lunes, 14 de diciembre de 2015

El sueño del Dj



Un chico del colegio donde trabajo me mostró entusiasta unas mezclas de música que él mismo había creado desde su celular Samsung. Alrededor de 500 pistas que me presenta orgulloso. Dice ser Dj, como su primo en la discoteca Mancora de Viña. Un par de temas que tocó eran solo pistas conocidas con efectos, cortes y remix, pistas que ya en otras discos había escuchado, repetidas hasta el hartazgo. Para el chico la creación digital de la pista remix era su propia forma de interpretar un tema musical, incluso de (re)componerlo. Lo que no puede producir materialmente, desde la indumentaria física de la música, no solamente la máquina, lo lleva a cabo en la aplicación virtual de su teléfono. Es a su modo su propio sueño tecnológico, simulando ser un artista latente del remix. 

Conozco de cerca a más de algún dj nacional que da la vuelta al mundo por su impronta, la selección, calidad y mezcla de las pistas. Hace dos sábados asistí a la fiesta de Dj Alejandro Paz en Muelle Barón. Era una especie de fiesta privada en el deck. Los que asistían eran en su mayoría conocidos del dj, tipas y tipos que tenían el perfil de hijito de papá de Viña del Mar o de Reñaca. El ambiente generado por la música del dj era una especie de trance electrónico. Sobre el ritmo redundante de la tabla de mezclas el dj agregaba voces y fraseos con versos propios y a ratos con extractos de canciones. Similar a lo que hacían Electrodomésticos solo que sin demasiada experimentación ni tampoco con la influencia rockera. Las chicas vacilaban la onda de una manera demasiado particular. Cada quien parecía poseído. Lo que corría harto durante esa noche era el éxtasis. Los que estaban bajo esa influencia se movían de tal forma que parecían hipnotizados por acción del dj y su prestidigitación. Las chicas estaban tan eufóricas que incluso no atendían mucho a lo que ocurría a su alrededor. A los mismos tipos tampoco se les veía en plan de ligar, excepto alguna que otra pareja, aunque en el fondo sí lo estaban, esperando que en la euforia del momento se prestase la oportunidad. Una chica que conocí de manera imprevista antes del show me dijo una vez terminado que el ambiente y la música eran como si todos estuviesen “en su volá”. El dj de esa forma me parecía más un titiritero que un compositor, un manipulador más que un creador. 

Gracias a la vanguardia musical, desde el futurismo hasta la música electrónica de los cincuenta, cualquiera con el dispositivo adecuado puede soñar su propia forma de ser músico, el ruido ha cobrado legitimidad, la idea de música concreta ha invadido el imaginario, los sonidos naturales vuelven a ser reproducidos, el dj los rescata, como en un gesto dadaísta, pero también si se quiere capitalista, interviene generando efectos de sonido reciclados. La premisa de la música electrónica, con John Cage, era deconstruir el espectro sonoro, desmontar el oído, la propia forma con la que se escucha música, con la que la música llega a ser lo que es. El dj al parecer aspira a ser un bufón del disco, un simulador, una parodia del genio creador, tomando un poco de una cosa y de otra, llevando a la mezcla y de ese modo crear su propio frankestein musical. La premisa del dj parece ser desmaterializar la música, destronar al genio, hacer de las musas unas bailarinas extáticas de fin de semana, hacer un remix de todo y de todas las cosas. Volviendo al chico dj, me decía: “profe, y usted ¿qué música le gusta?-. Le dije, sin nada más que agregar: “el rock”. Él dijo algo genial: “-¿qué temas? A ver si puedo hacer también una mezcla de rock-“. Contrario a lo que se pensaría, no dijo que no le gustaba, sino que haría una mezcla de ese estilo un tanto viejo pero vigente. De hecho, me ha tocado escuchar en las discos los hits “Smells like teen spirit” y “Welcome to the jungle”, remixeados, como extirpados de su crudeza inicial para calzar en un ambiente más festivo. Antes le hubiese considerado una herejía al espíritu del rock, pero al ver cómo las chicas vacilaban las pistas con tanta pasión sentía el calor sarcástico de la fiesta posmoderna. El dj, entonces, más que el rey es de verdad el bufón de la fiesta, una especie de contragenio. Se pasea por los estilos como si fuesen groupies que puede tocar y mezclar una y otra vez sin hacerlas acabar del todo. El deseo del dj no es representar un sentimiento colectivo sino que montarlo todo de tal forma que evoque emociones de segunda mano, recicladas, pierde la autenticidad de lo que se crea con espíritu, con sangre, pero realiza en cambio una orgía de sonido, hace del mundo una orgía de sonido, todo en función de pasar un buen rato, de inaugurar el nuevo rito dionisiaco de las hormonas desatadas, del verano electrónico donde todos se revuelven con todos, y una vez terminada la fiesta, vuelven con esa sensación a su realidad de siempre, felices por una noche, insomnes para siempre. Hay remix para todos, parece decir el dj, pero la mezcla de los estilos determina el público, el llamado “corte” de gente que lo vacila y legitima. 

El chico del colegio venía de Viña, su mezcla era más bien techno, electrónica y house. El reggaetón, por su parte, ya ha llegado a ser un fenómeno inconciente. Un estilo tan chabacano como ineludible. El rock, sin embargo, sobrevive como una impostura, con una cara masiva pero a la vez subterránea, luz y sombra. Algo que paradójicamente catapultó la fiesta de la juventud en los 50 acabó como un fenómeno de masas que posee además su contraparte excéntrica, de culto. El rock aunque su sonido participe de la astucia del dj se escapa a definiciones y mezclas, a riesgo de agotar su identidad y su fórmula. Morrisey ya decía en Panic: “Cuelguen al bendito dj, porque la música que pone constantemente no me dice nada respecto de mi vida”. Después de tantas salidas, de tanto ajetreo en que se busca revolver las hormonas y además escapar de la rutina y en cierto modo de la realidad, quizá sea hora de darle una oportunidad a esa insignificancia. Quizá a la larga la obra del dj (si es que puede tener alguna) sea prender el ambiente para el espacio en que no se va precisamente a cambiar el mundo, sino que a simplemente disfrutar de su inútil y gloriosa mezcolanza. La figura del tal dj en el fondo nos dice que el mundo no es otra cosa que una pista de baile, y nuestras vidas pueden llegar a ser el remix que se repite para regocijo de las próximas generaciones. Algo así era el sueño del chico de las 500 pistas, aunque nunca con esa clase de divagaciones. Viajaría a Suecia con su familia ya entrado el verano, para así, según él, comenzar a hacer carrera con su milagrosa música virtual. Mientras tanto, desenredo los audífonos para ambientar otro viaje de regreso a casa, y hago la mímica de tocar algo soñando nuevamente el sueño del éxito.