domingo, 24 de enero de 2016

Focus X


Leo la hace poco polémica aparición de una pastilla para aumentar la inteligencia que ya se ha comercializado en Argentina, el Focus X, conocida como el "Viagra para el cerebro", puesto que su ingesta ayudaría a aumentar considerablemente la cognición, la memoria y la inteligencia en general. Los escépticos y disidentes sobre esta clase de fármacos milagrosos no se hacen esperar. Los estudios rayan en lo estadístico: Se dice que aumenta el CI en un 50% y que sus consumidores, con una dosis razonable, pueden llegar a obtener resultados exitosos en cualquier clase de ámbitos donde la capacidad para usar la mente sea puesta en juego. Hace poco se hacía hincapié en que esta clase de fármacos, que según los estudios contendría una sustancia llamada modafinilo, la cual sería la responsable de generar un estado neuronal óptimo, resultaría ideal en el emprendimiento de prácticamente cualquier clase de actividad, sobre todo si estaba ligada al ámbito del intelecto y al de los negocios. Casi como en una profecía auto cumplida, una publicidad entre tantas aseguraba: "El éxito ya está en sus manos". El Focus X visto como alguna clase de hostia científica, con la que el usuario recuperaría artificialmente el entusiasmo escondido (entheos=en dios). Sin embargo, otros estudios más críticos avalan que el célebre fármaco contiene un elemento nootrópico que en realidad no aumenta ni potencia las conexiones neuronales ya existentes, sino que solo incrementa el estado de alerta y de concentración, permitiendo que la capacidad mental del usuario esté en su máximo, y dando la sensación de que él experimenta un aumento de su rendimiento cognitivo. Una especie de "despertadores mentales" según asevera un especialista. Lo curioso es que esta clase de experimentos buscan un fin a todas luces prágmático e interesado. También se hablaba hace poco de la famosa "pastilla de la felicidad", el Prozac, que en general atenúa los síntomas que producen la depresión y la falta de ánimo en las personas. Lo verdaderamente increíble, además, es que se está queriendo decir entre líneas que las emociones, sentimientos e incluso los deseos y sueños del ser humano están íntimamente sujetas a variables neurobiológicas. Lo que da a entender que en un futuro la propia ciencia dará con las respuestas a todos los problemas del hombre con solo la eficiencia y eficacia de una pastilla. La panacea a cualquier dilema existencial o circunstancial concentrada en un solo punto del universo. En ese sentido se aspira al supuesto bienestar de la raza humana, cuestión por la cual la Iglesia, por medios quizá más rústicos y supersticiosos, también compite. Es iluso creer a estas alturas del partido que ese objetivo sea así de transparente. Lo que de verdad se huele en el aire es más bien el vaticinio de Aldous Huxley: Un mundo feliz, pero sin libertad, bajo un control que la propia población requiere para perpetuar una zona de confort universal. Lo cual no quita que el desarrollo y experimento de una pastilla para la inteligencia o para la felicidad sea realmente digno de novela o de película. Se entra entonces en el clásico dilema: ¿Qué preferirá el chileno medio: ser más inteligente o ser más feliz? Casi como en una paradoja socrática. ¿Ser más inteligente le hace necesariamente más feliz? ¿Ser más feliz es condición para ser inteligente? La experiencia y la literatura al respecto prueban que el límite entre la inteligencia y la felicidad es todavía abismante. Piensen, sin ir más lejos, en el propio Kafka. Un animal literario, un eficiente funcionario y sin embargo ataviado por una vida emocional que lo mantuvo siempre al límite. Alan Turing, genio de la informática, sin el cual nadie tendría acceso a este milagro virtual, atormentado por unas circunstancias desfavorables en el contexto de la guerra. Dos figuras gravitantes que, claro, no confirman del todo la regla, pero resultan ejemplificadoras. ¿Se prefiere ser un genio o ser feliz? Esa parece ser la pregunta de todo Occidente. La misma que atacaba a Fausto al hacer pacto con Mefistófeles. Pareciera que así, abriendo la palma de la mano y recibiendo una de las dos pastillas, se estuviera en cambio vendiendo el alma al mejor postor. Se estaría dando pie a que otra cosa, un agente extraño, una voluntad ajena a la propia dicte tu suerte. 

En la película Limitless protagonizada por Bradley Cooper se grafica precisamente la influencia y las contraindicaciones del fármaco de la inteligencia. El actor hace de un escritor fracasado que se encuentra en un vacío existencial y de inspiración y que desesperado se reencuentra con un conocido ex dealer que le ofrece la solución a su problema, el NZT-48, droga supuestamente legal que le permitiría por fin alcanzar el estado iluminado que tanto desea. No solo lo ayuda a inspirarse sino que además le confiere facultades físicas y mentales que creía desconocidas. No lo hizo tanto un superhombre, sino que una versión 2.0 de si mismo. Pero a medida que la trama se complejiza, el precio a pagar es demasiado alto. Tanta perfección no es gratis. El escritor se ve envuelto en una vorágine comercial que lo sitúa frente a frente con la mafia. Viene entonces la dependencia, el síndrome de abstinencia, la incomprensión del medio circundante, la propia distancia del amor. La propia inteligencia parece que se lo come por dentro. Las propias palabras que intenta imprimir bajo la influencia del genio de la pastilla lo contradicen. Con esto no significa que la auto superación sea el camino a seguir, que lo moralmente correcto sea dejar la droga a un lado y seguir por cuenta propia sin necesidad de nada. Cada quien recurre y necesita de un bastón mental o emocional, sea este la fe, la ideología, el deporte, el sexo o una pastilla. El punto es que no hay reglas. No hay nada determinante que te diga: debo hacer esto y no lo otro. O dejas que otro te meta la felicidad por la boca y vives con eso. O se tienen las agallas para vivir como se estaba viviendo y hacer algo al respecto. La inteligencia y la felicidad misma son drogas. La droga debería abrirte alguna clase de camino, a donde quiera que se vaya, no ser una meta. La droga debería abrirte el reino de la libertad, no ser un sucedáneo amable de la política. El punto, insisto, es que no hay reglas. La pregunta es: ¿Estoy dispuesto a morir de la forma en la que estoy viviendo? O prefiero hacerme un lado, y tragarme el cuento de la inmortalidad.
A pesar de salirse de la rutina y hacer como que se viaja, seguir escribiendo, ver cada cuestión por irrelevante que parezca como material de escritura, cada experiencia, cada vivencia, un par de líneas. La máquina verbal, a pesar de uno mismo y muy a pesar del mundo, no conoce vacaciones, viene y se queda, parece una mascota del infierno o una compañera de resacas. Como sea, cualquier cosa es deseable al puro trabajo sin recompensa o al espanto de verse frente al espejo para preguntarse qué he hecho por la vida.