viernes, 27 de marzo de 2020

Dos eventos que oscilan entre el ridículo y la indignación: primero, un sacerdote lanzó bendición con agua bendita desde un helicóptero ante crisis por coronavirus, presuntamente en territorio nacional. Todo habría sido grabado desde la cuenta de un usuario en facebook, pero no se sabe si el usuario estaba con el sacerdote a bordo o si alguien transmitía en vivo. “Dios es la única cura”, sostuvo. Segundo, la Dirección del trabajo emitió un dictamen según el cual, por motivo de fuerza mayor, considerando la pandemia, el trabajador no está obligado a cumplir sus funciones, ni el empleador a pagar las remuneraciones correspondientes. Se trataría de un dictamen que ya estaría estipulado hace más de 25 años, solo que actualizado ante la inminente disminución de la fuerza laboral. 

Mi viejo el otro día me contaba que el impacto del coronavirus carcome las caretas de la hipocresía humana. Refleja lo que ya previamente somos, lo que siempre estuvo ahí, solo que viralizado: ignorancia y egoísmo. Pero también, configurado el escenario de crisis, debería poder precipitar, de una vez por todas, un cambio de mentalidad en la civilización, un cambio urgente de paradigma o, al menos, un baño de humildad, ya que el virus, como afirmó hace poco Byung Chul Han, “no puede reemplazar a la razón”.

Urbi et Orbi

El Papa rezó en la Plaza San Pedro completamente solo por primera vez en la historia de la Iglesia Católica. “Estamos todos en la misma barca y somos llamados a remar juntos”, declaró. Un llamado a la universalidad desde la desolación. Jamás había acontecido un hecho simbólico que reflejara tan poderosamente el vacío del catolicismo, orando por el dolor y la miseria de la gente desde la propia cuarentena de la institución eclesiástica. Una clara evidencia que demuestra la crisis de la Iglesia, pero a la vez la fuerza y persistencia de su tradición. Los cristianos en sus casas oran también a Dios a raíz de su aislamiento. En efecto, siempre lo han hecho de ese modo, solo que ahora el signo de la fe ha dejado su marca gregaria merced a la nueva peste, y se ha inclinado por la individualidad de cada creyente, como en un retorno a las pruebas de fe descritas en el Antiguo Testamento. Cada quien se debate contra el miedo a lo incontrolable, depositando su confianza en la abstracción de una fuerza superior y, finalmente, en una eventual reconciliación de la humanidad con lo absoluto. Pero, a fin de cuentas, como dijese Boris Pasternak: “Dios es lo que cada quien hace con su soledad”.




jueves, 26 de marzo de 2020

De acuerdo a la nueva fiebre de predicciones, el escritor de ciencia ficción Dean Koontz habría adivinado la epidemia del Covid-19 en su novela de 1981 “En los ojos de la oscuridad”. Pero todo se trataría de un bulo, como mucho, una coincidencia literaria, un ardid publicitario. Así, por ejemplo, en la novela se habla de un mundo invadido por un arma biológica que tuvo su origen en la Unión Soviética y sería llamada “Gorki-400”. Lo único que habrían hecho sería cambiar su nombre por “Wuhan-400”, durante el año 1989, tras la caída del muro, para evitar toda referencia a la Unión Soviética. Entonces tenemos que esa arma biológica mencionada en la nueva edición de la novela pos Guerra Fría sería homologable al coronavirus que hoy asola el globo, pero únicamente en su nomenclatura, que correspondería al lugar de brote de la pandemia. Curioso cómo una intervención editorial mediada por el contexto pudo lograr que esa equivalencia apócrifa se viralizara como hallazgo literario. Tal vez el virus no ataque solo a nivel orgánico, sino que también intertextual.
Para Dr File, es todavía más orwelliana la idea de una “vacuna global” que el contagio de la propia pandemia. Es decir: la clásica manipulación que deriva en una hipocondría producto del miedo. Un virus totalizante para un poder totalizante.

miércoles, 25 de marzo de 2020

3 polémicas sobre el Coronavirus en Chile


-Frente al mal sanitario, los reos en las cárceles de Santiago 1 han salido a manifestarse en un intento de fuga masiva. Muchos de ellos, heridos ante la represión, y en evidente estado de desamparo ante las inhumanas condiciones del sistema carcelario. Sin un orden, sin stock de limpieza, sin siquiera agua. El director ejecutivo del Observatorio Social Penitenciario, Galo Muñoz, ha dicho al respecto que: “Si entra el virus, entra la muerte”. 

