domingo, 20 de abril de 2025

Apuntes y reflexiones sobre el símbolo de la cruz y el símbolo del huevo

¿Cuál es la relación entre el símbolo de la cruz y el huevo? ¿Cuál es la relación entre la crucifixión y la resurrección de un hombre al que llamaban el Mesías y de quien se decía que salvaría a la Humanidad? Se preguntarán los ateos más radicales y los positivistas más escépticos. Difícil responderlo si aún creen en el prejuicio de Augusto Comte sobre la era mítico-teológica como era superada por una presunta "Religión de la Humanidad", en donde no cabe ni una remota idea de lo inmaterial, ni el espíritu ni Dios. No es tan difícil de entender, si se abre la mirada hacia lo metafísico y hacia lo que se considera sagrado. Nuevamente, si se reconcilia lo humano con lo divino y se mira desde un prisma simbólico, más allá del dogma de lo evidente y lo medible. Hay que ir un poquito más allá de la materia.
En primer lugar, el huevo. El huevo conforma una metáfora arquetípica, encierra la creación y la renovación constante. Significa el inicio, el renacimiento de una vida no solo física, también una vida interior. Esa idea estaría presente en varias tradiciones religiosas, no solo la cristiana, y en el folclor incluso de muchas culturas. Para los indios, según el Upanishad, el huevo viene del no ser y engendra los elementos de la naturaleza. Para los egipcios, el signo del huevo era la potencia de la vida. En las tumbas de Beocia, por otro lado, fueron descubiertas algunas estatuas de Dionisio con un huevo en la mano. En ciertos países de Europa, se decía que los campesinos comían huevos después de sus labores agrícolas, con el fin de obtener buenas cosechas que se asocian al ciclo de la vida. En algunas tumbas antiguas de Suecia, Finlandia y Rusia, se encontraron huevos de barro, colocados ahí como reliquias que simbolizaban la inmortalidad del alma, envuelta en la materia. Los muertos salen de sus tumbas, así como el ave sale del cascarón. Hay, sin ir más lejos, un paralelismo entre Jesucristo y el ave fénix. Vuelta a la vida desde las cenizas. Milagro viviente.
Recordar a Herman Hesse con su alusión a Abraxas en Demian. "El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas". Cristo resucitado es esa potencia que rompe un antiguo mundo, es la luz que se abre paso en las tinieblas del ser, es la voluntad misma irrumpiendo en medio de la noche. Un rito similar se puede encontrar en los relatos sobre otras figuras míticas de diversas tradiciones, tales como Osiris (egipcio), Tammuz (babilónico) u Orfeo (griego). Hay un contexto distinto, pero una idea fuerza, un arquetipo idéntico. Por lo mismo, sin aquella dualidad, no era posible la obra. Se necesitaba de la pasión, de la cruz y del encierro, en resumidas cuentas, de la sombra, para completar el ciclo y reconciliar los opuestos en un equilibrio perfecto. Esa danza cósmica de muerte, duelo y resurrección es propia del acto alquímico y recrea la evolución de la conciencia, en todo orden.
“Por el fuego, la naturaleza se renueva íntegramente” era la traducción del INRI colocado encima de la cruz del Nazareno. En el fondo, se trata de una fórmula alquímica. Y no es el fuego físico, es el fuego interior que purga las impurezas del alma para luego purificarlas. Quien se inicia en el misterio, debe morir. Así mismo, el crucificado sacrifica su ser mortal, para pasar por la oscuridad y luego iluminarse y renovarse en una nueva vida. Jung decía: "ningún árbol puede crecer hasta el cielo, sin que sus raíces lleguen al infierno". Y ese infierno puede ser representado como el umbral, "Sábado Santo", el abismo disolvente, el vacío sagrado, el silencio del ser, el limbo entre una antigua forma de vida y un nuevo despertar.
En suma, para la liturgia oficial, la Pascua culmina la Semana Santa con el milagro de la Resurrección (piedra angular de la tradición cristiana), pero para la tradición interior se trata del verdadero comienzo. Quien atraviesa su propio vía crucis, tiene que estar dispuesto a llevar su cruz de manera estoica (Viernes Santo); luego, atravesar su propia "noche oscura del alma" (Sábado Santo); si lo logra, podrá removar la piedra del sepulcro, revelarse y liberarse, trascendiendo las sombras que lo mantenían dormido, en un estado silente (Domingo de Resurrección).
En eso se puede resumir la victoria del Resucitado y el reino del Redentor en los corazones. Para el cristianismo, se establece un nuevo régimen ontológico. Se consuma una escatología y una teleología, fundamentada en la esperanza histórica. Sin ese acontecimiento, nada tiene sentido y todo se reduciría a un nihilismo eterno y a un ciclo sin fin de violencia y destrucción.