jueves, 4 de octubre de 2018

Me quedé raja viendo una película en Onda Media. Fue tanto el cansancio, sumado a la condición alérgica y asmática, que fue inevitable irme a negro. No alcancé siquiera a vislumbrar los créditos iniciales. Pero volviendo a despegar el ojo, y regresando al imperturbable negro de la reproducción, doy con la sinopsis de la peli: Crisis, un escritor fantasma, una pianista insegura y un oficinista fanático de un viejo director de orquesta, enfrentan sus miedos, represiones y malos recuerdos en un mundo de fantasías y misterios. Al principio, el compadre oficinista se veía frente al espejo y soñaba que dirigía una orquesta filarmónica; el escritor se hallaba sentado en un sofá con un libro en mano mientras fumaba, observando fijamente la foto de un niño; y la pianista recibía una llamada telefónica incógnita. Quien faltaba para completar el visionado, quien faltaba en esa tríada de pérdida era uno mismo, desfalleciendo en el momento en que las tres realidades conjugaban el cuadro completo de la gran Crisis. Si se mira de otra manera, el apagón de tele y su recuerdo aún fresco fue, en cierta medida, una continuación inconsciente de la película en la mente, otra nota crítica que servía de contrapunto y que resumía individualmente el panorama de la frustración.

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