-Don Francisco ha sido enfático en señalar que la Teletón se realizará de todas formas, este 4 de Abril, en medio de las críticas al sistema de salud pública en Chile y a su manejo absurdamente deficiente por parte de Mañalich. Las redes sociales no han tardado en pronunciarse, criticando el ánimo lucrativo del show, pese a su intención de fondo. “En el Teatro o en la casa. Como sea, voy a estar. Lo haremos, aunque sea con señales de humo”. 

-El panorama para el desarrollo del plebiscito constitucional se ve cada vez más incierto. En un principio, aún ante la inminencia del virus, se había optado por realizarlo de todas formas. Ahora que ya ha pasado a la fase 4, y los casos aumentan más que la aprobación del propio presidente, los partidos políticos se han puesto de acuerdo para aplazar la fecha del plebiscito, incluso hasta fin de año. Los mismos que habían llamado al coronavirus “un tongo comunicacional”, ahora le reprochan al gobierno su ineptitud para combatirlo con inteligencia. 

Como es evidente, el virus no ha hecho más que precipitar algo que el 18/10 ya había conseguido revelar con determinación: la completa crisis estructural e institucional del país. El virus no impulsa ninguna revolución, ningún ataque al corazón del sistema, como señaló Zizek; solo desestabiliza aquello que ya viene débil de fábrica, sin contemplaciones. Solo abre el hoyo negro que los propios líderes ya habían estado socavando hace rato.


Fui el otro día a la sede de la AFP Habitat a revisar el motivo de la baja estratosférica en mi total ahorrado (una extraña preocupación que nunca había tomado en serio merced a la urgencia del contexto). Para variar, una fila gigante de afiliados, todos distanciados a un metro del otro, afiebrados, nerviosos. Al llegar mi turno, le pregunté a la secretaria cuál era el condenado motivo de esa baja tan abrupta. Ella me respondió que se debía básicamente a la baja del valor de la cuota, y que eso era por la merma en la fluctuación del mercado a nivel mundial. No convenía, según ella, cambiarse de fondo, puesto que el riesgo era mucho, y que convenía quedarse en el fondo que estaba hasta que los valores se regularizaran. “Así que no se preocupe, no es que le estén robando, es solo culpa del coronavirus”, señaló la secre, como en una suerte de irónico consuelo involuntario.

