miércoles, 3 de octubre de 2018

Estuve cachando el último programa de La Vega, sobre un personaje autodenominado "El faraón", un sujeto que vive mantenido por su mamá y su hermana a los cuarenta y que dice ser todo un "descansador". Un personaje como sacado de alguna novela de John Kennedy Toole. Un obeso quijote de la flojera. Más allá de lo hilarante y, por supuesto, lo caricaturesco del asunto, se aprecia de inmediato el carácter de reformatorio de la pereza que adquiere La Vega. Una especie de purgatorio donde los ociosos son llevados cual enfermos psiquiátricos o criminales antisociales para reintegrarse a la rueda general de la esfuerzocracia. Quizá no lo intuyo en ningún momento el "faraón descansador" con su actuación patética y con su delirio de grandeza rayano en lo infantil, pero con su participación televisiva consiguió desvelar, al menos solapadamente, el discurso hegemónico del espectáculo en contra del ocio como pecado capital, y a favor del trabajo por el trabajo como valor sagrado, por supuesto, todo bajo la lupa del empleado promedio henchido de orgullo con su efímero puestito y sus años de circo. La tv los quiere trabajando. La tv los quiere sacándose la conchesumadre. Los quiere ganándose la vida. Tu trabajo, paradójicamente, será su rating, será su sueldo.

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