miércoles, 4 de octubre de 2017

El Martes antes de tomar la micro hacia valpo, una pareja con un niño chico se me acercó rápidamente. Me pidieron si podía ayudarlos con dinero para la locomoción. Decían ser del sur, y estar literalmente perdidos en Viña. El hombre remarcaba que era humillante pedirlo, porque según él no tenían nada de nada. Les pregunté adonde pensaban ir. Él aseveró que "hacia ningún lugar en particular. Adonde fuese". Luego, la mujer agregó que en verdad iban rumbo a Casablanca, pero más tarde, que por lo pronto les servía cualquier aporte. La cara del niño chico era de aburrimiento y pesadumbre. No quise aceptar su historia de buenas a primeras. Podría haber sido el cuento de cualquiera para aprovecharse de la buena fe de ciertos transeúntes (o de su ingenuidad). Pero esa vez, quizá motivado más por el desapego que por la confianza, hice la excepción. Abrí la chauchera y les entregué, sin compromiso, una moneda de quina (lo que valía más o menos el pasaje en micro). El rostro de los padres cambió de inmediato. La cara del chico, sin embargo, seguía siendo la misma. Se dieron la vuelta apenas cambió el color del semáforo. El niño luego, a lo lejos en Ecuador, le tiraba las ropas a su madre, e indicaba con el dedo índice hacia el centro de viña, con destino desconocido.
Casi al llegar a la plaza de los sueños, se escuchaba Comfortably numb de Pink Floyd. Mientras seguía caminando pensé que la música venía del edificio verde frente a la plaza, pero no. Venía del parlante cilíndrico de un señor solitario, sentado frente a la curva de la calle. Sonaba el estribillo de Waters, a punto del solo de Gilmour, mientras el señor miraba fijo, casi entumecido, el atochamiento de vehículos en toda la esquina de Edwards, como en un sueño lúcido.
"Schopenhauer detestaba a Hegel. Decía siempre: “¡Ese zopenco de Hegel!”. Y para desafiarlo, fijó la hora de sus propios cursos en la Universidad de Berlín a la misma hora que los de aquél. El resultado: la sala de Hegel estaba siempre llena y, la suya, siempre vacía…" Gombrowicz, Filosofía del outsider moribundo. Solo cabrían, para Gombrowicz, dos clases de filósofos: los que llenas salas y los que las vacían.

Horacio Potel

“Cortar los envíos, es la muerte, y es esto los que los militantes fundamentalistas del copyright quieren imponer en la Web, quitándole todo potencial para domesticarla como instrumento de venta de baratijas. Pero como alguna vez dijo Derrida: «Heredo algo que también debo transmitir: ya sea algo chocante o no, no hay derecho de propiedad sobre la herencia». Es esta herencia que no le pertenece a nadie y que nos forma a todos, esta herencia que es el don común sobre el que se construye lo nuevo, lo que se está atacando al atacar la difusión y el acceso de todas y todos a la misma. Es lógico, la herencia de la filosofía, del pensamiento crítico es demasiado peligrosa para los hombres del mercado, puede hacer creer que no necesitamos de tutores ni de encargados para atrevernos a saber, tal como en la lejana época en que la burguesía era aún ilustrada, quería el viejo Kant”.

“La survie, la sobre-vida, la ultra-vida de Jacques Derrida, está asegurada en mi imposibilidad de decirlo todo. Pero ¿y de mí? no quisiera decir de mí todo, decir quién soy, decírmelo, ¿no es el escribir una carrera alocada para escribirlo todo antes de que la muerte ponga fin a todo, termine con todo? Pero acá hay otro error. Nada ni nadie termina nada ni nadie. Ni la muerte termina”.