lunes, 23 de marzo de 2020

Se propagó con rapidez una declaración de Chomsky respecto al coronavirus como una supuesta conspiración para hacer estallar una guerra bacteriológica y combatir la expansión de la economía china. En esta se sostenía que el plan estaba pensado tan maquiavélicamente que pretendía un impacto geopolítico a nivel mundial, con sabrosos detalles que incluían a la CIA, el grupo Bildeberg y el sionismo de Israel. Todo estaría maquinado de tal forma que los focos de infección serían propagados de manera estratégica en Italia, (con Salvini como su ministro, traidor a los ojos de Trump por solidarizar con Putin). Luego los focos se extenderían hasta el Medio Oriente, pasando por España y el resto de los países vecinos, aprovechando el brexit británico para debilitar la Unión Europea y, de ese modo, propiciar el escenario ideal para la aparición de una “vacuna milagrosa" controlada desde el mercado estadonidense, y con ella, la instauración de un nuevo orden, un capitalismo fortalecido con Estados Unidos como potencia hegemónica. Contrario a esto, hace poco se descubrió que toda la supuesta declaración no correspondería a algo que haya dicho Chomsky. Sería otro fake news en medio de la pandemia. Frente a esto, han salido medios científicos como The Lancet a desmentir cualquier atisbo de teoría conspirativa, argumentando que es inviable la tesis de la creación artificial del virus y que todo apunta a un origen en la vida silvestre. La evidencia genómica indica que el SARS-CoV-2 habría surgido a partir de mutaciones y selección natural. Lo mismo habría sucedido en el 2009 con el Ah1N1. Fenómenos que de repente impactan en la población mundial y que, merced al desconocimiento, son estudiados desde el reducto de la ciencia pero también desde el aparataje de la ideología de turno. Ha salido, en cambio, la verdadera postura de Chomsky respecto al coronavirus y su impacto. Se resume básicamente en que los países asiáticos han logrado contener mucho mejor la pandemia que la Unión Europea, y que Estados Unidos ha minimizado sistemáticamente la gravedad de la crisis (“las camas de los hospitales se han suprimido en nombre de la eficiencia”), develando en el fondo la grieta del sistema que pudiera llevar eventualmente a una recesión económica y una catástrofe ambiental de proporciones, si es que no se toma la conciencia necesaria. La inclemencia del virus surca los límites entre lo posible y lo imposible, y la verdad histórica parece también verse infectada en ese proceso, ahogada por la urgencia y la contingencia. La anécdota de Chomsky y la fake news deja entrever que la información es el principal poder hoy por hoy pero también su principal virus, a riesgo de volverse precisamente viral y no poder medir su influencia en las mentes, tal como el de los patógenos en los sistemas inmunes. Chomsky llama, entonces, de manera solapada, a filtrar esa información desde nuestra capacidad crítica actuando como anticuerpos, (solo recordar las 10 estrategias de manipulación mediática), leer concienzudamente cada enlace y texto referente al tema, no caer preso del pánico colectivo y adoptar una estrategia racional frente a los hechos, puesto que el problema no sería solo el virus en sí mismo, sino la repercusión que tendría este en el tejido social, un organismo que, de no estar preparado para lo que viene, podría caer en una saturación del sistema, una “infoxicación” de datos falsos, políticas erráticas y enfermos en alza. La mentira se propaga también cual virus en estos tiempos. Informarse implica también verse contagiado. La mejor vacuna contra esa infoxicación de los medios sería, ante todo, saber leer, leer entre líneas.

sábado, 21 de marzo de 2020

"La realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece”, afirmaba Philip Dick. Ergo, el coronavirus es real.
Mañalich dijo hace poco: “¿Y qué pasa si el virus muta en mejor persona?”. Parece un mal chiste. Una frasecita para el genocidio. “Rumbo a peor”, como en el libro de Samuel Beckett.

viernes, 20 de marzo de 2020

La cuarentena llama a la reflexión, cual cuaresma laica. Ante la paralización de nuestra rutina, nos repliega hacia el adentro. De modo que el afuera se vuelve territorio prohibido, vetado a nuestra subjetividad, a riesgo de volverse susceptible. De todas formas, fiel a mi lógica interna, algo me impelía a salir. Debía comprar algunas cosas para abastecerme. Ese impulso propio de quien ve demarcado un límite por fuerza mayor. La señora de la casa, serena, aunque preocupada, me señalaba que ella se quedaría dentro, avisando que me cuidara, porque, de lo contrario, la contagiaría y “moriría”. 

Ya afuera, se notaban las consecuencias del estado de catástrofe. Ningún alma en las calles, en circunstancias que asomaban los estudiantes y el copioso tráfico desde el interior. Ahora nada, excepto unas cuantas personas con mascarillas y frotándose las manos como si de eso dependiese su vida. Yo hice lo mío con el alcohol gel que me había regalado la señora de la casa. Lo unté sobre mis palmas inertes de forma un tanto desconfiada. Acaso el alcohol gel tenga el efecto del agua bendita frente al pecado. Un efecto sugestivo. Entonces, con esas manos húmedas, protegidas de la intemperie, me asomé hacia el centro de la ciudad. Parecía día domingo. El día anterior un amigo que andaba por estos lares avisaba sobre el atropello y muerte de una mujer a la altura del puente cancha. Lo contó con tal impacto que parecía una muerte absolutamente extraordinaria en medio de la crisis general. Mientras tanto, en los medios continuaban informando sobre el aumento de casos a nivel país. 

