sábado, 28 de julio de 2018

El hombre más solo del mundo

Medios llaman como "el hombre más solo del mundo" u "hombre del hoyo" al hombre indígena brasileño que vive hace más de veinte años en la región de Tanaru, situada en la Amazonia. La Funai (Fundación Nacional del Indígena de Brasil) lleva todo este tiempo vigilándolo, sin interferir en su vida. Dicen que es con el fin de protegerlo y estudiarlo. Se cree que en 1995 varios granjeros atacaron su tribu originaria, extinguiéndola por completo, por lo que este hombre vendría siendo, por así decirlo, el último de su sangre. "Creo que él está mucho mejor así que si hubiera tenido contacto con alguien", explicaba el jefe del equipo de Funai. 

El video que circula haciendo público un minuto de la existencia de este hombre, recuerda la tónica de los videos investigativos del Discovery Channel. En él se ve al hombre en su habitat natural agarrando a hachazos un árbol. Hay en ese ojo, en esa intención antropológica también un fondo paternalista. Se vigila al hombre cual especimen animal, tratando de comprender el cómo y el por qué de su soledad en medio de la selva, que no es otra cosa que el estado original de cualquiera que haya visto morir su cultura y cuente únicamente con la flora y fauna a su alrededor, solo que este hombre, nunca atravesado por la vena citadina, alcanzó un nivel de adaptación tal que dejó pasmados a sus investigadores y más allá, a los propios observadores detrás del lente del monitor, intuyendo que la soledad es el estado natural de aquello que acaba y pugna por reintegrarse al ritmo de la vida. 

Hay siempre cierta inclinación morbosa por la naturaleza en contraposición al molde de la sociedad. En La Vorágine de José Eustasio Rivera, Arturo Cova y otros personajes se internaban en la selva por motivos indistintos, sufriendo en carne propia las inclemencias del infierno verde. Hombres civilizados siendo devorados física y psicológicamente por fuerzas indomables. Creían haber cambiado la selva, pero la selva los terminó cambiando a ellos. No hay romanticismo en lo natural que no pueda ser liquidado por su condición hostil. 

El buen salvaje rousseuniano era solamente una buena idea filosófica. El hombre más solo del mundo, -adjetivo tendencioso-, por su parte, no es más que el hombre huérfano de origen y enfrentado a su suerte contra las raíces. Su soledad se vende como exotismo, como espectáculo al aire libre, pero en el fondo escandaliza, remueve el esqueleto, la psiquis remota del yo civilizado, proyectándola fuera de sí, en un escenario desprovisto de posesiones y confrontado solo con aquello que lo integra al ecosistema. El ojo que ve al hombre más solo del mundo es un ojo reflejo: se escabulle dentro de su propia selva interior, allí donde cualquiera es un animal sobreviviente.
Cuando venía de Pedro Montt rumbo a Carrera, un compadre venía en dirección opuesta a paso rápido, justo a un lado de una joven que caminaba aún más rápidamente. Se acercó a ella de manera un tanto brusca, pero era para ofrecerle un papel. Parche curita, algún flyer, ni idea. La joven iba nerviosa o acelerada. Saltó sutilmente hacia un lado y se le escuchó decir no gracias de forma seca. Al irse aproximando, se pudo distinguir que lo que ofrecía el compadre eran unos papeles con poemas fotocopiados. Alcanzó a ofrecerlos a un par de transeúntes más, con el ritmo apresurado de hace un momento, sin éxito, tal vez indiferentes ante su imprevisible ademán. Después de eso, me ofreció uno a mí, sin decir mucho, solo balbuceando dentro de su errática promoción la palabra "poesía". Pensé en pasarle algunas chauchas a cambio de ese papel poético, solo para matar la curiosidad. Pero fui tan dubitativo que el compadre interpretó eso como una negativa. Cuando ya me había decidido a comprarle uno de esos poemas fotocopiados, el compadre ya se hallaba a más de una cuadra, continuando con su improvisado mercadeo nocturno. Recuerdo uno de los títulos de un poema, vislumbrado a la rápida. Se llamaba "Extrañeza". Era una especie de soneto bastante irregular. Era tal vez el mismo que le compré a otro loco en un barucho de cumming y que luego le regalé a una cita en un ingenuo intento de ligue trasnochado. El poema era extrañeza.