viernes, 30 de junio de 2017

Primarias 2017

El suplemento culto de La Tercera hace una selección de los poetas favoritos de los candidatos a las primarias:

En Chile Vamos tenemos a Felipe Kast, quien escogió a Juan Cristóbal Romero, Óscar Castro y Gabriela Mistral.

Manuel José Ossandón, por su parte, optó por Santos Rubio.

Piñera se inclinó por Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Rubén Darío.

En el Frente Amplio, Beatriz Sánchez eligió a Gabriela Mistral, mientras que Alberto Mayol se decidió por Alejandra Pizarnik, Mario Benedetti y Walt Whitman.

Además se hizo una selección del apartado de narrativa:

Kast fue por Leonardo Padura y Mario Vargas Llosa como sus narradores.

Ossandón escogió a la autora de la saga Papelucho, Marcela Paz.

San Agustín, Stefan Zweig y Julio Verne fueron los escogidos de Piñera.

Beatriz Sánchez nombró a Almudena Grandes y a José Donoso.

Casualmente en este punto, Mayol también fue por el narrador chileno. Agregó, sin embargo, a Sábato y a Proust como sus referentes propios.

¿Canon literario? ¿Canon político? Juzguen ustedes.

jueves, 29 de junio de 2017

Minecraft

Al fondo de la sala de II A, un grupo de cabros que siempre durante las clases no hacen absolutamente nada relacionado con lenguaje. Les he bautizado de manera honrosa como "trío dinámico". Ya van siendo casi dos semanas en las cuales se sienten compenetrados con la construcción de escenarios en la aplicación de Minecraft de su celular. La jugabilidad portátil del programa de "mundo abierto" los tiene hipnotizados, al punto de que las clases mismas en sus mentes no son sino el contexto necesario para su virtual labor de hormiga. Sin ánimo de pelear con ellos, no habiendo para qué, tomando la situación más bien desde otra perspectiva, una un tanto cómica, les dije que también sabía de qué se trataba el juego. Que con un compañero, en nuestros "tiempos mozos" también jugábamos a construir mundos virtuales en base a determinados parámetros. La ilusión de cierto dominio sobre una realidad lúdica (so pena de no poder tener dominio absoluto sobre la realidad exterior). Uno de ellos preguntó entonces: -¿Y a qué modo de juego jugaba en aquella época?-. Recordé que una de las modalidades de Minecraft decía relación con la amplitud de objetivos. El trío dinámico se hallaba en la fase de aventura. Le respondía que yo más que nada jugaba en la fase de creación. -"Tiene que probar la fase extrema, profe. Pura supervivencia", replicaba el cabro del principio. Ante eso, agregué por una tincada del momento si acaso no han pensado alguna vez en llevar esos escenarios de Minecraft a su realidad más próxima, partiendo por el instituto; por ejemplo, plantear una nueva sede con otras disponibilidades y ampliaciones. El del medio se veía entusiasta con esa posibilidad. Dijo que la nueva sede del instituto podría tener más espacio dedicado a la dispersión y a la recreación, en definitiva, al ocio puro: salas de pool, canchas, casino. -Y profes ricas-, agregó su compañero de al lado, llamándolo caliente por esa salida impulsiva. Ante la imaginación de los cabros, motivada por la idea y por el juego Minecraft, agregaba si acaso también les gustarían "profes de verdad". El chico del medio, captando la ironía, finalizó diciendo que "el filtro sería estricto en ese sentido". Y así, casi toda la clase el trío dinámico seguía en su ensoñación lúdica tecnológica, ya abstraídos de la realidad material de la clase y, de hecho, del propio grupo curso, puesto que ni siquiera sus compañeros pescaban demasiado a estos incipientes arquitectos de mundos imaginarios. Para ellos, si siguen con esa lógica implacable, esa temeraria necesidad de experimentación, todo podría acabar siendo un asunto de construcción. Entiéndase por todo, aquellos conceptos sujetos a dicho término, (usado hasta la saciedad en asuntos filosóficos): La sociedad misma, en su modalidad sandbox. Su propio mundo. La civilización. Minecraft no sería sino una metáfora cibernética de su pulsión poiética. Construir y pertenecer.

miércoles, 28 de junio de 2017

Tiene que llover

Karl Ove Knausgard en la presentación de su última entrega Tiene que llover: “Solo los fracasados se convierten en escritores”.
Uno de los ritos para la noche de San Juan consistía en esperar las doce para derramar tinta negra sobre una hoja de papel en blanco. Luego se doblaba lo más posible hasta reducir la hoja a su mínima expresión. La idea era que al abrir la hojita al otro día debería interpretarse la mancha de tinta que se formó, la cual tendría que contener alguna clase de mensaje de vida o algo por el estilo. Se me imagina que el que pensó en ese rito seguramente debió ser algún incipiente escritor, trasnochado o procrastinador, que prefirió echar mano de una creencia pagana a enfrentarse a la hoja en blanco con un par de líneas. A esa anti técnica displicente tendría que llamársele, en jerga literaria, "hacer la de San Juan".

lunes, 26 de junio de 2017

Los micreros desafiando la lógica, cagándose en el sentido común. Justo cuando uno espera la micro que desea, va llena o pasa en banda. Y cuando no la espera, pasa incluso abriendo la puerta a tu lado, riéndose en tu cara. 