A medida que iba caminando, el panorama se iba asemejando más al 18/10. Filas insufribles a las afueras del super, y a las afueras de las notarías y bancos; gente nerviosa hablando sobre la pega o sobre su pronta vuelta al encierro. Inclusive me tocó observar el arribo de militares surcando en vehículos en Av España. Era cierta la medida que iría a tomar el gobierno. ¿Cuál sería su función en todo este despelote? ¿Serán acaso los milicos los anticuerpos del poder? Nadie lo sabía. La poca ciudadanía por ese entonces se agolpaba cual microorganismos demasiado desorientados, tanteando apenas el terreno de su autoconservación. 

De todos modos ¿qué hacía expuesto ante esa amenaza invisible? La misión era comprar un poco de comida para los días venideros. El hambre no podía prevalecer, tampoco la voracidad, la rapacidad acaparadora. Agarré la bolsa de mercadería. En el negocio más cercano en calle, unas mujeres compraban Lysoform. Un caballero afuera tenía un puestito de alcohol y jabón. Yo compré para la once y el almuerzo de mañana. Luego tomé la micro casi vacía de vuelta al cerro. Caminando hacia él, un hombre mayor me pidió unas monedas para regresar a casa. En eso me preguntó sobre el modo de propagación del coronavirus. Si es entre personas o permanece en el aire. Le respondí que entre personas. Agarró conversa sobre el supuesto fin de todo esto. “No se sabe”, le respondí, dubitativo. Parecía querer reafirmar en alguien más lo que en su fuero interno ya sabía. La incertidumbre completa ante la sensación generalizada. La exposición al virus obliga a replantearse todo, incluso la posibilidad de un mañana. El hombre mayor se despedía así con el codo para evitar el contacto. La gente ante la menor alarma quiebra aquel pacto de normalidad que se tiene tan internalizado. Lo que parece cotidiano de un momento a otro adquiere ribetes peligrosos. Pero es la conversación, aun la más anodina, pese a la distancia del contagio, todavía el único reducto político en tiempos de miseria y de acabóse. 

