sábado, 8 de abril de 2023

"La cultura de la cancelación es en realidad cobardía institucional". Juan Soto Ivars

"George Orwell: “Si la mayoría de la gente está interesada en la libertad de expresión, habrá libertad de expresión, incluso si las leyes la persiguen” Sin retorcer sus palabras, se puede extraer la conclusión inversa: si la mayoría de la gente deja de estar interesada en la libertad de expresión, dejará de haber libertad de expresión, incluso aunque las leyes la permitan." Arden las redes, Juan Soto Ivars.

Un testamento inexistente y unos herederos imposibles: la herencia-laberinto de Borges.

“Asombroso destino el de Ts’ui Pên (…) todo lo abandonó para componer un libro y un laberinto. Renunció a los placeres de la opresión, de la justicia, del numeroso lecho, de los banquetes y aun de la erudición y se enclaustró durante trece años en el Pabellón de la Límpida Soledad. A su muerte, los herederos no encontraron sino manuscritos caóticos. La familia, como usted acaso no ignora, quiso adjudicarlos al fuego; pero su albacea -un monje taoísta o budista- insistió en la publicación.” Así reza un pasaje del clásico cuento de Borges, El jardín de senderos que se bifurcan. Hoy por hoy, su poderosa ficción ha hecho un intertexto con su propio legado en vida.

Tras la muerte de María Kodama, su viuda y albacea, se desenvolvió una trama digna del lenguaje borgiano, al no hallarse el testamento de la herencia sobre la obra del escritor. Ante este vacío, la obra quedaría, eventualmente, sujeta a dominio público, cuando se cumplieran 70 años de la muerte de Borges, es decir, para el año 2056. Pero esta no es la única alternativa, porque también existe la posibilidad de que el legado borgiano pase como bien público al gobierno de la ciudad de Buenos Aires, al transcurrir diez años sin que nadie reclame la herencia. O sea, para el año 2033.

Parecía que ningún familiar directo o indirecto se iba a pronunciar sobre el futuro de la obra de Borges. Sin embargo, aparecieron, hace poco, cinco misteriosos sobrinos de María Kodama que se presentaron ante la justicia con el ánimo de hacer valer sus derechos de propiedad. Ellos aseguraban que su tía no había manifestado ninguna última voluntad, por lo que les correspondería a ellos poseer gran parte de los bienes inmuebles y el capital intangible del escritor. Los sobrinos de María Kodama fueron tan lejos en su propósito como para pedir inventariar cada elemento perteneciente a Borges en su antiguo domicilio, mediante el uso de la fuerza pública. Frente a esto, surgieron otros posibles destinos. La editorial Penguin Random House aún mantiene alrededor de tres años de contrato para la publicación de las obras completas de Borges, por lo que cada dividendo generado por las compras será destinado a costear el juicio por la sucesión.

Cualquiera que sepa sobre este embrollo legal y sea capaz de comprender la obra de Borges, se dará cuenta de que la trama de la herencia consiste en un intrincado laberinto allende la literatura. Quizá el más vívido laberinto borgiano sea la inexistencia de su propio testamento y la imposibilidad para sucederlo en lo inmediato a un heredero digno. Puede que los propios lectores de su obra, en un futuro, se conviertan en herederos indirectos, merced al vacío, merced a una realidad apócrifa, tal como las tantas citas que el mismo escritor inventó o parafraseó, bajo el manto de una erudición y la idea de un libro absoluto, remanente de un lenguaje arcano, traducible solo a los iniciados en su universo.

Ese testamento, para quienes literaturizamos la vida entera, es la enciclopedia faltante de Tlon, es el manuscrito perdido de El informe de Brodie, es el Minotauro buscando la estocada final de Teseo, es la inmortalidad traducida al laberinto del lenguaje en el cosmos. Borges hubiese hecho de esas atribuciones de propiedad sobre sus obras una referencia apócrifa, una resonancia eterna, un código universal, una historia desdoblada en fábulas y fractales. Cita continua, hipertexto, profecía. He allí su testamento metafísico, su descendencia fantástica. Kodama y sus sobrinos, inclusive las editoriales y las bibliotecas que abrigarán la obra, son otra creación del Autor demiúrgico que reposa en sus páginas. A pesar de encontrarnos en el espejo, permaneceremos en el reflejo quebrado, porque la obra borgiana solo admitirá la refracción de la luz en el silencio, y la conversión de la palabra en antimateria.

A modo de post data, sería bueno destinar la herencia a Pablo Katchadjian, sobreseído por plagio, y a Sergio Meier, post mortem, como un acto de justicia literaria o de gesto poético, por su empeño en prolongar la obra entera de Borges, con su Aleph aumentado y su Segunda Enciclopedia de Tlon, respectivamente.