sábado, 4 de diciembre de 2021

La variante Ómicron

Circuló por las redes el afiche vintage de una supuesta película llamada La variante ómicron. En el afiche hay una esfera y una antena en la punta que simula la imagen del bicho, con una leyenda que reza: “El día que la Tierra se convirtió en un cementerio”. La agencia AFP Factual, sin embargo, descartó la existencia de esa película y luego se comprobó que el afiche correspondía en realidad al filme ‘Suceso de la IV fase’ de 1974. En este, se relata cómo las hormigas forman una inteligencia colectiva y deciden acabar con la humanidad para dominar el mundo.

Muchos creyeron, de hecho, que la película sobre La variante ómicron realmente existía. Incluso hasta yo me vi buscándola en alguna página de cine en línea. Conforme avanza la pandemia, pareciera que lo bizarro se viraliza en un despliegue cada vez más creativo. Lo fake se ha vuelto el nuevo pop. Los comisarios de la verdad quieren resguardar a la población de las mentiras, pero carecen de imaginación. Con la excusa de la seguridad y la verdad, sofocan lo excéntrico.

Ahora, podríamos ir más allá y analizar qué relación guarda realmente Suceso de IV fase con esta ficticia Variante ómicron. A mi juicio, se puede analogar perfectamente el avance de una nueva variante del bicho con el avance de seres orgánicos que adquieren de pronto una inteligencia artificial, superior a la humana. En definitiva, desde la ficción cinematográfica, ambas películas recrean la situación pandémica y el auge del transhumanismo, respectivamente, cuestión que engloba, sin duda, nuestra agenda mundial de fondo. Así, este juego de invenciones y referencias apócrifas ya no parece tan descabellado, después de todo, porque comulga, cual patógeno, con todo lo que vivimos. Creamos ficciones como anticuerpos al horror de la verdad.

Otro fragmento del intento de novela romántica existencial que estoy escribiendo, entremezclada ficcionalmente con contingencia y otras yerbas. Está en proceso de construcción:

-Mi vida no es fácil- me dijo. -No te lo digo para asustarte. Te lo digo porque es cierto. Tendríamos que hacer un sacrificio enorme. Yo, sobre todo, porque tú no tienes nada que perder.

-Mejor hagamos algo- le repliqué, tomándole el rostro. –No nos demos tantas vueltas, y vivamos esto, de la forma como lo estamos viviendo, sin preocuparse tanto ¿te parece? ¿No ves que así es mucho más fácil?

Ella asintió, no del todo segura.

-Mira, hablemos otro día ¿ya? Hagamos lo que tú dijiste, creo que es lo más sano para ambos. Después hablamos, porque de la pieza para afuera, todo es distinto-, me dijo. Acto seguido, volvimos a follar como condenados.

La oscuridad era una bromista negra. El azar de la noche había querido que nos reencontráramos, sin otro móvil que la pasión. Como sea, algo acabó por arrebatarnos, y llevarnos a esa zona de máscaras y fantasmas, algo demasiado animal, o por el contrario, algo demasiado abstracto, alguna variable dispersa, fuera de juego.

Sabía que esa iba a ser nuestra dinámica. Ambos queríamos ser deseados y evitábamos, a toda costa, ser engañados, ser heridos de muerte. Sin embargo, eso no podía durar mucho más. Recordé cuando me dijo que de la pieza para afuera, todo iba a ser muy distinto. Esa frase sería nuestra bomba de tiempo. Y así lo fue. Claramente, nuestras vidas se cruzaron en cierto punto, pero no estaban destinadas a permanecer juntas.

No me atreví a dirigirle de nuevo la palabra. Me pregunté ¿Qué era lo que seguía? ¿Qué se supone que podía pasar, después de ese vacío inminente? Jamás lo podría saber, porque lo único tangible, a la larga, era la distancia, el vacío de saberla en otra vereda, con otro esquema vital. El probable orgullo herido. La probable palabra quebrada. No cabía allí otro nombre para nuestra experiencia, solo un mañana apenas reconocible, un futuro demasiado viciado como para imaginarlo.