domingo, 25 de junio de 2017

Fome



Fome, lo equivalente a lo aburrido, lo insustancial. Se dice que el origen de la palabra es impreciso. Unos lo asocian al vocablo en portugués que significa "hambre". El filólogo Pedro Urbina Urquieta sugería que era un ilógico derivado de la palabra "fósil"; para referirse a algo a todas luces defectuoso, malo, o decisivamente, sin vida. Se podría deducir que Alvaro Henriquez llamó así al disco de Los Tres en forma de ironía, o en forma de una crítica poética al estado de la música chilena. Leí por ahí la interpretación de un amigo, que decía que el sentido de la palabra fome era más bien un sentido político, aludiendo de manera implícita a los años del gobierno de Eduardo Frei. Un gobierno fome, con todas sus letras. En la portada del disco se deja ver también una foto sacada de un anuncio publicitario de la enciclopedia por fascículos Monitor de Salvat, que data de los años sesenta y que, en algún momento, el baterista Pancho Molina explicó como una de las situaciones más “fomes”: un papá con este libro educativo mostrándole a su hijo el proceso evolutivo de la naturaleza. La metáfora sobre la "fomedad" en su faceta más cotidiana. Lo fome entonces no sería necesariamente lo insignificante, ni tampoco lo angustioso. Lo fome en cuanto palabra coloquial, en cuanto concepto, solo tendría sentido en nuestras latitudes. De esa forma, sería algo propiamente chileno. Nuestro propio "spleen". Cada una de las canciones del disco de Los Tres crean el cuadro sarcástico desde el cual se dibuja este imaginario de lo fome como estética y también como canto a ratos desesperante, a ratos iluminador. En los últimos minutos de la canción Restorán, por ejemplo, se puede escuchar lo siguiente: "ríe cuando todos estén tristes/ríe solamente por reír", a modo de mofa de la vieja canción de Happening con Ja. El nuestro es el tiempo donde el espectáculo lo legitima prácticamente todo (Guy Debord). Una necesidad de satisfacción constante. Deseo neurótico. Placebo sin efecto. Es así que lo fome expresa nuestra condición más íntima tras bambalinas. Se acaba el show, se apaga la tele y todos revelan su verdadero rostro, sin máscara. Acaso también, sin otra ideología que la banalidad. A 20 años del clásico disco de Los Tres, nada más contingente, nada más significativo, nada más real que lo fome.

sábado, 24 de junio de 2017

Alien: Covenant




Alien Covenant: No es tan terrible como se cree. La atmósfera de las precuelas a la Alien original hay que entenderla más bien desde un trasunto filosófico: la invencible pregunta sobre la creación, de la mano de los xenomorfos. Así como ellos en la primera saga eran creaturas sin una motivación racional, seres de pesadilla acechando en medio de la nada del espacio exterior, en esta precuela se deja ver que son parte de algo mucho más grande. Eso se puede explicar en la historia de los androides, en particular, David, el sobreviviente a la última expedición. Su razón de ser se va haciendo notar de a poco, de manera terrorífica. Busca a toda costa entender su origen, su propósito como creación y luego como creador, en un oscuro proceso de vida y muerte. Así evoluciona hacia una especie de nihilista romántico, que comienza a ver en la raza humana el signo de la aniquilación. Creaturas indignas de su creación, como él mismo confesaría a Walter. En una parte David evoca el Ozymandias, poema de Percy Shelley, haciendo referencia a Ramsés II, un faraón poderoso de Egipto reducido luego a una estatua en el desierto. Es con ese poema apocalíptico que el androide simboliza el deceso de sus creadores, los humanos. La muerte de los padres, para dar lugar a las creaturas, los androides, los xenomorfos. Luego de citar ese poema, sin embargo, David se equivoca y lo atribuye a Lord Byron. Posteriormente, Walter le corrige y le señala el verdadero nombre del autor del poema, Percy, el hombre de Mary Shelley, la autora del Frankestein o el moderno Prometeo. La metáfora entonces habla del proceso de humanización del androide; su error inicial es la prueba decisiva. ¿Tienen la voluntad para seguir viviendo o merecen morir? Esa quizá es la interrogante que de manera solapada se preguntan los creadores respecto de sus creaturas, las cuales, a su vez, se rebelan haciéndose ese mismo cuestionamiento respecto de sus creadores. ¿Quien sobrevive: la obra al creador, o el creador a la obra? Toda esta disputa viene a ampliar el universo previo del alien original. No superará al primero en la mística, pero sí crea otra ficción posible.

viernes, 23 de junio de 2017

Después de la hora de permanencia, se armó una conversa con el colega de historia y de inglés. Surgió de repente el tema de los concursos para hacer clases en la Antártica, en específico, en la llamada Villa Las Estrellas. El profe de historia remarcaba que los sueldos, considerando el tiempo de estadía y los riesgos que implica hacer "patria" a la cresta del mundo, son significativamente más elevados que en cualquier otra zona del país, alcanzando incluso los tres palos mensuales. -No estaría nada mal por todas esas lucas, aunque olvídate de la ciudad y de todo-, repetía el colega de inglés. Le asentí agregando que era demasiada plata para un profesor, como debería ser realmente, aunque a cambio de dejar atrás todo el esquema citadino y, de hecho, todo nuestro esquema de vida actual durante un largo período de tiempo. Un tanto intrigado con nuestro temprano entusiasmo, el colega de historia continúo explicando que, sin embargo, había un gran requisito excluyente, o, mejor dicho, un gran inconveniente. El concurso solo llamaba a parejas de profesores. Idealmente, a casados. Ni por asomo a profesores solteros. "Chucha, entonces ahí sí que estamos cagaos", replicó el de Inglés. Risas. Le decía que habría ya que pensar en casarse con tal de hacer clases allá. Por supuesto, se lo decía en broma. El colega de historia permanecía con una sonrisa corta, aunque escuchando las tallas. En su silencio, él, un tipo casado, con hijos, quizá no podía entender cómo sus compañeros de trabajo todavía presentaran ese obstáculo invalidante, esa condición de soltería y que incluso se mofaran de ello con tanta liviandad, pero con una cierta resignación oculta. "Voy a empezar a llamar a mis ex compañeras, a ver si alguna cae, y está dispuesta a casarse y cagarse de frío por casi tres palos", seguía el colega de inglés, aludiendo aún más a la irónica posibilidad. La palabra matrimonio, después de esa simpática charla, saliendo por el pasillo inundado por la lluvia, empezó a teñirse luego de una escarcha helada. De un aire abismal. El colega de historia desapareció de repente una vez que entró al baño. El de inglés iba a conversar algo con el director. No se sabía qué. Solo una cosa era cierta, saliendo del instituto: Una cuantiosa cantidad de dinero y unos cuantos grados bajo cero nos separaban de la posibilidad remota de sentar cabeza.

