constitución no acabaría con la calamidad vivida a nivel país y que, de hecho la acentuaría aún más, proyectando al culpable de acuerdo a sus propios colores. Schrodinger estaría orgulloso y pasmado, a la vez: esta Nueva Constitución puede o no puede llevar a Chile a su refundación, puede o no puede llevarlo al desarrollo, puede o no puede precipitarlo al abismo histórico, puede o no puede recobrar su soberanía y su destino.

Y es en este punto que coincide la que quizá sea la “vanguardia del encontrismo”: aquella conformada por sectores que se declaran asistémicos y que solo confían en un sentido patriótico y soberanista, bajo una lectura geopolítica del nuevo enclave del poder a nivel internacional. Esta vanguardia se conforma de diferentes agentes con distintos tintes políticos, pero confluyen en su rechazo a una Nueva Constitución que ellos, en definitiva, consideran apátrida, globalista y traicionera a la nación chilena. Subrayar sobre todo lo de “globalista”. ¿En qué sentido lo sería? Es cosa de remitirse a la agenda 2030 de Naciones Unidas, a la cual Chile ya adscribió desde el año 2015 y cuyos avances se han intentado implementar vía proceso constitucional sin consultar al soberano.

Al respecto, ha sido desmentida una información que señalaba a António Guterres, secretario general de la ONU, diciendo que con “la Nueva Constitución no se podrá aplicar la agenda 2030”. Y la verdad es que, de hecho, puede ser todo lo contrario. Solo basta con mencionar algunos artículos clave para justificar esta idea. El cambio climático, por ejemplo. Esa ha sido una de las causas más rimbombantes de la agenda internacional, y forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El artículo 212 de la Nueva Constitución dice claramente que el Estado “promoverá la cooperación internacional para la consecución de estos objetivos”. ¿Cuáles? Los de mitigación de los efectos del cambio climático. Es decir, la cuestión estatal nuevamente estará supeditada al dictamen de las entidades extranjeras. Globalismo puro. Lo mismo en relación al tema indígena y a la cuestión migratoria, conceptos claves de la discusión política y del propio proceso constituyente. En el articulado de ambos elementos está patente, una vez más, el tratamiento internacional, acaso sin la suficiente cuota de soberanía, siendo capturada por una clase política corrupta y vendida a los nuevos “aires de cambio” que provienen del orden mundial extranjero.

Se avizora una alianza aún más decidora con los ejes de las potencias y con los conciertos globales. Por eso mismo, Chile está en la mira. La batalla de las batallas se libra al fin del mundo, en el rincón más austral de América. Fuerzas impenetrables pretenden realizar un verdadero “reseteo” del sistema y la estructura completa de las naciones a nivel de Occidente. No solo se trata de la nación chilena: hay quienes dicen, de parte de la “vanguardia encontrista” (como Voz Soberana) que el nuevo proceso es otra intentona para transgredir y “deconstruir los principios básicos de la organización republicana del poder y su aplicación.” Ellos van más allá y apelan a la conservación de la vieja República anterior al orden liberal y democrático, aquella en que Dios está sobre la ley y la ley sobre los hombres, algo así como el ideal de Roma.

¿Cuál es el quid del asunto? Pues que están siendo amenazados los cimientos de la tradición occidental cuya historia también le pertenece al génesis y formación de la nación chilena. La “vanguardia encontrista”, esa vanguardia soberanista y decididamente anti globalista, apuesta todo por la defensa de ese viejo orden que dejó su legado en la construcción de una nación libre y heredera de la cultura y tradición latina y española. Para ellos, nunca se trató de izquierdas y de derechas, no se trató de la historia de hace apenas cincuenta años: siempre se trató de defender el arraigo en la tierra, la patria, la historia de la nación, su correlato espiritual y su destino, frente a la amenaza de un nuevo orden disolvente, posmoderno y materialista, sin otra bandera que un progreso tecnocrático ilimitado ni otro horizonte que el de los plutócratas que hoy dominan el orbe.

Nada de eso tiene ni tendrá que ver con Chile. El encontrismo es, ante todo, una gesta de autonomía frente a los influjos subrepticios del orden globalizante.