viernes, 4 de marzo de 2016

El extraño privilegio del anonimato

Una amiga reflexionando sobre la suerte de ciertos personajes públicos: "Camila Vallejo está forrada. Aunque igual debe ser penca salir a la calle y que te apunten de inconsecuente y que además se burlen todos por lo del chiste del festival. Lo mismo de Meruane. Ganó lo que ganó pero a costa de hacer el ridículo. No puede salir a la calle sin sentir vergüenza ni humillación por lo que pasó". Destaco la frase "salir a la calle". Ese hecho en apariencia rutinario e irrelevante cobra un matiz adverso si se le asocia a la figura pública. Es el costo de la fama. Se vende el alma al diablo. Se negocia la intimidad a cambio de una nada despreciable estimulación financiera y mediática. La imagen propia se vende al mejor postor. Le pertenece al espectáculo, le pertenece al monstruo cultural de la sociedad. Se convierte en un producto del imaginario de la masa. La persona real ya no existe como tal, en efecto. Pertenece a otra esfera. Su imagen no puede salir a la calle libremente. Está sujeta a la cámara siempre vigilante y voyerista del estrellato. Ella continuaba diciendo: "Menos mal que no nos conoce nadie. O sea, menos mal que no nos conocen los medios. Que los medios no nos han robado el alma". Para ella el alma equivale a ese algo con lo que se cuenta cuando uno se enfrenta en soledad ante el mundo. Una especie de consuelo tardío: No somos famosos, no nos conoce nadie, (nadie que forme parte del aparato mediático) pero al menos tenemos el extraño privilegio del anonimato. El privilegio de poder "salir a la calle" y deambular sin ser reconocido ni sustraído de tu imagen hasta el hartazgo. No parece tan malo, si se le mira desde esa perspectiva. Constituye, al menos, una victoria moral contra el deseo excesivo de reconocimiento.