miércoles, 21 de junio de 2017

La niña fantasma

La Hermandad, el programa sobre fenómenos paranormales de CHV, relató ayer, en una parte, el extraño caso de la niña fantasma del Bar la Playa. Según se cuenta, apareció en una fotografía del año 2001 tomada por Pablo Alarcón. Lo más intrigante de todo fue cuando el equipo experto bajó al sótano para comunicarse con la entidad mediante aparatos psicofónicos, en el mismo lugar donde se encontraron antaño sus restos mortales. En el lapso de unos minutos, la niña fantasma respondía a las preguntas del equipo. -¿Te quieres ir de aquí?-. -No-. -¿Eres feliz aquí?-. -Sí-. Allí donde se escondía la niña fantasma, el sótano del bar, casualmente se había lanzado un libro de poesía, hace ya casi ocho años. En otras ocasiones, se habían hecho peñas y una que otra tocata. Pero en ningún instante, se advertía siquiera una intuición de su presencia. No era la circunstancia propicia, a pesar de la oscuridad. El jolgorio de ocasión, la ebriedad, el ritmo desaforado, todo ocurría en el mismo sitio donde aquella niña mantuvo contacto con los comensales. Un alma que quizá, robando las palabras del señor Hugo Zepeda, no había podido todavía "pasar al otro plano", so pena de algo que la vincula con este mundo, y en particular, con el local, (un trauma, un recuerdo), o bien, por la confusión de este plano de realidad con el otro. Como sea, los relatos, su proliferación, su infinitud, pueden hacer hablar hasta a los muertos. "El universo es el esfuerzo de un fantasma por convertirse en realidad", decía Juan Luis Martínez, porque así como existen relatos del más acá, también pueden existir relatos del más allá, del más allá del plano formal del lenguaje y las leyes materiales, incluso coexistiendo en tensión o en completa integración, sino pregúntenle al escritor Néstor Flores Fica, que, a propósito, profundiza en este hecho paranormal con su novela El fantasma del Bar la Playa, la cual espero leer pronto, de modo que el puerto se reviste ahora, en sus días invernales, de una atmósfera de misterio y de opacidad, ya que la literatura también es, a su manera, un asunto de fantasmas.

martes, 20 de junio de 2017

Buenos para nada

Muchos se jactan de ser tal o cual cosa. Es de lo más común del mundo. En cambio, pocos se jactan del hecho de ser unos verdaderos "buenos para nada". No veo allí nada vergonzoso. Sino que, por el contrario, motivo de orgullo. Incluso, de cierta condición de privilegio. Hay todo un arte, hay toda una ciencia en no ser nada. (Léase, "El hombre sin atributos" de Robert Musil).

Sala cero

Hay una sala desocupada junto a la puerta de la secretaría. Una sala que hasta el momento no tenía ningún uso en particular. La directora del año pasado la llamaba la "sala de reflexión" con una sonrisa irónica. La llamaba así porque no hallaba de qué otra forma llamarla (o porque, para ella, inconscientemente, la reflexión no conduce a nada). Una sala dispuesta en un principio para clases pero que quedó a la deriva y, por tanto, disponible para cualquier otro motivo de alternativa o emergencia. Allí, en esa sala cero, se realizó uno que otro consejo de profes. También allí se dejaba a los pendientes que debían notas o trabajos. Algunos se metían allí durante el recreo para ponerse a jugar a la pelota. Incluso se realizó allí una convivencia exprés para el día del alumno. La mayor parte del tiempo funcionaba como una especie de bodega de libros o materiales en desuso. En ciertas ocasiones, cuando ya no quedaba nadie, la sala permanecía completamente vacía, incluso libre de objetos inertes. La sala de clases que nunca lo fue. El viernes en la mañana, sin embargo, al cruzar por el pasillo lateral a esa sala vacía, se podía divisar a través de las ventanas a un montón de gente sentada, mirando de frente una diapositiva y atenta a lo que parecía ser una profesora o coordinadora de algo. Una tipa fumaba afuera de la entrada a la secretaría, cerca a la puerta de la sala cero. Le pregunté a la secretaria quienes eran todas esas personas desconocidas. Ella dijo que eran del SENCE. Eran cesantes que asistían a un curso de capacitación laboral del SENCE. Por x motivo, confidencial, oculto al profesorado, la directiva había decidido habilitar de un día para otro esa tan pintoresca sala vacía para algo más que un fin vicario o residual. Los cabros, ni tontos ni perezosos, notaron el hecho. Una de ellas preguntó quienes eran. Otro qué hacían allí. El director había dejado en claro que no podían tener contacto con los cesantes invitados, a fin de evitar inconvenientes. Recuerdo que un alumno en recreo tiró una talla de antología al respecto: "¿Nos están acaso mostrando indirectamente nuestro futuro?". La directiva, como siempre, con sus decisiones a puertas cerradas, había dejado el instituto, que no es ni de los profes ni de los alumnos, a disposición de agentes extraños, con el fin de "abrirle las puertas" a los cesantes al universo laboral, tal cual como solía repetir la encargada del curso. Buscar una oportunidad de capacitación laboral en el interior de las dependencias de un instituto dos por uno. No deja de parecer irrisorio y anecdótico. La sala cero se volvía así la metáfora del universo laboral; uno que solo se abre en la medida de la necesidad de los otros, y que, sin nadie adentro, no revela otra cosa que el vacío de su utilidad.
“Si yo no hubiera escrito, no sé qué hubiera hecho, a lo mejor habría sido delincuente”. Gonzalo Millán.