Vuelto en casa, la señora me recalcaba que volví entero, en una pieza. “Cuidadito con contagiarme, mira que no respondo”, señalaba medio en broma, medio en serio, notoriamente preocupada. Le decía que no se preocupara, que afuera todo se veía sospechosamente tranquilo. “Ningún alma como día domingo”, le repetía, pero ambos sabíamos que ese silencio casi sepulcral de las calles era el campo propicio para el virus que aguarda el menor descuido del transeúnte imprudente, del caminante aún incrédulo, de sus propios pasos y de los demás. El adentro aún aguardaba el miedo, pero el miedo consciente, vuelto conversación, reflexión ante la convalecencia. El espacio público adquiere el cariz de la barbarie. El privado, el de la seguridad. Entre ambos, como un cuerpo, media todavía el lenguaje, el único virus con el que creemos estar a salvo.
Trump ha llamado al corona el “virus chino”, no sin antes definirse como un presidente en tiempos de guerra. Un diplomático chino le devuelve el garrotazo, declarando que fue el ejército yanqui el que llevó el virus a Wuhan, sugiriendo que se trataría de un arma biológica. Maduro, por su parte, apoyó la declaración del diplomático, aunque sin otro sustento que el alcance ideológico de la pandemia. Europa y Asia se resienten; el llamado Nuevo Mundo sufre en primera plana las consecuencias devastadoras del contagio, elevando medidas sanitarias de emergencia. Italia, España y China, los países que protagonizan los principales focos de infección. Todo indica que el coronavirus se propagará pronto por todo el globo para desplegar su dominio silencioso, su vuelo de murciélago nocturno por entre las tinieblas de nuestra historia occidental. Y lo realmente estimulante ahora mismo es el dilema humano que surge merced al pánico generalizado. En Chile, por ejemplo, se abre la brecha para discutir las implicancias del “estallido social”: un gobierno que aplazará estratégicamente las elecciones para una nueva Constitución ante la inminencia del virus; una oposición que apunta los dardos hacia una posible teoría conspiracional de parte del poder, (como en el caso de Jadue, criticando la negativa del Colegio Médico al uso del interferon 2b, fármaco cubano, y asegurando que existiría una “guerra bacteriológica”); y una ciudadanía que desconfía cada vez más del poder institucional y que lo acusa de utilizar el miedo colectivo como estrategia de control de masas. Naomi Klein sostiene al respecto: el shock es el virus en sí mismo. El shock como agente inmovilizador, como desarticulador de la cohesión social, caldo de cultivo para la clásica del “divide y vencerás”. Por su parte, Zizek relee el fenómeno desde el cine, visualizando nuevamente a Kill Bill. El virus sería un golpe al corazón al sistema capitalista, un golpe de efecto retardado, que eventualmente lo precipitaría a su colapso y deseable deceso. Argumentos neomarxistas, por un lado; conservadores y progresistas, por otro. Incluso relecturas de La peste de Albert Camus, novela que, por cierto, alcanzó un inesperado superávit de ventas durante el impacto mundial de la pandemia. Una de aquellas relecturas sostiene, como es típico en Camus, que el virus, cual agente del absurdo, interpela directamente la ética del individuo, retrayéndolo hacia el egoísmo en pos de su propia salvación o moviéndolo hacia la solidaridad en pos de la supervivencia de todos. Punto aparte de estas aristas que van surgiendo espontáneamente en torno al virus como anticuerpos culturales que reaccionan a su invasión, resulta necesario recordar que el virus, en cuanto microorganismo autónomo, se abre camino a través del tejido de la sociedad, totalmente indiferente, valiéndose de nuestra biología para multiplicarse, y eso constituye un hecho científico que rebasa cualquier otra interpretación al paso. Literalmente, el virus nos quiere habitar, y, a su vez, nos expulsa. Independiente de su origen orgánico o experimental, replica esa lógica propia del patógeno, inmunizado contra el medio circundante, a riesgo de volverse irreductible en la naturaleza. Como en La guerra de los mundos del buen H G Wells, quizá a la larga, sea ese agente patógeno el que nos sobreviva, frente al cual los extraterrestres no pudieron hacer nada, a pesar de acabar con media civilización. Pero he aquí que el virus vuelve a interpelarnos y desafiarnos: o nos mata o nos vuelve inmunes. Entonces, el meollo del progreso humano, su ambición, su proyección, su límite de vida, se debate entre su sometimiento frente a lo hostilidad o su completa asimilación. Aceptar el virus en nosotros implicaría aceptar nuestra parte de caos en todo esto; también, aunque resulte contraproducente, nuestra cuota de responsabilidad en la debacle. Lo que tenemos de perecible, para concebirnos, ilusamente, imperecederos, en lo que dure la inmunidad. Paradójica condición del virus humano: necesariamente enfermarse, para volverse consciente y seguir (sobre)viviendo.

Apuntes sobre el coronavirus

1.- Con el coronavirus he llegado a pensar en la cuarentena como estado existencial, o en el ostracismo (voluntario o no) como forma soterrada de supervivencia, como mecanismo sociopolítico totalmente integrado. El virus se propaga cual lenguaje de la entropía. Nuestra historia es la historia de la cuarentena frente a la inclemencia. 

2.- Coronavirus, el virus rockstar: irrumpe de golpe con origen incierto, se vuelve más masivo que cualquier otro espécimen de su género, y probablemente arrase con todo y tenga un final insospechado, volviéndose leyenda. 

3.- Unos dicen que el virus es una conspiración farmacéutica; otros, que simplemente es una mutación de una enfermedad infecciosa, una peste negra posmoderna. Sostengo que el virus es, ante todo, un fenómeno de vida o de muerte, según sea la óptica moral del afectado.