martes, 5 de septiembre de 2017

La polémica del día. El tuit de Bachelet tributando a Parra. El tuit decía: No hay más grande artefacto que un antipoeta de 103 años. Ante eso, un tuitero le respondió que cómo podía llamar artefacto a Parra. Que hubiera sido mejor llamarlo monumento, tesoro vivo, pero nunca artefacto. Una ola de respuestas hizo viral el tuit, apuntando de esa forma a la ignorancia del tuitero por no haber captado la asociación. Por supuesto que lo más notable de todo no es el tuit en sí mismo ni su respuesta desafortunada, sino que lo que vino después. Hordas de usuarios atacando a mansalva al tuitero del fail. Y así, también su contraparte: hordas de usuarios atacando a los que atacaron primero. Una oda a la anti comunicación virtual. Un artefacto hecho puramente de reacciones, positivas y negativas. Parra mismo en su salsa.
Un cuarto para las dos. La clase había acabado. No quedaba nadie. En eso entró de repente un chico del otro curso. Se sentó al fondo de la sala. Sacó un cuaderno de la mochila y se puso a escribir algo. No sabía si un trabajo u otra cosa. Le pregunté qué era. Dijo que solo se trataba de algo pendiente. Volví a preguntarle que por qué había entrado a la sala, si todos se habían ido. "Es que no estoy ni ahí con nadie. Soy un solitario. Eso es todo", respondió. Del fondo casi se alcanzaba a distinguir un puro eco. Un eco sin respuesta.
El Jueves en la mañana un cabro de segundo, antes de entrar a clases, hablaba entusiasta sobre el concierto de Bad Bunny que se realizaría el fin de semana en Ritoque y el Espacio Broadway. Apenas había empezado a hablar, el director le preguntó si acaso se refería a "Bugs Bunny". Si ahora hasta el famoso dibujo animado iba a incursionar en la música de moda. Estaban el director y el colega de inglés fuera de la sala de profesores, mientras el cabro se explayaba respecto a la diferencia entre el trap y el reggaeton. Una cuestión no solo de estilo sino que de actitud, parecía resumir el cabro. También se refería a las letras. Dijo que no eran tan explícitas, pero acusó que en una clase de matemáticas la profesora le llamó la atención precisamente por una letra según ella ordinaria y de mal gusto, que hablaba sobre "echar el caviar en la cara". "Pero si el caviar es algo fino", repetía el alumno, convencido de que la profesora había leído mal la letra. El director y el colega reían. No podía contener tampoco la risa, pero deseaba que el cabro siguiera su explicación. En eso el director habló y me dirigió la palabra: "Me temo que ahí el profesor de lenguaje puede dar cátedra al respecto. ¿será justificable la acusación de la profesora? ¿habrá dicho algo muy ordinario nuestro socio?". Les respondía que claramente ahí el caviar no estaba dicho en sentido literal. Se refería a ese "otro" caviar, por lo que la connotación sexual del asunto seguía siendo explícita. Dicho eso, al parecer el cabro se iba por la tangente, entendiendo que su ídolo de trap podía cantar lo que se le antojase, más allá del juicio y el gusto particular de sus profesores. Habló entonces sobre los conciertos que daría Bunny el fin de semana pasado. Decía que adonde fuese la rompería. "Pero claro, si su público objetivo son más o menos cabros y cabras de tu edad", agregaba el colega de inglés, asociando el gusto de nuestro alumno a una cuestión etaria. El chico seguía explicando que en una ocasión Bunny pedía que su público femenino fuera con poca ropa para verse más "sata". El director saltó y preguntó: "¿Y qué significa sata?". Nuestro alumno respondía que era algo que solo los fanáticos del trap de Bunny sabían. "No cachan nada parece" dijo el chico con total desenfado. El director nuevamente miró tratando de que diese una respuesta en calidad de profe de lengua. Sin embargo, prefirió señalar que la actitud de Bunny podía estar reñida con la ley al provocar de esa manera a menores de edad. "Debe ser complicado hacer esa clase de declaraciones sin tomar en cuenta lo que dirían el alcalde de la comuna y los padres de las menores al respecto". El chico respondía que, a pesar de eso, igual le dejaban entrar y tocar porque era "carta segura". "Si no le permitieran tocar, sería plata perdida. Si ese loco adonde va deja la patá", agregaba para rematar su justificación. En el momento que la conversación iba a tomar una deriva moral, sonaba el timbre. El cabro subía a clases poniéndose los audífonos y sintonizando seguramente los hits más "orejas" del trap. "No cachan nada", con esa frase repetida durante la conversación, parecía querer establecer un límite, el límite aleatorio entre su música y nuestro gusto sujeto a una regla ajena a su espíritu.

Volvía sobre aquella anécdota a raíz del caótico show de Bad Bunny en Espacio Broadway. Balaceras, atropellos, muertos. Mañana seguramente algunos cabros comentarán la cagada ocurrida. Hay algo en la pulsión y la violencia solapada de esa música que los mueve inconcientemente. No nos engañemos. El rock and roll también hacía lo suyo. Pero aquella era una rebeldía con un propósito. Lo de ahora responde más bien a otra lógica. Cierto imaginario del hampa. Cierta marginalidad sudaca sublimada en ideales materialistas. La violencia del show de Bad Bunny solo puede ser entendida bajo esas coordenadas. Pulsión y resentimiento.

Luego de haber acabado la jornada, otro alumno el mismo día Jueves, antes de salir, preparado para ver a su "rockstar", había dicho a modo de broma: "Está vivo que lo veo en Ritoque". Le afirmaba a lo lejos con el dedo pulgar hacia arriba. Al notar que un compañero a su lado captaba la ironía, sacó sin permiso los audífonos de su chaqueta y se mantuvo en silencio.
Claudio Gaete, en una entrevista hace más de una década, recuerdo que hablaba sobre John Ashbery, en especial, sobre la particular expresión de su lenguaje poético. Decía que uno de los autores que citaba Vila-Matas en su novela sobre el síndrome Bartleby definía las digresiones como "métodos de aplazamiento, de ir hacia donde tienes que ir pero hacerlo merodeando durante el camino, deteniéndose, desviándose, sacando la vuelta, yéndose por las ramas", lo cual tendría que ver -para Gaete- con un deseo solapado de decepcionar constantemente las expectativas del lector, y, desde luego, traicionarse a sí mismo. En base a eso concluía que estaba con los que "no darían la vida ni por su propia vida", y probablemente ese haya sido el motivo por el cual sentía tanta afinidad con la actitud de John Ashbery ante la poesía. A ese irrestricto sentido de la digresión en la palabra relacionado con una digresión en la propia perspectiva del mundo, Gaete le llamaba "estética del merodeo", estética que el poeta de Hudson habría hecho suya con el paso del tiempo, a modo de orgánica y rosario personal. Nunca se está del todo en la ruta. Nunca se está del todo perdido. La vida -para Ashbery- había sido una digresión eterna.