lunes, 19 de junio de 2017

Frío

Levantarse antes de la siete de la mañana, bajo un frío inusual. Una ducha con baja presión de agua, más fría que tibia. Hasta el café de todas las mañanas adquiere ese relieve. Me pregunto sobre la necesidad de enfrentar el clima frío. La necesidad del deber salir al exterior contra el querer permanecer adentro. Recordé entonces que ayer hablábamos sobre el frío ruso, a propósito de las preparatorias para el Mundial. Un frío que determina el carácter y la idiosincrasia de quienes lo sienten. Dostoyevski en un pasaje de Los demonios se refiere a la relación del frío con la fe o su falta. Sería más respetable ser frío que ser tibio. En términos de creencia, no habría términos medios. Sería preferible ser ateo (no creer) a ser indiferente. La frialdad tiene eso que devela una certeza, aunque fuera por oposición. La certeza de la intemperie del sentido, que invita al recogimiento de su significación. El opaco cielo que cubre la ciudad invoca un mantra reflexivo. Su color vendría siendo el color de la crudeza. Así el frío del invierno trae consigo la filosofía, y junto con su crudeza se deja caer también la escarcha de nuestros pensamientos, que tratan ilusamente de recobrar su temperatura original.
Pensando ayer en el nuevo sistema del video referee para el partido de Chile con Camerún, el rechazo era unánime de parte del público a una tecnología que pecaba de una precisión demasiado impersonal. Decía mi madre que la gracia del juego era que no se podía precisar del todo cada movimiento dentro de la cancha, puesto que dichos movimientos podían tener una dirección distinta a cada minuto. Se le resta la belleza de lo incierto a un deporte que no puede ser entendido bajo la mirada fría e inerte de una cámara, sin correlación directa con el campo de juego. "Con el VAR no hubiera existido la "Mano de Dios", por ejemplo", explicaba a propósito un vecino, entusiasta luego del triunfo de la Roja. La misma crítica de la cámara para intentar evaluar el fútbol a distancia, se podría analogar con la crítica a la evaluación docente, por sujetos que vienen de afuera sin entender ni conocer la dinámica interna del profesor con sus alumnos. Tal como en el fútbol, el sentido y la belleza de cada clase estaría en el error, en la pasión. Me dije de pronto que los evaluadores son una especie de "referee", incluso video asistido, como pretenden en el dos por uno con el uso de cámaras en las salas para "supervisar" la disciplina. Cada clase es un mundo. A su vez también una suerte de partido. Se juega la vida con los cabros a cada minuto. Esa singular comunión no puede ni debe ser interrumpida.
Según Antonio Escohotado, el filósofo Hegel “fumaba unos petardos de marihuana antes de dictar clases”; la hierba se la enviaba su amigo Alexander von Humboldt desde el Perú.

domingo, 18 de junio de 2017

Hace unos días un estudiante universitario de psicología que iba rumbo a hacer trámites para su tesis de grado fue forzado a abandonar el bus por no validar su tarjeta BIP. El estudiante, ofuscado, se abalanzó contra una de las fiscalizadoras del Transantiago, provocando que cayera a la calzada y fuera atropellada. Se le está acusando incluso de homicidio frustrado. No alcanzó a enfrentar a los jueces de su tesis, pero se podría decir, en cierta forma, que conoció de antemano a otra clase de jueces, siendo reprobado en el acto por medio mundo. Estaba determinado a que fuera así. Su salto del proceso académico al proceso penal. La intencionalidad siempre un misterio sin evidencia para la ley. La psicología profunda de los actos no puede ser evaluada en términos binarios.
"Había existido poco y le daba con esa idea que había un abismo entre pensar/y sentir/eso pensaba o sentía."
Ricardo Herrera Alarcón, Santa Victoria.
En medio de la lluvia llegué al preu. Pocos alumnos, tal como en el dos por uno. En la sala de profes un par de colegas bromeaba sobre suspender las clases por corte de energía. Luego hubo un apagón repentino mientras una de ellas decía en talla que se cortara la luz. Nada fuera de lo normal. A pesar de la inasistencia generalizada, cada quien fue a sus respectivas clases. Ya en la sala NN que me corresponde para el curso anticipa, solo un total de cinco cabros y cabras. -Vine contra y viento marea, no puede no hacer clases- repetía uno de ellos, no se sabía si en serio o en broma. Otra alumna llegó atrasada. Avisó que afuera lo más cuático era el vendaval que abría una y otra vez la puerta de entrada del preu, como queriendo comunicar algo, como demostrando la inclemencia del tiempo contra el frágil protocolo educativo. La chica se aseguró de que la puerta de la sala quedara bien cerrada. Para los pocos alumnos adentro, la clase debía hacerse de todas formas, merced al esfuerzo de su presencia. Mientras avanzaba de lo más bien con ellos el cuadernillo psu, entró de improviso la coordinadora diciendo que debían suspenderse las clases de forma irrenunciable por motivos de fuerza mayor. El mal tiempo había hecho lo suyo contra la institución. Un par de salas sin luz. Goteras en la secretaría. El viento afuera no dejaba de soplar, sirviendo de timbre natural para el fin de la jornada. Los chicos se incorporaron rápido. Uno de ellos reía, debido a la ironía de la situación. Otra, la última en llegar, tenía una expresión como de desear irse pero a la vez como un gesto de decepción por su llegada en balde al preu. Flor de absurdo. Les informé que en algún momento habría que recuperar la clase perdida, y que de pasada "no se mojaran mucho". La alumna del atraso dio vuelta el rostro, asimilando aquella frase con cierto entusiasmo sospechoso. Una vez solo en la sala, revisé la carpeta de asistencia y firmé las dos horas que correspondían. De un total de dos horas solo se trabajó, en realidad, un poco más de un cuarto de hora. En teoría esas dos horas deberían pagarse de todas maneras a pesar de la suspensión. Pero eso solo en teoría. Sería, después de todo, algo demasiado bueno para ser cierto. Una demasiado sublime hipótesis. Resumiendo: no sé todavía si agradecerle a la naturaleza por haber provocado generosamente la suspensión de esa dos horas de clase regaladas, o recriminarle por haber suscitado un mal tiempo gratuito, sin garantía alguna de retribución o, al menos, de sentido.

viernes, 16 de junio de 2017

Manspreading

De vuelta de la pega en la micro venía pensando en ciertas costumbres que, a simple vista, parecen de buena educación, de buena crianza, un acto de civismo, pero que por debajo siempre esconden el pandemonio de sus verdaderas motivaciones. Tenemos el ya conocido acto de ceder el asiento. Algo tan simple y en apariencia desinteresado como eso puede revelar de inmediato la diversidad de caracteres de los pasajeros a bordo, poniendo en jaque su buena disposición, su careta de amabilidad. Por ejemplo, hoy, un sujeto divisó cerca suyo a una joven con una mochila, la cual venía algo complicada debido al atochamiento de más adelante. El sujeto se levantó de inmediato con el ademán de cederle su asiento. Ella se negó, diciendo que no era necesario, aunque agradeciendo el gesto. El sujeto se volvía a sentar en su asiento original, serio, sin mayor réplica. ¿Habría sido su conducta, su gesto igual para todos en las mismas condiciones y circunstancias, arriba de cualquier otro hipotético viaje? La "bondad", la "educación" del acto solo nos consta por lo que se puede ver, no por lo que subyace a él: su intención de acercarse o de aliviar su conciencia.

