miércoles, 4 de octubre de 2017

El Martes antes de tomar la micro hacia valpo, una pareja con un niño chico se me acercó rápidamente. Me pidieron si podía ayudarlos con dinero para la locomoción. Decían ser del sur, y estar literalmente perdidos en Viña. El hombre remarcaba que era humillante pedirlo, porque según él no tenían nada de nada. Les pregunté adonde pensaban ir. Él aseveró que "hacia ningún lugar en particular. Adonde fuese". Luego, la mujer agregó que en verdad iban rumbo a Casablanca, pero más tarde, que por lo pronto les servía cualquier aporte. La cara del niño chico era de aburrimiento y pesadumbre. No quise aceptar su historia de buenas a primeras. Podría haber sido el cuento de cualquiera para aprovecharse de la buena fe de ciertos transeúntes (o de su ingenuidad). Pero esa vez, quizá motivado más por el desapego que por la confianza, hice la excepción. Abrí la chauchera y les entregué, sin compromiso, una moneda de quina (lo que valía más o menos el pasaje en micro). El rostro de los padres cambió de inmediato. La cara del chico, sin embargo, seguía siendo la misma. Se dieron la vuelta apenas cambió el color del semáforo. El niño luego, a lo lejos en Ecuador, le tiraba las ropas a su madre, e indicaba con el dedo índice hacia el centro de viña, con destino desconocido.

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