domingo, 6 de marzo de 2016

Ser alguien


Huidobro en uno de sus aforismos: "Soy abogado, soy ingeniero, soy... -¿Y a mí qué? Eso sólo prueba que posees un diploma de limitación". Desde chicos nos inculcan el ser otra cosa, entendido como ser una cosa para la sociedad, a veces con ternura, a veces con preocupación, sin otra expectativa que la proyección de tus seres queridos sobre ti mismo con el siempre infaltable motivo del amor. Ese alguien durante la infancia en la que reinaba el ensueño se diluía de acuerdo al potencial de la imaginación. Se podía querer ser desde un astronauta hasta un artista sin por ello llamar a la razón ni sentir verguenza por su poca o escasa probabilidad, o peor aún, por su carácter poco pragmático y rentable, variables tristemente "adultas". En la época en que el yo todavía vivía sometido al lecho de origen, en que solo se era en relación a ese lecho se podía imaginarlo todo con total libertad, puro ser en potencia, todavía no sujeto a la lógica de la realización, sueño y deseo en estado puro, todavía no anclado a la manía del hacer. Una vez que ese niño o esa niña abren los ojos al mundo, el yo corta poco a poco su cordón umbilical, se da cuenta que su camino debe seguirlo a pesar de su origen, que hay allá afuera mil y un posibilidades abiertas pero también sujetas al universo de la oportunidad. Entonces ese yo imaginativo debe sentar cabeza, poco a poco, y echar cuerpo en elecciones terrenales. Su yo debe conjugar la pura imaginación del niño con la acción febril del adulto, para poder hacer posible su proyecto de ser. El "ser alguien" en oposición a un ser de por sí, el rito productivo para entrar en la adultez. El "ser alguien" sin embargo se ha degenerado en la simple obtención de un trabajo estable y un puesto importante en la sociedad. Algo pasa con la imaginación una vez que se pronuncia la palabra "alguien". Una seria limitación sale a flote. El camino estrecho al mundo adulto, al mundo de la acción y la responsabilidad, no debiese olvidar la falacia monumental del "ser alguien", cuando es sabido que nunca el ser puede ser completamente comprendido ni agotado, siendo ese alguien solo una abstracción del ego siempre insatisfecho. No debiese extraviar tampoco el camino de vuelta al origen, al origen de la imaginación inocente que simplemente era dichosa por imaginarlo todo sin pasar por el filtro perverso de la acción. La imaginación como posibilidad siempre latente. Como posibilidad ingenua por querer ser siempre otra cosa sin importar que lo sea realmente. Puro sueño sin límite, tierna y salvajemente libre. Pessoa en la introducción a su poema Tabaquería, habla de esa posibilidad infinita en la certeza de saberse nada, de saberse nada más que hombre, de saberse nada más que algo que todavía no es y que tal vez nunca pueda llegar a ser completamente: "No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo". Pessoa el poeta radical: el gran don nadie, el gran soñador.