En otra ocasión, una señora entrada en edad se sentó atrás, casi cerca de la puerta de salida. Un estudiante con la mochila en el suelo le pidió permiso para sentarse al lado, junto al asiento desocupado en la puerta. Ella le dijo que no, de forma rotunda. La otra moneda del acto que nos convoca. El que se sienta ahora se aprovecha de la situación. De ese modo, podría decirse que dicho acto determina el poder de ciertos pasajeros sobre otros en la medida que su decisión permite tomar o no determinado asiento dentro la micro. Yo me siento; luego, adhiero a tu voluntad. O, por otro lado, tú te sientas; luego, yo pierdo mi voluntad. Ahora bien ¿qué relación tiene esto con el nuevo fenómeno conocido como "manspreading" en alusión a los hombres que acaparan el espacio de los asientos dentro de la locomoción pública? Pues que ese clásico ámbito de disputa, esa mini hermenéutica del tomar o el ceder el asiento tiene ahora una connotación de género. Lo que solía ser una actividad de lo más cotidiana ahora se vuelve un verdadero nicho ideológico. Se amplía así el campo de batalla de la moral, como diría Houellebecq, hasta en los actos más anodinos de nuestra rueda rutinaria, de forma que creemos avanzar hacia un progresismo con todas sus letras, hacia un nuevo despertar del sentido común, mientras la máquina los desplaza a todos por igual, conduciendo tanto a malos como a buenos, tanto a cínicos como a honestos hacia su ya prefijado destino.

miércoles, 14 de junio de 2017

Divertirse hasta morir

A propósito de una nota de Martín Hopenhayn sobre el "imperativo de disfrutar", titulada ¡A gozar!;
Hay un libro clásico de Neil Postman, "Amusing ourselves to death" de 1985, en el cual habla de la necesidad de entretenimiento constante -placer narcisista, refuerzo positivo pavloviano- producto de la cultura de la imagen televisiva. (¡apágalo! ¡enciéndelo! no puedo seguir así, cantaban Soda Stereo en su canción Sobredosis de tv, curiosamente, también en los años ochenta). Lo importante es que la tesis de Postman, propia de los años previos a la posmodernidad, podría aplicarse lo más bien a nuestra época, tratando de disfrutar hasta morir, de cara a la pantalla en línea, a su goce y también a su abismo.
A raíz de un estudio estadístico de la Universidad de Massachusetts, mencionado por una amiga, Cec Salvador Chesini, se sostiene que para 2098 Facebook va a estar conformado en su mayoría por personas muertas, debido en parte al rango etario de los usuarios que incrementó de forma exponencial en el último tiempo. Imagino que cuando quede obsoleta la red social, podría llegar a convertirse en algo así como un páramo virtual, en el cual las almas de los antiguos usuarios continuarán penando indefinidamente, publicando contenido post mortem, enviando señales desde más allá del cyberespacio.
Pensamiento mágico: "La naturaleza es sabia".

martes, 13 de junio de 2017

Según cuenta la leyenda, Anita Pallenberg, la "musa negra" de los Stones, se fue con Keith Richards en un viaje de iniciación en Marruecos, escapando de una tormentosa relación con Brian Jones. Días más tarde, el Stone sería encontrado muerto en extrañas circunstancias. Andrés Caicedo contaba en su novela Que viva la música que este episodio marcaría la historia de la banda para siempre. Luego de la muerte de Jones, Pallenberg y Richards comenzarían su ya clásico noviazgo, en una cruzada de música, amor y heroína. Años más tarde, en su autobiografía Life, Richards confesaría que Anita lo engañaba con Mick Jagger durante el rodaje de una película, Performance, en la cual ellos tuvieron cierta intimidad misteriosa. Ella lo negó hasta el final. Anita había resignificado el concepto de groupie. La chica se volvió de pronto aquel placer prohibido que marcaría a fuego el destino, la lírica y la inspiración de los chicos de Londres. ¿Habrá sido solo la quinta Stone, o más bien, aquella musa fatal que poseyó a los rockeros de tal forma que llegó a volverse su agente erótico y tanático, deseo y pulsión de muerte? La canción Wild Horses del disco Sticky Fingers, año 1971, quizá refleje ese contraste vital, ese fondo de separación revestido por un deseo incontrolable. Keith Richards habría sido quien la escribió, inspirado en Anita, a causa de la melancolía de tener que dejar a su hijo con ella para partir de gira. Más tarde, Mick Jagger le daría otro sentido a la canción, diciendo que se trataba de él y de su ex novia Marianne Faithfull. Como sea, Wild horses, no importando si fue realmente inspirada por Marianne, o por Anita, habla en realidad sobre ellas, las mujeres, sobre el amor que llega para quedarse como un siniestro impredecible y transmuta para bien o para mal las almas del rock and roll. De seguro esta noche Keith recordará el tema, pensando en la muerte y en la madre de sus hijos, mientras acaba tarareando: "we'll ride them some day".
Ganó Rumania. Ganó el país de Emil Cioran. El mismo que dijo alguna vez: "Todo éxito suele ser un malentendido".
Uno de los temas inéditos del Ok Computer, relanzado a propósito de los veinte años del álbum (1997-2017). La forma y el fondo del disco eran la de una visión distópica del nuevo siglo. El último vestigio de una generación perdida, la llamada "generación X", el epítome de los años noventa, en los cuales reinaba la intuición de que algo acababa -cierto concepto de modernidad- y de que algo estaba a punto de comenzar -nuestra era hiperconectada, pero, hasta cierto punto, esquizoide, paranoide-. El arte y la política empiezan a tener su propio karma, su propia policía. Se han redefinido los medios de producción, los objetos de consumo, la información, pero también se ha redefinido la soledad, el aburrimiento. La modernidad nunca llegó, o siquiera empezó. Siempre fue un proyecto. Ok computer podría ser perfectamente la banda sonora de alguna novela de Thomas Pynchon o de David Foster Wallace. La mirada de los personajes en el video de esta canción inédita es, a fin de cuentas, la misma que la nuestra frente a la pantalla, una mirada digital, de frente a cierta idea de futuro, pero de espaldas a la noche.

