miércoles, 17 de octubre de 2018

Un cabro del instituto planteó ayer una diferencia en la cual no había reparado: entre docente y profesor. Según este cabro, el docente era alguien dedicado a la educación en cuanto tal (docere), digamos, interpretando sus palabras, un educador orgánico, y el profesor, alguien más bien especializado en ciertas áreas del conocimiento. De acuerdo a su visión, el área de enfermería tenía muchos docentes pero pocos profesores. "Usted debe ser de esos pocos", comentaba a propósito del día. El motivo de su razonamiento recaía en el hecho de que me circunscribía al área del lenguaje y comunicación en el módulo didáctico destinado para tal efecto. Le parecía algo fortuito encontrar a un profesor de lenguaje entre tanto docente que se dedicaba a impartir las respectivas cátedras de salud y biología propias de la carrera. Claro está que no desmerecía a ninguno, solo resaltaba el carácter particular de aquel profesor esporádico que únicamente figuraba para el módulo transversal de expresión oral y escrita. La diferencia del cabro, si hilamos fino, no era conceptualmente rigurosa, ni siquiera dilemática, sino que intutiva, impulsada más bien por la ocasión en un contexto conmemorativo. Ese puro gesto, aunque desprolijo, parecía suficiente para ganarse la confianza, luego de haber faltado durante el lapso de tres sesiones, movido por asuntos, según él, estrictamente laborales. Sin ánimo de caer en detalles, entonces estreché la mano de este cabro, ante la mirada cómplice de los compañeros que terminaban de fumarse el pucho para entrar a la sala. Cuando ya iban en camino, el cabro de hace un momento se quedó atrás y preguntó si quería cigarrillo. Le decía que no. Una chica a su lado replicó que el profesor era sanito. No le creo, decía otra. Hasta que el mismo cabro preguntó si le hacía al "del bueno". No hubo respuesta, solo una risa espontánea. "Yo sabía cómo eran los profesores", afirmó, a punto de botar la colilla, seguro de haber dado en el clavo. Una vez dentro, la misma chica que dijo que era sanito, me regaló una lata de coca cola que llevó al puesto sin apuro. "Disculpe lo poco, profe", repetía, mientras se reunía al fondo con el resto de los alumnos. Abrí la lata inmediatamente y bebí, brindando por una jornada refrescante pero también por un futuro de fantasía.

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