jueves, 17 de abril de 2014

Un génesis incendiario

En el regreso a la casa donde vivía hace más de un año, me encontré literalmente con la zona cero. La zona antes solitaria por la residencia, estaba irónicamente poblada de voluntarios, bomberos, milicos, emisarios del desastre. En la esquina donde era antes una tienda, dos tipos extranjeros discutían sobre las consecuencias del hecho. Me sumé y les dije: "allí donde no hay nada era mi casa". Asintieron y entonces comenzaron un debate, a propósito del fin de las cosas, sobre la pareja de ancianos del Cerro La Cruz que decidieron quedarse en el incendio y no ser salvados. La tragedia porteña sacó a colación el tema filosófico del suicidio, y con él, directamente, el del amor. ¿será el fuego la invitación a una libertad que pone a prueba la propia vida? ¿O acaso, en la mediática solidaridad de espantar las llamas, estamos obviando ciertas voluntades que se resisten a ser parte de un sentimiento humanitario, bienintencionado pero muchas veces impersonal? 

El primer extranjero me hacía recordar a Camus, diciendo que el suicidio bajo el incendio puede ser una decisión legítima, para personas que ya se acercan al eclipse de la vida y deciden morir juntos luego de una existencia establecida en común. Allí el amor sería el sacrificio que bendice el desastre como rito final, por eso se resistiría a recibir una ayuda ajena a su contrato de fuego. El segundo extranjero sostenía, en cambio, que era preferible que se pudiesen salvar, ya que la vida siempre ofrece "oportunidades", en el sentido de que el dolor es parte de un devenir natural que no se debería interrumpir (su planteamiento estaba en el límite entre lo cristiano y lo estoico), independiente de lo que aquella pareja de ancianos haya establecido como código de honor o dignidad, comprometidos bajo el fuego, unidos por el sentimiento hasta las cenizas, frente a un mundo que los verá morir de todas formas, tarde o temprano. Su tesis simpatizaba más con el espectáculo de la solidaridad: hacer de la empatía por el otro un acto de heroísmo o de panacea moral. Dudo si fuera cristiano, pero profesaba una especie de respeto por la "santidad de la vida" y condena de la libertad a mansalva. 

Escuchaba el diálogo entre los dos como si fuesen demonios de la conciencia. Adhería cada vez más al primero, pero algo, algún argumento o escena hacía que ninguno se pusiera de acuerdo, ni para hacer una apología del poder de decisión contenido en el suicidio (los individuos del amor) ni para promover el asistencialismo social a toda costa (el sentimiento de la masa). Miraba a la zona cero y a los voluntarios para encontrar alguna respuesta o, al menos, una salida de emergencia al dilema. Todo parecía apuntar de forma redundante a la política del segundo extranjero: salvar la vida como algo sagrado en sí mismo, como si de esa manera fuésemos sus criaturas, obviando la autonomía del individuo para decidir qué hacer con su existencia. Cada pala, cada manguera, cada mano hurgando entre las ruinas era el señuelo de esa verdad. 

El diálogo entre ambos extranjeros finalmente no condujo a ninguna conclusión, salvo el hecho de que ellos han estado ahí solo para dilucidar escenarios que gravitan más allá de sus influencias. Por eso sus escenarios no son sino ilusiones envueltas en el manto de la palabra, aunque abiertas a la discusión filosófica de quienes intentan reconstruir el mundo levantando razones como casas sobre sus ruinas. Digo para mí con cierto pavor, pero también con desenfado, ante el escenario apocalíptico, que así fue cómo nació la filosofía: A partir del diálogo sordo de dos extranjeros que intentaban en base a palabras el levantamiento de dos mundos en medio del caos. El mundo del amor que se alimenta de sacrificios, haciendo del suicidio una fuerza humana inmanente, y el mundo de la moral que cree ver en la vida la instancia para su incansable proselitismo. Ambos mundos esos dos extranjeros levantaron sobre lo que antiguamente era mi casa, y yo mismo acabé siendo un tercer extranjero al imaginar sobre sus escombros el génesis incendiario de la filosofía.

Fotograma de "Sacrificio" de Andrei Tarkovski