lunes, 12 de junio de 2017

"Los paraísos fiscales son como bisturís: pueden servir para operar o para degollar". Piñera haciendo gala de la metáfora, en Tolerancia 0.
"Hay suficiente metafísica en no pensar en nada" decía Pessoa. Vuelvo a buscar esa frase mientras la cama permanece deshecha. Como en el cuadro de Delacroix. Signo de los tiempos. Signo del sinsentido de ciertas costumbres. Siempre me he preguntado lo mismo ¿Para qué habría de hacerla si a la noche debo volver a deshacerla? Y considerando que no la deshace otro que uno mismo ¿Cuál es el sentido de volver a hacerla? ¿La comodidad del sueño? ¿La restauración de un orden perdido? Ya lejos de la casa de los padres, y en completa soledad, deja de ser una obligación hacerla. Puede permanecer así días, imperturbable en su desorden. O rara vez hecha con motivo de alguna visita esporádica. Pero siempre vuelve a ese hacerse y deshacerse. ¿Cuál sería entonces su estado normal? En este momento, lo deshecho. La cama no sería sino que otra versión de la piedra de Sísifo. La evidencia de cierta sensación de desapego o, viéndolo de otra forma, la evidencia de una noche demasiado agitada que se niega a desaparecer. De la manera que sea, ya hay suficiente metafísica en no hacer nada. Suficiente metafísica en no hacer la cama un día domingo, para mañana rehacerla y quizá, inciertamente, volver a despertar.

domingo, 11 de junio de 2017

Las colegas del preu insistían en que los nuevos debían "pagar el piso". El asunto se ha aplazado, según dicen, más de lo debido. Solo el sábado la coordinadora volvió a sacar a colación el tema. Se veía dispuesta a cumplir con esa "obligación moral". Incluso tenía preparado algo especial, para ponerse al día, según ella, con una pagada de piso pendiente. Pero todo quedó en nada a causa de uno de los nuevos que se excusó a última hora. Ninguno de los implicados -incluyéndome- se ha vuelto a pronunciar al respecto. La pagada de piso quedó así en el limbo, indefinidamente, ante la inquietud persistente e interesada de las colegas antiguas. "Pronto les cobraremos la palabra, algo tendrá que caer" agregaba una de ellas vía grupo de whatsapp. A pesar de la buena onda que pueda surgir, sigo sin digerir bien esa idea. ¿No será mejor que los antiguos le den la bienvenida a los nuevos? ¿No será eso acaso algo más lógico y atinado? Nunca he sido muy amigo de ciertas costumbres. Nunca he entendido otra cosa en la pega que no sea trabajar y hacerse el hueón, cuestión que, orgullosamente, se me da bastante fácil.

sábado, 10 de junio de 2017

Batman

El Batman de los sesenta, interpretado por el fallecido Adam West, tenía la particularidad de ser un Batman kitsch, caricaturesco y hasta algo psicodélico. No pretendía profundidad ni grandilocuencia trágica. Era una parodia viviente. Una suerte de quijote sin la lectura romántica e idealista. Algo muy sui generis, alejado del Batman de Tim Burton y Schumacher, con tintes de superhéroe gótico, y del Batman de Nolan, que indaga en la faceta moral, psicológica y, hasta cierto punto, existencialista del caballero de la noche. El Batman de Adam West fue en verdad el primer Batman capaz de reírse de si mismo. Algo impensado hoy por hoy.

viernes, 9 de junio de 2017

La alumna que llegó de las últimas a la clase del plan anticipa del preuniversitario, luego de acabar y habiendo salido todos, se acerca a preguntarme si había leído Rebelión en la Granja. Lo preguntaba para que la ayudara con una duda que tenía sobre la novela. La duda tenía relación con el sueño del cerdo mayor. Según ella, en una parte de ese capítulo no se distingue si lo que soñó era solo parte de la utopía que quería comunicarle al resto de los animales de la granja, o realmente era producto de su estado de ensoñación al imaginar al fin un mundo sin seres humanos. En ese momento no recordé muy bien el episodio exacto, pero trataba de enseñarle que era más bien una sátira que un sueño. Era la sátira política de la revolución rusa, una sátira con caracteres de fábula. El sueño del cerdo vendría siendo el sueño de la ideología. La chica seguía con dudas respecto a la naturaleza de ese sueño en la narración, pero parecía comprender mejor a partir de esa alusión alegórica. Me sorprendía gratamente que me preguntase eso, después de la revisión del primer ensayo psu, sobre todo porque la clase a altas horas de la tarde ya iba adquiriendo cierto carácter salvaje, cierto ánimo desatado, no llegando, claro está, a constituir una subversión. El interés de la chica por el libro de Orwell no era del todo casual. Estaba ahí para demostrar cómo una simple pregunta podría cambiar el curso de las cosas, el curso de la clase y su orden subyacente. La planificación que se cree seguir al pie de la letra no era sino un orden impuesto, una realidad apócrifa. Dentro de ella alguien sueña con otra posibilidad y tiene el coraje de llevarla a la práctica. La chica quizá podía intuirlo. Ese coraje venía de cerca, de parte de algunos compañeros atacados por inquietudes personales y anécdotas fuera de la máquina. Ella no podía ser menos. Solo uno de ellos parecía más bien la viva imagen del burro. Un chico que durante toda la clase no participó, casi ausente, aunque solo alzando la voz para dar respuestas contrarias al pensamiento de algunos de sus compañeros. La metáfora del escéptico. El único que en la novela, paradójicamente, es capaz de cuestionar el nuevo orden.

jueves, 8 de junio de 2017

miércoles, 7 de junio de 2017

El Martes algunos cabros plantearon la idea de cambiar el ramo de Orientación religiosa del instituto por uno de Filosofía. He seguido de cerca sus comentarios. La gran mayoría está en desacuerdo con el ramo religioso. No tanto por lo religioso en sí, que de suyo provoca anticuerpos, sino que simplemente por el hecho de que lo sienten aburrido e innecesario. He hablado con el profesor del ramo. Un caballero cordial. Tiene pinta de saber mucho. Pero, al parecer, tomando el comentario de los cabros, algo no cuadra con su cátedra. ¿Será la metodología? ¿El hecho de leer pasajes bíblicos? ¿La reticencia a cierta evangelización solapada? ¿O todo eso junto? Sobre la mesa en la sala de primero di justamente con un material de orientación. Tenía por título: Lo que Dios piensa del tabaco. En la esquina inferior de la hoja había dibujado un mono con un pucho en la boca. Atrás una cruz invertida. Con eso había evidencia suficiente de la joda que para algunos significaba el ramo.

Con respecto a la posibilidad de cambiarlo por Filosofía, unos chicos de segundo preguntaron si podía acaso enseñar algo filosófico, si sabía de materia al respecto, en caso de que el cambio de ramo fuese real. Les dije que podía ser, siempre y cuando ellos consultaran aquella idea con la directiva. Uno solo manda dentro de la sala de clases. Las ideas estructurales casi siempre se dejan caer "desde arriba". Nosotros somos los que servimos de cómplices o, en su defecto, de herejes. La propuesta, mientras tanto, continúa en el limbo. El ramo religioso sigue dictándose. Su profesor permanece estoico en la jungla educativa, de manera admirable, como venido de otra era, enviado por maestros y figuras de otros tiempos. Y los cabros siguen aburriéndose, en un estado de estupor constante, sin credos ni rosarios. A raíz de eso, sale a flote entonces la filosofía como un catalizador. Sin embargo, un catalizador puesto a la fuerza en un curriculum tecnocrático, para darle un matiz, si se quiere, más "humanista" y menos "funcionalista"; de modo que sigue teniendo un carácter de disciplina, cuando, de acuerdo a las palabras de Giorgio Agamben, la filosofía es una "intensidad". Todo ámbito del conocimiento debería ser filosófico con el grado suficiente de intensidad. Incluso el aburrimiento. Sobre todo el aburrimiento. En ese sentido, la escuela debería ser, ante todo, filosófica.

Quilpué 2666

Tras la desesperada búsqueda de Laura Landeros, en la Ritoque sostienen que anda circulando por las redes sociales un nuevo relato acerca de un posible desconocido en un automóvil blanco que estaría secuestrando a jóvenes en el mismo lugar donde se vio por última vez a Laura. A propósito de este relato, el locutor saca a colación la novela 2666, en la cual se narra la desaparición de mujeres de la Ciudad Juárez (la parte de los crímenes), quienes, antes de conocer su sórdido destino, habrían sido abordadas precisamente por un auto misterioso. La literatura y el mal. O, mejor dicho, la realidad. Quilpué podría volverse ahora ese páramo del que hablaba Bolaño citando a Baudelaire. Quilpué 2666.

martes, 6 de junio de 2017

Vi Rogue One por segunda vez en el Teatro Municipal, y nada, una sensación rara... sentí que la radiación final llegaba hasta más allá de la lámina de celuloide, que se metía sin piedad en el corazón, llegando para quedarse. La esperanza de la película es irónica. Por eso, resulta tan convincente.
La sinceridad arrolladora de los escritores fuera de la lógica escolástica de la academia. La sinceridad arrolladora de Gonzalo Millán cuando dice: “Nunca me ha gustado la academia, excepto sus bibliotecas y las compañeras de curso”. Me pregunto cuántos otros escritores pensarán en términos similares. En términos no teóricos, conceptuales, ni siquiera literarios, sino que en términos simplemente humanos. Escritores que prefieran una cerveza para conversar largamente sobre muchachas, sobre libros, sobre derrotas. Que prefieran poner en práctica la ciencia secreta de lo inútil.

lunes, 5 de junio de 2017

Juan Goytisolo en Contra tu propia lengua, entrevista: "Borges tenía razón: la mejor manera de no pasar de moda es esforzándose por no estarlo nunca, por eludir el éxito. Como decían los surrealistas: «Toda obra que triunfa corre fatalmente a su ruina». 

domingo, 4 de junio de 2017

Una joven madre desaparecida en Quilpué, Laura Landeros, salió a trotar un día sábado y no volvió más a casa. Se dice que sufría de depresión endógena. Su búsqueda policial sigue en curso. Días después, una inaudita explosión que destruye tres viviendas y deja varios heridos. Se comienza querella contra empresa constructora. Una desaparición, una explosión. Presunta desgracia, presunto complot. ¿Será solo producto de la sobredosis de película, o Quilpué adquirió de un momento a otro una atmósfera media Twin Peaks?
Dos anécdotas: Estaba en la cocina del preu el día sábado temprano, tomando el café de rigor. En eso llegaba una chica, una alumna de otro curso, temblando de frío, pidiendo si por favor podía servirle también a ella una taza de café para "sobrevivir". La invité sin más a la cocina para guarecerse del desolado panorama del patio. Allí dentro, mientras hervía el agua, me comentaba sobre sus planes a futuro. Al hervir le preparé su taza a la vez que aproveché de servirme otra para la entrada a clases. La chica decía estar bien en los ensayos, y tenía pensado seriamente viajar al extranjero para seguir estudiando. De pronto ya era la hora para volver. Se despidió muy rápidamente, tratando de regresar con premura a la sala, sorteando el brusco cambio de ambiente como si eso fuese también una prueba, una prueba de su temprana determinación.
Al rato después, cerca de la hora de entrada, me llamaba de improviso la coordinadora académica. El asunto decía relación con la chica del café. Mencionó que estaba prohibido dejar entrar alumnos a la cocina sin previa autorización. Le expliqué que desconocía esa regla, y que en última instancia, la chica había estado suplicando por algo caliente para combatir el evidente frío matutino. Comprendía el punto pero insistía en que no debía volver a repetirse sin que ella lo supiera. Además, dejó entrever que proyectaba una "mala imagen" el hecho de que un profe y una alumna estuviesen en la cocina fuera de clases compartiendo en otro contexto distinto a la rutina. Cuestión que no deja de sonar absurda. Trato de elucubrar en la mente aquella "mala imagen" en el pensamiento de la coordinadora. Solo se me viene a la cabeza una lectura mal pensada, algo fuera de lugar, que en todo caso solo remite a una interpretación demasiado sesgada de lo que ocurrió realmente. Uno lee lo que quiere leer. No hay hechos sino interpretaciones. Asiento sus dichos solo para volver luego a la clase y dejar a un lado la acusación. Su contenido podrá parecer correcto en relación al reglamento, kafkianamente correcto, pero totalmente frío, inoportuno, desde el punto de vista personal. Palabras que hacían valer la regla, pero que congelan la confianza necesaria. Toda la escena de la mañana cobró enseguida ese matiz turbio, oscuro, a causa de aquella lectura normativa, antojadiza, pero un matiz oscuro como el resto de café tomado a medias que se iba enfriando en la cocina una vez abandonada.

...



Primera hora de clases. No llegaba nadie. Media hora después, un solo alumno, de un total de quince. Luego, otra alumna. Dos en total. Casi toda la primera y la segunda hora de clases fue prácticamente pura conversación. El tema de ese entonces era el del viaje en la literatura. Sin embargo, se nos pasó la hora con el chico hablando sobre música. Explicaba lo difícil que era para su banda, Iristeria, hacerse conocida en Quillota, y por extensión, lo difícil que era surgir como una banda de rock en Chile. Decía que la mano era más bien la cumbia al ser una música bailable transversal a casi todo el público. No paraba de señalar que para "estar en el rock" había que tener mucho aguante, convicción y, sobre todo, lucas, para costear equipos, eventos, giras. A su banda, según cuenta, no le iba mal a nivel local. Salieron terceros en un concurso de talentos de la escuela e incluso habían ganado un reconocimiento en un show de bandas locales quillotanas. La chica hacía como que ponía atención pero no dejaba de escuchar música en su celular, siguiendo de manera solapada la onda de la clase dialogo. Las palabras del chico rebosaban de orgullo y también en parte de añoranza. El título del tema de la clase anotado en la pizarra blanca cambió por completo en la práctica. O, mejor dicho, solo cambió su puesta en escena. El chico agregó que sus opciones reales para fin de año eran o rendir una buena prueba y estudiar en el extranjero o apostar a una vida dedicada por completo al rock. Así nuestra clase PSU se convirtió repentinamente en el tema del viaje, pero ya no en la literatura como simple materia curricular, como simple protocolo evaluativo, sino que en la lectura del viaje hacia el éxito, un viaje ficticio, un viaje imaginario, si se quiere hacia los infiernos, o hacia la muerte, o con el suficiente aliento, hacia la posibilidad en su estado material, más allá de rumores y de palabras. Al acabar la segunda clase, entonces los alumnos se despedían sin mayor reparo. Solo quedó anotada, a lo lejos, muy chica, la palabra viaje, ennegrecida, aislada en una esquina del fondo blanco, luego de borrarlo todo. Para empezar de cero, o solo para terminar con todo lo anterior. La única alumna del curso mencionó, finalmente, que no se quedaría a Biología, sin señalar el motivo. El chico de la banda de rock se fue, entusiasta, sin decir nada más.

sábado, 3 de junio de 2017

La estación metro Limache tiene una particularidad: los modernos sistemas de desvío a un costado de la vieja casona que servía otrora de andén principal. Existen cuatro, que conectan con Limache viejo, Calera y Quillota. Siempre cuando vengo de Quillota, hay gente que en la hora punta, al cruzar algunos de esos desvíos, suele pasar cerca de una pequeña rampa junto a los andenes, un punto intermedio entre la nueva indumentaria ferroviaria y la clásica estación antigua. Hay ahí una zona cero, una membrana inútil, inadvertida, que no figura en ningún mapa del recorrido; que, sin embargo, sirve de umbral entre ambos mundos: el del frenesí actual y el de la nostalgia pueblerina. Pasa la mayor de las veces vacía. Ajena al propósito general. Pero de repente cobra una función momentánea, como la de acoger a los fumadores impacientes, la de apartar a las parejas hostiles, o la de aguantar la oscilación de ciertos pasajeros algo mareados. A veces se pone ahí más de alguna joven para leer a la rápida, sin contener las ganas de retomar lo suyo antes de que llegue el tiempo de partir, o algún vendedor arreglando su mercancía, mientras observa cómo sus potenciales clientes se marchan inexorablemente hacia todas partes y hacia ninguna.

jueves, 1 de junio de 2017

1967

1967, señalan, en la Radio Utopía, el año de inflexión del rock. Salía el Sargento Pimienta, también el disco debut de The Doors, el The piper at the gates of dawn de Pink Floyd, y el Are you experienced de Jimi Hendrix. Hace 50 años, el rock se alineó con los astros y superó la barrera del sonido.
8 y media fuera del instituto, cerrado. Solo estaba una alumna afuera, entumida, pegada al muro cercano a la reja con candado. Nadie la acompañaba. Siempre hace lo mismo. Llega temprano pero sin embargo demasiado, al punto de quedarse para esperar al resto, incluido a los profesores. En eso llegó también el profesor de inglés. Le comenté a la alumna que ya a estas alturas merecería tener las llaves del instituto, al llegar incluso antes que el propio director. Sonrió mientras se frotaba las manos. El profesor intervino y le señaló que sería apropiado colocar anotaciones positivas. La alumna se pronunció al respecto y agregó que esas anotaciones no sirven para nada. "Son como una palmadita en la espalda". De ese modo, el colega se desdijo y planteó que sería mejor una nota, colocar una nota por llegar temprano. "Estoy seguro que cuando pase eso, todos empezarán a llegar a la hora de forma progresiva". Esa vez la alumna se entusiasmó. Aunque reímos intuyendo el absurdo de la proposición. Que, a pesar de todo, no deja de ser una buena idea. Pero una un tanto conductista. Una especie de salida conductista a una situación que se escapaba del radio de influencia. El punto es que si empezáramos a poner nota por todo, lo que se hiciera de ahí en adelante no tendría otro valor que el valor de la nota, que es a lo que los cabros, en un ejercicio de sinceridad, y envueltos por la manía evaluativa, aspiran con mayor decisión dentro de la escuela. Un asunto práctico, en apariencia. Un asunto existencial, en el fondo. La preparación para el futuro, o mejor dicho, para la realidad: una realidad llena de constantes evaluaciones; ya no tanto notas, sino que números, a veces palabras, rumores, incluso miradas. Así el frío que sentía la chica en la mañana, al estar afuera del instituto cerrado, habiendo llegado más temprano que todos, no era otra cosa que el frío del deber enfrentado a un querer, siempre inexplicable, siempre personal, sin otro juicio que su propio placer. Como algunos de sus compañeros, y esperando a que entraran primero sus profesores, la chica quemó entonces, todavía a un costado de la calle, el último rastro de cigarrillo que tenía en su boca antes de entrar por esa puerta rutinaria.